En las elecciones 
presidenciales de México, que se efectuarán el 1º de julio de 2018, 
compiten tres coaliciones formalmente constituidas y que son: "Juntos 
Haremos Historia" que postula al candidato opositor Andrés Manuel López 
Obrador impulsada por los partidos Movimiento de Regeneración Nacional 
(MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social 
(PES); la coalición "Por México al Frente" que postula la candidatura 
del panista de derecha, Ricardo Anaya, integrada por los partidos Acción
 Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el 
Movimiento Ciudadano (MC). Por último, la coalición oficialista del 
PRI-gobierno llamada "Todos por México" integrada por el Partido 
Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Verde Ecologista de 
México (PVEM) y el Partido Nueva Alianza (PANAL) que postula a un 
ex-secretario de Hacienda, Antonio Meade, que sirvió tanto en los 
regímenes del PRI como del PAN y a quien se le adjudica ser el "padre 
del gasolinazo" que provocó inflación y deterioro de los ingresos de la 
mayoría de la población. Además figuran dos candidatos supuestamente 
"independientes": un ex-priista "gobernador con licencia" del Estado de 
Nuevo León apodado "El Bronco" cuya campaña electoral está centrada en 
"cortarle las manos a los corruptos", y la despistada esposa de un 
ex-presidente de México que "renunció" a su candidatura antes del 
segundo debate presidencial que se efectuó en la ciudad de Tijuana el 20
 de mayo de 2018.
 De acuerdo con el Instituto Nacional Electoral 
(INE) con un padrón electoral de 89,1 millones coimputados, se votará 
para elegir a 8 gobernadores, 1 jefe de gobierno de la CDMX (ahora 
llamado gobernador), 128 senadores y 500 diputados. Asimismo se elegirán
 autoridades para 1.597 ayuntamientos, 184 concejales y 16 alcaldías. La
 Ciudad de México, que es la entidad con la segunda mayor lista nominal 
de electores (7 millones 64º mil), elegirá Jefe de Gobierno, diputados 
al Congreso Local, 16 alcaldes y 10 concejales. 
Contexto: crisis estructural del capitalismo dependiente mexicano 
 Mientras que el crecimiento económico de México durante el llamado 
"desarrollo estabilizador" (1954-1976) fue superior a 6% promedio anual,
 entre 1982-2017 el PIB promedió 2.36% anual. Durante el régimen panista
 de Vicente Fox (2001-2006) el crecimiento promedio fue de 2.3% y 
durante el siguiente de Calderón (2007-2012) de 1.93%; entre ambos dicho
 crecimiento alcanzó 2.11%, para volver a descender durante el actual 
régimen priista de Peña Nieto (2013-2017) en el orden promedio anual de 
2.12%. De esta forma durante los regímenes plenamente neoliberales del 
PRI y del PAN, el PRIAN (1982-2017) el crecimiento económico medido por 
su PIB francamente declinó y se situó por debajo de un tercio de aquel 
promedio histórico. 
 En este contexto los primeros que perdieron
 son los empleos cuyo déficit alcanza proporciones gigantescas si 
consideramos que por cada punto del PIB que se pierde, con él se 
eliminan alrededor de 1 millón de puestos de trabajo a los que hay que 
agregar los que no se crean al influjo del crecimiento natural de la 
población calculados en alrededor de un millón 500 mil cada año. Hay que
 observar, lo que oculta sistemáticamente el gobierno, que los empleos 
creados durante los regímenes neoliberales en una gran proporción son de
 naturaleza precaria: temporales, con o sin derechos sociales y 
sometidos a altas tasas de explotación y rotación de la fuerza de 
trabajo. De aquí el enorme desempleo existente en el país que organismos
 independientes como el Centro de Análisis Multidisciplinario de la 
Facultad de Economía de la UNAM sitúan en más de 20% de la PEA; la 
extendida pobreza "normal" y extrema; los bolsones poblacionales de la 
informalidad que cubren 60% de la PEA (52 millones 866 mil personas en 
2017) que trabaja en condiciones precarias e inhumanas fundamentalmente 
en la calle; el crecimiento de la violencia, de la inseguridad y de los 
grupos delictivos, entre otras taras propias del capitalismo dependiente
 mexicano que su dinámica económica y política no hace más que recrear y
 amplificar día a día ante la corrupción e impunidad de las autoridades y
 sus partidos políticos que constituyen la partidocracia del poder. 
