Por: Leonardo Boff
Pasaron ya las elecciones municipales en Brasil en un contexto
político dramático, con un gobierno federal con baja credibilidad y con
legitimidad discutible.
Gran parte de los políticos tienen como objetivo llegar al
poder por intereses y una vez en el poder, promover la reelección.
Muchos de ellos no viven para la política sino de la política. Se
deforma así la naturaleza de la política como búsqueda del bien común. Y
lo que es peor, el político interesado se sitúa por encima del bien y
del mal. Sólo hace el bien cuando es posible y el mal siempre que sea
necesario.
Pero es importante denunciar que se trata del ejercicio perverso del poder político. Max Weber
en su famoso texto de 1919 a los estudiantes de la Universidad de
Munich, desanimados por las condiciones humillantes impuestas por las
potencias que vencieron a Alemania en la primera guerra mundial, La
política como vocación, ya había advertido: «Quien hace política busca
el poder. Poder como medio al servicio de otros fines o el poder por sí
mismo, para disfrutar del prestigio que el poder confiere». Este último
modo de poder político ha sido ejercido históricamente por gran parte de
nuestras élites a fin de beneficiarse de él, olvidando al sujeto y
destinatario de todo poder, que es el pueblo.
Necesitamos rescatar el poder como expresión
político-jurídica de la soberanía popular y como medio al servicio de
objetivos sociales colectivos. Sólo este es moral y ético. Es
imperativo, pues, contar con políticos que no hagan del poder un fin en
si y para su provecho, ligados a procesos de corrupción, tan largamente
publicitados, sino una mediación necesaria para realizar el bien común, a
partir de abajo, de los excluidos y marginalizados. El
paleocristianismo llamaba a esto liturgia, que significaba: servicio al
pueblo.
En este contexto queremos recuperar la figura sin par de político de los tiempos modernos que es Mahatma Gandhi.
Para él la política «es un gesto amoroso para con el pueblo» que se
traduce por el «cuidado del bienestar de todos a partir de los pobres».
Él mismo confiesa: «Entré en la política por amor a la vida de los
débiles; viví con los pobres, recibí parias como huéspedes, luché para
que tuviesen derechos iguales a los nuestros, desafié a reyes, no sé
cuantas veces estuve preso». Lo mismo se podría decir de otra figura
ejemplar, Nelson Mandela, que después de decenas de años de prisión
superó el apartheid de Sudáfrica.
En estos tiempos de desesperanza política por causa del mucho odio
que se extiende en la sociedad, y también por lo que no pocos denuncian
como un golpe parlamentar-judiciario contra una presidenta consagrada
por una elección mayoritaria, necesitamos reforzar a los gobernantes que
se proponen cuidar del pueblo y hacer que el cuidado sea la línea de
conducta de la vida social en el municipio, en el estado y en la
federación.
A decir verdad, Brasil necesita urgentemente de quien cuide
de los pobres y marginados. Lula y Dilma se propusieron
intencionadamente cuidar y no administrar al pueblo, mediante políticas
sociales de rescate de su vida y su dignidad. Actualmente predomina una
política que cuida menos del pueblo y más de los ajustes rigurosos en la
economía, de la estabilización monetaria, de la inflación, de la deuda
pública federal y estatal, de la privatización de los bienes públicos y
de nuestra alineación con el proyecto-mundo. Todo esto se hace sin escuchar al pueblo e incluso en contra de derechos sociales a duras penas conquistados.
Que no se diga que tal diligencia representa el cuidado para con el
pueblo. Cuidado meticuloso y hasta maternal lo hay, sí, para con las
élites dominantes, para con los bancos y para el sistema financiero
nacional e internacional que tiene lucros exorbitantes.
En lugar de cuidado, en la política hay administración de las
demandas populares, atendidas de forma paliativa, más para acallar la
inquietud y ahogar la revuelta justa que para atacar las causas de su
sufrimiento.
El cuidado para con el pueblo exige conocer sus entrañas por
experiencia, sentir sus llamadas, compadecerse de su miseria, llenarse
de iracundia sagrada y escuchar, escuchar y una vez más escuchar.
Debería haber un Ministerio de la Escucha, como existe en Cuba. En este
Ministerio deberían estar los discípulos de Paulo Freire y no los
seguidores de Pavlov y de Skinner, maestros de una visión mecanicista de
la vida humana.
Escuchar la saga del pueblo, sus padecimientos y sus esperanzas, las
soluciones que encontró, el Brasil que sueña. Él quiere bastante poco:
trabajar y con su trabajo dignamente pagado, comer, vivir, educar a los
hijos, tener seguridad, salud, transporte, cultura y tiempo libre para
seguir a sus equipos preferidos y hacer sus fiestas y músicas. Pero lo
que más quiere es dignidad y ser reconocido como persona y ser
respetado.
El pueblo merece ese cuidado, esa relación amorosa que espanta la
inseguridad, proporciona confianza y realiza el sentido más alto de la
política.
(Tomado de Rebelión)
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