La encrucijada de los “gobiernos progresistas” de América Latina
“Una tarea impuesta por la necesidad histórica será realizada con el individuo o contra él”. Oswald Spengler 
Algunos
 gobernantes, dirigentes y analistas políticos de la cuerda de los 
gobiernos “progresistas” y/o de “izquierda” de América Latina tratan de 
negar, desconocer o minimizar el hecho de que los llamados “procesos de 
cambio” de nuestra región entraron desde hace varios años en una fase de
 declive, debilitamiento, retroceso o, incluso, de posibilidad de una 
derrota estratégica [1].
Los hechos lo comprueban. En vez 
de rechazar lo evidente, hay que identificar las causas y diseñar 
soluciones sobre todo ahora que en Colombia y México, los candidatos de 
movimientos democráticos como Gustavo Petro y Andrés Manuel López 
Obrador, tienen grandes posibilidades de ser elegidos a la Presidencia 
en sus respectivos países. ¡Es urgente aprender! 
Filosofía, ilusión, fantasía y realidad 
Dice Slavoj Zizek en su texto primigenio “El sublime objeto de la ideología”:
 “Hemos dado ahora un paso decisivo hacia adelante: hemos establecido 
una nueva manera de leer la fórmula de Marx, “ellos no lo saben, pero lo
 hacen”; la ilusión no está del lado del saber, está ya del lado de la 
realidad, de lo que la gente hace. Lo que ellos no saben es que su realidad social, su actividad, está guiada por una ilusión, por una inversión fetichista.
 Lo que ellos dejan de lado, lo que reconocen falsamente, no es la 
realidad, sino la ilusión que estructura su realidad, su actividad 
social real. Saben muy bien cómo son en realidad las cosas, pero aun 
así, hacen como si no lo supieran. La ilusión es, por lo tanto, doble: 
consiste en pasar por alto la ilusión que estructura nuestra relación 
efectiva y real con la realidad. Y esta ilusión inconsciente que se pasa
 por alto es lo que se puede denominar la fantasía ideológica.” [2]  
Cito
 al filósofo esloveno porque es necesario reflexionar sobre nuestra 
propia mirada, sobre la validez de nuestros enfoques, que tal vez, no 
sean los que orientan nuestra acción sino que sirven para justificar esa
 acción. Recitemos con él una nueva fórmula: “Lo sabemos, pero lo 
hacemos”.
Es bueno precisar que esta reflexión se plantea no para
 desanimar a nadie sino para entusiasmar en forma diferente. Claro que 
hay que luchar por sacar de los gobiernos a corruptos y criminales para 
colocar allí gente, por lo menos, decente y con sensibilidad social. 
Pero sabemos que no basta. No es suficiente como lo comprueba la 
experiencia.
Seguimos entrampados con el problema del “poder”; 
trataremos de mostrarlo en este escrito. No avanzaremos con consistencia
 si seguimos actuando como si creyéramos en la omnipotencia de la ley y 
del Estado; como si creyéramos que el Presidente (cualquiera que sea) 
encarnara la voluntad del pueblo; como si creyéramos que gobierno es lo 
mismo que Poder. 
Tenemos que caer en la cuenta que todo es 
cuestión de fuerza real; o sea, de relaciones de dominación o de 
emancipación; de poder efectivo de coerción para neutralizar a las 
fuerzas contrarias o de ausencia/debilidad de esas fuerzas. Y ese poder 
–parece paradójico decirlo– es algo simbólico que se materializa 
en fuerza organizada, aparato, “cosa”, burocracia y ejército, etc. Para 
quienes luchamos por la autodeterminación de los pueblos y la 
emancipación de los trabajadores, entender esa relación entre lo 
simbólico y lo “cosificado”, es muy importante. 
Si no construimos hegemonía de nuevo tipo basada en legitimidad
 social, política y cultural, estaremos condenados al fracaso; nuestra 
gestión al frente del “Estado heredado” en favor de los excluidos y 
marginados será flor de un día y llevaremos agua al molino del gran 
capital. ¿Cómo hacerlo? Ese es el punto cardinal en cuestión. 
Primero, veamos algo de la experiencia vivida; luego, abordaremos las 
posibles salidas o propuestas de solución aclarando que existen 
interesantes pistas, avances, teorías y prácticas que hay que revisar, 
revalorar y contextualizar. 
