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miércoles, 25 de abril de 2018

La postración de Gustavo Petro

¿Dignidad o votos?


“Bienaventurados sean los perdedores, y malditos sean quienes confunden el mundo con una pista de carreras y lanzados a las cumbres del éxito trepan lamiendo hacia arriba y escupiendo hacia abajo”.
Eduardo Galeano

La altura moral, el compromiso ético, el desprendimiento, la solidaridad y el amor a la justicia de una persona, cualquiera que ella sea, se demuestran en los instantes de dificultad, cuando hay que enfrentar retos y desafíos apremiantes, que exigen claridad meridiana y muestran la real estatura de un ser humano. Esos atributos que, además deberían caracterizar a un político que se reclama de izquierda, no pueden estar sujetos al vaivén de un certamen electoral, algo efímero y circunstancial.
Uno de esos momentos críticos es el que ahora estamos viviendo en Colombia, a raíz del montaje orquestado entre la DEA y el Estado colombiano contra el dirigente de las Farc, Jesús Santrich, quien fue hecho prisionero el 9 de abril por el régimen de Juan Manuel Santos. Este acontecimiento ―y cualquiera con dos dedos de frente entiende que es una infamia para darle la patada final al fallido acuerdo entre el Estado colombiano y las Farc­― requiere de circunspección, para no creer las mentiras de los Estados Unidos, a través de una agencia nocivas y criminal, la DEA, en mutuo acuerdo con sus vasallos de la Fiscalía y el gobierno de Santos.
Se esperaría, no por oportunismo político, sino por dignidad –algo que parece estar en vías de extinción en Colombia y el mundo– que Gustavo Petro, como candidato a la presidencia que dice encarnar un programa alternativo, hubiera tomado una distancia prudencial frente a las mentiras, engaños y embustes que se han propalado en estos días sobre Jesús Santrich. Pero no, Gustavo Petro ha dicho las mismas estupideces que los otros candidatos del establecimiento, como lo podemos constatar al leer algunos de los mensajes de twitter que envió el 10 de abril. En uno primero, con una pésima redacción dijo: “Por lo delicado de la situación en que queda el proceso de paz y la división de la sociedad respecto a él. El Fiscal General debe personalmente mostrar a la opinión todas las evidencias respecto al caso Santrich para que no quede ninguna duda de los procedimientos a seguir”.
Aquí empieza la cadena de irresponsabilidades. ¿Acaso se le puede pedir seriedad a un personaje como el Fiscal General ―una ficha de Uribe, Santos y Vargas Lleras, es decir, de la felonía y la impunidad― y avalar como pruebas indiscutibles los inventos proporcionadas por Estados Unidos? Por favor, no nos crea tan ingenuos de aceptar que lo que diga el Fiscal y las falsas pruebas que muestre –que, recordemos, se las envió la DEA y una corte de los Estados Unidos– son elementos suficientes y creíbles para considerar como normal lo que se está haciendo contra Santrich y contra lo poco que quedaba del agónico acuerdo. Con esa lógica tan pobre y elemental, ¿deberíamos creer a pie juntillas, en la misma dirección, y para refrescarle la memoria a Gustavo Petro, la mentira que se inventaron en la Embajada de los Estados Unidos al otro día de la toma del Palacio de Justicia (8 de noviembre de 1985), al decir que esa acción fue ordenada y financiada por el criminal Pablo Escobar para recuperar sus expedientes por narcotráfico, mentiras que el gobierno de Belisario Betancur y sus sirvientes mediáticos se encargaron de reproducir? ¿Debemos creer, entonces, el infundio de que la toma del Palacio de Justicia, organizada por el M-19, del que era militante en ese entonces Gustavo Petro, fue auspiciado económicamente por el Cartel de Medellín, simplemente porque eso lo dijeron funcionarios de los Estados Unidos? ¿Ese es el tipo de pruebas, proporcionados por Estados Unidos, que debemos aceptar y validar en el caso de Jesús Santrich, sin cuestionarlas de ninguna manera?
Ese mismo día, 10 de abril, Petro envió otro mensaje de Twitter en el que afirmó: “ De la dirección de las Farc esperamos no un espíritu de cuerpo en defensa de su integrante sino el bien superior de Colombia: la Paz. La comunicación con sus bases para impedir el retorno a las armas y la evaluación sería se (sic) los retos que demanda su compromiso con el país”. Es decir, la dirección de las Farc debe aceptar, como parece que lo está haciendo, que se condene por anticipado a uno de los suyos, se le envié a una mazmorra de los Estados Unidos, con unas pruebas inventadas y además les digan a sus militantes que todo está bien, que no hay nada de qué preocuparse, aunque los empiecen a extraditar. Y, para rubricar, Petro dice que se les debe pedir a las bases de las Farc que aguanten lo que hace la DEA y el Estado colombiano, todo a nombre dizque de su compromiso con la paz y el país. ¿Y dónde queda el dolor y el sufrimiento de un ser humano, de todos los ultrajes, humillaciones y mentiras que soporta, dentro de la cárcel en dónde está y fuera de ella? ¿Eso no importa, a nombre de unos valores etéreos como el tal “compromiso con el país”? ¿Un político que habla a nombre de otro proyecto de país no debería haber pedido la libertad inmediata de Jesús Santrich y denunciar lo que verdaderamente representa ese hecho, como declaración de guerra? Además, como lo de Santrich es un mensaje amenazador que se les está enviando a quienes se acogieron al proceso de paz, ¿qué confianza en el Estado colombiano se les puede pedir?, ¿Dónde quedó la pretendida seguridad jurídica del acuerdo?, ¿Quién garantiza su vida y sus derechos? ¿Acaso Petro no les está pidiendo a los militantes de las Farc que esperen tranquilamente a que los maten o extraditen, que al fin y al cabo es otro tipo de asesinato?