 Una de las consecuencias dramáticas de esta situación tanto para México
 como, principalmente, para millones de trabajadores, es su emigración 
forzosa en modalidad de indocumentados (alrededor de 12 millones) a 
Estados Unidos donde son vejados, humillados, superexplotados, 
discriminados, abusados y deportados bajo la total indiferencia de las 
autoridades mexicanas y de Estados Unidos. 
 Los salarios son la 
otra variable castigada por el régimen neoliberal dependiente mexicano: 
los reales y su poder adquisitivo tienen una curva descendente desde 
1976 y en la actualidad son más bajos que en China y que en otros países
 pertenecientes al mundo subdesarrollado de Asia, de América Latina y de
 los países africanos. Este es uno de los secretos de los privilegios de
 que gozan las clases dominantes en México y los altos y medianos 
funcionarios, burócratas y políticos del régimen partidocrático 
mexicano. 
 Este régimen neoliberal cuida celosamente las 
sacrosantas "variables macroeconómicas" como la tasa de ganancia que es 
altísima para las gigantescas empresas transnacionales monopólicas que 
operan en el país y que prácticamente controlan todos los flujos y 
ciclos de la economía mexicana: desde el capital dinero y productivo, 
hasta el capital mercancías, con énfasis en las importaciones y las 
exportaciones que controla prioritariamente el capital internacional. A 
cambio el pueblo y los trabajadores reciben un mayor endeudamiento 
externo que es de los más altos de América Latina: en 2017 la deuda 
pública alcanza 46.2 del PIB al cierre de 2017 según la Secretaría de 
Hacienda y las proyecciones bajo la política neoliberal es que siga 
creciendo sobre todo para pagar apenas los intereses del capital 
principal, lo que provoca un constante déficit de la cuenta corriente de
 la balanza de pagos el cual, con la entera complacencia del FMI y de la
 burocracia política del país, es contrarrestado mediante incrementos de
 los impuestos a la población, aumentos a los precios de las gasolinas 
mayoritariamente importadas a pesar de ser México un país petrolero y de
 la energía eléctrica de consumo popular, la severa aplicación de 
políticas de austeridad social y de recortes al presupuesto público en 
el renglón social en materia de educación, salud, vivienda, 
alimentación, pensiones y jubilaciones, junto con la aplicación de 
sendas reformas llamadas estructurales: laboral, energética y 
educacional entre otras inscritas en la lógica de la privatización y de 
la reproducción del capital. 
 Este es el marco socio-económico 
del actual proceso electoral mexicano que habrá de elegir presidente de 
la república, senadores y diputados, 5 gobernadores y al Jefe de 
Gobierno de la Ciudad de México para los siguientes seis años. 
Las coaliciones o alianzas electorales 
 De antemano planteamos que ninguna problemática del país en el plano 
social, económico y político se va a resolver mediante un proceso 
electoral y mucho menos con el triunfo de alguna de las mencionadas 
coaliciones que se desenvuelven en el marco del capitalismo neoliberal, 
dependiente y subdesarrollado que prevalece en México. Y no lo va a 
hacer simplemente porque, independientemente de los planteamientos de 
los aspirantes presidenciales que generalmente van dirigidos a 
granjearse el apoyo de los grandes capitales y monopolios nacionales e 
internacionales y, por supuesto, el de Estados Unidos, y menos el del 
pueblo, esencialmente ninguno atenta, ni modifica, el sistema 
capitalista sustentado en el régimen jurídico-político-institucional de 
propiedad privada de los medios de producción, de la tierra, de los 
recursos naturales y en la explotación de la fuerza de trabajo (que son 
los pilares del modo de producción capitalista universal) en cualquier 
orden macroeconómico y político: sea el neoliberal o el proteccionista 
(neo) desarrollista que son los que compiten en el México neoliberal y 
en los países latinoamericanos de manera predominante. 
El carácter de las elecciones 
 En lo referente al presidente de la República su elección rutinaria 
ocurre formalmente cada seis años y siempre bajo el férreo control del 
gobierno en turno mediante un ente electoral que hasta la fecha controla
 (antes fue el Instituto Federal Electoral y hoy el Instituto Nacional 
Electoral). Se puede afirmar que el fraude es el eje histórico del 
proceso de la elección junto con la compra millonaria de votos, el 
acarreo forzoso de las bases electorales del partido, el miedo, la 
violencia y el uso masivo de los medios corporativos de comunicación 
cuyo objetivo es imponer a la ciudadanía el candidato a modo elegido por
 el gobierno a través de lo que se conoce como el "dedazo" del 
presidente en funciones. En ese sentido el régimen político mexicano es 
tan antiguo y carcomido como en los mejores tiempos del llamado 
nacionalismo revolucionario que transcurrió bajo la hegemonía política 
de los dinosaurios del PRI-gobierno. 
