Análisis
En
 Panamá no hay seguridad sobre la estabilidad futura del gobierno ni 
garantías sobre la viabilidad del proyecto de Canal interoceánico 
ampliado. El presidente Juan C. Varela no logra enderezar la nave del 
Estado después de 20 años de desgobierno, agudizado durante el último 
período presidido por Ricardo Martinelli (2009-2014). Por otro lado, el 
Canal de Panamá, baluarte de un proyecto nacional, pareciera encontrarse
 empantanado en problemas políticos y técnicos sin solución a la vista. 
El administrador de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), 
recientemente declaró que pronto habrá que decidir entre el uso del agua
 de la cuenca del río Chagres para el consumo humano de más de un 1.5 
millones de panameños o para pasar barcos de un océano a otro.
Incluso,
 los puertos tradicionales del Canal de Panamá – actualmente bajo 
administración de una empresa anglo-china – se encuentran en medio de 
batallas internas de empresarios panameños por el control de áreas 
aledañas a la vía interoceánica. A esta situación se suman las amenazas 
constantes del consorcio que construye las nuevas esclusas que ampliará 
la capacidad de la vía. El grupo constructor, cuya sobrevivencia está en
 cuestión, tiene dos años de atraso y está pidiendo el pago de 
sobrecostos equivalentes a US$2.500 millones. La planificación en torno 
al Canal de Panamá y de las áreas aledañas parecieran estar a punto de 
colapsar.
La junta directiva de la ACP parece estar más 
preocupada de los negocios que puede entablar con actuales y futuros 
socios que en ordenar su propia casa. Sus miembros aún no se han 
pronunciado sobre la supuesta escasez de agua anunciada por el 
administrador, tampoco tienen una posición firme frente a las amenazas 
del consorcio constructor. Además, las noticias publicadas en los medios
 indican que tienen intereses personales en los nuevos puertos de Rodman
 y Corozal, vecinos del puerto de Balboa.
Mientras que los
 gobiernos de turno se preocupan de hacer negocios con las ventajas 
relativas creadas por el traspaso del Canal de manos norteamericanas a 
Panamá en 2000, la región observa como China avanza por dos frentes 
estratégicos para viabilizar nuevas rutas interoceánicas. Por un lado, 
el Gran Canal de Nicaragua en el cual Pekín ha comprometido una 
inversión de US$40 mil millones. Por el otro, el proyecto menos conocido
 del Ferrocarril Transcontinental Perú-Brasil. La vía férrea atravesaría
 el mítico bosque de la Amazonía y la cordillera de los Andes, uniendo 
los océanos Pacífico y Atlántico. Sería financiado también, en gran 
parte, por China.
Según los cálculos, cada tren 
transportaría unos 200 vagones de 100 toneladas cada uno. El tren sería 
una nueva proeza de ingeniería y, también, una bomba que podría poner en
 peligro el ambiente de una vasta zona del planeta. Se extendería a lo 
largo de más de 4 mil kilómetros. El tren partiría desde Piura, en el 
Pacífico, pasaría por Abra de Porculla, un paso andino a 2,200 metros 
sobre el nivel del mar y cruzaría la frontera peruana rumbo a Porto 
Velho, en Brasil. Seguiría hasta el puerto de Açú, cerca de Río de 
Janeiro, en el océano Atlántico.
El primer ministro chino 
Li Keqiang se reunió recientemente con el presidente Ollanta Humala, en 
Lima, y Dilma Rousseff, en Brasilia. La potencia suramericana es uno de 
los proveedores más importantes de China en materia de hierro y soya. 
China exporta a Brasil bienes manufacturados. Perú serviría de 
intermediario, aunque también considera que puede aprovechar la nueva 
vía férrea para exportar materias primas para la potente agro-industria 
brasileña. El presidente Humala cree que el “proyecto consolidará la 
posición geopolítica del Perú como puerta natural hacia Sudamérica”. 
Según el analista peruano, Raúl Mendoza, “los tres países tienen algo 
que ganar, pero la alianza para impulsar el tren recién comienza”.
Mientras
 China mueve sus fichas en América latina, los gobernantes panameños (y 
los grupos económicos que se agazapan en su entorno) esperan sentados 
que las ‘migajas’ del intenso movimiento comercial que ya se inició les 
caigan del cielo. Son los clásicos ‘rentistas’ incapaces de coordinar un
 plan de desarrollo que le permita al país avanzar y convertirse en un 
centro de producción de la región. El expreso chino se mueve por el 
continente, cruzando cordilleras, partiendo istmos y extrayendo 
riquezas. Si los ‘rentistas’ no movilizan las enormes fuerzas 
productivas de la población panameña, tendrán que aparecer otros grupos 
sociales que lo hagan.
 -
 Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de 
Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos 
Justo Arosemena (CELA) 
    http://www.alainet.org/es/articulo/170308  
 

 
 
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