¿Dignidad o votos?
“Bienaventurados
 sean los perdedores, y malditos sean quienes confunden el mundo con una
 pista de carreras y lanzados a las cumbres del éxito trepan lamiendo 
hacia arriba y escupiendo hacia abajo”. 
 Eduardo Galeano
 La altura moral, el compromiso ético, el desprendimiento, la 
solidaridad y el amor a la justicia de una persona, cualquiera que ella 
sea, se demuestran en los instantes de dificultad, cuando hay que 
enfrentar retos y desafíos apremiantes, que exigen claridad meridiana y 
muestran la real estatura de un ser humano. Esos atributos que, además 
deberían caracterizar a un político que se reclama de izquierda, no 
pueden estar sujetos al vaivén de un certamen electoral, algo efímero y 
circunstancial. 
Uno de esos momentos críticos es el que ahora 
estamos viviendo en Colombia, a raíz del montaje orquestado entre la DEA
 y el Estado colombiano contra el dirigente de las Farc, Jesús Santrich,
 quien fue hecho prisionero el 9 de abril por el régimen de Juan Manuel 
Santos. Este acontecimiento ―y cualquiera con dos dedos de frente 
entiende que es una infamia para darle la patada final al fallido 
acuerdo entre el Estado colombiano y las Farc― requiere de 
circunspección, para no creer las mentiras de los Estados Unidos, a 
través de una agencia nocivas y criminal, la DEA, en mutuo acuerdo con 
sus vasallos de la Fiscalía y el gobierno de Santos. 
Se 
esperaría, no por oportunismo político, sino por dignidad –algo que 
parece estar en vías de extinción en Colombia y el mundo– que Gustavo 
Petro, como candidato a la presidencia que dice encarnar un programa 
alternativo, hubiera tomado una distancia prudencial frente a las 
mentiras, engaños y embustes que se han propalado en estos días sobre 
Jesús Santrich. Pero no, Gustavo Petro ha dicho las mismas estupideces 
que los otros candidatos del establecimiento, como lo podemos constatar 
al leer algunos de los mensajes de twitter que envió el 10 de abril. En 
uno primero, con una pésima redacción dijo: “Por lo delicado de la 
situación en que queda el proceso de paz y la división de la sociedad 
respecto a él. El Fiscal General debe personalmente mostrar a la opinión
 todas las evidencias respecto al caso Santrich para que no quede 
ninguna duda de los procedimientos a seguir”. 
Aquí empieza la 
cadena de irresponsabilidades. ¿Acaso se le puede pedir seriedad a un 
personaje como el Fiscal General ―una ficha de Uribe, Santos y Vargas 
Lleras, es decir, de la felonía y la impunidad― y avalar como pruebas 
indiscutibles los inventos proporcionadas por Estados Unidos? Por favor,
 no nos crea tan ingenuos de aceptar que lo que diga el Fiscal y las 
falsas pruebas que muestre –que, recordemos, se las envió la DEA y una 
corte de los Estados Unidos– son elementos suficientes y creíbles para 
considerar como normal lo que se está haciendo contra Santrich y contra 
lo poco que quedaba del agónico acuerdo. Con esa lógica tan pobre y 
elemental, ¿deberíamos creer a pie juntillas, en la misma dirección, y 
para refrescarle la memoria a Gustavo Petro, la mentira que se 
inventaron en la Embajada de los Estados Unidos al otro día de la toma 
del Palacio de Justicia (8 de noviembre de 1985), al decir que esa 
acción fue ordenada y financiada por el criminal Pablo Escobar para 
recuperar sus expedientes por narcotráfico, mentiras que el gobierno de 
Belisario Betancur y sus sirvientes mediáticos se encargaron de 
reproducir? ¿Debemos creer, entonces, el infundio de que la toma del 
Palacio de Justicia, organizada por el M-19, del que era militante en 
ese entonces Gustavo Petro, fue auspiciado económicamente por el Cartel 
de Medellín, simplemente porque eso lo dijeron funcionarios de los 
Estados Unidos? ¿Ese es el tipo de pruebas, proporcionados por Estados 
Unidos, que debemos aceptar y validar en el caso de Jesús Santrich, sin 
cuestionarlas de ninguna manera? 
Ese mismo día, 10 de abril, 
Petro envió otro mensaje de Twitter en el que afirmó: “ De la dirección 
de las Farc esperamos no un espíritu de cuerpo en defensa de su 
integrante sino el bien superior de Colombia: la Paz. La comunicación 
con sus bases para impedir el retorno a las armas y la evaluación sería 
se (sic) los retos que demanda su compromiso con el país”. Es decir, la 
dirección de las Farc debe aceptar, como parece que lo está haciendo, 
que se condene por anticipado a uno de los suyos, se le envié a una 
mazmorra de los Estados Unidos, con unas pruebas inventadas y además les
 digan a sus militantes que todo está bien, que no hay nada de qué 
preocuparse, aunque los empiecen a extraditar. Y, para rubricar, Petro 
dice que se les debe pedir a las bases de las Farc que aguanten lo que 
hace la DEA y el Estado colombiano, todo a nombre dizque de su 
compromiso con la paz y el país. ¿Y dónde queda el dolor y el 
sufrimiento de un ser humano, de todos los ultrajes, humillaciones y 
mentiras que soporta, dentro de la cárcel en dónde está y fuera de ella?