Hechos 
En forma sintética detallo los hechos sin que el orden de presentación determine su importancia:
 1. Derrotas electorales nacionales y locales en diversos países y eventos eleccionarios [3]. 
 2. Golpes de Estado de diferente naturaleza contra gobernantes 
democráticos sin que el movimiento popular haya podido revertir sus 
efectos [4]. 
 3. La corrupción político-administrativa permeó a los gobiernos progresistas de la región [5]. 
 4. Divisiones importantes en la cúpula dirigente de los partidos o movimientos que lideran dichos procesos [6]. 
 5. Enorme debilitamiento del movimiento social que fue el soporte de los procesos de cambio [7]. 
 6. No aplicación, parálisis, retroceso o debilitamiento de las 
políticas anti-neoliberales y sociales aprobadas en los programas de 
gobierno o en asambleas constituyentes [8]. 
 7. La integración regional está paralizada, en retroceso y en crisis [9]. 
 8. Se han presentado diversas formas de deriva y tendencias autoritarias en algunos gobiernos progresistas y/o de izquierda [10]. 
 9. Franco estancamiento del debate y la producción teórica de los 
movimientos y partidos políticos “progresistas” y de izquierda [11].
Causas 
He
 revisado numerosos estudios, análisis, artículos y opiniones que se han
 elaborado sobre el tema y agrupo los argumentos sobre las causas del 
declive o retroceso en estos rubros:
 a. Los que centran su argumentación en el poderío del enemigo imperial y de las oligarquías;
 b. Los que se concentran en los errores político-coyunturales cometidos;
 c. Los que identifican debilidades estructurales de nuestras sociedades;
 d. Los que ubican falencias ideológicas y políticas de la dirigencia de los procesos de cambio;
 e. Los que presentan un análisis de conjunto con énfasis en alguno de los factores. 
Es
 indudable que un fenómeno como el que estamos abordando es de una 
enorme complejidad y se requiere un análisis detallado y particular de 
cada experiencia y país, pero también es evidente que existen elementos 
comunes que pueden ser identificados para encontrar algunas guías y 
pistas para avanzar. Entre los elementos comunes resalto los siguientes:
 i. Todos nuestros países –en mayor o menor grado– tienen economías 
dependientes del poder financiero internacional, de la exportación de 
materias primas, y tienen bajos niveles de industrialización y de 
desarrollo tecnológico. La presencia y el poder de grandes 
transnacionales es determinante y los niveles de informalidad son 
apabullantes. Los Estados como estructura son –unos más que otros– 
burocráticos, ineficientes y endebles.
 ii. Todos los “procesos 
de cambio” que formalmente empezaron en 1999 (Venezuela) utilizan medios
 y herramientas institucionales para impulsar transformaciones en sus 
países y región. 
 iii. Todos los programas políticos se han planteado superar o derrotar las políticas neoliberales.
 iv. El eje de las ejecuciones de los gobiernos “progresistas” y/o de 
izquierda se ha centrado en la mayor inversión social en programas de 
educación, salud, servicios públicos y vivienda.
 v. Todos los 
“procesos de cambio” colocaron como su principal actividad política la 
de administrar el aparato estatal a todos los niveles (nacional, 
departamental o estatal-regional, y local-municipal), consagrando a sus 
principales “cuadros” en esas labores. 
 vi. En todos los 
“procesos de cambio” el nivel de organización de los partidos y/o 
movimientos políticos era relativamente precario. Eran partidos o 
movimientos nuevos, sumatoria de grupos y liderazgos diversos, sin 
cohesión interna, sin experiencia administrativa, sin una teoría 
consolidada y sin una formación ideológica y política unificada y 
consistente. 
 vii. En todos estos procesos el papel del 
dirigente o líder principal ha sido determinante (Chávez, Lula, Correa, 
Kirchner, Evo). No se ha construido democracia interna, ni equipos 
cualificados con peso decisorio y división del trabajo, nunca se 
estimuló a las organizaciones sociales para que defiendan su autonomía y
 espíritu crítico y, no se promovió la organización de centros de 
pensamiento para influir en las decisiones gubernamentales. 
