Avanza el virus
Marcos Roitman Rosenmann
La radiografía del  
momento son hospitales colapsados, personal sanitario exhausto y un 
sistema de salud pública resquebrajado por las privatizaciones. El 
Covid-19 destapa las vergüenzas de una gestión destinada a transformar 
la medicina en un gran negocio para empresarios ávidos de ganancias. 
Como suele ocurrir en estos casos, la iniciativa privada se frota las 
manos. Cualquier circunstancia es buena para hacer caja. Así, juegan con
 el miedo mientras ven aumentar sus beneficios. Han llegado a cobrar 300
 euros por las pruebas del Covid-19. Su costo normal no supera los 25 
euros. Son los empresarios quienes piden exenciones de impuestos, 
rebajas en el IVA, facilitar despidos y recibir ayudas para paliar la 
crisis abierta por la pandemia.
El Covid-19 es una buena excusa para especular. Dejar de ganar no es 
lo mismo que perder. Si lo valoramos en coyuntura, es una parálisis 
efecto de una situación extraordinaria. El cierre temporal puede no 
tener incidencia en el cuadro anual de resultados. Así lo hizo saber el 
ex ministro de Industria, Comercio y Turismo del PSOE (2008-2011) Miguel
 Sebastián: “Las parálisis económicas no tienen por qué ser una crisis 
económica… es un paréntesis… la clave (es) que no duren mucho… puede ser
 un mes o menos, y luego recuperar la actividad”.
Mientras tanto, la población es sometida a medidas que desatan la 
histeria colectiva y cuyo objetivo es frenar la acción del virus. El 
llamado a no salir de las casas deja un paisaje de ciudades 
semidesiertas. El gobierno y las autoridades solicitan comprensión y 
responsabilidad a los ciudadanos, la que ellos no tuvieron cuando 
firmaron los decretos de privatización, el despido de personal auxiliar y
 la amortización de médicos especialistas motivada por jubilación. Han 
sido cientas las plazas perdidas, lo cual ha dejado un sistema de salud 
en mínimos, disminuyendo el número de camas, los servicios 
especializados y de urgencias. En 2012, el Servicio Madrileño de Salud 
tenía 15 mil 531 camas funcionando, en 2018 eran 12 mil 565. Todos los 
inviernos la gripe común satura las áreas de urgencias de los hospitales
 públicos, pero no se hace nada, sólo ocultar los déficits.
Este año se suman los afectados por el virus Covid-19. La rapidez con
 la cual se expande en pacientes con patologías crónicas supone la 
imposibilidad material de gestionarlo hospitalariamente. Entender la 
salud como un negocio tiene consecuencias. No resulta extraño que en 
medio de la caída de valores en la bolsa, dos compañías farmacéuticas 
que trabajan en una vacuna, la anglofrancesa Novacyt y la estadunidense 
Aytu BioScience, vean subir su cotización. La primera, en 600 por 
ciento, y la segunda, en 80 por ciento. Nada sobre los avances del 
Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Cuba, donde los cuatro 
pacientes italianos en la isla han sido tratados con el nuevo antiviral 
interferón alfa 2B recombinante (IFNrec), elaborado en la planta mixta 
cubano-china desde enero en la localidad de Changchún, provincia de 
Jilin.
Si el virus y su tratamiento son un problema que desconcierta a la 
comunidad científica (¿nuevo, una mutación, llegó para quedarse?), 
aconsejar el aislamiento total y evitar contacto humano para frenar su 
propagación resulta, al menos, sospechoso. Algo no cuadra. Podemos estar
 viviendo el mayor teatro de operaciones jamás creado para elevar el 
grado de sumisión y obediencia apelando al miedo-pánico, a fin de 
reorganizar los mecanismos represivos y coercitivos. Una visión 
primaria, pero efectiva. Ante una amenaza que se expande, cerrar 
ciudades, suspender la actividad comercial salvo alimentación, quioscos 
de prensa, estancos y farmacias, estaría justificado. El relato no puede
 ser más maniqueo. Es el momento de obedecer sin rechistar. Será 
cuestión de meses encontrar el antídoto. Así se consolida el 
comportamiento socialconformista, cuyo rasgo característico es la 
adopción de conductas inhibitorias de la conciencia en el proceso de 
construcción de la realidad. Se presenta como un rechazo a cualquier 
tipo de actitud que suponga enfrentarse al poder constituido. El 
conformismo social es asumido y presentado a los ojos de todos nosotros 
como actitud responsable. Un comportamiento que busca paralizar la 
acción colectiva y desarmar el pensamiento crítico. La guerra 
neocortical ha comenzado.
No se trata de negar, menospreciar ni buscar explicaciones en teorías
 conspiratorias. La realidad parece señalar que los motivos 
epidemiológicos para declarar una pandemia no están justificados, aunque
 sí desde una perspectiva política. Desde hace unos años, analistas 
pronostican una recesión en el interior del neoliberalismo y su fetiche,
 la economía de mercado. Su reacomodo requiere mayor grado de violencia,
 aumento de la desigualdad social, exclusión y sobrexplotación bajo un 
neoliberalismo militarizado. Contener las revueltas populares, 
desarticular los movimientos sociales y plantear un nuevo escenario se 
antoja necesario para evitar el colapso. Los ejemplos sobran. En Chile, 
Francia o Colombia, por citar tres casos, el coronavirus es una 
bendición. Por primera vez, si exceptuamos las dos guerras mundiales, la especie humana es sometida a una tensión donde el miedo, el control social y una información manipulada comparten el espacio. Todo aderezado con un relato sobre caos económico y las cuantiosas pérdidas. Seguramente, dentro de unos meses, las empresas habrán recuperado sus beneficios, las bolsas retomarán el pulso especulativo y el miedo-pánico desaparecerá. La factura, como de costumbre, la pagarán las clases trabajadoras.

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