¿Podremos volver a abrazarnos en la multitud?

| Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 549: Las tramas que esconde la pandemia 14/07/2020 | 
Una
 de las primeras voces que interpretó la pandemia como “un portal”, un 
pasaje por una experiencia de la cual no habría retorno a lo que antes 
era, fue Arundhati Roy. Su visión desde la India nos dejó conocer la 
exacerbación de lo que son los cuerpos “intocables” y la idea misma de 
la intocabilidad. Estos momentos donde la pandemia ha obligado al 
encierro, han sido y son momentos centrados en el cuerpo, de forma 
diversa: los cuerpos más vulnerables, los cuerpos que importan, los 
cuerpos que son “dispensables”. La centralidad del cuerpo en el tiempo 
suspendido de la pandemia nos deja ver la precariedad de su sostén 
material: su mala alimentación, su falta de salud, de fortaleza 
inmunitaria, como características generalizadas de gran parte de la 
población. La letalidad de esta pandemia, y de las que vengan, no puede 
entenderse sino a través de la precariedad de los cuerpos que la 
enfrentan y su vulnerabilidad. La verdadera pandemia llegó antes, y se 
acomodó en nuestros cuerpos, y no se irá con el fin del confinamiento y 
por supuesto, tampoco con la vacuna. El capitalismo del desastre (Naomi 
Klein) hará lo que sabe hacer: negocios con las crisis. Ya lo estamos 
viendo: la Unión Europea destinando enormes cantidades de recursos para 
la vacuna que será sólo para ellos. La carrera armamentista es hoy 
también la de las farmacéuticas. Pero ni un paso atrás en la depredación
 sistemática de los territorios y sus habitantes, en la precarización de
 la vida.
Así, sobre el 
cuerpo precarizado y vulnerable que produce el capitalismo y que rellena
 con el consumo de ilusiones y comida chatarra, ¿qué cuerpo oponemos? 
¿qué cuerpos hacemos florecer?
Hoy
 no tenemos la cercanía física, el abrazo de las amigas que nos 
reconforta, ni siquiera podemos acompañar a nuestros muertos. Medidas 
todas traumáticas para las conexiones y costumbres del cuerpo colectivo 
que también somos. Paradójicamente, el efecto de distanciamiento y 
encierro de la pandemia también deja ver la ineludible interdependencia 
que habitamos, a una escala inédita. Todas y todos, naciones, 
comunidades, ciudades, municipios, han tenido que dar una respuesta 
frente al cuidado de la vida. Esas respuestas han sido disímbolas: ahí 
donde priva el autoritarismo y la vigilancia la respuesta ha sido 
brutalmente en contra de los cuerpos, de las poblaciones. Pero ahí donde
 se cultiva el cuerpo colectivo la respuesta ha sido el fortalecimiento 
de las redes, la gestión colectiva de las necesidades, el cuidado de sí y
 de los otros.
La 
situación extraordinaria que estamos habitando ha dejado ver de forma 
casi desnuda y cruda las estructuras de la desigualdad global en tanto 
estructuras del capitalismo, del racismo y del patriarcado. Es decir, 
los modelos fundantes atrás de los “eventos” se han vuelto más visibles y
 tienen un alcance mayor. La exacerbación de la violencia contra las 
mujeres que ocurre en el ámbito doméstico, el racismo en las calles 
manifiesto en la acción de la fuerza pública, la diferencia en la carga 
de morbilidad dependiendo de la clase y el color. Todo ello nos regresa 
una visión de “la humanidad” que no puede hablarse más en universales.
Conciencia ecológica
A
 esta radiografía que nos hace tan visibles las estructuras del despojo,
 de la impunidad, de la precarización de los cuerpos y de las vidas, se 
ha agregado la concientización intensa de la interdependencia como 
especie y con la naturaleza. Una conciencia ecológica en su sentido 
básico: las relaciones de los seres vivos entre sí y con la naturaleza. 
