La
 petrolera Chevron (entonces Texaco) vertió en 1972 y 1973 más de 68.000
 millones de litros de agua contaminada tóxica en los bosques tropicales
 del Ecuador. No le pasó nada, a pesar de que esos bosques quedaron 
mortalmente heridos. Tampoco se indagó sobre la sospechosa multinacional
 Trafigura por el vertido de residuos tóxicos en 2006 en Costa de 
Marfil. Ni se investigó a la multinacional minera Anvil Mining, acusada 
de apoyar a la milicia que masacró a un centenar de civiles que se 
rebelaron en Kilwa, República Democrática del Congo, en 2014. Y no se 
hizo nada en 2010, tras explotar una plataforma petrolera de British 
Petroleum en la costa del Golfo con resultado de 11 personas muertas, 
desaparición de miles de aves, tortugas marinas, delfines y otros 
animales y la destrucción de medios de subsistencia.
Esos hechos 
muestran una impunidad generalizada de las multinacionales que perpetran
 crímenes contra los derechos humanos y el medio ambiente. Crímenes como
 trabajo forzoso; tráfico de mujeres y niños; niños como cobayas en 
experimentos farmacéuticos; financiar y armar milicias asesinas para 
controlar un territorio minero; vertidos tóxicos en ríos, lagos y 
deltas; destrucción de ecosistemas; destrucción masiva de bosques…
Amnistía
 Internacional y la Mesa Internacional para Rendición de Cuentas de 
Empresas (ICAR por sus siglas en inglés) han documentado veinte ejemplos
 de actuaciones delictivas impunes de multinacionales. Pero en los 
últimos años multinacional alguna ha sido investigada ni ninguna cúpula 
directiva procesada por violar derechos humanos o atentar contra el 
medio ambiente.
Salvo raras excepciones, los gobiernos rehúyen 
enfrentarse a las multinacionales violadoras de derechos humanos. 
Nestlé, Auchan, Trafigura, Vinci, Coca-Cola, British Petroleum, 
Monsanto, Pfizer, Samsung, Tepco, Barklays, Shell en Nigeria, la israelí
 Mekorot en Palestina, Glencore Xstrata, Lonmine en Sudáfrica, la 
española Hidralia Energía, Cocacola en Colombia… no tienen el menor 
temor de tener que responder por sus actuaciones que violan derechos o 
destruyen el medio ambiente.
Los leguleyos amantes de la letra 
pequeña arguyen que los gobiernos donde tienen sede las multinacionales 
no tienen competencias para actuar contra ellas. Pero no es cierto 
porque actuar contra las multinacionales es cuestión de voluntad 
política, que brilla por su ausencia. Y los gobiernos de países donde se
 violan derechos tampoco tienen esa voluntad por temor, debilidad o ser 
cómplices bien remunerados de las multinacionales. El resultado es la 
enorme impunidad de las multinacionales implicadas en crímenes contra 
derechos humanos.
Pero no contentas con violar sistemáticamente 
derechos en aras de sus obscenos beneficios, las multinacionales han 
desatado una ofensiva general contra la vida digna de la gente común y 
contra la misma democracia, a la que quieren vaciar de contenido. ¿Cómo?
 Con los tratados comerciales bilaterales como el CETA (entre Unión 
Europea y Canadá), el TTIP (entre Unión Europea y Estados Unidos), el 
TiSA sobre servicios públicos (entre docenas de estados).
Ante ese
 saqueo de las multinacionales y perpetrar graves violaciones de 
derechos humanos y agresiones al medio ambiente, el Consejo de Derechos 
Humanos de Naciones Unidas, a propuesta de Sudáfrica y Ecuador, ha 
aprobado crear un instrumento internacional jurídico vinculante para 
procesar y condenar a las multinacionales (y a sus responsables) que 
violen derechos humanos donde establezcan filiales, centros de 
extracción y de producción.
Contra la propuesta de Ecuador y 
Sudáfrica se presentó otra de Noruega, Rusia, Argentina y Ghana, con el 
respaldo de la Unión Europea y Estados Unidos, que proponía prolongar 
tres años el actual grupo de trabajo de empresas y derechos humanos. 
Para que todo siga igual. Para que las multinacionales hagan lo que les 
dé la gana.
La Unión Europea y Estados Unidos, tan democráticos, 
han advertido que no aceptarán la actuación de ese instrumento jurídico 
vinculante, si se llega a crear. La pretendida justificación de 
actuación tan fascista es que no hay que poner trabas a los inversores 
extranjeros porque generan crecimiento, riqueza y empleo. Pero, como 
diría Groucho Marx, y dos huevos duros. Porque eso es falso, como la 
tozuda realidad nos desvela día tras día.
Para afrontar el saqueo 
de los tratados bilaterales en Europa y América del norte se prepara un 
otoño de resistencia ciudadana. Pero habrá que organizar la defensa de 
la inviolabilidad de los derechos humanos y acabar con la impunidad de 
las multinacionales, restaurando el principio de que quien la hace, la 
paga.
 Xavier Caño Tamayo
Periodista, miembro de ATTAC
 

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