Panamá
La noche del 20 de
Diciembre de 1989 ha sido larga. Tres décadas ha tardado la sociedad
panameña en sacudirse la modorra, empezar a abrir los ojos y reflexionar
sobre la pesadilla padecida. Recién despiertos y aún en la cama
empezamos a evocar lo soñado, buscando precisar los contornos de las
cosas, esclareciendo los personajes y las acciones, interpretando el
sentido de los actos y las imágenes que se nos aparecen reiteradas. ¿Fue
un sueño?
Se impuso el silencio, se apagaron las luces, se acalló
la verdad de lo ocurrido desde el momento mismo en que la mañana del 20
de Diciembre un helicóptero norteamericano reventó con misiles las
instalaciones de Radio Nacional en el edificio de la Contraloría; desde
el momento en que las tropas yanquis, sin mediar razones, asesinaron con
un certero tiro en el ojo al periodista gráfico Juantxu Rodríguez;
desde que los marines desembarcaron en Howard y controlaron la prensa
para que no pudiera acceder a las áreas de combate.
Durante
treinta largos años, se impuso el relato de los vencedores sobre lo
sucedido. Se impuso junto con las instituciones nacidas de la invasión:
el régimen político oligárquico y corrupto, la política neoliberal, el
título constitucional que creo la Autoridad del Canal y los “acuerdos de
seguridad”.
La versión de los vencedores sobre la invasión ha
sido simple: “el culpable y responsable único de los hechos ha sido el
general Manuel A. Noriega”; “los gringos vinieron a salvarnos y traernos
la democracia”; “no hubo tantos muertos como se dice”; “los que
murieron eran todos batalloneros y norieguistas, por lo cual están bien
muertos”; “los batalloneros y codepadis fueron los que quemaron El
Chorrillo”; “los que denuncian la invasión son comunistas”.
Por
supuesto, nunca lograron imponer un silencio completo, pero las voces
que intentaban esclarecer la verdad eran minoritarias, marginadas y
marginales, subversivas, ignoradas por los grandes medios de
comunicación.
Pero ahí estuvieron desde el principio, como el
maestro Rafael Olivardía que alzó su voz entre los chorrilleros
hacinados en el hangar de Albrook para gritar: “somos refugiados de
guerra”. Estuvo el Comité de Familiares de los Caídos del 20 de
Diciembre, que rápidamente se organizaron dirigidos por la señora Corro;
los batalloneros que defendieron la patria cuya voz se oyó a través del
compañero Rolando Sterling.
Las fuerzas populares y
patrióticas conformamos el Comité Pro Rescate de la Soberanía desde
inicios de 1990, y rápidamente coordinamos la primera Marcha Negra, la
cual se ha sostenido por 6 lustros, a veces con escasos participantes y a
veces multitudinaria, pero nunca dejó de movilizarse para conmemorar la
fecha y denunciar lo sucedido.
Sin embargo, todo ello sucedía
en los márgenes de la sociedad hasta que poco a poco, sin notarlo, se ha
ido deshaciendo la versión original de los vencedores, y ha ido
saliendo a la luz la magnitud y crueldad de lo cometido por las tropas
invasoras. De pronto el tema de la invasión dejó de ser un monólogo de
“comunistas” y pocas víctimas “resentidas” para dar paso a una polifonía
de voces que abordan el tema desde distintos ángulos, algunos con más
aciertos que otros, pero todos contribuyendo a despertar la conciencia y
despejar las brumas.
Desde la conmemoración del cuarto de
siglo hasta este treinta aniversario de la invasión ha habido un
florecimiento del tema en todos los escenarios imaginables, desde la
literatura, los debates, las muestras museográficas de fotografías y
pinturas, la filmografía especialmente llama la atención. Incluso
decenas de personas que habían callado se han animado a dar sus
testimonios y denunciar lo que les pasó. Hay que reconocer en la labor
de poner el tema sobre la mesa el mérito del grupo de periodistas de Concolón.
Durante muchos años solo se contó con el documental norteamericano Panama Deception,
que ganó el Oscar como mejor documental en 1992, dirigido por Bárbara
Trent, editada por David Kasper y narrada por Elisabeth Montgomery. A
nivel nacional sólo se habían hecho algunos videos muy cortos del Grupo
de Cine Experimental (GECU) de la Universidad de Panamá. De pronto han
aparecido: Invasión, de 90 minutos, de Abner Benaim 2014; dos filmes de ficción como la cinta Diciembres (2018) de Enrique Castro y Operación Causa Justa (2019) de los directores Luis Pacheco y Luis Franco. A los que podemos agregar el corto Memoria de Aris Rodríguez y Natalia Beluche (2019).
De ser un tema exclusivo de algunos ensayos y libros testimoniales, la
invasión a conllevado una explosión literaria que abarca todos los
géneros. La profesora Ileana Gólcher ha construido un blog en que lista
referencias bibliográficas más de 140 títulos sobre este tema cuya
consulta recomendamos ( Los libros de la invasión. Ileana Gólcher http://igolcher.blogspot.com/ 2010/12/los-libros-de-la- invasion-ileana.html).
La invasión ha sido abordada por autores como: Manuel Orestes Nieto,
Roberto Luzcando, Ramón Oviero, Pablo Menacho, Arístides Martínez
Ortega, Arysteides Turpana, Xavier Collado, Consuelo Tomás, Bertalicia
Peralta, Moisés Pascual, Indira Moreno, Eyra Harbar, Leoncio Obando,
Lucy Chau, Alex Mariscal, Jilma Noriega de Jurado, Enrique Chuez,
Moravia Ochoa, Mario Augusto Rodríguez, Pedro Luis Prados, Porfirio
Salazar, Héctor Collado, Dayra Miranda, David Robinson, Mario García
Hudson, José Carr, Juan Gómez, Raúl Leis, Dimas Lidio Pitty, Tristán
Solarte, Martín Testa, Chuchú Martínez, Víctor Manuel Rodríguez, Pedro
Rivera, Carlos Changmarín, Juan David Morgan, Itzel Velázquez, Víctor
Manuel Rodríguez, Rey Barría, Félix Armando Quirós, Carlos Jiménez, José
Franco, Octavio Tapia, Javier Stanziola, Giovanna Benedetti, Claudio de
Castro, Julio Yau, Carlos Fong, entre tantos.
Celebremos esta
multitud de voces que, cada uno a su manera, nombran lo hasta hace poco
innombrable, y denuncian el crimen y sus autores materiales e
intelectuales. Pero no seamos completamente inocentes pue se sabe que
hablar del tema también puede servir para “normalizar”, o sea, para
“asimilar” o hacer el asunto digestible para el régimen político.
La interpretación del vencedor no ha desaparecido del todo, ella sigue
ahí. Igual que en la interpretación de la separación de Colombia, se nos
quiere convencer, de que si bien se impuso la intervención arbitraria y
violenta del imperialismo yanqui, la “cosa hubiera sido peor si no nos
invadían”, “había que pagar el costo de liberarnos”, “ahora estamos
mejor”.
Hay que recordarles a los jóvenes que la invasión no ha
terminado, sigue pasando cada día y ellos son las víctimas: del régimen
corrupto que odian, del modelo económico, del canal de espaldas al
pueblo, de la presencia solapada de tropas del Comando Sur. Eso sigue
siendo “subversivo” e inasimilable para la versión oficial.
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