La pandemia de alguna forma está actuando pedagógicamente, con lecciones
 monumentales que develan la integralidad de la crisis que habitábamos 
antes de ella. La pandemia es un síntoma que devela la a-normalidad que 
vivimos. Un síntoma que deja ver las estructuras sociales que han 
generado la crisis subjetiva, social, política, económica, ambiental.
El
 abrazo, ese gesto vital que tenemos los humanos, reconfortante y dador 
de energía, es objeto ahora del escrutinio del protocolo: con 
mascarilla, mirando a lados opuestos, conteniendo la respiración y sólo 
por unos segundos. El abrazo como acto instintivo de afecto, es un gesto
 fundacional de la empatía y de la confianza entre (nos)otros. ¿Qué 
humanidad seremos sin los abrazos espontáneos? ¿Cómo sustituir la 
emoción que genera la cercanía deseada del otro(a)? La pandemia hace que
 el aparato sanitario intervenga las prácticas espontáneas frente al 
otro. ¿Aceptaremos esto como nueva normalidad? El rediseño y control de 
la espontaneidad de la vida cotidiana está en jaque. Nuestros lazos de 
afecto se ven intervenidos para controlar el contagio. Pero las bases 
mismas que han producido, y seguirán produciendo pandemias, quedan 
intocadas. ¿Permitiremos que el capital controle nuestras emociones y 
afectos, que siga haciendo negocio con las consecuencias que su mandato 
produce? ¿Cómo será para los niños y niñas asistir a una escuela donde 
los dos metros de distancia, la sanitización de las manos, el uso del 
tapabocas, sean los gestos cotidianos y reiterados de nuestro estar en 
el mundo? ¿Podrán jugar, ser creativos, desarrollar su imaginación en un
 espacio cuadriculado por la sana distancia? ¿Qué marcas, huellas y 
traumas quedarán en la experiencia vital de la distancia física? ¿Se 
traducirá irremediablemente en distanciamiento social, en potenciación 
segregativa?
El 
capitalismo, el patriarcado, el colonialismo, son estructuras que 
modelan y trabajan sobre el cuerpo, los cuerpos: el cuerpo dócil del 
proletario, la domesticación del cuerpo de la mujer, cuerpo reproductivo
 expropiado de decisión sobre sí mismo, la racialización / etnización de
 los no blancos, cuerpos carentes de humanidad, noción actualizada de 
distintas formas. Domesticar al cuerpo ha sido sin duda, una empresa 
histórica de la modernidad capitalista; separarlo del saber de sí. La 
quema de brujas forma parte de ese proceso como nos ha explicado S. 
Federici. El cuerpo medicalizado es también un cuerpo sin conocimiento 
de sí mismo, que se pone en manos del experto. Sin duda esto forma parte
 de la expropiación del gobierno de sí del que nos habla M. Foucault, y 
que también tematiza I. Illich en su análisis de las instituciones como 
des-habilitadoras de los saberes de los cuerpos colectivos. El cuerpo 
totalmente individualizado es también un cuerpo sin memoria, un cuerpo 
que transita, un cuerpo intercambiable. Sin duda, el cuerpo ideal para 
el capitalismo.
Rupturas
Pero
 hagamos un ejercicio de memoria: ¿dónde estábamos cuando entró la 
pandemia en escena? Andábamos en las calles. Éramos manada. Los 
movimientos de mujeres en el mundo, muy particularmente en Argentina, 
Chile, México, Uruguay, pero también Estados Unidos, España, Italia, 
desde al menos cinco años, han estado ocupando las calles, acuerpándose 
en torno a una crítica sistémica radical. La voz de esos cuerpos, 
algunas dirán esa cuerpa, ha ido tejiéndose interseccionalmente, ha 
participado también de muy diversos movimientos sociales que han marcado
 rupturas con lo que se ha entendido tradicionalmente como militancia. 
