
La
 Organización Internacional del Trabajo (OIT) inauguró las festividades 
que marcarán su centenario a lo largo de este año 2019 y dio a conocer 
las bases del informe que con el objetivo de medir los desafíos que se 
avecinan encomendó hace dos años a una Comisión de expertos 
independientes sobre el futuro del trabajo.
Lo que 
sorprende del trabajo comenzado es que en la ausencia del mundo real de 
la informalidad, la fragmentación del empleo y el trabajo no pagado 
directamente, el informe naufraga con recomendaciones con un mundo que 
ya no existe, todo resumido en un fondo de emergencia ambiental
Inicios y presente
Tal
 vez sea un hecho poco conocido, que la organización del trabajo nació 
en Versalles. De hecho, la Conferencia de Paz estableció una Comisión 
sobre el derecho internacional del trabajo y le ordenó que desarrollara 
la Constitución de una organización internacional permanente. El 
contexto, era por entonces importante para dar una respuesta creíble a 
la "cuestión del trabajo", aunque el objetivo apenas velado estaba 
dirigido en particular para contener el riesgo de la 
internacionalización de la revolución comunista de 1917 que parecía 
instalarse en Alemania.
Un siglo después, el contexto es 
totalmente diferente. Con el fin de medir los desafíos que se avecinan, 
la OIT encomendó a una Comisión de expertos independientes hace dos años
 que pensara en el futuro del trabajo.
Copresidida por el 
mandatario de Sudáfrica Ciryl Ramaphosa y el primer ministro de Suecia 
Stefan Löfven, la Comisión propone una visión de un programa centrado en
 las personas, basado en la inversión en las capacidades de los 
individuos, las instituciones laborales y en el trabajo decente y 
sostenible. Entre las diez recomendaciones se encuentran:
-Una
 garantía universal de empleo que proteja los derechos fundamentales de 
los trabajadores garantice un salario que permita un nivel de vida 
digno, horas de trabajo limitadas y lugares de trabajo seguros y 
saludables.
-Una protección social garantizada desde el 
nacimiento hasta la vejez que atienda las necesidades de las personas a 
lo largo de su ciclo de vida.
-Un derecho universal al 
aprendizaje permanente que permita que las personas se formen, adquieran
 nuevas competencias y mejoren sus cualificaciones.
-Una 
gestión del cambio tecnológico que favorezca el trabajo decente, incluso
 a través de un sistema de gobernanza internacional de las plataformas 
digitales de trabajo.
-Mayores inversiones en las economías rurales, verdes y del cuidado.
-Una agenda transformadora y mensurable a favor de la igualdad de género.
-La reestructuración de los incentivos a las empresas a fin de estimular las inversiones a largo plazo.
Este
 informe es el resultado de un examen realizado a lo largo de 15 meses 
por los 27 miembros de la Comisión Mundial, constituida por destacadas 
personalidades del mundo empresarial, laboral y académico, grupos de 
reflexión y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.
La contracara del informe
Aquellos
 que esperaban una visión ambiciosa se decepcionarán. El genio de cada 
experto parece haber disminuido, por no decir silenciado, en este 
trabajo grupal, ya que el punto de partida y el estado de la realidad 
están ausentes del informe. Como resultado, el texto flota en la 
ambigüedad de las buenas intenciones y se hace evidencia misma la falta 
de cemento en el hormigón del trabajo humano a comienzos del siglo XXI.
Si
 bien la definición de trabajo adoptada por la OIT abarca toda actividad
 relacionada con la producción de bienes, servicios individuales y 
colectivos, el texto de la Comisión sólo se ha centrado en el trabajo 
remunerado. Deja por fuera dos universos socioeconómicos importantes: 
por un lado, trabajo remunerado en otros contextos como salarios 
(independiente e informalidad) y el trabajo que tiene lugar sin (plena) 
remuneración directa – como el trabajo doméstico
Recordemos
 que el trabajo doméstico tan importante en volumen como el trabajo 
remunerado,– según la OIT, estimaba a 67 millones de personas – es otro 
aspecto en que la Comisión no aborda realmente, excepto cuando habla del
 mundo rural en los países en desarrollo. Este silencio tal vez sea 
menos sorprendente porque esta actividad escapa a toda estadística seria
 de trabajo, de la misma forma que es ignorada por las estadísticas de 
producción.
