Newstatesman
Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós. |
El presidente de
Estados Unidos, Donald Trump, ha adoptado un nacionalismo tóxico y
mesiánico desde el que humilla con vehemencia a los que se le oponen
tildándolos de enemigos corruptos y deshonestos. Su cantinela de
“America First” está creando una grave tensión internacional, promueve
el extremismo dentro y fuera de Estados Unidos, y socava la seguridad de
la patria que tan insistentemente se ha comprometido a mejorar.
Trump parece decidido a poner en marcha políticas y prácticas que
señalan el debilitamiento de la democracia y que posiblemente anuncian
el inicio del fascismo. Su programa para deportar inmigrantes
indocumentados y excluir a todos los visitantes de seis países designados como musulmanes es ilustrativo de una perspectiva regresiva e islamófoba.
La corriente global de disidencia popular es elocuente desde Rumania a
Corea del Sur, de Gambia a Brasil, de Reino Unido a Ucrania. Trump está
explotando peligrosamente la profunda y extendida frustración que
sienten los ciudadanos respecto al establishment político. El
cordón umbilical que conecta a los gobernantes con los gobernados se
está tensando peligrosamente. La revolución digital dota a los gobiernos
de un pavoroso potencial de opresión y control pero también está
mejorando la capacidad de los ciudadanos para organizar sus resistencias
y movilizar a las fuerzas de oposición.
La Ley que emana de la Carta de la ONU y la política del poder
En calidad de veteranos de la ONU, recordamos y afirmamos el preámbulo de su Carta, que reza “Nosotros los pueblos” y no nosotros los gobiernos.
La confianza de los pueblos en que sus gobiernos trabajan a favor del
progreso social y económico y para prevenir la guerra se ha debilitado
radicalmente, si no ha desaparecido.
La predicción que hizo el
delegado mexicano en el momento de la fundación de la ONU en 1945 según
la cual “hemos creado una institución que controla a los ratones pero en
la que los tigres andarán libremente” parece más cierta hoy que en el
momento en que se emitió. Los miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de la ONU –China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados
Unidos– “andan libremente” sin respeto por el derecho internacional ni
por la autoridad que representa la ONU, persiguiendo, una vez más, sus
respectivas agendas nacionalistas sin pretensión alguna de rendir
cuentas. Estos países que son también los principales consumidores y
exportadores de material armamentístico, son quienes favorecen tanto el
militarismo como a quienes “comercian con la muerte”.
La guerra
internacional que supuestamente se está librando contra el extremismo
político y el terrorismo ha degenerado como era previsible en terribles
enfrentamientos y matanzas. Las guerras que nunca debieron haberse
producido –ni las manifiestas en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, ni las
parcialmente encubiertas en Yemen, Somalia y una serie de otros países
de África y Asia– no han traído paz ni estabilidad sino indescriptibles
pruebas de sufrimiento humano. Los viejos enfrentamientos han aumentado y
han surgido otros nuevos.
El tigre estadounidense, envejecido
como está, da muestras de una gravísima amnesia política. En la
cosmovisión estadounidense actual se reafirma el unilateralismo y el
excepcionalismo como ejes políticos. Trump justifica el anunciado
aumento del presupuesto de defensa estadounidense en 54.000 millones de
dólares con el argumento de que “debemos volver a ganar guerras”.
Por
el contrario, la gran mayoría de los otros 192 Estados miembros de la
ONU han advertido claramente que prefieren un modelo multilateral basado
en la igualdad de los Estados y la cooperación internacional. Ha sido
el presidente Xi de China en el último encuentro de la élite neoliberal
internacional de Davos quien ha dado voz a esta visión más benigna del
orden mundial.
El llamado “Occidente” –Estados Unidos, Canadá y la
UE, incluyendo Reino Unido– está compuesto por 800 millones de
personas, es decir, un 12% de la población mundial. Los occidentales
deben aceptar la progresiva des-occidentalización como consecuencia
natural de la globalización en todos los sectores de la vida.
