Elecciones presidenciales en El Salvador
Brecha
Con un discurso
anticorrupción y privilegiando la comunicación por las redes sociales,
Nayib Armando Bukele ha sacudido el escenario político salvadoreño. Las
últimas encuestas dan al empresario y ex alcalde como ganador de las
presidenciales en la primera vuelta el próximo domingo. Este político
heterodoxo, que no se ha querido definir ideológicamente, ha demostrado
ser un verdadero animal político que hoy amenaza con acabar con el
bipartidismo que ha dominado la política salvadoreña desde el fin del
conflicto armado.
En 1992 el gobierno salvadoreño de la Alianza
Republicana Nacionalista (Arena) y la guerrilla del Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (Fmln) firmaron unos acuerdos de paz
que pusieron fin a casi veinte años de conflicto armado y a 12 de guerra
civil declarada. Acuerdos que fueron históricos, en el sentido de que
abrieron un período de esperanza democrática cuando el militarismo salió
del poder después de alrededor de cuarenta y ocho años. Ingenuamente,
la sociedad salvadoreña pensó que, una vez terminada la guerra civil, el
juego de partidos iba a promover una sociedad más pacífica y
democrática de cara al nuevo milenio. Por desgracia, esto no ha sido
así: durante los últimos 27 años, el bipartidismo se ha establecido,
trasladando el conflicto armado a las campañas electorales y a las
urnas, y los epítetos de “oligarca”, “guerrillero”, “capitalista” y
“comunista” han sido utilizados por unos y otros para difamar y atacar a
los dos partidos políticos más grandes –Arena y Fmln–, los mismos que,
irónicamente, firmaron aquellos ejemplares acuerdos de paz.
Hoy
parece que finalmente el lenguaje de la Guerra Fría ha quedado en el
pasado, pues, para estas elecciones presidenciales, una nueva figura
política ha aparecido, prometiendo terminar con el bipartidismo. Su
nombre es Nayib Armando Bukele.
Este joven empresario, que
inició su carrera política en las filas del Fmln, ha logrado conquistar
facciones políticas descontentas de ambos partidos para lograr un apoyo
sin precedente: las más recientes encuestas le dan más del 50 por ciento
de la intención de voto en un sistema que requiere el 50 por ciento más
un voto para ganar, por lo cual el domingo 3 podría convertirse en el
próximo presidente del país en la primera vuelta de las elecciones.
Fenómeno político
Con 37 años, el candidato favorito es dueño de una distribuidora de
motocicletas y varias empresas publicitarias. Su padre fue un importante
miembro de la comunidad palestina en El Salvador y una figura pública
influyente, considerado un intelectual cercano a la gente. Por su perfil
de empresario y sus antecedentes, Bukele podría ser señalado como
simpatizante de la derecha, pero, de hecho, su incursión en la política
llegó con el Fmln, cuando fue elegido alcalde de un importante municipio
cercano a San Salvador entre 2012 y 2015. Entre 2015 y 2018 pasó a ser
alcalde de la capital salvadoreña con la promesa de rescatar el centro
histórico de la ciudad, que estaba hundida en suciedad y comercio
informal. En menos de tres años, consiguió lo que había prometido, y su
trabajo como alcalde lo precede y lo sitúa en la mirada pública como un
servidor público que cumple sus promesas.
Lo que algunos medios
de comunicación, nacionales e internacionales, han llamado “el fenómeno
Bukele” se explica por el desgaste de los partidos tradicionales (que
cargan con condenas por corrupción), por los retos que suponen los altos
índices de pobreza y violencia en El Salvador, pero también por cómo
Bukele ha desarrollado su campaña electoral; ha demostrado que sabe
explotar al máximo sus acciones a través de creativas y efectivas
estrategias publicitarias, y parte de su éxito se explica por su
heterodoxa forma de acercarse a la gente, principalmente a los jóvenes.