 En este contexto cabe 
prever tres escenarios que pueden ocurrir en la actual contienda 
electoral donde, hay que mencionar, en el promedio de las encuestas el 
candidato que se encuentra fuera de la "mafia del poder" lleva la 
delantera por alrededor de 20 puntos en promedio por encima del 
candidato de la derecha que se mantiene en segundo lugar y por encima 
del candidato del oficialismo. 
 Un factor importante, que al 
final pudiera ser estratégico, es la influencia del Departamento de 
Estado en las elecciones mexicanas que hasta ahora ha sido acotado y 
discreto, pero que no por ello deja de ser preocupante dados los 
antecedentes en otras coyunturas electorales donde Estados Unidos ha 
terminado por ser determinante como en las pasadas elecciones de 
Honduras (26 de noviembre de 2017) donde operó un golpe de Estado 
mediado por el estado de sitio y la represión para imponer al impopular y
 repudiado candidato oficial que era el mismo presidente de la 
República, Juan Orlando Hernández. Dicha intervención se dio para 
destituir al presidente Manuel Celaya de ese país en 2009 y, más 
adelante, con la destitución del presidente de Paraguay, Fernando Lugo, 
en 2012. El golpe de Estado judicial en Brasil que depuso a la 
presidenta Dilma Rousseff contó con el beneplácito tanto de Estados 
Unidos como de la OEA y de la mayor parte de los gobiernos de derecha, 
entre los que figura de manera sobresaliente el gobierno mexicano que 
encabeza el llamado "Grupo de Lima" creado bajo patrocinio 
norteamericano con el fin expreso de derrocar al gobierno legítimo y 
constitucional de Venezuela. En este contexto no hay argumentos sólidos 
para sostener que esto no pudiera ocurrir en México en la hipótesis del 
triunfo del candidato opositor al oficialismo y a la derecha. 
Posibles escenarios 
Escenario 1. 
 Este escenario, el menos probable en virtud de los antecedentes de la 
historia electoral de nuestro país caracterizada por el fraude y la 
manipulación del proceso electoral por el gobierno en turno, supondría, 
de ser certeras la mayoría de las encuestas, el triunfo del candidato de
 MORENA y de los partidos del Trabajo (PT) y de Encuentro Social (PES), 
Andrés Manuel López Obrador, quien sería elegido por primera vez después
 de dos intentos fallidos en el año 2006 y en 2012 cuando se impuso al 
actual presidente de la República Peña Nieto. En este hipotético 
escenario esto implicaría no solamente la acción electoral y de la 
campaña de la coalición que ampara dicha candidatura, sino una extendida
 movilización popular y ciudadana en defensa del voto antes y después de
 la elección. Significaría, también que la gente ya habría aprendido la 
lección respecto al pasado caracterizado por la imposición y la 
secuencia a toda costa de los gobiernos priistas desde la época de la 
Revolución Mexicana, tal vez con la excepción del triunfo del general 
Lázaro Cárdenas en 1934 quien gobernó hasta 1940. Desde entonces, es 
decir desde el avilacamachismo (1940-1946) hasta el año 2000, gobernó el
 PRI cuando cedió el poder presidencial por primera vez a un personero 
distinto de ese partido y que fue el señor Vicente Fox candidato del 
derechista Partido Acción Nacional de naturaleza social-cristiano. En el
 siguiente sexenio fue impuesto, mediante fraude electoral, el panista 
Felipe Calderón (2006-2012) quien, a la par, le pasó la estafeta 
presidencial al actual presidente del PRI, Peña Nieto, quien utilizó 
masivamente la compra multimillonaria de votos con toda impunidad y 
corrupción a través de tarjetas de crédito, entre otros instrumentos 
fraudulentos. 
 Este escenario, como dijimos difícil e improbable
 debido a las circunstancias indicadas, por vez primera elegiría como 
presidente a un candidato diferente al que se conoce como perteneciente 
al PRIAN (la suma del PRI y el PAN a la que ahora se agrega el PRD) y 
que expresa la simbiosis entre el viejo partido priista y el derechista 
de Acción Nacional (PAN), este último ahora amalgamado con el otrora 
partido de "centro-izquierda" denominado Partido de la Revolución 
Democrática (PRD), quienes juntos postulan al candidato panista de 
derecha Ricardo Anaya involucrado en investigaciones penales de lavado 
de dinero y de corrupción, además de ser uno de los principales 
promotores y partidarios de la privatización energética. 
