Luis Hernández Navarro
Un triunfo rotundo de la revolución bolivariana.  
  Una derrota contundente de la oposición y sus aliados. Un mensaje 
claro del pueblo venezolano. Esas son las principales enseñanzas de las 
elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) del pasado 30 
de julio.
Un triunfo del chavismo porque movilizó a las urnas a más de 8 
millones de votantes. Una derrota de la oposición porque 
infructuosamente trató de impedir, de todas las maneras posibles, la 
violencia incluida, la realización de los comicios. Un aviso inequívoco 
de los pobres venezolanos: quieren paz y no están dispuestos a que se 
les cancelen las conquistas de su revolución.
El chavismo tuvo en estas elecciones 400 mil votos más de los que la 
oposición alcanzó en las elecciones legislativas de 2015. En aquel 
entonces, la Mesa de Unidad Democrática (MUD) alcanzó 7 millones 726 mil
 66 sufragios, la votación más alta en su historia.
La cifra es también superior a la cosechada por Nicolás Maduro en los
 comicios presidenciales de 2013. En aquel entonces, el hoy mandatario 
ganó con 7 millones 505 mil 338 votos. Y es ligeramente inferior a la 
obtenida un año antes por Hugo Chávez: 8 millones 191 mil 132 sufragios.
Los votos obtenidos para nombrar la ANC son muchos más de los 7.2 
millones que supuestamente obtuvo la oposición en el referendo en contra
 organizado el pasado 16 de julio. Con un elemento adicional: la 
consulta de los enemigos de chavismo fue fraudulenta. Fuera de Venezuela
 votaron 693 mil personas, pero el registro electoral de los ciudadanos 
de ese país en el exterior es de 101 mil. Se documentó cómo sufragaron 
niños de 10 años y una sola persona lo hizo en 17 ocasiones (https://goo.gl/1FKnWt). Y, para que no quedara huella de la estafa, quemaron las papeletas de votación.
En Caracas, este 30 de julio los cerros volvieron a bajar. Pero lo 
hicieron no para protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro (como ha
 venido soñando que suceda la oposición desde que comenzó su ofensiva 
insurreccional), sino para votar por la paz y sumarse a la 
Constituyente. La imagen se remonta al Caracazo, la oleada de 
disturbios y saqueos del 27 y 28 de febrero de 1989, protagonizada por 
los habitantes más humildes de esa megalópolis. Confinados a vivir en 
modestas viviendas enclavadas en las colinas que circundan la capital, 
ellos son los cerros que, cuando bajan, sacuden hasta sus cimientos la 
vida política del país. Así lo hicieron ahora contra la oposición, no 
sólo en Caracas, sino en toda Venezuela.
El voto fue masivo. Los electores salieron a sufragar en medio de un 
incesante acoso. Muchos debieron trasladarse grandes distancias para 
hacerlo, ignorar amenazas de muerte, sortear peligros y esperar horas. 
Aun así lo hicieron, en un país en que el voto es voluntario y no 
obligatorio.
Los testimonios de esos héroes anónimos son conmovedores. En regiones
 acosadas por la derecha fascista, los ciudadanos arriesgaron su vida 
para llegar a las urnas. Muchos tuvieron que cruzar ríos y pasar mil 
penurias para llegar a los centros de votación. Funcionarios electorales
 fueron agredidos y torturados por comandos de 
pacíficosopositores. Decenas de miles de votantes se trasladaron al Centro Electoral del Poliedro para sufragar allí, porque no pudieron hacerlo debido a que viven en el este de Caracas, en zonas de violencia opositora.
Durante los últimos años, el pueblo chavista ha sufrido los 
efectos combinados de la guerra económica y la caída de los precios del 
petróleo, casi cuatro meses de protestas callejeras insurreccionales, 
bloqueos y violencia, campañas de odio, intimidaciones, presiones 
internacionales y una manipulación informativa atroz. Sin embargo, salió
 a votar.
La oposición se jugó todo a tratar de descarrilar las elecciones. 
Fracasó estrepitosamente. No llamó a la abstención, sino al boicot. 
Ensayó un paro cívico de 48 horas en el que la producción, el transporte
 y el comercio siguieron funcionando. Llamó a tomar Caracas y 
casi nadie acudió a la convocatoria. Difundió en redes y en medios de 
comunicación que las casillas estaban desiertas cuando se encontraban 
abarrotadas. Sus militantes quemaron material electoral y bloquearon 
centros de votación, asesinaron policías (21 elementos de la Fuerza 
Nacional Bolivariana fueron heridos con armas de fuego) e interrumpieron
 el tránsito. A pesar de ello, no pudieron disuadir la determinación 
popular de salir a votar.
Desde Estados Unidos se quiso paliar el aislamiento de la oposición 
venezolana dentro de su país promoviendo el chantaje internacional. Los 
gobiernos de México, Colombia y Perú se pusieron a las órdenes de la 
Casa Blanca y presionaron a fondo a Venezuela para que no se eligiera la
 ANC.
El caso mexicano es patético y vergonzoso. Traiciona una historia 
diplomática excepcional a cambio de nada. El maltrato a los migrantes 
mexicanos en Estados Unidos y la construcción del muro fronterizo siguen
 su curso, a pesar de la abyección con que el gobierno mexicano se 
comporta con su vecino norteño. Sin embargo, ese apoyo externo no 
resolvió el problema central de la oposición dentro de su país: la 
correlación de fuerzas no le favorece, y todos los intentos que ha hecho
 para modificarla han fallado.
Los opositores insistieron en que Venezuela es una dictadura. Como 
dice el analista político Katu Arkonada: curiosa dictadura donde 
millones de personas salen a votar en paz, y la 
oposición pacíficaintenta impedirlo poniendo bombas a la policía.
Venezuela es un país partido en dos polos. Uno, sin embargo, es más 
grande que otro. Este 30 de julio quedó claro que la oposición es 
minoría, y que el chavismo sigue siendo la fuerza mayoritaria dentro del
 país. Y lo es, porque los cerros volvieron a bajar. Guste o no a los 
grandes capitales, el humilde pueblo chavista no se doblegó ante la 
violencia y el terror. Su decisión de hacer la historia es una realidad 
sociopolítica que llegó para quedarse.
Twitter: @lhan55
 

 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario