Ilka Oliva Corado
Decir, hoy no quiero ver tal cosa, poder elegir. Pero esas miles de 
familias que vivieron la violencia por parte del Estado en Guatemala no 
tuvieron opción de nada, fueron masacradas, torturadas, desaparecidas. 
¿Cuántos fueron en realidad? Oficialmente acaso 200 mil, pero  cuántos 
fueron.  ¿A cuántas niñas, adolescentes y mujeres violaron?, ¿cuántas 
quedaron embarazadas de esa violación?, ¿qué fue de ellas?, ¿qué fue de 
todas esas familias que salieron al exilio, huyendo? Dejaron en el 
camino todo, muchas dejaron hijos, cónyuges, padres, hermanos 
desaparecidos, asesinados. Muchas nunca lograron el retorno y estas 
personas murieron en el exilio, no solamente lejos de su tierra, pero 
lejos de la justicia, una justicia que aún no llega.
200 mil, en letras grandes y yo cambio de canal. ¿Cómo le hicieron 
para sobrevivir todos estos años? Me refiero al dolor, al estigma, a la 
pérdida, con el delirio, con las ganas de gritar en una sociedad 
racista, clasista y haragana que se niega  a pronunciar  siquiera la 
palabra genocidio mucho menos a reconocerlo. A reconocer que en 
Guatemala hubo crímenes de lesa humanidad. Y el tiempo sigue pasando y 
la memoria histórica se empolva cada día más, abandonada, solitaria, 
despojada en el olvido colectivo. Porque nos empeñamos en hablar del 
presente sin atrevernos a pronunciar los nombres de los desaparecidos, 
sin hablar de justicia, sin leer de historia, sin devolver lo robado. 
Sí, sin hacer como sociedad que los que se robaron devuelvan lo que les 
quitaron a tantas comunidades que hasta el día de hoy siguen 
peregrinando porque las arrancaron de sus tierras. Tierras que hoy 
tienen las grandes franquicias de la estafa en contubernio con un Estado
 opresor, con la misma tiranía de siempre. 
Cómo fue la vida de aquellos jóvenes que hoy son abuelos, el hilo 
emocional que traspasaron a las generaciones de hijos y nietos. Es fácil
 olvidar lo que nos cuestiona y encara como sociedad, tan fácil como 
cambiar de canal en un televisor. Pretender es lo más común, fingir que 
nada pasó, que otros fueron los culpables y que lo mejor será borrón y 
cuenta nueva. ¿Y los niños que desapareció el Estado en los tiempos de 
dictadura? ¿Cómo han vivido todos estos años, qué fue de ellos, de sus 
familias de sangre? La ausencia, el vacío, la búsqueda, la frustración, 
el dolor, la insistencia o la resignación. 200 mil, por decir un número 
pero, ¿y las fosas clandestinas? ¿Los que andan hoy en los 40 años 
viviendo en algún lugar del mundo con un apellido distinto, en otras 
familias, tendrán pesadillas o les habla el inconsciente acerca de un 
pasado en otro lugar, con otras personas? ¿Y los padres que perdieron a 
sus hijos?, ¿cómo vivieron todos estos años? ¿Los que sobrevivieron a 
las torturas? 200 mil, y cambio de canal. 
Y la justicia ausente y la impunidad perversa. Retrocedemos en cada 
elección presidencial, siempre le apostamos al más ruin porque nos 
representa a cabalidad, al más machista, al más racista, al más 
clasista, al más pedante, al más estafador y lo aplaudimos porque es un 
espejo donde nos reflejamos. Porque no nos importa lo que les pasó a los
 otros, lo que viven los otros: los ultrajados, empobrecidos, excluidos 
que obligamos a emigrar. 200 mil hace 40 años pero vemos que hoy en día,
 grupos armados  que son enviados por las oligarquías se roban las 
tierras de poblaciones completas, entran a comunidades y les queman sus 
casas, sus siembras y los sacan de sus tierras como en los tiempos de 
aquella otra dictadura y no miramos pero ni soslayo para allá. Mejor 
cambiamos de canal, de página, de red social. Porque es mejor fingir, no
 ver, no saber, que hacer algo al respecto. 
Por eso hundimos cada día más a Guatemala, porque permitimos con 
nuestra pasividad y desmemoria que los ruines hagan y deshagan con los 
más vulnerados. Podremos cambiar de canal, no ver documentales, no leer 
los libros que cuentan los testimonios o verlos, leerlos y ya cambiar de
 hoja, ignorar a los sobrevivientes aunque vivan en la casa siguiente, o
 limpien nuestras casas,  encerrarnos en nuestra pequeña y mísera 
burbuja de comodidad pero eso no elimina la realidad ni el pasado; 
estamos caminando sobre huesos de masacrados en las innumerables fosas 
clandestinas que hay a lo largo y ancho del país. Y esos huesos hablan, 
son la memoria histórica que aunque nos neguemos a ocultar está ahí como
 un enorme elefante blanco. 
Y muy a pesar nuestro, de nuestra desidia, de cuando en cuando se 
producen encuentros entre familiares que la dictadura separó, muchos 
cuando apenas eran unos niños. Cada abrazo entre hermanos, entre padres e
 hijos, entre abuelos y nietos que tenían 40 años de no verse, de darse 
por muertos, es un triunfo de la vida ante la opresión, ante la 
injusticia, ante la desmemoria colectiva. Cada encuentro es  un 
botón  de la esperanza que nos dice que no importa qué tan poderosa sea 
la impunidad, siempre la honra de la vida florecerá. 
Así nos lo mostró el reciente reencuentro entre las hermanas Teresa 
Pérez Ramos  y Teresa Pérez Rodríguez que después de 38 años separadas 
se volvieron a ver. La señora Teresa Pérez Rodríguez desapareció durante
 la dictadura cuando apenas tenía 9 años. El reencuentro se produjo en 
el departamento del Quiché, en el municipio de Chajul el 5 de agosto de 
2020. El departamento de Quiché fue uno con los que más se ensañó el 
Estado en tiempos de dictadura, la mayor parte de su población es 
indígena. Este reencuentro debería tener a Guatemala entera brincando de
 felicidad.
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
17 de Agosto de 2020. 
 


 
 
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