 Hay 
que indicar también, por último, que muchas estimaciones proyectan que 
el partido opositor (MORENA) tendrá mayoría en el Congreso de la Unión 
en el que lastimosamente el PRI caería hasta la tercera posición como un
 resultado del castigo por parte de la indignada y empobrecida población
 mexicana que cada vez más desahucia a los gobiernos neoliberales. 
Escenario 2. 
 Vislumbramos un segundo escenario contradictorio y complejo. En éste el
 candidato de la derecha del PAN y del PRD, Ricardo Anaya, gana la 
elección mediante un acuerdo estratégico con el gobierno de Peña Nieto y
 su candidato, Antonio Meade (quien ocupa el tercer lugar en el promedio
 de las encuestas), utilizando todos los medios a su alcance legales y 
extralegales como la compra masiva de votos, la guerra sucia contra el 
candidato puntero, el uso de los recursos del Estado en materia social 
hacia la población para utilizar su voto en su beneficio; diseño y 
difusión de spots en los medios de comunicación corporativos para 
introducir el miedo, la tesis del desastre y otras mentiras similares, 
con el fin de apartar a la población de la posibilidad de orientar su 
voto al candidato puntero y, de esa manera, hacerlo hacia el candidato 
panista. Así, por lo menos se neutraliza al ciudadano y lo ubica en el 
espectro abstencionista de la población. Aquí el acuerdo estratégico 
entre ambos personeros del gobierno federal y su candidato y del partido
 de la derecha consistiría en "dividirse el pastel": el poder y los 
puestos en el gobierno, una vez que haya concluido la elección 
presidencial para, como ha sido siempre en el régimen autoritario 
mexicano, adjudicarse los empleos, influencias y prebendas en las 
distintas instancias de gobierno (como secretarías de Estado, 
direcciones de instancias gubernamentales, jefaturas locales y 
comisiones específicas, alcaldías, etcétera); en el gabinete 
presidencial, así como en el jugoso reparto de curules millonarias en el
 Congreso de la Unión. 
 Evidentemente tanto en este caso como en
 el siguiente, pudiera haber impugnación de la elección presidencial por
 parte de quienes pierdan (tentativamente por parte de la Coalición de 
Morena) y la instancia que tendría que decidir el resultado de la 
elección sería el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación
 como ocurrió en 2006 cuando este avaló y ratificó el triunfo del 
panista Felipe Calderón. 
Escenario 3. 
 Este escenario, siempre en función del objetivo estratégico
 de afianzar el triunfo del PRIAN, tendría como premisa que el 
beneficiario de la candidatura a la presidencia fuera el candidato 
oficial del PRI, Antonio Meade, al que todas las encuestas, incluso 
internacionales, ubican en el tercer lugar muy lejos del candidato 
puntero, lo que dificulta con creces acortar la distancia hasta el día 
de la elección el 1º de julio para efectuar el fraude electoral (esta 
posibilidad la denuncia in extenso Santiago Nieto, ex-fiscal electoral, 
en la Revista Proceso #2169 del 28 de mayo de 2018: "Cómo prepara el PRI el fraude":  https://www.proceso.com.mx/535992/santiago-nieto-como-prepara-el-pri-el-fraude  ). 
 Esta posibilidad tendría como premisa la presión por parte del gobierno
 peñanietista y de su candidato, al de la coalición panista bajo la 
amenaza de activar las investigaciones penales por lavado de dinero que 
también involucran a miembros de su familia. Evidentemente que estos son
 acuerdos de cúpula y no necesariamente su consecuencia sería canalizar 
los votos de las bases electorales de la coalición panista-perredista 
hacia el candidato del PRI. Por eso, esto constituye un auténtico riesgo
 para el sistema. Como sugieren algunos expertos y analistas políticos 
en asuntos electorales pudiera ocurrir, nada improbable por cierto, que 
ese flujo de votos beneficiara al candidato puntero de la Coalición 
Juntos Haremos Historia, asestando un fuerte golpe electoral y mediático
 al PRIAN por vez primera en la historia electoral del país. 
Juntos Haremos Historia y la Cuarta Transformación: ¿será posible un cambio o modificación de régimen político en México? 
