El crucero  MS 
Braemar, con cinco casos confirmados de Covid-19 y un millar de personas
 a bordo, atracó poco antes del amanecer de este miércoles en el Puerto 
de Mariel, a 40 kilómetros de La Habana. El corredor de evacuación 
aeroportuaria hacia la pista de la terminal internacional 
José Martí, desde donde cuatro aviones del Reino Unido trasladaron a los evacuados, marchó con la precisión de un mecanismo de relojería.
Mientras el mundo contiene el aliento y resulta imposible predecir 
las consecuencias de la pandemia, Cuba fue noticia ayer por el trasbordo
 de los más de mil pasajeros y tripulantes del Braemar quienes, desde el
 8 de marzo, estaban confinados en un buque fantasma en el Caribe.
La odisea comenzó cuando el crucero de la compañía británica Fed 
Olsen arribó a Cartagena, donde descendió una estadunidense 
diagnosticada poco después con coronavirus. A partir de ese momento 
cinco puertos caribeños negaron la entrada al buque y las familias de 
los cruceristas acudieron a los medios de comunicación para expresar 
temor por la suerte de sus seres queridos y la posibilidad de que se 
vieran obligados a recorrer el largo camino de regreso a Europa, 
expuestos al contagio masivo y quizás a una muerte a escala industrial 
antes de que el navío pudiera llegar a Gran Bretaña.
El alarmismo y el morbo mediático que se vive por estos días con el 
nuevo coronavirus, convirtieron a los pasajeros y tripulantes en una 
suerte de apestados. Anthea Guthrie, pasajera del Braemar y jardinera 
jubilada, mostró en su página de Facebook un video del momento en que el
 crucero era abastecido a 25 millas de uno de los puertos donde no pudo 
atracar. Un barco remolcó una segunda barcaza rudimentaria, sin motor ni
 tripulantes, para acercar al Braemar sacos de arroz y racimos de 
plátano, que integrantes de la tripulación británica subieron a bordo en
 medio de la noche, como fugitivos en una especie de expedición pirata.
El testimonio de ese momento lo compartió Anthea después de conocida 
la buena noticia de que Cuba los recibiría. Ella publicó otro video en 
que los pasajeros, relajados sobre cubierta, agradecían el gesto 
solidario de la isla y levantaban copas a la salud de los cubanos. Como 
toda una veterana en las redes, no sólo ha estado reportando desde el 
barco, sino que incluyó la etiqueta #DunkirkSpirit (Espíritu 
Dunkerque), que alude a la evacuación de 330 mil soldados aliados –la 
mayoría británicos– de las costas francesas en mayo de 1940, al inicio 
de la Segunda Guerra Mundial, cuando Adolfo Hitler parecía invencible.
Para nosotros Dunkerque no habla sólo de heroísmo, sino de humanidad. Significa que hay salidas en la peor de las circunstancias y, esta vez, tendremos que agradecérselo a Cuba, comentó Anthea, aliviada tras la noticia de que el crucero atracaría en la isla.
La decisión de La Habana de permitir la entrada al MS Braemar, 
después de la solicitud de los gobiernos de Reino Unido e Irlanda del 
Norte, no extrañó a los cubanos, que tienen una larga tradición de 
colaboración médica y humanitaria. Desde los inicios de la década de los
 60, miles de trabajadores de la salud han colaborado con casi todos los
 países pobres del mundo. Más de 35 mil estudiantes de medicina de 138 
países se han preparado gratuitamente en la isla. Tras los devastadores 
terremotos de Pakistán (2005) y Haití (2010), o durante la crisis del 
ébola en África occidental, en 2014, los médicos cubanos fueron los 
primeros en llegar a los territorios marcados por la devastación.
La colaboración cubana de salud y sus indiscutibles resultados 
científicos, particularmente en el campo de la biotecnología, han 
provocado ira ponzoñosa en los privilegiados de siempre y simpatía y 
calidez en los ninguneados de siempre. Pero 
la verdad de Cuba, tabla salvadora para muchos durante la pandemia del Covid-19, ha inclinado la balanza hacia las expresiones de cariño dirigidas al
ejército debatas blancas. Los gobiernos latinoamericanos que bajo presión de Washington expulsaron a los médicos, hoy viven el doble calvario del coronavirus y del reclamo de sus pueblos por semejante acto de so-berbia y estupidez. Una fila de naciones reclama la colaboración médica y los fármacos de la isla, que han demostrado su efectividad en el tratamiento de los enfermos.
La gran paradoja es que, mientras los barcos con petróleo y alimentos
 contratados por Cuba son acosados por Estados Unidos, los barcos con 
los enfermos que nadie quiere en sus puertos reciben solidaridad y 
respeto en Cuba. El régimen de Trump, por cierto, se negó a recibir a 
Braemar, según artículo que publicó ayer el diario The Independent.
Las dos palabras más repetidas desde ayer en Twitter sean 
Cuba salva. Ninguna casualidad.
 
 
 
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