 
viii. En todas estas experiencias político-administrativas, los partidos
 de gobierno han utilizado las inversiones del Estado para lograr el 
apoyo electoral de la población. Esta situación fue forzada por el hecho
 de tener que disputar casi en forma permanente el control de los 
gobiernos frente a las fuerzas de derecha financiadas o apoyadas por las
 oligarquías y el imperio euro-estadounidense. Ese ha sido el 
comportamiento generalizado y es un factor determinante para el 
surgimiento de un nuevo tipo de clientelismo basado en el paternalismo 
asistencial. Para hacerlo se han utilizado subsidios de diversa clase 
(“auxilios monetarios condicionados” según la definición del BM) y ello 
se constituyó en una camisa de fuerza a la hora de priorizar la 
inversión social dedicándola principalmente a programas de gran impacto 
pero inmediatista (salud, educación, vivienda, infraestructura, etc.). 
Esa práctica se convirtió en un limitante fundamental para invertir 
recursos económicos importantes en la financiación de un verdadero y 
nuevo modelo de desarrollo productivo, que tuviera como base a los 
productores organizados de la Nación (pequeños, medianos y grandes). 
Incluso, las grandes inversiones hechas en los programas sociales, al 
tener que hacerse bajo el modelo existente (neoliberal), han terminado 
fortaleciendo, por un lado, a poderes burocráticos incrustados en el 
aparato estatal, y por el otro, a intermediarios, contratistas y 
capitalistas dueños de los medios de producción, de bancos y de empresas
 proveedoras de los materiales y servicios necesarios para sacar 
adelante esos programas y proyectos. 
 ix. En todos estos 
procesos que se han desarrollado en Latinoamérica, el movimiento social y
 las organizaciones populares han sufrido enormes problemas de diversa 
naturaleza que los ha debilitado, dividido, cooptado, dispersado y hasta
 derrotado, en su relación con los “gobiernos del cambio”. Dichas 
experiencias deben ser estudiadas a fondo. Por un lado, el hecho de que 
muchos de sus dirigentes fueran integrantes de los partidos y 
movimientos políticos que accedieron al gobierno e instancias 
administrativas, los colocó inmediatamente ante el reto de participar en
 el gobierno en forma directa, perdiéndose el control de sus bases, o en
 permanecer al interior de sus organizaciones y jugar un papel desde 
allí, que también se ha intentado pero sin mayores resultados [12] .
 No obstante, esa decisión no resuelve el problema de la cooptación y el
 burocratismo que fácilmente se desencadena cuando los intereses y 
privilegios que ofrece el aparato estatal (“heredado”, que “no es el 
nuestro”) se hacen presentes en la vida cotidiana. Es, indudablemente, 
un problema que refleja la madurez o no de los movimientos sociales, que
 tienen que mantener su autonomía pero, a la vez, influir en las 
políticas y el comportamiento de los gobiernos que ellos mismos ayudaron
 a elegir. En ello hay mucho por aprender y se deberían promover 
encuentros para debatir a fondo estos temas a fin de contribuir a 
recuperar la iniciativa política en la región.
Problemas identificados 
Es
 un hecho que las revoluciones y los procesos de cambio siempre nos van a
 coger con los “pantalones abajo”. Es inevitable que ello sea así porque
 las clases sociales oprimidas o “subalternas”, como dicen ahora, nunca 
van a poder estar completamente preparadas para esos cambios 
intempestivos que son muy difíciles de prever. No obstante, para 
intentar afrontar esa inexperiencia y los limitantes inherentes a los 
cambios reales, los dirigentes y organizaciones deben hacer esfuerzos 
por sistematizar los conocimientos adquiridos con base en las 
experiencias anteriores para orientar sus prácticas e intentar acertar y
 avanzar lo máximo posible. Allí juega un papel importante la teoría y 
la capacidad política para reaccionar a los nuevos retos.
Entre 
los problemas más importantes que se pueden identificar en esta especie 
de balance (o plan de balance) tenemos los siguientes:
 1. 
