Ángel Guerra Cabrera
El giro a la derecha y al 
neoliberalismo 3.0 en la mayoría de los países de América del Sur está 
ejerciendo una considerable influencia en favor de los intereses 
imperialistas de Estados Unidos en América Latina y el Caribe. Esta 
voltereta, que encuentra y encontrará creciente resistencia popular, 
está marcada por una actitud genuflexa ante Washington de los gobiernos 
de Chile, Argentina, Paraguay,  Ecuador, Colombia y, por supuesto, 
Brasil. Todos ellos enjaezados, como si fuera un paseo por un jardín, al
 carro de guerra trumpiano contra Venezuela.
El encuentro entre Bolsonaro y Trump en la Casa Blanca lo pone de 
relieve, con ribetes de grotesca caricatura. No ahorraron palabras ni 
gestos de mutua admiración el visitante ni el anfitrión. Bolsonaro no 
podía creer el verse junto a Trump en la mismísima Casa Blanca. Recibido
 nada menos que por quien ha proclamado su modelo, rebosaba felicidad 
por todos los poros. Debe considerarse que Steve Bannon, el activista 
principal de la internacional ultraderechista The Movement, fue quien 
dirigió la campaña de ambos en las redes digitales. Bannon fue acogido 
en la embajada de Brasil en Washington por el político carioca en una 
cena a la que también asistió su referente intelectual, el astrólogo 
Olavo de Carvalho, uno de los creadores del acomodaticio término 
marxismo cultural, además de renombrados personajes de la ultraderecha 
estadunidense. Fue en esa cena donde Bolsonaro espetó: 
yo siempre soñé con liberar a Brasil de la ideología de izquierda. Y añadió:
caminábamos hacia el socialismo y el comunismo. Fuera de este baño de ideología derechista el ex militar parece regresar con las alforjas vacías.
La dictadura militar brasileña, que Bolsonaro se ufana de admirar, 
aunque le reproche no haber matado más, nunca llegó al grado de 
obsequiosidad y supeditación a Washington que ha mostrado el capitán de 
la reserva. Ha sido público y notorio el descontento en la cúpula del 
ejército brasileño y al menos de parte del generalato, por  la  entrega 
de la base aeroespacial militar de Alcántara para lanzar satélites 
 puntillosamente denominados 
comercialesen las notas oficiales, como si las trasnacionales espaciales estadunidenses y el Pentágono no fueran casi la misma cosa. Los mandos del ejército brasileño son extremadamente conservadores, pero se oponen a una intervención militar en Venezuela y, al parecer, esa es su raya roja con el presidente Bolsonaro.
Al hacer su primera visita oficial a Washington en lugar de a Buenos 
Aires, como fue la norma durante décadas, Bolsonaro dio una puñalada por
 la espalda a Argentina, pero no conforme, le asestó una segunda al 
comprometerse a comprar anualmente a la potencia del norte 750 mil 
toneladas de trigo libres de aranceles, sin molestarse siquiera en 
anunciarlo a los señores del agronegocio en Argentina ni al Mercosur, lo
 que ha ocasionado ya airadas reacciones al otro lado del río de la 
Plata.
En la primera visita de un presidente de Brasil a la CIA se discutió 
el tema de la base de Alcántara y uno puede imaginar cuánto se habrá 
hablado sobre Venezuela y Cuba. Después de su reunión con el capitán, 
Trump dejó muy claro cuáles son las prioridades de ambos: “Hoy hablamos 
sobre Venezuela. Brasil ha liderado el proceso de retorno de ese país a 
la democracia. Fue una de las primeras naciones en reconocer al legítimo
 presidente Juan Guaidó… Los militares venezolanos deben cesar su apoyo a
 Maduro, que es una marioneta de Cuba”. La muy errónea mirada a la 
verdadera situación política de Venezuela y Cuba predominante en la 
pandilla de maleantes y fanáticos que maneja la política de Estados 
Unidos hacia América Latina podría llevar a consecuencias trágicas. 
Estos personajes no conciben la existencia de sólidos valores culturales
 y políticos en los pueblos. Mucho menos en los de Venezuela y Cuba, que
 han demostrado un patriotismo, una conciencia de su papel en la 
historia y una capacidad de resistencia pocas veces vistos en la 
historia de la lucha antimperialista. Todo lo que se le ocurre a la 
pandilla es redoblar las mismas recetas de sanciones y más sanciones que
 ya demostraron su fracaso a lo largo de seis décadas.
Calcularon mal el resultado del 23F con su desvergonzada ayuda 
humanitaria, del sabotaje terrorista contra el sistema eléctrico, que ellos imaginaban bastarían para derrumbar a Maduro. No pueden entender que Venezuela y Cuba sí están de verdad entre los países más democráticos del mundo y, por consiguiente, ni comprenden el sincero fervor democrático del chavismo con el que Maduro ganó limpiamente la presidencia, ni el referendo constitucional, Cuba, hecha un gran Parlamento, en el que la isla ratificó su rumbo socialista y su voluntad de cuidarlo y mejorarlo.
Veremos quién se cansa primero. Si Estados Unidos y la derecha con su
 dogma injerencista, o los pueblos, que llevan la llama bolivariana de 
la lucha en el corazón. Apuesto por los pueblos.
Twitter: @aguerraguerra
 

 
 
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