Carlos Martínez García
Trump es hábil en crear 
fantasmas. Su estrategia es infundir miedo en la parte más conservardora
 de la sociedad. Así lo hizo en la primera campaña que lo llevó a la 
presidencia y, de forma exacerbada, continúa señalando que solamente él 
es capaz de enfrentar a los monstruos que se ciernen sobre la grandeza 
del país.
Sin adversarios que le hicieran contrapeso en el Partido Republicano 
para disputarle la nominación como candidato presidencial en las 
elecciones de noviembre, Donald Trump fue ratificado anteayer para 
contender en favor de su anhelo de permanecer cuatro años más en la Casa
 Blanca. Para la Convención Nacional Republicana que lo ungió, resalta 
David Brooks, corresponsal de La Jornada, Trump es el 
único que está entre la libertad y el socialismo en Estados Unidos y quien está frenando la invasión migrante y recuperando la grandeza. Nada importa que sea inexistente el pretendido socialismo que busca destruir la libertad estadunidense, ni que los migrantes tampoco sean fuente de los males que, supuestamente, llevan consigo al buscar empleo, lo central es presentar a los
invasorescomo hordas enemigas del American dream.
Los prejuicios de Trump no son exageraciones personales, ideas un 
tanto delirantes que ha internalizado en solitario, sino que tienen 
asidero en millones de sus conciudadanos que también añoran el regreso a
 la edad de oro. Aunque la nostalgia de tal periodo sea más una 
idealización y menos una realidad histórica. De lo que se trata en la 
visión restauradora del eslogan trumpiano ( Make America Great Again) es de purificar la nación, liberarla de lastres ajenos a su ethos primigenio. Dudo que Trump haya leído la obra de Samuel P. Huntington, ¿Quiénes somos?: los desafíos a la identidad nacional estadounidense (Paidós,
 2004); sin embargo, de manera más reduccionista que el académico de la 
Universidad de Harvard, el empresario/político está convencido de que 
los extraños desafían y ponen en peligro la cohesión cultural del país. 
Por esto es recurrente en Trump la estigmatización de quienes son ajenos
 a los valores fundantes de Estados Unidos.
Son cotidianos en Donald Trump los discursos conspiracionistas, en 
los que señala una y otra vez a los enemigos de la reconstrucción 
estadunidense que tiene lugar bajo su presidencia. Toma y reconfigura 
datos para presentar los aviesos intereses y sus patrocinadores, que se 
esfuerzan por desintegrar la fortaleza del país. Son elementales y en 
extremo esquemáticos los señalamientos que, con dedo flamígero, hace sin
 sustento alguno, pero que son efectivos en transmitir miedo entre la 
base electoral que lo apoya. Ya ha superado con creces a Ronald Reagan, a
 quien Mark Green y Gail McColl le hicieron pormenorizado recuento de 
sus dislates ( El rey del error, Editorial Fundamentos, 1986) y crece todos los días el inventario periodístico de las fake news que sin sonrojarse difunde.
Igual que en su anterior campaña presidencial, en la presente Donald 
Trump tiene en la agenda de cómo acrecentar el pánico en millones de 
votantes el eje antinmigrante. Por ello en la Convención Republicana han
 sido presentadas “imágenes y voces que repiten que los demócratas 
favorecen fronteras abiertas donde ‘extranjeros ilegales’ llegan a competir por empleos y por seguros de salud con los estadunidenses” (https://www.jornada.com.mx/2020/08/25/mundo/023n1mun).
Golpear simbólicamente a los inmigrantes del sur, especialmente a los ugly mexicans,
 tiene fuertes resonancias en los partidarios de Trump que conciben a 
los fuereños como depredadores del paraíso. Veremos crecer en los 
discursos de campaña la verborragia de Trump contra los inmigrantes y 
las palmas que cosecha entre los nacionalistas conservadores.
La maquinaria republicana/trumpista incluyó entre los oradores a 
representantes de las minorías latina y afroestadunidense, para hacer 
visible que apoyan al candidato diversos sectores y no solamente un 
amplio porcentaje de la población blanca. Todos los que han dado 
discursos de apoyo a Trump repiten las obsesiones del personaje, y que 
solamente él puede ahuyentar definitivamente los fantasmas que hacen 
peligrar el American way of life.
Donald Trump sabe del efecto causado entre una parte de los posibles 
votantes, los hombres y mujeres que tienen acendradas creencias 
religiosas, cuando hace invocaciones a Dios. Por esto no faltan en sus 
declaraciones y discursos las menciones a la divinidad. A la vez, sin 
pudor, hace hincapié en frases efectistas que reflejan, según él, su 
profunda identificación con la leyenda impresa en los dólares: In God We Trust.
Las encuestas apuntan a que Trump no es actualmente el favorito del 
electorado. Sin embargo, la tendencia podría revertirse y el magnate 
neoyorquino busca medios para lograrlo. Sus herramientas serán guerras 
de infundios y hacer que los ventiladores esparzan tanto estiércol como 
sea posible. Solamente el dique de los sufragios de la ciudadanía puede 
contenerlo.
 

 
 
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