Robert Fisk
Ensalcemos ahora a hombres famosos… viene a la mente Justin Trudeau,
Canadá está de regreso, dijo el nuevo primer ministro de ese país a la conferencia del clima en París, y cerró la puerta al Canadá intolerante y agresivo que su predecesor conservador había estado empeñado en crear.
Es agradable escribir una nota que levante el ánimo y no lo haga
decaer, como por necesidad son la mayoría de reportes sobre Medio
Oriente. Estuve en Canadá durante la elección, cuando el ex primer
ministro Stephen Harper lanzó una campaña de tan cruel mendacidad contra
la minoría musulmana de su país que comencé a preguntarme si Canadá
había perdido su autoridad moral en el mundo.
Levanten la mano, pedí a un grupo grande y acaudalado de hombres de negocios canadienses en Banff,
aquellos de ustedes que hayan tenido que disculparse en el extranjero por la conducta de Stephen Harper. Míseros tres la levantaron.
Algunos no decían precisamente la verdad, respondió en privado uno de los organizadores de la conferencia.
Yo lo sabía. De ser una potencia magnánima y pacificadora que creía
en la ONU, los derechos humanos y un futuro multicultural, Canadá se
estaba convirtiendo en un país obsesionado con la seguridad, la
intrusión del Estado, el temor (a los musulmanes, desde luego) y el
poder conglomerado. Harper era economista; Trudeau ha sido maestro de
escuela.
Casi lo primero que hizo Trudeau fue decirle a Barack Obama que
Canadá no volvería a usar su fuerza aérea para bombardear al Isis. Cerró
el proceso contra mujeres musulmanas que deseaban usar el niqab
para cubrirse parcialmente el rostro en ceremonias de naturalización. Y
envió a la fuerza aérea canadiense a Beirut a recoger cientos de
refugiados sirios –día tras día– y llevarlos a su nuevo hogar en Canadá.
A diferencia de nuestro siniestro David Cameron –que ignoró en forma
desalentadora al primer cargamento de sirios que desembarcaron en Reino
Unido–, Trudeau fue al aeropuerto a saludar a los primeros 163
refugiados que encontrarían santuario en su país, los abrazó, soportó
las selfies obligatorias y les dijo:
bienvenidos a casa. Por instrucciones suyas, la Real Fuerza Aérea Canadiense habrá llevado 25 mil refugiados al país de aquí a finales de febrero. Obama recibirá la mísera cantidad de 10 mil hacia finales del año próximo… si Trump lo permite.
El año pasado, en el cuartel en Vancouver de los Rifleros del duque
de Connaught, conocí al comandante de la unidad, un teniente coronel sij
de turbante, nacido en India, Harjit Sajjan. Había prestado servicio en
la fuerza de paz en Bosnia e hizo tres viajes a Afganistán, donde no
sólo fue oficial de inteligencia, sino diseñó una máscara antigás para
soldados barbudos. Patriota canadiense, enérgico y con sentido del humor
–un poco pasado de listo, pensé con crueldad en ese tiempo–, hubiera
sido un excelente comandante en jefe. Hizo algo mejor: Trudeau lo acaba
de nombrar ministro de Defensa.
Y Trudeau también anunció una ministra afgana. La mitad de su gabinete son mujeres. Al preguntarle por qué, respondió:
Porque es 2015. Los recortes que hizo Harper a los presupuestos de cultura y artes –y a la emisora estatal CBC, acosada por la pobreza– tienen que echarse atrás. Trudeau respondió a la masacre del 13 de octubre en París ofreciendo con calma toda la ayuda a los
primos francesesde Canadá, en vez de propugnar la guerra, aunque al describir los ataques meramente como
profundamente preocupantesy
perturbadoresprovocó airadas reacciones de los derrotados partidarios de Harper.
Hay algunas sombras. Trudeau y su esposa aparecen en una nota de portada en el nuevo número de Vogue
–ecos de su finado padre y primer ministro Pierre, hombre de mundo pero
humano, quien también tenía una bella esposa–, pero, si Angela Merkel
puede recibir la portada de Time, ¿por qué un canadiense no puede aparecer en Vogue?
La comunidad francocanadiense de Trudeau tiene cierto racismo
antimusulmán que vale la pena olvidar, y desde la oposición Trudeau
apoyó la horrible Ley de Prácticas Culturales Bárbaras, que prohibía la
poligamia y el
asesinato por honor–la ley estaba claramente dirigida a musulmanes–, pese a que ya la legislación nacional castigaba esos crímenes.
Tal vez los quebequenses tengan más influencia sobre Trudeau de la
que quiere confesar; hay incluso un rasgo levemente misógino en esa
comunidad. En el Canadá francés, un novio es mon chum y una novia es ma blonde.
Igual que en Estados Unidos, quien viniera después de George W. Bush
tenía que ser mejor, así que Trudeau es Jesús frente al Viejo Testamento
de Harper. Meterá la pata a veces, como lo ha hecho Obama. Pero en la
noche de la elección dijo a los canadienses: “sabemos en la médula que
Canadá fue construido por gente de todos los rincones del mundo que
venera todos los credos… Un canadiense es un canadiense”.
Fuertes
palabras cuando se supone que estamos viviendo en una era de terror. Así
que por un tiempo los canadienses pueden llamar a Trudeau su chum, y a su esposa, su blonde.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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