Los
recientes procesos electorales de este último mes de octubre,
realizados en América Latina, han puesto una vez más de manifiesto la
fuerza transformadora vigente en los últimos años en ese continente.
Territorio grande que todavía en el subconsciente europeo sigue siendo
imaginado como atrasado y subdesarrollado, tanto en cuanto a las
condiciones de vida como respecto a la creación de ideas, de propuestas
políticas nuevas.
La reelección de Evo Morales y de Dilma Rouseff
en Bolivia y Brasil respectivamente, junto con la victoria en la
primera vuelta de las elecciones uruguayas del candidato del Frente
Amplio, Tabaré Vázquez, significa en palabras del presidente
venezolano, Nicolás Maduro, "un paso gigantesco que viene a reforzar
toda la fuerza revolucionaria en el continente". Posiblemente desde
determinadas posiciones políticas de izquierda de la vieja Europa se
abrirá inmediatamente una carrera por acotar y matizar tan rotundo
aserto. Desde las posturas de la derecha, evidentemente, la
descalificación directa será la receta más repetida.
Sin
embargo, esa afirmación alcanza toda su dimensión si la abstraemos de
las opciones estrictamente partidistas. Que millones y millones de los
históricamente excluidos de la realidad política y social (con más
razón los millones de excluidas), la "multitud abigarrada" que han
llamado unos, o la irrupción plebeya, que califican otros, se
posicionen en estas victorias electorales es fuerza revolucionaria, es
fuerza transformadora. Y esto es innegable si entendemos que esa fuerza
supone la determinación colectiva por dejar atrás el modelo dominante y
construir otro más justo, verdaderamente democrático que alcance a las
mayorías empobrecidas y no solo a las minorías enriquecidas, que avance
en la redistribución de la riqueza y elimine las enormes desigualdades;
y ello aunque se matice desde algunas izquierdas y se condene o
invisibilice desde todas las derechas, tanto las americanas como las
europeas.
Frente a estos procesos y en el intento baldío por
negar su existencia, algunos esperan que llegue el momento en el que se
pueda hacer "borrón y cuenta nueva" y reestablecer un status quo
neoliberal propio de las décadas pasadas. Buscan ese momento histórico
perdido en el que sea posible obviar la década ya larga de
transformaciones políticas, económicas y sociales vivida en el
continente americano. Hacer como que nunca ocurrió (¿un mal sueño?) y
recuperar la fase del capitalismo neoliberal, del mandato político de
las oligarquías y los mercados, como si nada hubiera cambiado desde el
protagonismo tomado por los pueblos. Como si el proclamado "fin de la
historia", y de las ideologías, volviera a ser una realidad inmutable
para los siglos venideros.
Pero la otra realidad es tozuda.
Mientras sueñan con ese retorno neoliberal no perciben que la
geopolítica de la región nos fija contextos y situaciones que quisieran
invisibilizar pero que ya es imposible. Ya hablemos en positivo, de las
transformaciones alcanzadas para la mejora de las condiciones de vida
de millones de personas, de la recuperación de la dignidad y de las
soberanías perdidas o del control de la economía por el estado; ya
hablemos en negativo, de las más duras consecuencias de las políticas
neoliberales, del sometimiento del hecho político a los poderes
económicos o de los estado sumidos en la represión y la entrega de los
mismos a las transnacionales. Unas y otras realidades tratan de ser
ocultadas por los intereses políticos, económicos y propagandísticos
del neoliberalismo para no permitir ver que hay otros caminos, que hay
alternativas a todas esas situaciones dramáticas por éste creadas, o
para ocultar precisamente la cara de las consecuencias más amargas del
mismo para las diferentes sociedades.
Así por ejemplo, México
es prácticamente un estado fallido (algún día habrá que analizar en
detalle esta caracterización estatal creada en los últimos años) que
engrosa la ya larga lista con países como Libia, Yemen, Irak o Somalia.
Si en éstos últimos el estado ha desaparecido en manos de diferentes
milicias armadas y grupos de poder, en gran parte gracias al
intervencionismo occidental, que es sino esto mismo lo que hoy ocurre
en México, donde los grupos armados se constituyen por policías y
políticos corruptos, además de aquellos otros propiamente adscritos a
las bandas del narcotráfico. Los datos son abundantes e innegables y
aportamos solo alguno. Entre enero y septiembre de 2014 México superó
en tres veces a Irak en número de muertes violentas, con un total de
27.347 frente a 9.400. Pero además, este mismo año (febrero) el
gobierno federal reconocía 26.000 desaparecidos/as en los últimos años
y esa cifra ha seguido creciendo (recordemos los recientes 43
estudiantes de magisterio todavía en paradero desconocido pasado más de
un mes). Y hay que subrayar la brutalidad de la mayoría de estos
hechos, con un capítulo aparte para los feminicidios que si bien
empezaron hace más de una década en Ciudad Juárez, hoy se extienden por
todo el país.