Una arena de problemas
Arena es un partido de derecha que logró configurarse –de la mano de
políticos anticomunistas guatemaltecos– como el segundo partido político
más importante para la década del 80. En 1989 logró llevar como
presidente a un empresario, Alfredo Cristiani, y firmar el histórico
acuerdo de paz. Después de las elecciones de 1994, donde Arena y el Fmln
se enfrentaron como partidos políticos en contienda electoral, ambos
sufrieron escisiones significativas. Una de las más importantes para la
derecha fue el caso de los diputados que en 2009 pasaron a formar el
partido Gran Alianza Nacional (Gana) debido a diferencias con la cúpula
de Arena. Este partido ha participado en las últimas elecciones para
diputados y alcaldes con relativa fortaleza, y es la tercera fuerza
política del país. Además, dos presidentes del país, Francisco Flores,
ya fallecido, y Antonio Saca, ambos de Arena, se encuentran actualmente
encarcelados por corrupción tras ser hallados culpables por
enriquecimiento ilícito mientras estaban en el poder entre los años 1999
y 2009. La credibilidad del partido Arena ha sido entonces puesta en
duda por la población y por la opinión pública. El partido se ha alejado
de los ex presidentes condenados y ha tratado de renovarse con hijos y
familiares jóvenes de los fundadores del partido.
Del lado del Frente
Si bien la derecha ha sido acusada de enriquecimiento ilícito y de
emplear a familiares de los gobernantes en puestos de gobierno clave, e,
incluso, sin la preparación necesaria, la izquierda sufrió de males muy
parecidos.
El Fmln fue también constituido en 1980, como fruto
de cinco organizaciones guerrilleras con diferentes enfoques de
izquierda, desde los ideales de liberación nacional hasta el comunismo.
Una vez terminada la guerra civil salvadoreña en 1992, el Fmln se
convirtió en un partido político legalmente establecido. Ese proceso
llevó a que algunos miembros renunciaran al Frente. Años después, con la
aparición, entre 2004 y 2005, de una facción del Fmln conocida como
“los renovadores”, que eran señalados como poco ortodoxos y
“oportunistas”, se generó una división de la izquierda que debilitó al
partido como institución, aunque en el corto plazo fue capaz de
recuperarse de la crisis. Para 2009, y después de 30 años de gobiernos
de derecha, el partido de izquierdas logró llegar a la presidencia en un
proceso histórico que combinó su caudal de votos fieles con la fuerte
personalidad de un periodista salvadoreño con mucha simpatía, Mauricio
Funes. Como presidente, Funes denunció abiertamente casos de corrupción
de los gobiernos de Arena y fue muy crítico de la forma en la que se
había gobernado el país. Sin embargo, una vez fuera del poder en 2014,
fue señalado de enriquecimiento ilícito. En consecuencia, el primer
presidente de la izquierda en la historia de El Salvador decidió
exiliarse en Nicaragua y denunciar persecución política. En enero de
2019 se sumaron dos órdenes de captura contra Mauricio Funes; su caso
sigue abierto.
Pobreza y marginación
Las condenas
de los tres ex presidentes salvadoreños por casos de corrupción ha
permitido que la opinión pública se exprese y condene libremente estos
casos. Ambos partidos pagaron el precio de la corrupción con pérdidas de
simpatizantes y votantes.
Sumado a estos problemas, los
salvadoreños señalan a ambos partidos políticos por su incapacidad para
resolver problemas estructurales de la sociedad, como la pobreza y la
falta de oportunidades de empleo. Muchos salvadoreños consideran hoy que
la guerra civil y los Acuerdos de Paz debieron haber resuelto las
inequidades sociales, así como haber creado oportunidades de empleo y
emprendedurismo. Estas deudas se siguen resintiendo y reclamando a ambos
partidos. En un país que crecía alrededor del 6 por ciento anual en la
primera mitad de la década del 90, los estimados de crecimiento del 2
por ciento actuales son muy bajos, eso sin contar la tasa negativa de
2009 (cuando el crecimiento fue de -3,1 por ciento), justo en la
transición entre los gobiernos de izquierda y derecha.
El
problema de la pobreza y falta de oportunidades ha llevado también a la
migración masiva de salvadoreños hacia Estados Unidos, generando una
dependencia de las remesas familiares que alcanzaron los 2.200 millones
de dólares en 2018 (El Salvador está dolarizado desde el 2000).
El 34 por ciento de los hogares del país se declararon en pobreza en
2016, lo que equivale a 2,5 millones de personas en un país de poco más
de 6,5 millones de habitantes.
