Estados Unidos ha dejado de
ser una república. Se convirtió en un imperio hace ya varias décadas. Y
una parte crítica de su poderío se sustenta en el papel de moneda
hegemónica que mantiene el dólar.
La divisa estadunidense comenzó su carrera ascendente en la primera
mitad del siglo XX. Durante muchos años su principal contrincante fue la
libra esterlina, cuya hegemonía había durado más de un siglo. Pero la
libra empezó a declinar con la erosión del imperio británico y la
preeminencia del dólar se reafirmó con el régimen monetario establecido
al finalizar la segunda guerra mundial.
Para que una moneda aspire a la hegemonía debe ser la divisa más
utilizada como reserva internacional. Además, debe tener amplia
aceptación como medio de pago en transacciones internacionales y debe
fungir como unidad de cuenta en los mercados internacionales de capital y
en los más importantes mercados de divisas.
Los productos estratégicos más importantes del mundo, como
energéticos y otros del complejo minero y agroalimentario, deben estar
cotizados en esa moneda. Todas estas funciones se encuentran íntimamente
relacionadas y pueden fortalecerse unas a otras.
Desde 1945 el dólar estadunidense ha desempeñado el papel de moneda
hegemónica en el plano internacional, pero periódicamente surgen
cuestionamientos sobre la duración de este régimen monetario. La
aparición del euro en 1999 y los llamados en 2010 de funcionarios del
banco central de China para apartar al dólar de ciertas actividades, han
alimentado la idea de que el reinado del dólar estadunidense estaría
concluyendo. La crisis financiera de 2008 generó gran inquietud sobre el
futuro de la hegemonía del dólar.
Sin embargo, en casi todos los renglones el dólar sigue manteniendo
su posición hegemónica. De las reservas mundiales en divisas 62.7 por
ciento está constituido por dólares o títulos denominados en esa moneda,
mientras las reservas en euros, el competidor más cercano, representan
20 por ciento del total. Por otra parte, de las divisas extranjeras que
circulan por el mundo, el dólar estadunidense sigue siendo la más
utilizada en transacciones en efectivo. El papel dominante del dólar se
basa en un fenómeno de rendimientos crecientes a la adopción, lo que es
un fenómeno típico de cualquier moneda exitosa. Entre más agentes en la
economía adopten el uso de esa moneda y la acepten como medio de pago,
más personas harán lo mismo en el futuro.
Los beneficios de ese estado de cosas no son despreciables. Se
calcula que las ganancias por señoraje de esta circulación de dólares
permite obtener a la Reserva Federal más de 40 mil millones de dólares
anuales, lo que es, en realidad, una cantidad modesta si se le compara
con las otras ventajas que la hegemonía confiere al poderío
estadunidense. La capacidad de imponer sanciones a países como Irán o
Venezuela, por ejemplo, y separarlos de los canales financieros globales
se basa en esta hegemonía, y, como dicen algunos analistas, es tan
amenazante como dos portaviones nucleares.
La realidad es que, quizás, en la fortaleza del dólar está el talón
de Aquiles del imperio. Así como la aceptación del dólar como medio de
pago conduce a una mayor adhesión al dólar como reserva de valor en un
proceso acumulativo, los signos de debilidad pueden conducir a una mayor
fragilidad en un proceso circular de agotamiento. Esos cambios pueden
tardar mucho menos de lo que se cree en tiempos normales. Una
combinación de acontecimientos podría traer cambios profundos en
cuestión de pocos años. La importancia del dólar en las transacciones
comerciales a escala mundial ha ido disminuyendo gradualmente, pero esa
tendencia podría acelerarse notablemente en los próximos años.
Hoy, los contendientes del dólar más fuertes son el euro y el yuan.
El euro sufrió un descalabro con la crisis de 2018, pero ha podido
sobrevivir. El yuan chino se fortaleció en 2016, cuando el Fondo
Monetario Internacional lo incluyó entre las divisas que sirven para
determinar el valor de los derechos especiales de giro. La creación del
mercado de futuros chino para el petróleo ha servido para dar un nuevo
aliento al yuan, aunque se mantiene su rezago frente al dólar. En
síntesis, la irritación europea por lo que se considera el privilegio
exorbitante de Estados Unidos, así como las aspiraciones de China, se
combinan para constituir la amenaza más seria para la hegemonía del
dólar. La próxima recesión podría debilitar el papel del dólar más allá
de los remedios que la Reserva Federal podría tratar de implementar.
Sin la hegemonía monetaria, el imperio estadunidense no podría
sostenerse. Así, aunque parezca paradójico, la preeminencia del dólar es
el talón de Aquiles de éste. Si el fin del imperio británico marcó la
terminación de la hegemonía de la libra esterlina, hoy la transición
hacia una nueva moneda dominante podría estar marcada por una causalidad
invertida: el final de la supremacía del dólar sería el crepúsculo del
imperio estadunidense.
Twitter: @anadaloficial

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