Pareciera que, a pesar de todos los diagnósticos elaborados sobre el 
nivel de poder del capital financiero global, las intricadas relaciones e
 intereses de las oligarquías locales y globales, los grados de control 
sobre nuestras economías, sociedades y culturas, y otros aspectos 
relacionados con el poder real y los límites para incidir en esa 
realidad por parte de los Estados “nacionales”, al acceder a los 
“aparatos de Estado” no hubiéramos sido lo suficientemente conscientes 
de nuestra debilidad inmediata, pero a la vez, de la potencialidad de 
las fuerzas sociales y del momento. Ese desconocimiento nos llevó a 
idealizar el poder electoral representado en los gobiernos y a creer en 
la simple fuerza de la “Ley”, llevándonos a querer realizar cambios 
estructurales sin contar con una fuerza contundente y organizada de los 
trabajadores y de las comunidades en general. Mientras se contó con 
recursos de la bonanza de precios internacionales del petróleo, gas y 
otras materias primas se “avanzó” en algunos aspectos denominados como 
“la lucha contra la pobreza” usando los mismos criterios y parámetros 
del FMI y el BM, una supuesta “distribución de la riqueza social” 
(limitada al presupuesto estatal) y la ampliación de la cobertura de los
 “programas sociales”, pero no se construyó un verdadero movimiento de 
transformación estructural que involucrara a la población y a sus 
movimientos sociales. 
 2. No hemos podido combinar la acción 
“desde arriba” con el trabajo permanente “desde abajo”. En la totalidad 
de los “procesos de cambio” fue la acción institucional desde el “Estado
 heredado” lo que absorbió la mayor parte de nuestros esfuerzos y nos 
cooptó (y captó) totalmente, llevándonos a las actuales circunstancias 
de pérdida de iniciativa política; en otros casos, algunas 
organizaciones y sectores no se interesan en la acción “desde arriba” 
permitiéndole a toda clase de “trepadores” y burócratas monopolizar el 
aparato del Estado que es un poder –real y efectivo– que bloquea, 
obstaculiza, aísla y agota los esfuerzos “desde abajo”. Lograr una 
combinación de ambos espacios en donde “lo de abajo” tenga la suficiente
 coherencia y consistencia para determinar (o subordinar) “lo de 
arriba”, sería lo ideal. Pero ello implica tener claro un camino 
estratégico frente a la necesidad de construir Hegemonía Política y 
Cultural. 
 3. No hemos logrado construir movimientos u 
organizaciones en donde existan diversos niveles de democracia y, a la 
vez, una capacidad real para actuar como colectivos. No hemos superado 
en la práctica, el eterno problema de combinar centralismo y democracia.
 Los liderazgos caudillistas se han impuesto y con su ímpetu arrollador 
(posiblemente bien intencionado) anulan la posibilidad de construir 
diversos niveles de trabajo y decisión, que a su vez, desarrollen 
prácticas absolutamente conectadas con organizaciones de base, 
movimientos sociales y amplias redes (flexibles pero reales) de la 
población. Ello requiere una teoría consistente sobre las democracias 
posibles como pueden ser: la representativa pero no burocrática 
(delegación limitada y sin privilegios); directa pero no democratera 
(asambleas, foros, consultas, etc.); ilustrada pero no tecnocrática 
(consejos de sabios y ancianos, equipos de expertos, etc.); deliberativa
 pero no demagógica; plebiscitaria pero no al servicio de 
autoritarismos; y otras que son parte de la vida (“gobierno de los 
bienes comunes”). 
 4. Estamos también en deuda en la comprensión
 de los fenómenos ideológicos producidos por la dinámica real de 
nuestras sociedades. La preponderancia de la economía crematística 
llevada a niveles superlativos, el consumismo obsesivo y desenfrenado, 
el control mediático del comportamiento de las personas, los cambios 
acelerados en la estructura de la sociedad y de las clases sociales, el 
surgimiento de una casta financiera global con características 
impersonales, la globalización capitalista neoliberal y los fenómenos de
 migración de diversos tipos, la lumpenización de los capitalistas y el 
fortalecimiento de las economías criminales, la crisis del socialismo 
del siglo XX y la incertidumbre sobre el futuro del planeta y de la 
humanidad, las tendencias cínicas en el mundo del pensamiento y la 
academia, pero también, la aparición de movimientos anti-globalización, 
ambientalistas, contra la discriminación de género, étnico o cultural, y
 diversas formas de resistencia “de los de abajo”, algunos de ellos muy 
fuertes y masivos a nivel planetario, y otros esporádicos y 
excepcionales (“indignados”, neo-zapatistas, etc.), dejan ver que al 
interior de la sociedad existen sectores que son conscientes de esos 
problemas y que están en la búsqueda de nuevos caminos. Se requiere una 
mirada local y, a la vez, regional y global de estas experiencias para 
poder incidir. 