En el mundo de las maras
A la pobreza se une otro problema social importante, que ha alimentado
titulares de medios en el mundo: las pandillas salvadoreñas. Conocidas
como “maras”, las pandillas en El Salvador son un fenómeno trasnacional
que acompaña la falta de oportunidades y la migración. En la actualidad,
se sabe de la fuerte presencia de las pandillas MS-13 y Mara
Salvatrucha en lugares tan lejanos como Rhode Island o Los Ángeles, en
Estados Unidos, así como en los centroamericanos países de Honduras y
Guatemala, donde son vistos como grupos delincuenciales muy violentos.
El fenómeno de las maras apareció en El Salvador a inicios de la década
del 90, justo al final de la guerra civil. La migración a Estados
Unidos provocó que jóvenes migrantes o hijos de migrantes ilegales
fueran deportados a El Salvador, donde decidían juntarse y crear
comunidades suburbanas que empezaron a apropiarse de los barrios y
vecindarios en los que vivían. En el presente, las maras han crecido
junto con el crimen organizado y el narcotráfico que atraviesa el istmo
centroamericano, con el resultado de que la población salvadoreña tenga
la impresión de vivir constantemente en peligro.
La inseguridad
es una de las quejas más grandes –quizá la más importante– dentro de las
encuestas y en la opinión pública en general. En un país que registra
uno de los más altos niveles de violencia en América Latina, esto no es
una sorpresa. Las tasas de homicidios –provocados por las maras o no–
son extremas: en 2018 hubo 3.340 homicidios, lo que equivale
estadísticamente a 50,3 muertes por cada 100.000 habitantes o a 9,3
muertes diarias en todo el país durante todo el año. La violencia es tan
alta en un pequeño país de 22.000 km2 que periódicos estadounidenses
nombraron a El Salvador en 2016 como “la capital de la muerte”.
Las estadísticas son innegables, pero existe una geografía de la
violencia que restringe estos niveles de violencia a zonas bien
identificadas del territorio salvadoreño. Así como en la mayoría de los
países de América Latina, zonas residenciales y comerciales existen
detrás de muros, portones y seguridad privada, donde los jóvenes salen y
se divierten libremente hasta altas horas de la noche. Son espacios
donde es posible caminar sin miedo a toda hora. Pero los contrastes y
las desigualdades sociales hacen que, a los pocos metros de los
residenciales de lujo, se encuentren realidades impactantes de pobreza o
violencia extrema. A tres décadas del surgimiento de las maras, las
nuevas generaciones de pandilleros ya no se incorporan a estas: ahora
simplemente nacen dentro de ellas.
Un animal político
Bukele ha sido acusado de ser poco transparente con el manejo de los
fondos públicos, aunque no ha sido demostrado ningún delito por su parte
o sus allegados. En 2018, al concluir su período como alcalde de San
Salvador, criticó fuerte y públicamente a la dirigencia del Fmln, lo que
le valió la expulsión del partido. Pero el joven político-empresario
supo utilizar ese proceso a su favor, aprovechándolo para denunciar la
falta de democracia dentro del partido de izquierda.
A partir de
ese rompimiento, Bukele realizó una acción poco vista en la política
salvadoreña: decidió anunciar su candidatura a la presidencia en
Facebook, sin partido y sin plan de gobierno. En cuestión de meses,
logró acumular mucho apoyo y crear un movimiento ciudadano llamado
Nuevas Ideas. Este no logró inscribirse como partido político, por lo
que Bukele se inscribió en el pequeño partido Cambio Democrático (CD),
de centro izquierda.
En una acción aún confusa, el Tribunal
Supremo Electoral sancionó a CD con un proceso de eliminación, a pesar
de tener un diputado activo en la Asamblea Legislativa. Ante la
imposibilidad de inscribir a su partido Nuevas Ideas, y de participar
con el CD, Bukele volvió a hacer lo impensable y se alió con el grupo de
diputados disidentes de Arena, Gana –que se autodenomina como un
movimiento plural de derecha–, y así, inscrito en el último minuto,
lanzó su candidatura presidencial.
Bukele ha adoptado una
estrategia electoral simple pero directa: anunciar un ataque a la
corrupción. Ha logrado utilizar el descontento de la mayoría de la
población y expresarla a través de redes sociales de manera efectiva sin
posicionarse ideológicamente. Su trabajo territorial no ha sido muy
extenso, pero ha logrado visitar todos los departamentos del país,
aunque su argumento principal es que las redes sociales le permiten
llegar más allá que los tradicionales medios de comunicación y los
mítines políticos. Con dos o tres tuits diarios y trasmisiones desde la
sala de su casa a través de Facebook, Bukele ha logrado colocarse como
el candidato favorito de la población según las más recientes encuestas.