 En el año 2000 el voto útil de la ciudadanía favoreció al candidato de 
la derecha del PAN, Vicente Fox. En 2006, el régimen tuvo que operar un 
auténtico fraude electoral para imponer a Felipe Calderón en la 
presidencia de la República. En 2012, Peña Nieto conquistó la silla 
presidencial gracias a la masiva compra de votos, a la distribución de 
despensas y de tarjetas de crédito para la obtención de las mismas. Se 
estimó que en la campaña de Peña Nieto se gastaron más de 4 mil 600 
millones de pesos, mediante tarjetas expedidas por el Banco Monex y de 
otros monederos electrónicos e instituciones bancarias para triangular 
el financiamiento a su campaña electoral del 2012. 
 En la actual
 coyuntura, sin embargo, las cosas se han complicado sobre todo para el 
oficialismo. Hemos apuntado que tanto las encuestas nacionales como las 
estimaciones estadísticas en el exterior coinciden en colocar al 
candidato oficial del gobierno priista en el tercer lugar con una 
diferencia de alrededor de treinta puntos porcentuales respecto a López 
Obrador, el candidato de la Coalición Juntos Haremos Historia. 
 
Se trata, es necesario enfatizar, de una coalición y de un candidato que
 postula que de ganar la presidencia de la República impulsará lo que 
denomina la Cuarta Transformación de México que ocurriría después de la 
Independencia nacional (1810), de la Reforma (1855-1863) que encabezó 
Benito Juárez (la segunda independencia de México) y de la Revolución 
Mexicana (1910-1917) que marcó la gran tercera transformación. La Cuarta
 Transformación implicaría, al decir del candidato presidencial, la 
constitución de un "nuevo sistema político, democrático y con dimensión 
social" centrado en varios postulados como la separación de la política 
de la economía, la construcción de un gobierno que "represente a todos, 
ricos y pobres", y no sólo a la "mafia del poder" como hasta ahora ha 
ocurrido. Además del combate a la corrupción que es el mayor objetivo de
 campaña del candidato opositor en concordancia con el sentir popular de
 millones de mexicanos. 
 Independientemente de las posibilidades
 reales de llevar a cabo dicha transformación en México, es importante 
señalar las profundas limitaciones estructurales y sociopolíticas que 
contiene de principio este proyecto lopezobradorista. En primer lugar, 
hay que señalar lo obvio: de ninguna manera es un proyecto de naturaleza
 socialista, ni mucho menos se inscribe en lo que en América Latina se 
ha denominado "Socialismo del Siglo XXI". En segundo lugar, porque es un
 proyecto de carácter nacionalista que impulsa una política que 
pudiéramos denominar neo-desarrollista que combina tanto la inversión 
privada nacional y extranjera con las políticas públicas para el 
desarrollo como, por ejemplo, postuló en su momento la CEPAL y que en 
México se plasmó en el denominado "desarrollo estabilizador mexicano" 
impulsado desde el gobierno por el presidente Adolfo Ruiz Cortines 
(1952-1958) y por las dos siguientes administraciones presidenciales. La
 diferencia, entonces, tanto con este modelo económico y con su régimen 
político radica en otorgarle a las llamadas fuerzas del mercado un papel
 protagónico en el "desarrollo económico" mediante un primer "impulso" 
dado por el Estado. Es importante señalar que en todo caso esta política
 pública sería completamente distinta a la impulsada por los candidatos 
del PRIAN y sus gobernantes desde hace treinta años caracterizada por la
 aplicación de políticas neoliberales y de austeridad social que han 
empobrecido y precarizado a las mayorías en nuestro país. En este 
sentido, cualquiera de los candidatos de la derecha, ya sea el del PRI o
 el del PAN, no haría otra cosa más que continuar y profundizar ese 
modelo neoliberal de austeridad social, de privatización económica y de 
entrega de los recursos naturales y energéticos a las grandes 
trasnacionales monopólicas del capital internacional, mientras que el 
candidato de la cuarta transformación, si bien no cuestiona a la 
inversión extranjera directa e indirecta, como tampoco la propia 
existencia del sistema capitalista neoliberal dependiente que priva en 
México con todas sus coordenadas cimentadas en la explotación del 
trabajo por el capital, en la propiedad privada de los medios de 
producción y de la tierra, así como la existencia de la estructura y de 
las luchas de clases, plantea al menos un proyecto que en ese marco 
podría beneficiar por ejemplo en materia de desarrollo social a sectores
 empobrecidos y marginados de la sociedad. 
