En Honduras la búsqueda de justicia y el fin de la impunidad van de la mano con la imperiosa exigencia de verdad
Rel-UITA
Uno de los lugares 
más tenebrosos donde cientos de personas fueron torturadas, ultrajadas, 
asesinadas, desaparecidas, se encuentra en el municipio de Amarateca y 
está siendo rescatado por el Cofadeh [1]) para convertirlo en Museo de 
la Memoria.
Hernán Guevara Gutiérrez tiene 82 años y es un 
sobreviviente de la “Casa del Terror”. Aunque la memoria comience a 
fallarle, aquellos días de 1982, cuando en Honduras se aplicaba la 
Doctrina de Seguridad Nacional impuesta por Estados Unidos, los tiene 
bien marcados en su alma.
La familia de Hernán era acaudalada. 
Poseía varias propiedades y mucha tierra. Siguiendo el ejemplo de su 
padre decidió “estar del lado de los pobres”, algo que a oligarcas y 
militares nunca les ha gustado.
Se involucró en la reforma 
agraria. A menudo visitaba a los campesinos y también se dio a la tarea 
de organizarlos para que reclamaran la tierra y defendieran sus 
derechos.
A sus trabajadores siempre les ofreció condiciones 
dignas de vida y de trabajo. Cuando el gobierno decidió expropiar parte 
de sus tierras, Hernán prefirió donárselas directamente a ellos.
Esta
 actitud le acarreó muchos problemas y, tanto los terratenientes de la 
zona como los gobiernos ultraconservadores coludidos con los militares, 
comenzaron a tildarlo de comunista.
“Yo no era comunista. 
Simplemente ponía en práctica las enseñanzas de mi padre”, dijo Hernán 
Guevara durante el testimonio que brindó a La Rel.   
El secuestro y la prisión
En
 1982, Hernán fue secuestrado. Unos agentes lo engañaron diciéndole que 
lo acusaban de haber chocado un auto. Cuando entró a la posta de policía
 fue capturado, amarrado, vendado y llevado a un lugar desconocido.
Su familia comenzó a buscarlo. Su mamá se presentaba a la posta de policía, mandaba cartas, pero todo era inútil.
Hernán
 se encontraba en una casa en el municipio de Amarateca, a unos 30 km de
 la capital, propiedad de un alto mando militar, convertida en lugar de 
tortura y muerte.
Tres décadas después ayudaría al Cofadeh a detectar el lugar de sus más grandes pesadillas.
“Me
 mantenían encerrado en un baño, vendado y desnudo. Casi no me daban 
comida y sólo lograba beber el agua del inodoro. Todos los días me 
golpeaban, me tiraban al suelo y me pateaban. También encendían un 
ventilador a máxima velocidad para que me deshidratara más rápido”, 
recuerda.
La casa y el patio estaban repletos de personas que sufrían toda clase de tortura y vejaciones.
También
 había muchos salvadoreños. Hernán recuerda que de repente los montaban 
en vehículos o camiones y nunca más se sabía de ellos.
“Pasé
 más de un mes en estas condiciones. Había perdido la esperanza y 
solamente esperaba que acabaran conmigo. Casi llegué a pedirles que lo 
hicieran porque ya no aguantaba tantos golpes, tanto sufrimiento”, 
agregó.   
¡Libre por fin!
Una
 noche llegaron unos guardias armados, lo obligaron a ponerse la ropa 
ensangrentada de otro prisionero y a montarse a un vehículo. Hernán 
sabía que lo iban a matar.
Fue un viaje largo. Se metieron por un
 camino de tierra y finalmente pararon el vehículo en las afueras de 
Ocotepeque. Lo hicieron bajar y lo tiraron al suelo con una gran patada.
Fue en este preciso momento que escuchó la voz de un hombre.
“No
 entendí bien qué estaba pasando, pero este hombre les ordenó a los 
guardias que no me volvieran a tocar y que me dejaran libre. Ellos 
obedecieron y se fueron. Tiempo después supe que se trataba de un 
militar de mayor rango apodado el ‘Coyote’, amigo de mi hermano Juan. 
¡Me salvó la vida!”, recordó Hernán Guevara.
Casi sin fuerza y 
todavía conmocionado Hernán volvió a nacer. Caminó y caminó hasta llegar
 a un caserío donde le ofrecieron algo de comer.
Después de 
un largo peregrinaje para evitar los retenes militares fue reconocido 
por un amigo que avisó a la familia en Choluteca. Tuvo que esconderse 
por un tiempo y luego logró salir del país.   
Museo de la memoria
Aunque
 fuera muy duro revivir tanto dolor y sufrimiento, el testimonio de 
Hernán y de otros sobrevivientes fue fundamental para que se ubicara el 
lugar exacto en Amarateca.
Aquella casa ahora es propiedad del Cofadeh, que quiere convertirla en Museo de la Memoria.
Todavía
 en Honduras exigen justicia para 184 desaparecidos y para miles de 
personas que fueron asesinadas en los años 70 y 80. La impunidad es 
total y absoluta.
Honduras fue el primer Estado condenado por la 
Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) por la desaparición
 forzada de dos dirigentes populares.
“Es una historia que 
me ha marcado para siempre. Lo más triste es ver que casi nada ha 
cambiado. Lo que pasa hoy es prácticamente igual a lo que pasaba en 
aquellos años”, concluyó Hernán Guevara.
Nota:
[1] Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras 
Fuente: Rel-UITA
 

 
 
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