Jorge Eduardo Navarrete
La semana pasada, con 
importante aportación de México, se registró un avance hacia la gestión 
multilateral de las migraciones: la Asamblea General de la ONU aprobó la
 resolución 73/326 que prevé convocar, a partir de 2022 y después 
cuatrienalmente, foros multilaterales en la materia, quizá la más 
enconada y compleja de la agenda global del actual decenio y los 
venideros. Por contraste, casi al mismo tiempo se registró una decisión 
unilateral del gobierno de Estados Unidos que, en contradicción abierta 
con el derecho y la práctica internacionales en materia de asilo y 
refugio, establece un virtual régimen de excepción en esta materia que 
intenta legitimar el chovinismo, la discriminación y el racismo que 
caracterizan las actitudes de la administración Trump en el tema 
migratorio. Estos dos enfoques –el de cooperación multilateral y el de 
nacionalismo excluyente, que por desgracia no sólo se manifiesta en 
Estados Unidos– se mantendrán en pugna en los años venideros. Quizás en 
algo más de un decenio las ventajas del primero resulten evidentes, al 
consolidarse su primacía de manera ascendente y también progresivamente 
se abandone el segundo, ante la evidencia de sus costos crecientes y de 
los riesgos que entraña, materializados en frecuentes episodios de 
violencia. Sé que expongo una perspectiva quizas optimista en demasía, 
cuya actualización dista de estar garantizada. Reclama, más bien, el 
esfuerzo constante y organizado de la mayor parte de la comunidad 
internacional.
En el papel –y desde su título mismo: 
Formato y aspectos de organización de los foros internacionales sobre las migraciones–, la resolución adoptada el 19 de julio puede verse como cuestión de procedimiento. La forma en que fue votada muestra que se trata de una decisión sustantiva, de gran calado: el apoyo que recibió fue amplio y diverso (118 de 136 votantes), representativo de la variada membrecía de la Organización. Trece naciones se abstuvieron. Cinco votaron en contra: Estados Unidos, Estonia, Hungría, Israel y Polonia. Buena colección ésta de gobiernos de ultraderecha e hipernacionalistas, uncidos a la defensa a ultranza de expresiones estrechas del interés nacional visto por una fracción no siempre mayoritaria de sus poblaciones. Por lo menos están bien definidos los campos.
Entre los 118 votos que favorecieron la resolución se contó el de 
México, cuyo representante permanente –al explicar su voto antes de 
emitirlo– subrayó que 
ningún país puede por sí mismo manejar de manera efectiva los movimientos transfronterizos de personas, por lo que corresponde a las Naciones Unidas facilitar el diálogo y proporcionar asistencia en materia migratoria. Los foros permitirán reunir voces muy diversas y contribuir a la formación de consensos –globales, regionales y subregionales– que estimularán el diseño y adopción de acciones multilaterales precisas y efectivas, que hasta ahora han eludido a la comunidad internacional.
The Economist dedicó una de las notas editoriales de su 
número del 20 de julio a disectar una reforma de la regulación 
migratoria de Estados Unidos, puesta en vigor ipso facto y casi
 inadvertida entre el escándalo producido por las invectivas racistas 
del presidente contra cuatro representantes demócratas recién elegidas. 
Esa reforma, violatoria de la Convención de Ginebra de 1951 y de la 
propia ley estadounidense sobre refugio de 1980– establece que Estados 
Unidos 
no considerará las solicitudes a menos de que los interesados demuestren haber buscado asilo en algún país por el que hayan transitado para llegar a terreno estadunidense y haber sido rechazados por éste. “La reforma –agrega– afecta a cualquiera que no sea mexicano y que llegue a la frontera por tierra”, es decir a más de 80 por ciento de los 688 mil solicitantes detenidos en la línea entre octubre de 2018 y junio pasado. De este modo,
cualquiera que atraviese por Guatemala o México en su camino a Estados Unidos sin haber buscado refugio allí, será rechazado sin mayor trámite. La nueva práctica –dice el editorial–
afectará a decenas de miles de personas por año y contradice medio siglo de precedentes. Además, a partir del 23 de julio se facultó a los agentes de migración para ordenar la deportación inmediata, sin intervención judicial, de cualquier extranjero ingresado ilegalmente en los dos años anteriores a su detención. Se estima ( WP, 23/7/19) que podrían verse afectados hasta 300 mil migrantes, muchos de ellos mexicanos. El presidente quiere mostrar a sus electores que no fue del todo vana su promesa de deportar a
millones de ilegales.
La resolución de las Naciones Unidas, que abre vías a la construcción
 de consensos y a la acción colectiva y solidaria, contrasta en forma 
dramática con la reforma a la práctica migratoria estadunidense que 
estimula la trata de personas, hace más riesgoso el intento de atravesar
 esa frontera y eleva los costos para todos los países involucrados, 
incluso Estados Unidos mismo.
 

 
 
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