Las estadísticas de la OIT demuestran que, a 
nivel mundial, la ganancia salarial es menos de la mitad del trabajo 
remunerado. Si corresponde al 85% de los "puestos de trabajo" (en 
sentido estadístico) en los países de ingresos altos, la proporción 
recae en el 25% en los países menos adelantados, donde el servicio 
público es el principal proveedor de este tipo de trabajo.
El
 resto es responsabilidad de los trabajadores autónomos y de los 
miembros de la familia. Incluso si la Comisión pide la ampliación del 
diálogo social, el aprendizaje permanente, la cobertura universal de la 
seguridad social, las condiciones de trabajo decente y la garantía de un
 salario digno para todos, es una brecha abismal en el contexto actual 
de la locura capitalista.
El 82% de la riqueza mundial 
generada durante 2018, fue a parar a manos de 26 multimillonarios, el 1%
 más rico de la población mundial, mientras que el 50% más pobre – 3.700
 millones de seres humanos- no se benefició lo más mínimo de dicho 
crecimiento, según el reciente Informe de Oxfam.
En 
realidad, el informe de los expertos propone la ampliación al mundo de 
un modelo que se está agotando en la mayoría de los países como 
resultado de la "uberización" y la fragmentación del trabajo.
Aunque
 esté plenamente comprendida en la definición de la labor adoptada por 
la propia OIT, la Comisión del centenario de la OIT no agota (y lejos 
está de hacerlo) el problema del futuro del trabajo. Destaca además que 
la inteligencia artificial, la automatización y la robótica darán lugar a
 una pérdida de empleos, en la medida que las competencias se volverán 
obsoletas.
Sin embargo, muchos son los que piensan que 
estos mismos avances tecnológicos, junto a la ecologización de las 
economías, también crearán millones de empleos, si se aprovechan las 
nuevas oportunidades.
Este tipo de diálogo social “puede 
contribuir a que la globalización nos beneficie a todos”, declaró el 
primer ministro sueco y copresidente de la Comisión Mundial, Stefan 
Löfven. “El mundo del trabajo experimenta grandes cambios que crean 
numerosas oportunidades para más y mejores empleos. Pero los gobiernos, 
los sindicatos y los empleadores necesitan trabajar juntos a fin de 
hacer que las economías y los mercados laborales sean más inclusivos”, 
añadió.
Todo este tufillo de las festividades del 
centenario de la OIT tiene mucho sabor a la conciliación de clases, 
cuesta aun admitir, sin tratarnos de trasnochados, que la lucha de 
clases es un fenómeno que se refiere al eterno conflicto entre las dos 
clases sociales existentes, entre los que producen y los que no 
producen, entre los que sin trabajar se adueñan de la producción y 
excluyen a los que trabajan.
Es la lucha entre 
explotadores y explotados; entre esos 26 multimillonarios, que destacan 
los informes, entre ese 1% más rico de la población mundial, que abarca 
la misma riqueza de 3.700 millones de seres humanos.
La 
lucha de clases, es decir, la lucha entre el trabajo y el capital no es 
en absoluto un concepto que pertenece al pasado. En un mundo de 
creciente desigualdad, es una realidad más pertinente que nunca.
Con
 la victoria del neoliberalismo, los gobiernos han dejado de actuar como
 mediadores entre el capital y el trabajo con el objetivo de mitigar la 
desigualdad. Por lo tanto, los sindicatos que todavía sólo se basan en 
la idea de asociación, a menudo son incapaces de librar luchas 
ofensivas. En el mejor de los casos, luchan por mantener el statu quo y,
 aun así, la mayoría de las veces no tienen éxito.
Por 
ello se genera un sentimiento, cuasi una necesidad urgente de que se 
escuchen otras voces en 2019 y puedan proporcionar a la organización con
 sede en Ginebra otros análisis y otras hipótesis de trabajo con el fin 
de enfrentar el mundo real de la informalidad, la fragmentación del 
empleo y el trabajo no pagado directamente, todo en un fondo de 
emergencia ambiental. Inteligencia Artificial si, robotización sí, …pero
 aquello de la justicia social ¿dónde queda?
Eduardo Camín
 Periodista
 uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la 
ONU en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis 
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
https://www.alainet.org/es/articulo/197859  
 
 
 
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