La resolución de estos problemas y otros muchos 
requiere un trabajo sistemático, integral y colectivo en el terreno de 
la filosofía, la ciencia, la economía, la política y demás áreas 
relacionadas, en medio del trasegar y la lucha, no teoricista ni 
academicista, que a la vez nos permita a todos desarrollar un proceso de
 re-educación para enfrentar los retos inmediatos y del futuro. No 
implica renunciar a todo el bagaje teórico elaborado por anteriores 
pensadores y luchadores del mundo entero pero si nos exige un gran 
esfuerzo por generar nuevos conceptos y nuevas herramientas para poder 
responder a las nuevas condiciones que vive la sociedad humana del siglo
 XXI. 
Sugerencias teóricas 
Hace poco resalté el hecho de que el candidato a la presidencia de Colombia, Gustavo Petro, publicó un tuit
 donde mencionaba a los pensadores que les servían de base teórica y de 
inspiración para sus programas de gobierno. Entre otros, menciona a 
Nicholas Georgescu-Rogen, Jeremy Rifkin y Paul Mason. El primero, fue un
 importante pero no tan reconocido economista rumano-estadounidense que 
aportó las bases teóricas para relacionar en forma creativa la física 
(entropía) con la economía, dándole serios y consistentes fundamentos al
 pensamiento ecológico científico. En ello coincido con el candidato y, 
respetuosamente, sin desconocer a los teóricos revolucionarios clásicos y
 a importantes pensadores actuales con orientación y militancia de 
izquierda como David Harvey, Boaventura de Souza Santos y muchos otros, 
resalto el aporte de dichos estudiosos de la realidad del siglo XXI. 
El
 segundo autor, Rifkin, fue alumno de Georgescu y en la actualidad 
desarrolla un trabajo destacado en relación a la valoración de la actual
 revolución tecnológica (cibernética, comunicaciones digitales y 
energías limpias), el surgimiento de las economías colaborativas y el 
“prosumidor”, el impacto de la tendencia decreciente en los costos de 
producción en lo que él denomina el “eclipse del capitalismo”, y el 
papel que puede jugar el “pro-común colaborativo” [13]  en el 
diseño de nuevas formas de auto-gobiernos paralelos al Estado existente.
 Rifkin es un prolífico escritor, conferencista, activista ecológico y 
asesor de gobiernos en todo el mundo.
El tercer pensador, Paul 
Mason, es un periodista británico de orientación marxista, estudioso de 
los procesos revolucionarios y socialistas del siglo XX. Autor del libro
 “Postcapitalismo”. Al igual que el anterior autor, nos presenta el 
panorama a futuro sobre el hecho de que la humanidad tendrá que lidiar 
con un proceso en donde la lucha entre el capitalismo y el 
“post-capitalismo” será de largo plazo, en donde el Estado y nuevas 
formas de poder ciudadano y comunitario podrán jugar un papel regulador 
(de presión) sobre las fuerzas sociales y económicas dominantes, por un 
lado, para luchar por evitar cataclismos ambientales, nucleares, 
epidemias o catástrofes globales de gran impacto y de desconocidas 
naturalezas, y por el otro, para generar en medio de una “competencia 
entre sistemas”, nuevas relaciones de reciprocidad entre las personas a 
fin de construir un mundo más justo y vivible. El enorme desarrollo de 
las fuerzas productivas –como lo avizoró el teórico Carlos Marx hace 150
 años– ha creado esas condiciones objetivas pero se requiere la acción 
organizada de los seres humanos para poder superar el imperio del 
capital. 
Sé que en la actualidad es imposible que surja un Marx 
(un único y gran pensador) que desarrolle el pensamiento revolucionario y
 nos ofrezca una “guía para la acción” que nos ilumine el camino. Sin 
embargo, soy optimista frente al enorme desarrollo de la ciencia y del 
pensamiento teórico que recoge los numerosos y valiosos conocimientos de
 estudiosos de todo el mundo, de las diversas civilizaciones 
occidentales, orientales y amerindias, y de todas las épocas de la 
humanidad. Lo que me parece importante y resalto es que surjan 
“políticos” y dirigentes sociales que estudien y se apoyen en la teoría 
para gobernar y para orientar sus procesos de lucha social y política. 
Las nuevas generaciones tienen ante sí un legado de pensamiento y un 
inmenso patrimonio de luchas que les va a permitir avanzar sobre lo ya 
construido y superarnos en muchos sentidos en beneficio de la vida 
humana y no humana.