Si
los dirigentes internacionales fueran sabios responderían realineando de
inmediato las relaciones internacionales con el compromiso de promover
principios de convergencia, cooperación y compromiso. El objetivo sería
un nuevo orden mundial basado en el beneficio mutuo, la sostenibilidad,
la prudencia y un ethos desmilitarizante.
El Consejo de
Seguridad de la ONU es el marco más importante para llevar a cabo tal
empresa. Es aquí donde se produce la diplomacia bilateral y multilateral
del escenario global. La principal tarea sigue siendo impedir que surja
un mundo en el que los drones reemplacen a los diplomáticos y la
desigualdad siga minando el bienestar.
La ONU y la sociedad civil
Los
pueblos del mundo se enfrentan a una serie de desafíos globales. Se
están produciendo cambios políticos tectónicos en Estados Unidos, Europa
y Asia; las crisis en Oriente Próximo, África y Asia meridional
permanecen irresueltas, y se están expandiendo velozmente los efectos
inmensos de la orientalización. Las perspectivas de una ONU
políticamente eficaz y, sobre todo, de un sólido Consejo de Seguridad,
parecen sombrías pero no son imposibles. La globalización tiene el
potencial de apoyar innovadoras expresiones de multilateralismo más
orientadas que en el pasado hacia el interés global y humano. El Acuerdo
de París sobre el cambio climático de 2015 es ilustrativo de este giro
esperanzador.
La ONU y el trumpismo
Esperamos que el trumpismo
no consiga relegar a Naciones Unidas a un papel marginal. Los mexicanos
se niegan a pagar por el muro que el presidente estadounidense insiste
en construir. La ONU asumirá los costos del muro invisible que Trump y
el servil Congreso republicano parecen decididos a construir entre
Estados Unidos y el organismo internacional. Si Washington continúa con
sus amenazas de reducir drásticamente los fondos de Naciones Unidas y
poner fin a la cooperación con diversas agencias de la ONU y a su
participación en ellas, debería considerarse un revés definitorio tanto
para este organismo internacional como para su actual adversario
estadounidense. Aunque confiamos en que la ONU sobreviviría a estos
contratiempos financieros y políticos en tanto que institución, no
estamos tan seguros de que el trumpismo vaya a durar mucho tiempo.
Se
está apelando a “hechos alternativos” que demostrarían que Estados
Unido hace sacrificios y contribuciones desproporcionadas para mantener
viva a la ONU. Los hechos reales muestran una imagen diferente: en 2016
el presupuesto federal estadounidense ascendió a 3.2 billones de
dólares. Del presupuesto total de la ONU, 2.700 millones de dólares,
solo 594 millones, el 0,0019%, dependió del presupuesto federal
estadounidense.
Las relaciones entre Estados Unidos y la ONU nunca
han sido fluidas. Durante los más de 70 años se su recorrido ha habido
muchos baches en el camino. Estados Unidos ha ejercido a menudo mano
dura para influir en la agenda de la ONU. Con frecuencia ha utilizado su
influencia política para debilitar su independencia. Durante años ha
manipulado los procesos de selección utilizados para conseguir una
posición de liderazgo en el organismo internacional. Washington ha
mostrado frecuentemente su músculo retrasando el pago anual de sus
contribuciones obligatorias al presupuesto de la ONU. El gobierno
estadounidense ha dado terribles y reiterados ejemplos de violación de
las disposiciones más fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas
que rigen el uso de la fuerza. Ha desafiado continuamente el derecho
internacional en todas las partes del mundo, incluyendo las guerras en
Vietnam (1963), la ex Yugoslavia (1999), Afganistán (2001), Iraq (2003) y
Libia (2011). Ha utilizado su poder de veto en el Consejo de Seguridad
de la ONU para proteger a sus aliados de una justificada censura, al
tiempo que hace todo lo posible para castigar a sus enemigos con la
amenaza del uso de la fuerza.
