|  Por Luis Manuel Arce Isaac 
 La
 Habana, 26 jul (PL) La corrupción es una bestia a la que todos los días
 hay que matar pues tiene el enorme y destructivo poder de reproducirse 
aunque le corten la cabeza, y reducir a cenizas todo lo honesto y moral 
que haya a su alrededor.
 Ese flagelo posee una extraordinaria capacidad de metamorfosis y cambia
 el color de su piel, como el camaleón, para camuflarse según el entorno
 donde se desarrolle sea este de baja o alta calidad intelectual, moral o
 ética, público o privado.
 
 Es un alienígena que goza de un 
aparato de adaptabilidad y sobrevivencia perfecto y un portentoso 
sistema de reproducción para establecer colonias hasta en aquellos 
lugares en los que parece imposible medrar por la escasez, pobreza y 
penuria reinantes, o estar más resguardados ideológicamente.
 
 Su 
expansión es erosionante como la metástasis del cáncer y puede acabar 
con dignatarios, quebrar gobiernos, demoler estructuras políticas y 
sociales y hacer estragos en proyectos y programas populares tan graves 
como los huracanes más feroces que con tanta frecuencia azotan el 
Caribe.
 
 La corrupción política, al igual que las demás, se 
manifiesta de mil formas, entre las que destacan el uso ilegítimo de 
información privilegiada, sobornos, tráfico de influencias, extorsiones,
 fraudes, malversación, prevaricación, caciquismo, cooptación, 
nepotismo, impunidad y despotismo.
 
 Además, puede facilitar hechos criminales como el narcotráfico, el lavado de dinero y la prostitución.
 
 Sus efectos son tan dañinos que avariciosos de poder la han usado 
engañosamente como arma política contra líderes de limpia trayectoria, 
para sacarlos del poder, echando mano a sus poderes mediáticos y 
financieros.
 
 La corrupción empresarial fomenta la informalidad y
 el mercado ilegal o bolsa negra, el cohecho, el desfalco, el fraude 
comercial, la información privilegiada, la trampa bursátil y muchas 
manifestaciones negativas más.
 
 Entre la corrupción política y la
 empresarial se mueve como pez en el agua el delito de cuello o guante 
blanco, aquel que se comete sin mancharse las manos, sin intimidación, 
amenazas, uso de la fuerza o armas, contra el patrimonio del Estado y de
 las personas, por el mal uso y abuso del poder público para beneficio 
personal y privado, y los privilegios otorgados por el cargo que se 
ocupa. Puede afectar a presidentes, ministros, parlamentarios y hasta el
 último funcionario de gobierno.
 
 Las causas del fenómeno son 
conocidas pero no combatidas como deben hacer el Estado y la sociedad, y
 en muchas ocasiones se dejan sobrepasar y hasta justificar su condición
 delictiva.
 
 Entre las muchas causas que tienen que ver con el 
individuo, se suelen citar ausencia de una conciencia social, falta de 
educación o de una cultura del compromiso, paradigmas distorsionados y 
negativos, personalidades antisociales y megalomanía, percepción sesgada
 del grado de corrupción presente, infravaloración de la posibilidad de 
ser descubierto.
 
 Entre los elementos de la corrupción que 
dependen de la sociedad, figuran la impunidad en la comisión del delito,
 corporativismo partidista, modelos sociales que transmiten falta de 
valores, excesivo poder discrecional del funcionario público, 
concentración de poderes y de decisión en actividades del gobierno, 
discrecionalidad y escasez de decisiones colegiadas.
 
 Se le 
añaden el soborno internacional, control económico o legal sobre medios 
de comunicación que impiden se expongan a la luz pública casos de 
corrupción, salarios demasiado bajos, falta de transparencia en la 
información concerniente a la utilización de los fondos públicos y de 
los procesos de decisión, y poca eficiencia de la administración 
pública, explica Transparencia.
 
 Un botón de muestra de la acción
 dañina de la corrupción: En Nigeria más de 400 mil millones de dólares 
fueron robados del tesoro por los líderes nigerianos entre 1960 y 1999 
mientras que investigadores de la Universidad de Massachusetts han 
estimado que entre 1970 y 1996, la evasión de capitales de 30 países 
subsaharianos -corredor del hambre- excedió los 187 mil millones de 
dólares, superando las deudas externas de esas naciones.
 
 La 
corrupción tiene potencialidades de expandirse porque se ceba de 
debilidades humanas como la avaricia, el egoísmo, la apariencia de 
prestigio, el egocentrismo y otros antivalores del ser social.
 
 Cuando se quiera hacer referencia a un juicio crítico, muy severo pero 
justo y aleccionador, es necesario leer de nuevo un discurso de Fidel 
Castro en el Aula Magna de la Universidad de la Habana en el año 2005 en
 el que analiza la corrupción en Cuba en aquel momento, y llega a 
advertir que el país puede autodestruirse a sí mismo, la revolución 
puede autodestruirse.
 
 Allí anunció que la batalla contra la corrupción era de vida o muerte, de ÂíPatria o Muerte!
 
 A
 ese enemigo número uno hay que matarlo todos los días, es una batalla 
permanente que no acepta descanso y en la cual el fortalecimiento del 
tejido social-institucional es clave.
 
 Fidel decía en ese 
discurso que en esa batalla no habrá tregua con nadie, cada cosa se 
llamará por su nombre, y apelaremos al honor de cada sector.  "De algo 
estamos seguros: de que en cada ser humano hay una alta dosis de 
vergüenza. Cuando él se queda consigo mismo, no es un juez severo, a 
pesar de que, a mi juicio, el primer deber de un revolucionario es ser 
sumamente severo consigo mismo".
 
 mem/lma
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