Pero, es indudable que frente a los retos 
actuales la tarea más importante es la construcción de conceptos y 
herramientas metodológicas totalmente nuevas. La revolución del 
pensamiento nunca ha sido más urgente y necesaria.
Notas
[1] 
 Las derrotas políticas que acumulan las fuerzas progresistas de la 
región latinoamericana a manos de las oligarquías y el imperio (USA-EU) 
empiezan a constituirse en una masa crítica que crea condiciones para 
una derrota estratégica. Una intervención armada imperial tipo Libia o 
Siria se alcanza a visualizar en el horizonte, para nuestra desgracia. 
 [2]  Zizek, Slavoj (1982). “El sublime objeto de la ideología”. p. 75
 [3] 
 En Venezuela, legislativas de 2015; en Argentina, presidenciales de 
2015; en Bolivia, referendo de 2016; en Ecuador, locales de 2014; en 
Brasil, locales de 2016; en Chile y Perú las derechas recuperaron los 
gobiernos. 
 [4]  Golpes duros y blandos oficializados por bancadas parlamentarias de derechas: Paraguay, Honduras, Brasil. 
 [5] 
 Los casos más visibles y escandalosos son los de Brasil, Ecuador, 
Venezuela y Nicaragua pero en casi todos los países ese fenómeno 
corruptor se ha presentado a todo nivel.
 [6]  Los más 
visibles son los de Venezuela y Ecuador, pero en todos los procesos 
existen fisuras y resquebrajamientos. En Venezuela el gobierno del 
presidente Maduro ha enjuiciado y encarcelado a importantes dirigentes 
de la era Chávez, y otros ex-ministros y dirigentes son hoy sus 
opositores. En Ecuador el ex –presidente Correa es el más férreo 
opositor del actual presidente y sucesor Lenin Moreno. Alianza País, 
partido de gobierno está dividido. 
 [7]  Pérdida de autonomía, divisiones internas, cooptación, burocratismo, entre otros fenómenos.
 [8]  Después del auge de los precios de las materias primas (commodities
 y petróleo), todos los gobiernos en mayor o en menor grado tuvieron que
 retroceder en ese terreno. Unos más que otros. Además, se ha llegado a 
reprimir las protestas sociales como en Brasil, Bolivia, Ecuador y 
Venezuela.
 [9]  UNASUR no ha podido reemplazar al 
secretario general y 6 países ya solicitaron su retiro; MERCOSUR redujo 
su acción; la CELAC está semi-bloqueada frente a los diversos conflictos
 regionales; la OEA ha vuelto por sus fueros pro-imperiales e 
intervencionistas en manos de su actual secretario Luis Almagro; el ALBA
 y otros organismos de cooperación muestran debilidad y dependencia 
económica de Venezuela.
 [10]  Los casos más dramáticos 
son los de Venezuela y Ecuador, aunque se quieran justificar por los 
ataques del Imperio y las oligarquías reaccionarias y anti-democráticas.
 
 [11]  El debate ideológico-político se ha debilitado. 
Solo en fases iniciales de los gobiernos se estimuló la crítica y la 
participación. Se ve reflejado en los medios de comunicación 
alternativos, algunos de los cuales han empezado a practicar la censura 
siguiendo el criterio de que “en época de ataque del enemigo, cualquier 
crítica es traición”.
 [12]  Este es uno de los temas más 
conflictivos que se han vivido con los “gobiernos del cambio”. Los más 
estudiados y referenciados son los de Bolivia (sindicatos mineros, 
fabriles, docentes, etc.) y los de Ecuador (organizaciones indígenas y 
sindicatos estatales), en donde no siempre la razón ha estado de parte 
de las organizaciones sociales. También los gobiernos han tenido que 
enfrentar espíritus y concepciones corporativistas y sectorizadas, 
dirigencias burocráticas y corruptas, interferencia de partidos 
políticos de derecha y de izquierda. En Venezuela ha sido todavía más 
difícil; el hecho de que las centrales sindicales estuvieran controladas
 por dirigentes patronales que colaboraron con el golpe de 2002 contra 
el gobierno bolivariano hizo que Chávez desde un principio no permitiera
 la más mínima autonomía del movimiento sindical. 
 [13]  
Una importante estudiosa de lo que se denomina el “pro-común 
colaborativa” es la economista (qepd) Elinor Ostrom, premio Nobel de 
Economía 2008, autora del libro “El gobierno de los bienes comunes”. 
 
 
 
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