En su frontera sur se encuentra Guatemala, país
que casi se puede clasificar también como estado fallido con un aumento
vertiginoso del poder del narcotráfico y de determinadas elites
económicas nacionales y transnacionales. Después de más de 36 años de
guerra y de la firma de los Acuerdos de Paz (1996), este pequeño país
centroamericano se sume hoy nuevamente en la criminalización de la
protesta, la represión cada día más extendida y los asesinatos
selectivos de lideres/as comunitarios y masacres indiscriminadas. Los
estados de prevención (de excepción) se convierten en una constante por
parte del gobierno. Y todo ello para avanzar en el plan de entrega a
las empresas transnacionales de todos los recursos del país. Éstas
(extractivas, hidroeléctricas...) se llevan hoy dichos bienes y los
ingentes beneficios producidos por su expolio, mientras el territorio
maya, xinca y garífuna que es Guatemala se sigue situando entre los más
empobrecidos del continente y se reprime la autoorganización social que
trata de defender sus territorios y modos de vida.
Pero la
enumeración de países seguidistas de las políticas neoliberales puede
seguir con otros como Colombia o Perú. El primero todavía ocupa un
lugar destacado como aquel del mundo que más desplazados internos
tiene, mayormente a causa del inacabado conflicto armado, pero también
por la imposición del modelo de desarrollo neoliberal y la expulsión de
los habitantes de sus tierras para una más cómoda explotación por parte
del poder económico nacional e internacional. Perú, por otra parte,
pese a sus aparentemente positivos índices de desarrollo económico,
éste solo beneficia a los de siempre, a las clases oligárquicas,
mientras sigue arrojando a millones y millones de personas a la miseria
y abre el país, especialmente la amazonía y la sierra, a las empresas
extractivas. Precisamente los países citados en este bloque neoliberal
son los que determinan la enorme desigualdad existente en América
Latina.
Por el contrario a lo anteriormente citado y brevemente
descrito, y aunque se trate de invisibilizar constantemente desde los
intereses económicos y políticos neoliberales, están aquellos otros
países donde los procesos de cambio profundo siguen avanzando en una
inocultable redistribución más equitativa de la riqueza y disminución
paulatina de la brecha de la desigualdad. Se ha sacado a millones de
mujeres y hombres de la pobreza y miseria (más de 40 millones en Brasil
durante los gobiernos de Lula y de Rouseff) y se efectúa un mejor
control de los recursos del país por parte de los estados para una
mejora de las condiciones de vida, sociales y de derechos de las
mayorías antes olvidadas. Aumenta el gasto público y se extiende un
mejor control de la fiscalidad progresiva, piedras de toque para el
combate a la desigualdad; en Bolivia la reducción de la pobreza alcanza
los 20 puntos. Hay problemas y grandes retos por delante, pero se
evidencia que se pueden dar pasos reales y efectivos en
transformaciones estatales, económicas y políticas para construir
sociedades más justas. Por cierto, cerrando este texto llega un último
informe sobre la riqueza en el mundo que nos dice, solo un dato pero
altamente ilustrativo: en el estado español las 20 personas más ricas
tienen tanta riqueza como un tercio (14 millones) de la población del
mismo. Con datos como estos, es claro que muchos miembros de la clase
política tradicional española deberían dejar de dar lecciones a América
Latina sobre desarrollo, democracia y justicia social.
A modo
de resumen y cierre, se puede afirmar que tal y como una líder indígena
de Guatemala señalaba recientemente, es el neoliberalismo y el
capitalismo el que se ha quedado en el camino corto, por que los
pueblos están vivos y están decididos a defender la vida y la madre
tierra; éste es el camino largo.
Por todo ello, la
importancia de las victorias de octubre de 2014 en América Latina;
victorias que muestran la fuerza de las nuevas geopolíticas que se
vienen desde el Sur; victorias que son empujadas por las mayorías
conscientes que históricamente fueron silenciadas y que ahora vuelven a
tomar la palabra.
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
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