Immanuel Wallerstein
Periodico La Jornada
El término
naciónha tenido muchos y muy diferentes significados a lo largo de los siglos. Pero en los días que corren, y más o menos desde la Revolución Francesa, el término se ha vinculado al Estado, como en
Estado-nación. Según este uso,
naciónse refiere a aquellos que por derecho son miembros de la comunidad localizada dentro de un Estado.
Si quienes forman una nación dan pie a la creación de un Estado, o si
es el Estado el que crea la categoría de la nación y por tanto los
derechos que operan dentro del Estado, es un debate que lleva mucho
tiempo vigente. En mi caso, pienso que los Estados crean las naciones y
no al revés.
Sin embargo, el punto es por qué crean naciones los Estados, y cuál debería ser la actitud de la
izquierdaante el concepto de la nación. Para algunos de izquierda, el concepto de nación es el gran ecualizador. Es la afirmación de que todos (o casi todos) tienen el derecho a una plena e igualitaria participación en la toma de decisiones del Estado, en oposición a que solamente una minoría (por ejemplo la aristocracia) tenga derechos a una plena participación. Hoy, a esta visión de la nación la llamamos
jacobina.
El jacobinismo da pie a la categoría de ciudadano. Las personas son ciudadanas por derecho de nacimiento y no por algún origen
étnicoparticular o por una religión particular o cualquier otra característica que se les atribuyan otros, o sea atribuyan ellas mismas. Los ciudadanos tienen los votos (desde cierta edad). Cada ciudadano tiene un voto. Todos los ciudadanos son por tanto iguales ante la ley.
Según esta percepción de la ciudadanía, es crucial considerar a todos
los ciudadanos como individuos. Es crucial suprimir la idea de que hay
grupos que podrían ser intermediarios entre el individuo y el Estado. De
hecho, como lo podría sugerir una visión más rígida de la nación, es
ilegítimo que esos otros grupos existan: todos los ciudadanos deben
utilizar el lenguaje de la nación y ningún otro; ningún grupo político
puede tener sus propias instituciones; no pueden ejercerse otras
costumbres que las de la nación.
En la práctica, por supuesto, la gente es parte de muchos, muchos
grupos que constantemente reivindican sus demandas de participación y
lealtad por parte de sus miembros. También, en la práctica, y a veces a
guisa de tratamiento igual para todos los ciudadanos, hay innumerables
modos en que los derechos iguales para todos los ciudadanos pueden
acotarse.
La idea de una ciudadanía puede llegar a definirse primordialmente
como el sufragio. Y existen múltiples limitaciones al acceso al
sufragio. La más obvia y numéricamente importante es el sexo. El
sufragio, por ley, era sólo para los hombres. Con frecuencia se han
puesto límites por ingreso, poniendo el requisito de un ingreso mínimo
para votar. También se ha limitado el sufragio por raza y religión o
debido al número de generaciones de ancestros que han residido en un
Estado. El resultado neto, es que eso que fue concebido originalmente
como el gran ecualizador de hecho no abrazó a todos; ni siquiera a la
mayoría de las personas. Con frecuencia abrazó a un grupo bastante
reducido.
Para los jacobinos que se piensan a sí mismos como la izquierda, la
solución fue luchar en pro de la expansión del sufragio. Y con el
tiempo, este esfuerzo rindió frutos. El sufragio sí se ha expandido a
más y más personas. No obstante, de algún modo, esto no logró el
objetivo de hacer que todos los ciudadanos, todos los miembros de la
nación, gozaran de un acceso igual a los supuestos beneficios de la
ciudadanía –educación, servicios de salud, empleo.
Debido a esta realidad de continuas desigualdades, surgió una visión
contra-jacobinade la izquierda. Esta visión contra-jacobina no vio a la nación como la gran ecualizadora, sino como la gran hipnotizadora. La solución no era luchar por suprimir a los otros grupos, sino alentar a todos los grupos a reivindicar su valía como modos de vida y modos de una conciencia propia. Las feministas insistieron en que no se trataba solamente de que las mujeres obtuvieran el sufragio, sino de que las mujeres lograran el derecho a tener sus propias organizaciones y su propia conciencia. De igual modo se pronunciaron las comunidades de grupos étnicos o raciales, las llamadas minorías.
El resultado ha venido a ser que la izquierda no tiene una única
visión de la nación. ¡Muy por el contrario! La izquierda está desgarrada
entre visiones profundamente confrontadas de la nación. En la
actualidad esto ocurre de muchos modos. Uno de ellos es el carácter
explosivo de las demandas relacionadas con el género, la construcción
social de lo que alguna vez se pensó que eran fenómenos genéticos. Pero
una vez involucrados en la construcción social, no existen límites
obvios a los derechos de las subcategorías, previamente definidas o en
proceso de tener existencia social.
Si el género está estallando, también lo es la indigenidad. Lo
indígena es también una construcción social. Se refiere a los derechos
de aquellos que vivieron en ciertas áreas físicas con anterioridad a
otros (los
migrantes). Si lo empujamos lo suficiente, cada persona individual es un migrante. Si lo discutimos razonablemente, hay en la actualidad grupos sociales importantes que saben que viven en grupos significativamente diferentes de aquellos que ejercen el poder en el Estado, y por tanto buscan mantener a sus comunidades con sus actuales modos importantes de vida en vez de perder los derechos que les brindan sus fronteras debido a que la nación reivindica los derechos de una nación.
Una última ambigüedad. ¿Es de izquierda ser internacionalista o
mundialista, o es de izquierda ser nacionalista contra la intrusión de
las poderosas fuerzas del mundo? ¿Es conciencia de clase oponerse al
nacionalismo o respaldar la resistencia nacional contra el imperialismo?
Uno podría salirse de este debate por la vía fácil sugiriendo que la
respuesta varía de lugar en lugar, de momento a momento, de situación a
situación. Pero éste es precisamente el problema. A la izquierda global
le resulta muy difícil confrontar estos puntos directamente y arribar a
una actitud razonada y políticamente significativa hacia el concepto de
la nación. Dado que en la actualidad se supone que el nacionalismo es el
compromiso emocional más fuerte de los pueblos del mundo, el que la
izquierda global no pueda entrar en un debate interno colectivo de un
modo solidario, le resta capacidad para ser un actor principal en la
escena mundial.
La Revolución Francesa nos legó un concepto que se suponía iba a ser
el gran ecualizador. ¿Acaso nos legó una píldora venenosa que podría
destruir a la izquierda global y por tanto al gran ecualizador? Es muy
urgente una reunificación intelectual, política y moral de la izquierda
global. Requerirá un mucho mayor sentido del dar y recibir de lo que han
estado mostrando los actores principales. Hasta ahora no hay una
alternativa seria.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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