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lunes, 27 de marzo de 2017

El futuro de la ONU en la era de la disidencia global


Newstatesman

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha adoptado un nacionalismo tóxico y mesiánico desde el que humilla con vehemencia a los que se le oponen tildándolos de enemigos corruptos y deshonestos. Su cantinela de “America First” está creando una grave tensión internacional, promueve el extremismo dentro y fuera de Estados Unidos, y socava la seguridad de la patria que tan insistentemente se ha comprometido a mejorar.
Trump parece decidido a poner en marcha políticas y prácticas que señalan el debilitamiento de la democracia y que posiblemente anuncian el inicio del fascismo. Su programa para deportar inmigrantes indocumentados y excluir a todos los visitantes de seis países designados como musulmanes es ilustrativo de una perspectiva regresiva e islamófoba.
La corriente global de disidencia popular es elocuente desde Rumania a Corea del Sur, de Gambia a Brasil, de Reino Unido a Ucrania. Trump está explotando peligrosamente la profunda y extendida frustración que sienten los ciudadanos respecto al establishment político. El cordón umbilical que conecta a los gobernantes con los gobernados se está tensando peligrosamente. La revolución digital dota a los gobiernos de un pavoroso potencial de opresión y control pero también está mejorando la capacidad de los ciudadanos para organizar sus resistencias y movilizar a las fuerzas de oposición.
La Ley que emana de la Carta de la ONU y la política del poder
En calidad de veteranos de la ONU, recordamos y afirmamos el preámbulo de su Carta, que reza “Nosotros los pueblos” y no nosotros los gobiernos. La confianza de los pueblos en que sus gobiernos trabajan a favor del progreso social y económico y para prevenir la guerra se ha debilitado radicalmente, si no ha desaparecido.
La predicción que hizo el delegado mexicano en el momento de la fundación de la ONU en 1945 según la cual “hemos creado una institución que controla a los ratones pero en la que los tigres andarán libremente” parece más cierta hoy que en el momento en que se emitió. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU –China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos– “andan libremente” sin respeto por el derecho internacional ni por la autoridad que representa la ONU, persiguiendo, una vez más, sus respectivas agendas nacionalistas sin pretensión alguna de rendir cuentas. Estos países que son también los principales consumidores y exportadores de material armamentístico, son quienes favorecen tanto el militarismo como a quienes “comercian con la muerte”.
La guerra internacional que supuestamente se está librando contra el extremismo político y el terrorismo ha degenerado como era previsible en terribles enfrentamientos y matanzas. Las guerras que nunca debieron haberse producido –ni las manifiestas en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, ni las parcialmente encubiertas en Yemen, Somalia y una serie de otros países de África y Asia– no han traído paz ni estabilidad sino indescriptibles pruebas de sufrimiento humano. Los viejos enfrentamientos han aumentado y han surgido otros nuevos.
El tigre estadounidense, envejecido como está, da muestras de una gravísima amnesia política. En la cosmovisión estadounidense actual se reafirma el unilateralismo y el excepcionalismo como ejes políticos. Trump justifica el anunciado aumento del presupuesto de defensa estadounidense en 54.000 millones de dólares con el argumento de que “debemos volver a ganar guerras”.
Por el contrario, la gran mayoría de los otros 192 Estados miembros de la ONU han advertido claramente que prefieren un modelo multilateral basado en la igualdad de los Estados y la cooperación internacional. Ha sido el presidente Xi de China en el último encuentro de la élite neoliberal internacional de Davos quien ha dado voz a esta visión más benigna del orden mundial.
El llamado “Occidente” –Estados Unidos, Canadá y la UE, incluyendo Reino Unido– está compuesto por 800 millones de personas, es decir, un 12% de la población mundial. Los occidentales deben aceptar la progresiva des-occidentalización como consecuencia natural de la globalización en todos los sectores de la vida.
Si los dirigentes internacionales fueran sabios responderían realineando de inmediato las relaciones internacionales con el compromiso de promover principios de convergencia, cooperación y compromiso. El objetivo sería un nuevo orden mundial basado en el beneficio mutuo, la sostenibilidad, la prudencia y un ethos desmilitarizante.
El Consejo de Seguridad de la ONU es el marco más importante para llevar a cabo tal empresa. Es aquí donde se produce la diplomacia bilateral y multilateral del escenario global. La principal tarea sigue siendo impedir que surja un mundo en el que los drones reemplacen a los diplomáticos y la desigualdad siga minando el bienestar.
La ONU y la sociedad civil
Los pueblos del mundo se enfrentan a una serie de desafíos globales. Se están produciendo cambios políticos tectónicos en Estados Unidos, Europa y Asia; las crisis en Oriente Próximo, África y Asia meridional permanecen irresueltas, y se están expandiendo velozmente los efectos inmensos de la orientalización. Las perspectivas de una ONU políticamente eficaz y, sobre todo, de un sólido Consejo de Seguridad, parecen sombrías pero no son imposibles. La globalización tiene el potencial de apoyar innovadoras expresiones de multilateralismo más orientadas que en el pasado hacia el interés global y humano. El Acuerdo de París sobre el cambio climático de 2015 es ilustrativo de este giro esperanzador.
