Elena Poniatowska
Miguel Ángel Asturias, cuyo
gran homenaje prepara Guatemala a los 50 años del Nobel, se parecía a
los frescos de Bonampak, con sus labios gruesos caídos, su frente
elevada como la pirámide de Tikal, sus ojos saltones, su color de azúcar
quemada. Junto al venezolano Rómulo Gallegos (que estaría consternado
con la situación de su país ahora) y el colombiano José Eustacio Rivera
formó la trilogía de los novelistas de América Latina de la generación
de 1920, los que se pusieron a nombrar las cosas de la tierra y posaron
su mirada en los indios.
En El señor presidente, el maya Asturias recoge todos los giros populares, el lenguaje callejero (allí leí con sorpresa la expresión
puso pies en polvorosa, o sea
echó a correr, que creí tan
mexicana). Asturias defendió a su país, a sus pobres, a sus mendigos del Portal, El Mosco, El Pelele, El Patahueca, La Masacuata y la niña Fedina en contra del tirano, del dictador, del Señor Presidente. Asturias siempre estuvo del lado de
los patarrajadas, los de a pie, los que beben pozol y cargan a su recién nacido en maravillosos bordados que luego los gringos compran por una bicoca, Miguel Ángel Asturias se dedicó a escucharlos. De ahí salieron sus Leyendas de Guatemala, sus Hombres de maíz, sus poemas, ahora traducidos a tantos idiomas.
El pasado 19 de octubre se cumplieron 49 años de la concesión del
Premio Nobel de Literatura al único centroamericano considerado por el
jurado, ya que en América Latina sólo le ha sido concedido a Gabriela
Mistral, a Pablo Neruda (ambos chilenos), a Octavio Paz (mexicano), a
Gabriel García Márquez (colombiano) y a Mario Vargas Llosa (peruano y
español). Ahora, la sufrida Guatemala (para mí la de Alaide Foppa)
prepara grandes festejos para 2017 a medio siglo de la distinción. En
1967, cuando Asturias obtuvo el Premio de la Academia Sueca, era el
segundo latinoamericano en recibirlo, antes lo había hecho la chilena
Gabriela Mistral (1945).
Miguel Ángel Asturias Amado, hijo del novelista, declaró a El País que
su padre no siempre fue profeta en su tierra. Después del golpe de
Estado de 1954 (patrocinado por la CIA) le quitaron la nacionalidad
guatemalteca “y tuvo que viajar con un pasaporte de ‘no argentino’
otorgado por el gobierno de aquella nación sudamericana (…). La CIA lo
persiguió toda la vida y durante décadas los diarios guatemaltecos
tenían prohibido hablar de él”.
A su hijo menor, Rodrigo Asturias Amado, guerrillero que tomó el
nombre de un personaje de la novela de su padre, el indígena Gaspar
Ilom, de la novela Hombres de maíz, candidato a la presidencia
de Guatemala en 2003, lo conocí cuando trabajaba en la editorial Siglo
XXI, de Arnaldo Orfila Reynal. Lo mismo atendía la puerta que acomodaba
sillas o discutía con Orfila algún libro o algún acontecimiento
político. Modesto, inteligente y guapo, lo quise y admiré mucho.
Cuando entrevisté a Miguel Ángel Asturias, en noviembre de 1966, se
hospedaba en casa de Alaíde Foppa y Alfonso Solórzano, porque Alaíde,
solidaria como pocas, abría las puertas de su casa y de su corazón a
todos los centroamericanos que llegaban a México. A 49 años de que
Miguel Ángel Asturias recibiera el Nobel, rescato aquella conversación
como homenaje a uno de los seis Premios Nobel de Literatura que ha dado
América Latina al mundo.
–Señor Asturias, ¿usted cree que a partir de El señor Presidente y de su generación hay en América Latina novelistas dignos?
–Desde luego que los hay. El concepto de la fama es absolutamente
elástico y no hay un cartabón en que se pueda medir la fama o la no
fama.
–Pero la fama depende de la mayor o menor difusión de una obra ¿o no?