 ¿Eso no importa, a nombre de unos valores etéreos como el tal 
“compromiso con el país”? ¿Un político que habla a nombre de otro 
proyecto de país no debería haber pedido la libertad inmediata de Jesús 
Santrich y denunciar lo que verdaderamente representa ese hecho, como 
declaración de guerra? Además, como lo de Santrich es un mensaje 
amenazador que se les está enviando a quienes se acogieron al proceso de
 paz, ¿qué confianza en el Estado colombiano se les puede pedir?, ¿Dónde
 quedó la pretendida seguridad jurídica del acuerdo?, ¿Quién garantiza 
su vida y sus derechos? ¿Acaso Petro no les está pidiendo a los 
militantes de las Farc que esperen tranquilamente a que los maten o 
extraditen, que al fin y al cabo es otro tipo de asesinato? 
 En 
otro de los mensajes de ese día, Petro agregó: “Será la sección (sic) dd
 (sic) la JEP la que le notificará a la sociedad colombiana si los 
hechos ocurrieron después de la firma del acuerdo. Solo así surtirá el 
tratado de extradición. La JEP mostrará ente (sic) Colombia su 
pertinencia y el Presidente debe contar con todo el apoyo de Colombia”. 
Dejando de lado la ortografía y escritura, que parece el twitter permite
 eludir, digamos que Petro ya acepta la condena proferida contra 
Santrich desde los Estados Unidos, dando por supuesto que los hechos 
existieron y que solamente se debe corroborar si fueron antes o después 
de la firma del acuerdo del Colón. Qué estrechez de miras, aceptar de 
buenas a primeras lo que se dice en Estados Unidos y que tanto gravita 
sobre el presente y el futuro de nuestro país, para aceptarlo como 
válido. ¿Por qué Petro no pide que primero se indague cómo fue el 
montaje y cómo se hizo, a quien beneficia, en lugar de aceptar las 
infamias contra Santrich? 
 Y, como no podía faltar, remató sus 
mensajes de ese día 10 de abril en twitter con una perla, la que el 
establecimiento, la derecha y los arrodillados querían escuchar, y a los
 que él satisfizo con plenitud: “Queda (sic) a prueba las instituciones 
de la Paz. Si la JEP confirma los hechos cometidos después de la firma 
de los acuerdos y yo soy el Presidente de Colombia, el señor Santrich 
será extraditado”.
Es decir, Petro termina siendo igual a los 
candidatos de derecha y de centro derecha –como los inefables Sergio 
Fajardo o Humberto de la Calle– en lo relativo a un punto tan álgido 
como lo es el de la extradición y las relaciones con los Estados Unidos.
 En efecto, Petro no cuestiona de ninguna forma la imposición de los 
intereses de los Estados Unidos en su orquestada Guerra contra las 
Drogas, ni se pregunta qué hace una agencia como la DEA en Colombia, 
moviéndose en nuestro territorio como si este fuera un barrio de los 
Estados Unidos, ni tampoco menciona el tema de fondo, el de la soberanía
 colombiana. Todo lo acepta como un buen alumno de la sumisión, con el 
único y exclusivo fin, de ganar votos. ¿De quién? El supone, con 
optimismo, que así la extrema derecha le endosara sus votos y luego lo 
dejará gobernar, ante un hipotético triunfo en las próximas elecciones. 
¡Soñar no cuesta nada! ¡El problema es que Colombia no es un país de 
sueños, sino de macabras pesadillas!
Por nuestra parte, nos 
parece que no debe endosarse la dignidad por afanes electorales de 
ocasión, porque nunca hemos creído en la supuesta virtud transformadora 
de las elecciones, y además pensamos que lo mejor es hablar claro y a 
tiempo, sin temor de afectar a esta o aquella campaña. Por eso, decimos,
 el comportamiento de Gustavo Petro no nos extraña, si tenemos en cuenta
 algunos de sus antecedentes. Entre ellos puede mencionarse su 
contribución a la escogencia de un personaje siniestro, Alejandro 
Ordoñez, como Procurador General de la Nación, el haber agenciado una 
política contrainsurgente desde la dirección del Polo Democrático, 
presentar información adulterada sobre títulos universitarios, haberse 
aliado con Juan Manuel Santos, renunciando a la movilización popular 
cuando era Alcalde, para que sencillamente no fuera destituido… 
 Hacia el futuro inmediato y lejano, y cuando se haya decantado este 
bochornoso montaje, lo que va a quedar no es la búsqueda de votos, sino 
la postura vergonzosa de todos aquellos que no fueron capaces de 
distanciarse de las mentiras y de las calumnias propaladas en esos 
momentos contra Jesús Santrich y que se limitaron a repetirlas como 
loros mojados y a secundarlas. Y Gustavo Petro estuvo entre ellos, no 
fue diferente, no tuvo una postura ética a la altura de las 
circunstancias, se plegó a los dictados del establecimiento y del bloque
 de poder contra-insurgente. Su pequeñez, su falta de dignidad, eso es 
lo que quedara como legado para la historia de este momento 
transcendental de la vida colombiana, y eso no importa ni depende del 
resultado de las elecciones que se avecinan. Esa mancha ya quedó en su 
biografía, de manera indeleble, y forma parte de la indignidad que se ha
 generalizado en la vida colombiana. Como bien lo dijo Eduardo Galeano, 
finalmente “el mundo se divide entre indignos e indignados, y ya sabrá 
cada quien de qué lado quiere o puede estar”. 
 

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