La ONU y el trumpismo
Esperamos que el trumpismo no consiga relegar a Naciones Unidas a un papel marginal. Los mexicanos se niegan a pagar por el muro que el presidente estadounidense insiste en construir. La ONU asumirá los costos del muro invisible que Trump y el servil Congreso republicano parecen decididos a construir entre Estados Unidos y el organismo internacional. Si Washington continúa con sus amenazas de reducir drásticamente los fondos de Naciones Unidas y poner fin a la cooperación con diversas agencias de la ONU y a su participación en ellas, debería considerarse un revés definitorio tanto para este organismo internacional como para su actual adversario estadounidense. Aunque confiamos en que la ONU sobreviviría a estos contratiempos financieros y políticos en tanto que institución, no estamos tan seguros de que el trumpismo vaya a durar mucho tiempo.
Se está apelando a “hechos alternativos” que demostrarían que Estados Unido hace sacrificios y contribuciones desproporcionadas para mantener viva a la ONU. Los hechos reales muestran una imagen diferente: en 2016 el presupuesto federal estadounidense ascendió a 3.2 billones de dólares. Del presupuesto total de la ONU, 2.700 millones de dólares, solo 594 millones, el 0,0019%, dependió del presupuesto federal estadounidense.
Las relaciones entre Estados Unidos y la ONU nunca han sido fluidas. Durante los más de 70 años se su recorrido ha habido muchos baches en el camino. Estados Unidos ha ejercido a menudo mano dura para influir en la agenda de la ONU. Con frecuencia ha utilizado su influencia política para debilitar su independencia. Durante años ha manipulado los procesos de selección utilizados para conseguir una posición de liderazgo en el organismo internacional. Washington ha mostrado frecuentemente su músculo retrasando el pago anual de sus contribuciones obligatorias al presupuesto de la ONU. El gobierno estadounidense ha dado terribles y reiterados ejemplos de violación de las disposiciones más fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas que rigen el uso de la fuerza. Ha desafiado continuamente el derecho internacional en todas las partes del mundo, incluyendo las guerras en Vietnam (1963), la ex Yugoslavia (1999), Afganistán (2001), Iraq (2003) y Libia (2011). Ha utilizado su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para proteger a sus aliados de una justificada censura, al tiempo que hace todo lo posible para castigar a sus enemigos con la amenaza del uso de la fuerza.
Etnocentrismo occidental, alianzas y multilateralismo de la ONU
La polarización, la formación de alianzas y el etnocentrismo occidental fueron cruciales para que la OTAN dejara de ser un acuerdo de la Guerra Fría destinado a defender a Europa de un ataque soviético y se convirtiera en un proyecto de dominación global liderado por Estados Unidos con Europa como socio menor. En este contexto geográfico más amplio, la expansión de la Organización de Cooperación de Shanghai Oriental (SCO, por sus siglas en inglés) puede entenderse como un contra-movimiento geopolítico liderado por China que también tiene sus propias implicaciones inquietantes. Frente a iniciativas geopolíticas de tal calado, queda claro que Naciones Unidas está siendo arrinconada en los márgenes de la política internacional precisamente en aquellas áreas de mantenimiento de la paz y la seguridad global que fueron consideradas como su misión principal cuando se estableció en 1945.
La nueva Administración de Estados Unidos probablemente cumpla otra de las mal intencionadas campañas del presidente Trump, aquella que promete hacer una serie de movimientos para debilitar el multilateralismo en la resolución de conflictos a costa de la ONU. Puede que estas peligrosas e irresponsables maniobras fracasen porque son muchos los gobiernos de todo el mundo que entienden que la diplomacia multilateral se ha vuelto indispensable y que se ha de fortalecer para hacer frente a los desafíos globales que enfrenta la humanidad. Es nuestra ferviente esperanza que esos gobiernos movilicen suficientes energías para rescatar a la ONU en en esta época de necesidad. Las autoridades belgas y holandesas nos dan un atisbo de esperanza para que así suceda. El gobierno holandés ya ha acordado reponer fondos si Estados Unidos se retira de ciertos programas internacionales destinados a la población. Sin embargo, es sólo un gesto pequeño que anticipa que será imprescindible un apoyo generalizado a la ONU para superar el previsible daño que inflija el activismo estadounidense contra el organismo internacional.
La política del populismo
Lo que ahora parece el resurgir de una nueva oleada de nacionalismo en todas partes contiene el potencial de convertirse en un nuevo internacionalismo. Hemos servido en muchas partes del mundo bajo los auspicios de Naciones Unidas y por lo tanto somos muy conscientes de la ira generalizada entre los pueblos del planeta y de sus reclamaciones de justicia. Estas multitudes descontentas comparten muchos objetivos idénticos: la paz, la equidad, el fin de la corrupción, la ausencia de miedo y de necesidad, el imperio de la ley, la rendición de cuentas y, sobre todo, una vida individual y colectiva digna. En febrero de 2017, durante una reunión de los jefes de gobierno de la UE celebrada en Malta, se abordó el profundo malestar asociado a los cambios políticos que están teniendo lugar en Washington. Los dirigentes europeos reafirmaron su firme compromiso con los principios y valores comunes como base permanente para interactuar con Estados Unidos y el mundo y dar respuesta así a los retos generados por este pensamiento ultranacionalista.