Etnocentrismo occidental, alianzas y multilateralismo de la ONU
La
polarización, la formación de alianzas y el etnocentrismo occidental
fueron cruciales para que la OTAN dejara de ser un acuerdo de la Guerra
Fría destinado a defender a Europa de un ataque soviético y se
convirtiera en un proyecto de dominación global liderado por Estados
Unidos con Europa como socio menor. En este contexto geográfico más
amplio, la expansión de la Organización de Cooperación de Shanghai
Oriental (SCO, por sus siglas en inglés) puede entenderse como un
contra-movimiento geopolítico liderado por China que también tiene sus
propias implicaciones inquietantes. Frente a iniciativas geopolíticas de
tal calado, queda claro que Naciones Unidas está siendo arrinconada en
los márgenes de la política internacional precisamente en aquellas áreas
de mantenimiento de la paz y la seguridad global que fueron
consideradas como su misión principal cuando se estableció en 1945.
La
nueva Administración de Estados Unidos probablemente cumpla otra de las
mal intencionadas campañas del presidente Trump, aquella que promete
hacer una serie de movimientos para debilitar el multilateralismo en la
resolución de conflictos a costa de la ONU. Puede que estas peligrosas e
irresponsables maniobras fracasen porque son muchos los gobiernos de
todo el mundo que entienden que la diplomacia multilateral se ha vuelto
indispensable y que se ha de fortalecer para hacer frente a los desafíos
globales que enfrenta la humanidad. Es nuestra ferviente esperanza que
esos gobiernos movilicen suficientes energías para rescatar a la ONU en
en esta época de necesidad. Las autoridades belgas y holandesas nos dan
un atisbo de esperanza para que así suceda. El gobierno holandés ya ha
acordado reponer fondos si Estados Unidos se retira de ciertos programas
internacionales destinados a la población. Sin embargo, es sólo un
gesto pequeño que anticipa que será imprescindible un apoyo generalizado
a la ONU para superar el previsible daño que inflija el activismo
estadounidense contra el organismo internacional.
La política del populismo
Lo
que ahora parece el resurgir de una nueva oleada de nacionalismo en
todas partes contiene el potencial de convertirse en un nuevo
internacionalismo. Hemos servido en muchas partes del mundo bajo los
auspicios de Naciones Unidas y por lo tanto somos muy conscientes de la
ira generalizada entre los pueblos del planeta y de sus reclamaciones de
justicia. Estas multitudes descontentas comparten muchos objetivos
idénticos: la paz, la equidad, el fin de la corrupción, la ausencia de
miedo y de necesidad, el imperio de la ley, la rendición de cuentas y,
sobre todo, una vida individual y colectiva digna. En febrero de 2017,
durante una reunión de los jefes de gobierno de la UE celebrada en
Malta, se abordó el profundo malestar asociado a los cambios políticos
que están teniendo lugar en Washington. Los dirigentes europeos
reafirmaron su firme compromiso con los principios y valores comunes
como base permanente para interactuar con Estados Unidos y el mundo y
dar respuesta así a los retos generados por este pensamiento
ultranacionalista.
Creemos que los acontecimientos recientes en
Europa, Oriente Próximo y especialmente en Estados Unidos están
alcanzando un punto de ebullición. Muchos ciudadanos indignados están
listos para desafiar el intolerable status quo global. La
sabiduría de Immanuel Kant resulta más que nunca relevante y necesaria,
especialmente cuando nos anima a tener el valor de utilizar nuestra
inteligencia para construir una realidad pública benévola. En ese mismo
espíritu, nos sentimos alentados por la inolvidable máxima de Hannah
Arendt: “el pensamiento da a la gente esa rara habilidad de actuar
cuando las cosas van mal”. Y debemos actuar.