–Justamente, y en lo que toca a América Latina: los libros circulan
con mucha dificultad. Un novelista, un poeta, necesita años para ser
reconocido. Piense usted que un libro que se publica en Buenos Aires,
llega a México –cuando llega, y si es que llega– ocho meses después. Yo
reto a cualquiera a que me cite seis o siete novelistas bolivianos, que
los hay y muy importantes, y que no son conocidos no porque no sean
dignos de fama, sino por el hecho mismo de que no circulan sus libros.
En Bolivia hay un novelista que me parece sumamente importante y digno,
Jesús Lara, que escribió una novela admirable, Yanacuna. Cuando hablo de Yanacuna
me doy cuenta de que nadie la conoce. ¿Por qué? Porque ha sido
publicada en La Paz, en Cochabamba, y no ha alcanzado mayor difusión.
Por eso relaciono la fama con la posibilidad de difusión de los libros.
–¡Usted es muy famoso!
–Hay novelistas que hemos tenido la suerte de que nuestras novelas
circulen más, pero esto se debe a circunstancias de orden de vida,
porque visitamos más países, nos movemos más y esto hace que se conozcan
más nuestros libros.
–¿A poco usted viaja con un baúl lleno de libros suyos para ir
repartiéndolos en los países que visita? Está usted siendo demasiado
modesto. Un buen libro siempre tiene una buena recepción. Pero en
América Latina hay muy pocos libros, ¿o no?
–No. Hay muchísimos. Podríamos citar infinidad de nombres. Don Segundo Sombra es una novela que cuenta con toda mi admiración. Uno de los libros que yo hubiera querido escribir es Pedro Páramo, de
Juan Rulfo. Me parece admirable. Es un libro que, fíjese usted, ha ido
rompiendo paulatinamente todas las barreras en América Latina.
–Pero, ¿no cree usted, señor Asturias, que las novelas de América
Latina que han tenido éxito son las que tocan nuestros problemas?
–Sí, allí está José Eustacio Rivera que toca el enorme problema no
sólo de la selva sino también el problema (menos vigente en la
actualidad) de los
enganchados. Rómulo Gallegos, así como Eustacio Rivera, y el paraguayo Roa Bastos y el argentino Varela, autor de El río oscuro, han mostrado un poco el sistema que se usa para
enganchara los hombres y llevarlos a trabajar casi como esclavos a las minas, a las zonas chicleras, etcétera. Se pone una marimba en una plaza pública, se embriaga a 198 hombres, se llevan mujeres públicas y después, en medio de la fiesta, se les hace firmar contratos para ir a trabajar a los cauchales, las plantaciones, los yerbatales en el Sur. La gente, ya ebria, firma o pone su dedo pulgar y quedan
contratados, o sea
enganchados, obligados a trabajar durante quién sabe cuánto tiempo. Por eso el tipo de la novela de los enganchados, por la circunstancia misma del problema, ha tenido una gran difusión.
–¿Y El señor presidente?
–En el caso de El señor presidente debemos decir que como en América Latina la enfermedad de la dictadura sigue vigente, la novela va teniendo vigencia.
¿Qué horas son? Las que usted diga, señor presidente.Es curioso, pero el presidente es un poco el termómetro de nuestras democracias. Cuando el presidente empieza a transformarse en dictador, los libreros empiezan a ocultar mi libro. Desaparece de los escaparates, lo guardan en la trastienda y un buen día lo esconden y sólo se lo venden a ciertos amigos. Por eso mismo El señor presidente ha adquirido gran difusión por la circunstancia política que vive América Latina.
–¿Y ahora El señor presidente está escondido en la trastienda o en circulación? ¿Está tapado o destapado?
–Creo que en algunas partes debe estar tapado. Por ejemplo, en
Nicaragua no creo que circule mucho, y en Paraguay, con el monstruoso de
Alfredo Stroessner, desde luego que no. Él es una vergüenza para
América Latina.
–¿Y en Guatemala y México?
–Creo que en todos los demás países está presente El señor presidente…
(Ahora los archivos de Asturias y su biblioteca personal, que consta
de 3 mil 200 escritos, se encuentran en el Archivo General de
Centroamérica, en la ciudad de Guatemala, uno de los pocos que no han
sido comprados por universidades estadunidenses.)
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