En otro de los mensajes de ese día, Petro agregó: “Será la sección (sic) dd (sic) la JEP la que le notificará a la sociedad colombiana si los hechos ocurrieron después de la firma del acuerdo. Solo así surtirá el tratado de extradición. La JEP mostrará ente (sic) Colombia su pertinencia y el Presidente debe contar con todo el apoyo de Colombia”. Dejando de lado la ortografía y escritura, que parece el twitter permite eludir, digamos que Petro ya acepta la condena proferida contra Santrich desde los Estados Unidos, dando por supuesto que los hechos existieron y que solamente se debe corroborar si fueron antes o después de la firma del acuerdo del Colón. Qué estrechez de miras, aceptar de buenas a primeras lo que se dice en Estados Unidos y que tanto gravita sobre el presente y el futuro de nuestro país, para aceptarlo como válido. ¿Por qué Petro no pide que primero se indague cómo fue el montaje y cómo se hizo, a quien beneficia, en lugar de aceptar las infamias contra Santrich?
Y, como no podía faltar, remató sus mensajes de ese día 10 de abril en twitter con una perla, la que el establecimiento, la derecha y los arrodillados querían escuchar, y a los que él satisfizo con plenitud: “Queda (sic) a prueba las instituciones de la Paz. Si la JEP confirma los hechos cometidos después de la firma de los acuerdos y yo soy el Presidente de Colombia, el señor Santrich será extraditado”.
Es decir, Petro termina siendo igual a los candidatos de derecha y de centro derecha –como los inefables Sergio Fajardo o Humberto de la Calle– en lo relativo a un punto tan álgido como lo es el de la extradición y las relaciones con los Estados Unidos. En efecto, Petro no cuestiona de ninguna forma la imposición de los intereses de los Estados Unidos en su orquestada Guerra contra las Drogas, ni se pregunta qué hace una agencia como la DEA en Colombia, moviéndose en nuestro territorio como si este fuera un barrio de los Estados Unidos, ni tampoco menciona el tema de fondo, el de la soberanía colombiana. Todo lo acepta como un buen alumno de la sumisión, con el único y exclusivo fin, de ganar votos. ¿De quién? El supone, con optimismo, que así la extrema derecha le endosara sus votos y luego lo dejará gobernar, ante un hipotético triunfo en las próximas elecciones. ¡Soñar no cuesta nada! ¡El problema es que Colombia no es un país de sueños, sino de macabras pesadillas!
Por nuestra parte, nos parece que no debe endosarse la dignidad por afanes electorales de ocasión, porque nunca hemos creído en la supuesta virtud transformadora de las elecciones, y además pensamos que lo mejor es hablar claro y a tiempo, sin temor de afectar a esta o aquella campaña. Por eso, decimos, el comportamiento de Gustavo Petro no nos extraña, si tenemos en cuenta algunos de sus antecedentes. Entre ellos puede mencionarse su contribución a la escogencia de un personaje siniestro, Alejandro Ordoñez, como Procurador General de la Nación, el haber agenciado una política contrainsurgente desde la dirección del Polo Democrático, presentar información adulterada sobre títulos universitarios, haberse aliado con Juan Manuel Santos, renunciando a la movilización popular cuando era Alcalde, para que sencillamente no fuera destituido…
Hacia el futuro inmediato y lejano, y cuando se haya decantado este bochornoso montaje, lo que va a quedar no es la búsqueda de votos, sino la postura vergonzosa de todos aquellos que no fueron capaces de distanciarse de las mentiras y de las calumnias propaladas en esos momentos contra Jesús Santrich y que se limitaron a repetirlas como loros mojados y a secundarlas. Y Gustavo Petro estuvo entre ellos, no fue diferente, no tuvo una postura ética a la altura de las circunstancias, se plegó a los dictados del establecimiento y del bloque de poder contra-insurgente. Su pequeñez, su falta de dignidad, eso es lo que quedara como legado para la historia de este momento transcendental de la vida colombiana, y eso no importa ni depende del resultado de las elecciones que se avecinan. Esa mancha ya quedó en su biografía, de manera indeleble, y forma parte de la indignidad que se ha generalizado en la vida colombiana. Como bien lo dijo Eduardo Galeano, finalmente “el mundo se divide entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar”. 

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