Creemos que los acontecimientos recientes en Europa, Oriente Próximo y especialmente en Estados Unidos están alcanzando un punto de ebullición. Muchos ciudadanos indignados están listos para desafiar el intolerable status quo global. La sabiduría de Immanuel Kant resulta más que nunca relevante y necesaria, especialmente cuando nos anima a tener el valor de utilizar nuestra inteligencia para construir una realidad pública benévola. En ese mismo espíritu, nos sentimos alentados por la inolvidable máxima de Hannah Arendt: “el pensamiento da a la gente esa rara habilidad de actuar cuando las cosas van mal”. Y debemos actuar.
La urgencia de reformas en Naciones Unidas y el nuevo Secretario General
Para que los órganos políticos de Naciones Unidas (el Consejo de Seguridad y la Asamblea General) desempeñen un papel influyente en la resolución de los conflictos del siglo XXI, los gobiernos tendrán que actuar con determinación para superar desafíos ingentes. Tal decisión debe incluir la renovada determinación política de los gobiernos miembros de revisar otra vez algunas de las principales propuestas de reforma de la ONU ahogadas en la actualidad en el polvo de los estantes de la Biblioteca Dag Hammarskjold de la ONU, en Nueva York.
Tampoco olvidemos que la ONU es el organismo institucional internacional más inclusivo que haya existido. Es el único lugar en la tierra donde no hay y no puede haber extranjeros. Por lo tanto, la ONU es el lugar más idóneo para reflexionar sobre cómo se pueden ofrecer nuevas perspectivas y alternativas a las personas olvidadas de todo el mundo.
El recién elegido Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, se enfrenta a un desafío de enormes proporciones si cumple su papel de guardián de las normas y valores de la Carta, incluido el respeto del derecho internacional. Tendrá que estar preparado para recordar a la Administración estadounidense y a otros dirigentes políticos de los principales miembros de Naciones Unidas que la paz sólo puede lograrse cuando el unilateralismo de paso a un multilateralismo genuino, cuando los monólogos se reemplacen por diálogos, cuando prevalezca la convergencia, la cooperación y el compromiso, cuando se respete a la sociedad civil y se le permita participar dentro de la organización, cuando se reconozcan y se comprendan la raíz de las causas y no sólo los síntomas, y lo que es más importante, cuando quienes toman las decisiones gubernamentales, sea en países grandes o pequeños, muestren respeto al derecho internacional y respondan por sus actos.
Los pueblos del mundo necesitan Naciones Unidas más que en cualquier momento desde 1945, año en que se estableció la organización “para salvar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. Sólo una ONU fortalecida, respetada y suficientemente financiada puede proporcionar los mecanismos para el mantenimiento del interés global y humano. No debe permitirse a sí misma servir nunca más como instrumento para alcanzar intereses nacionales ni, peor, como vehículo de poder desplegado por los gigantes geopolíticos y especialmente por Estados Unidos.
Los múltiples retos asociados con el cambio climático, las armas nucleares, el mantenimiento de la biodiversidad y la disminución de la desigualdad mundial ponen en peligro el futuro de la civilización e incluso la supervivencia de la especie humana. Así las cosas, sólo podemos esperar que sean suficientes los dirigentes políticos que estén alertas ante esta situación amenazadora, que la ciudadanía a la que representan les confieran valor, y que actúen con determinación y coraje para crear un futuro alternativo para la humanidad que de respuesta a las demandas de paz, justicia, sostenibilidad y comunidad.
Más que nunca en la historia de la humanidad, los pueblos del mundo están siendo severamente desafiados por problemas que entrañan un peligro global que sólo puede resolverse a nivel mundial. La mejor esperanza de la humanidad para hacer frente a estos desafíos es abandonar el unilateralismo y el aislacionismo y, por el contrario, capacitar a Naciones Unidas para que se convierta en un mecanismo eficaz para la protección de “libertades fundamentales para todos y todas, sin distinción de raza, sexo, idioma o religión”.

Hans-C. Von Sponeck sirvió en la ONU desde 1968 a 2000. De 1998 a 2000 fue Coordinador Humanitario de la ONU para Iraq y Subsecretario General de la ONU. Richard Falk es Profesor Emérito de Derecho Internacional de la Universidad de Princeton y fue Relator Especial de la ONU entre 2008 y 2014. Denis Halliday sirvió en la ONU desde 1964 a 1998. De 1994 a 1998 ocupó el cargo de Subsecretario General de la ONU y Coordinador Humanitario para Iraq.Tanto Von Sponeck como Halliday dimitieron de sus puestos de coordinadores humanitarios para Iraq como protesta por el embargo que Naciones Unidas impuso a ese país desde 1992 hasta 2003.

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