 Por otro lado, 
también podría mejorar nuestra posición internacional al rescatar la 
política exterior mexicana cimentada en los principios de la 
autodeterminación de los pueblos y en la no intervención de los Estados 
en los asuntos de otros Estados tal y como mandata la Fracción X del 
Artículo 89 de la Constitución Política y la Doctrina Estrada que 
fundamentan dichos principios obligatorios del Estado mexicano y que han
 sido violados por las últimas administraciones gubernamentales. 
 Esa Fracción X de la Constitución estipula: 
 "Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales, así 
como terminar, denunciar, suspender, modificar, enmendar, retirar 
reservas y formular declaraciones interpretativas sobre los mismos, 
sometiéndolos a la aprobación del Senado. En la conducción de tal 
política, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos : la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias
 ; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones
 internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación 
internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción 
de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad 
internacionales" (cursivas nuestras). (Fracción reformada mediante Decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 10 de junio de 2011). 
 De esta forma, por ejemplo, se acabaría con el grosero intervencionismo
 pro-imperialista que ejerce el Estado mexicano y su gobierno al margen 
del pueblo y del Congreso en contra de la República Bolivariana de 
Venezuela bajo los lineamientos geopolíticos y estratégicos ordenados 
por el Departamento de Estado articulados en la política 
contrainsurgente del neo-monroísmo que Estados Unidos viene 
implementando en América Latina provocando la caída de los gobiernos 
progresistas y el fortalecimiento de los gobiernos neoliberales de 
derecha que sirven a dichos intereses. 
 Un gobierno de nuevo 
cuño, por vez primera distinto al PRIAN (2000-2018), podría impulsar una
 serie de proyectos como por ejemplo la terminación y creación de nuevas
 refinerías para comenzar a reducir la irracional importación de 
gasolinas en más de 75% de Estados Unidos donde es mucho más barata que 
la que se vende en México. Asimismo en materia interior se le podría 
exigir al nuevo gobernante el cumplimiento de compromisos de campaña en 
materia de derechos humanos que han sido masivamente violentados por los
 gobiernos del PRIAN, particularmente luego de la declaración de la 
guerra al narcotráfico por Felipe Calderón que ha dejado hasta la fecha 
un saldo de miles y miles de muertos (algunas estimaciones calculan 
alrededor de los 250 mil), la multiplicación de las bandas criminales, 
la extensión de la inseguridad y de la violencia por todo el país, 
incluyendo la Ciudad de México; la aparición de fosas clandestinas y la 
desaparición forzada de cientos de luchadores y líderes sociales, sin 
contar los innumerables presos políticos que purgan penas en los 
reclusorios y penales del país. En este tema existe ya un compromiso 
público de López Obrador con los padres de los 43 normalistas 
desaparecidos por las fuerzas de seguridad del Estado para formar una 
Comisión de la Verdad que investigue, aclare y resuelva este atroz 
crimen de lesa humanidad y por primera vez se imparta justicia. 
 Estas son algunas de las cuestiones que podrían cambiar inscritas en lo
 que se denomina la "cuarta transformación" que, a nuestro juicio, no 
alcanza para anunciar un cambio de régimen político —como mucho menos se
 podría siquiera pensar con las otras dos coaliciones del PRIAN inmersas
 en el carcomido modelo neoliberal a ultranza— a no ser que tal vez el 
nuevo gobierno verdaderamente implemente el plebiscito o referéndum a 
mitad del mandato, como propuso López Obrador, para consultar a la 
ciudadanía en relación con el hecho de si está o no de acuerdo con que 
continúe el presidente en turno en la silla presidencial. Entonces sí se
 podría pensar que México avanza a un cambio desde un régimen 
presidencialista autoritario vigente de transición pactada, a otro 
semi-presidencialista con democracia representativa, aunque inferior a 
los regímenes de democracia participativa como es el caso de Venezuela. 
Pero también todo ello habrá de depender de la movilización y de la 
presión popular que obligue al gobierno a cumplir sus promesas de 
campaña, particularmente en materia de justicia social y de verdadera 
lucha contra la corrupción y la impunidad que son los baluartes 
fundamentales del actual régimen autoritario de gobierno y que más allá 
de las candidaturas presidenciales y de las personas, son los ejes que 
han articulado el descontento social y el hartazgo de la enorme masa de 
la población frente al agotamiento y crisis del régimen político 
partidocrático autoritario de transición pactada impulsado por la 
tecno-burocracia del PRIAN en los últimos treinta y seis años. 
 Adrián Sotelo Valencia. Sociólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y  Sociales de la UNAM. 
 

 
 
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