Divisiones y desgastes
Para estas elecciones
presidenciales, Arena ha construido una alianza política, con dos
partidos de derecha y la Democracia Cristiana, que ha sido nombrada
Alianza por un Nuevo País. Su candidato, Carlos Calleja, ha sido educado
en Estados Unidos y es hijo de un empresario salvadoreño dueño de la
cadena de supermercados más grande del país, con más de 100 sucursales.
La estrategia electoral de Calleja se ha basado en un despliegue
territorial a nivel nacional en busca del apoyo de las bases sociales de
las diferentes localidades salvadoreñas.
La principal
dificultad de esta alianza de derechas –aunque los periódicos de mayor
circulación del país la han callado– son las divisiones dentro de
Arena. Es bien conocido que el proceso para seleccionar a Carlos Calleja
generó cierta división interna, así como también lo hizo la postulación
de su compañera Carmen Aída Lazo, una economista con poca simpatía por
parte de los miembros de Arena más tradicionales, por no ser una
“arenera” de camisa sudada, es decir, miembro tradicional del partido.
Por su parte, el Fmln llega a la elección con el desgaste de 10 años en
el Ejecutivo y una opinión pública que lo acusa de no cumplir sus
promesas de gobierno. Aunque impulsó ciertas iniciativas sociales
importantes a favor de los sectores menos favorecidos de la sociedad
–como educación gratuita, universidad pública gratuita y paquetes
escolares con libros y uniformes gratis para estudiantes que lo
necesitan–, se le reprocha la falta de acciones concretas en seguridad.
El Fmln ha sido incapaz de controlar y revertir las olas de violencia
que han convertido a El Salvador en “la capital de la muerte”. Y, por si
esto no fuera suficiente, los escándalos del ex presidente Funes por
enriquecimiento ilícito y su exilio en Nicaragua, así como el nepotismo
de los dos gobiernos de izquierda, le han valido señalamientos de ser
corrupto. Además, las relaciones diplomáticas cercanas a Venezuela y
Cuba de los gobiernos del Fmln han llevado a que parte de la población,
que es muy conservadora, señale al partido de antisistema o anti-Estados
Unidos. Y es en este contexto que optó por la estrategia de seleccionar
como su candidato a Hugo Martínez, un diplomático con posgrados en el
extranjero, pero miembro del Fmln desde que era guerrilla.
El
Fmln se declara como el “único” partido auténticamente de izquierda y
trata de capitalizar su antecedente como vanguardia del pueblo
salvadoreño, apelando a la nostalgia de sus ex combatientes y
simpatizantes.
A pesar de su popularidad, en su plan de
gobierno, el candidato Bukele ofrece proyectos similares a aquellos
planteados por el desarrollismo de mediados del siglo XX: un tren, un
aeropuerto en el extremo oriental del país y el desarrollo de la
agroindustria en la zona norte. Y en materia de seguridad, uno de los
campos más importantes de cualquier plan de gobierno, su propuesta se
limita a aumentar salarios y bonos a policías e invertir en tecnología
de vigilancia. Como estrategia de prevención de la violencia, plantea
educación y deporte. Una propuesta tímida y que continúa una tendencia
de gobiernos anteriores.
El cansancio de la población hacia un
sistema bipartidista juega en favor de Bukele, quien se presenta como
una propuesta nueva y libre de los errores del pasado. Por otro lado, al
igual que en otros países de América Latina, el caudillismo ha sido una
característica de la política salvadoreña.
¿Es Bukele un
caudillo? Eso sólo lo dirán las elecciones del 3 de febrero y su
desarrollo como político. Pero su camino recorrido, los comentarios en
redes sociales, las conversaciones de los salvadoreños en la calle, las
referencias implícitas y explícitas de sus contrincantes indican que es
un trending topic y que está en camino de convertirse en una figura
política fuerte en quien las mayorías ponen sus esperanzas.
Alfredo Ramírez es historiador y profesor de la Universidad de El Salvador.
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