Piqueteras, zapatistas, feministas de todo tipo, mujeres de pueblos 
originarios, han estado hablando en una multitud de lenguas. El 8M fue 
masivo, y ya estábamos entrando a la pandemia. El 9M, un día sin 
mujeres, puso en el centro de otra manera lo que la pandemia amplificó: 
el trabajo de cuidados, el cuerpo de las desaparecidas, la violencia de 
género. Reconfigurando el mundo, proponiendo un modelo distinto de 
seguridad (a mi no me cuida la policía, me cuidan mis amigas); exigiendo
 la caída del patriarcado (no se va a caer, lo vamos a tirar); poniendo 
en el centro la sanación del cuerpo, los afectos, relevando la sororidad
 con todas sus complicaciones y desencuentros. Hacíamos estallar de 
colores los monumentos de las ciudades, los vidrios de los bancos, y 
seguimos diciendo, ¡será ley! Chile en sus calles enunció: por una vida 
digna de ser vivida. En otro registro de la misma voluntad encontramos 
en todo el mundo comunidades resistiendo a los grandes proyectos de 
despojo del capital global. Comunidades que actúan como cuerpos 
colectivos resistiendo y re-existiendo, es decir, actualizando sus 
mecanismos de autogestión, autocuidado y autodefensa. Tan sólo en 
México, en estos meses de pandemia ha habido seis defensores 
comunitarios asesinados. Los intereses que modelan el “desarrollo” no se
 detienen.
La nueva 
normalidad que gestiona el capital sin duda será a su favor: al estado 
se le pedirán los ajustes esperados, a la gente los sacrificios 
necesarios. El neoliberalismo no claudicará, y tampoco el patriarcado, 
al contrario, tensará todas sus anclas para seguir dominando. Y ahí 
están los cuerpos, nuestros cuerpos y sus subjetividades. ¿Seremos 
capaces de rebelarnos? ¿De instaurar una anti-normalidad?
Me
 parece que ya lo veníamos haciendo. Desde los lugares donde ya ocurre 
una política de lo cotidiano: redes de abasto, trueque, prácticas de 
sanación, redes de cuidado y de afecto, y también acciones de 
intervención política concertadas, como el paro feminista, los espacios 
de deliberación constante, la otra economía, la otra salud, la otra 
educación, las otras familias y parentescos elegidos, como lo han estado
 tejiendo colectivas y grupos en las urbes, comunidades y movimientos en
 sus espacios. Desde ahí se han ido transformando los cuerpos 
individuales y sociales, no sin problemas y conflictos internos. Muchas 
apostamos por esa lenta pero continua transformación / recuperación de 
un sentido común que es un sentido de lo común. Micropolítica de los 
cuerpos, que va asentando las bases materiales para la autonomía 
colectiva. ¿Apropiación de las tecnologías? Es sin duda un espacio: 
hackear las redes, seguir organizándonos. La puesta en común y la 
articulación a través de la web. El activismo y la protesta en redes y 
las manifestaciones en las calles, con y a pesar de la pandemia. Estamos
 frente a un cuerpo colectivo cyborg, translocal, que actúa por ejemplo,
 contra el racismo y el brutal actuar de la policía, pero también contra
 la violencia feminicida, y los megaproyectos que no se detienen.
Como dice Angela Davies, refiriéndose a las manifestaciones antiracistas en Estados Unidos y en varias ciudades del mundo:
“A
 menudo he dicho que uno nunca sabe cuándo las condiciones pueden dar 
lugar a una coyuntura como la actual, que cambia rápidamente la 
conciencia popular y de repente nos permite avanzar en la dirección del 
cambio radical. Si uno no se involucra en el trabajo en curso cuando 
surge tal momento, no podemos aprovechar las oportunidades para cambiar.
 Y, por supuesto, este momento pasará”.1
No
 sabemos aún que saldrá de todo esto, pero sabemos ya que lo que resulte
 tendrá que ver también con el grado en que la mayoría de las personas 
nos impliquemos y decidamos actuar.
Márgara Millán
 es socióloga y Doctora en Antropología, profesora de la Facultad de 
Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y parte de la Red de feminismos
 descoloniales y de la Red morelense de apoyo al CNI-CIG. 
1 Angela Davis en conversación con Amy Goodman en Democracy Now del 12 de Junio 2020, en https://www.democracynow.org/2020/6/12/angela_davis_historic_moment
      https://www.alainet.org/es/articulo/208353    
 
 
 
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