La urgencia de reformas en Naciones Unidas y el nuevo Secretario General
Para
que los órganos políticos de Naciones Unidas (el Consejo de Seguridad y
la Asamblea General) desempeñen un papel influyente en la resolución de
los conflictos del siglo XXI, los gobiernos tendrán que actuar con
determinación para superar desafíos ingentes. Tal decisión debe incluir
la renovada determinación política de los gobiernos miembros de revisar
otra vez algunas de las principales propuestas de reforma de la ONU
ahogadas en la actualidad en el polvo de los estantes de la Biblioteca
Dag Hammarskjold de la ONU, en Nueva York.
Tampoco olvidemos que
la ONU es el organismo institucional internacional más inclusivo que
haya existido. Es el único lugar en la tierra donde no hay y no puede
haber extranjeros. Por lo tanto, la ONU es el lugar más idóneo para
reflexionar sobre cómo se pueden ofrecer nuevas perspectivas y
alternativas a las personas olvidadas de todo el mundo.
El recién
elegido Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, se
enfrenta a un desafío de enormes proporciones si cumple su papel de
guardián de las normas y valores de la Carta, incluido el respeto del
derecho internacional. Tendrá que estar preparado para recordar a la
Administración estadounidense y a otros dirigentes políticos de los
principales miembros de Naciones Unidas que la paz sólo puede lograrse
cuando el unilateralismo de paso a un multilateralismo genuino, cuando
los monólogos se reemplacen por diálogos, cuando prevalezca la
convergencia, la cooperación y el compromiso, cuando se respete a la
sociedad civil y se le permita participar dentro de la organización,
cuando se reconozcan y se comprendan la raíz de las causas y no sólo los
síntomas, y lo que es más importante, cuando quienes toman las
decisiones gubernamentales, sea en países grandes o pequeños, muestren
respeto al derecho internacional y respondan por sus actos.
Los
pueblos del mundo necesitan Naciones Unidas más que en cualquier momento
desde 1945, año en que se estableció la organización “para salvar a las
generaciones venideras del flagelo de la guerra”. Sólo una ONU
fortalecida, respetada y suficientemente financiada puede proporcionar
los mecanismos para el mantenimiento del interés global y humano. No
debe permitirse a sí misma servir nunca más como instrumento para
alcanzar intereses nacionales ni, peor, como vehículo de poder
desplegado por los gigantes geopolíticos y especialmente por Estados
Unidos.
Los múltiples retos asociados con el cambio climático, las
armas nucleares, el mantenimiento de la biodiversidad y la disminución
de la desigualdad mundial ponen en peligro el futuro de la civilización e
incluso la supervivencia de la especie humana. Así las cosas, sólo
podemos esperar que sean suficientes los dirigentes políticos que estén
alertas ante esta situación amenazadora, que la ciudadanía a la que
representan les confieran valor, y que actúen con determinación y coraje
para crear un futuro alternativo para la humanidad que de respuesta a
las demandas de paz, justicia, sostenibilidad y comunidad.
Más que
nunca en la historia de la humanidad, los pueblos del mundo están
siendo severamente desafiados por problemas que entrañan un peligro
global que sólo puede resolverse a nivel mundial. La mejor esperanza de
la humanidad para hacer frente a estos desafíos es abandonar el
unilateralismo y el aislacionismo y, por el contrario, capacitar a
Naciones Unidas para que se convierta en un mecanismo eficaz para la
protección de “libertades fundamentales para todos y todas, sin
distinción de raza, sexo, idioma o religión”.
Hans-C.
Von Sponeck sirvió en la ONU desde 1968 a 2000. De 1998 a 2000 fue
Coordinador Humanitario de la ONU para Iraq y Subsecretario General de
la ONU. Richard Falk es Profesor Emérito de Derecho Internacional de la
Universidad de Princeton y fue Relator Especial de la ONU entre 2008 y
2014. Denis Halliday sirvió en la ONU desde 1964 a 1998. De 1994 a 1998
ocupó el cargo de Subsecretario General de la ONU y Coordinador
Humanitario para Iraq.Tanto Von Sponeck como Halliday dimitieron de sus
puestos de coordinadores humanitarios para Iraq como protesta por el
embargo que Naciones Unidas impuso a ese país desde 1992 hasta 2003.
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