Giorgio Trucchi 
Hace
 siete meses, en marzo de 2016, la noticia se regó como relámpago y el 
mundo se estremeció. Balas asesinas habían acabado con la vida de la 
dirigente indígena Lenca y defensora de derechos humanos Berta Cáceres, 
recién galardonada con el prestigioso Premio Ambiental Goldman 2015. 
Junto al Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de 
Honduras (Copinh), del cual era coordinadora, la activista llevaba 
adelante una incansable lucha contra la implementación y profundización 
del modelo extractivista en Honduras, en particular contra la 
proliferación de proyectos hidroeléctricos y mineros, y la expansión de 
monocultivos de agroexportación.
En una entrevista que realicé 
para una revista alemana unos siete meses antes de su asesinato, Cáceres
 advertía que, tanto en Honduras como en todo Centroamérica, los pueblos
 originarios se estaban enfrentando a un “proyecto hegemónico impulsado 
por el gran capital nacional y transnacional”, que tiene sus intereses 
puestos en el sector energético, en la minería y la agroindustria. “Los 
impulsores de esta estrategia han impuesto un modelo profundamente 
neoliberal basado en la invasión y la militarización de territorios, y 
en el saqueo y la privatización de recursos. Avanzan con la 
transnacionalización de nuestras tierras, en el marco de un proyecto más
 amplio de dominación regional”, advertía Cáceres (1).
Datos en la
 mano, la lideresa indígena hondureña mostraba como, tras el golpe de 
Estado de 2009, se habían aprobado unos 300 proyectos hidroeléctricos y 
no menos de 870 proyectos mineros, al tiempo que se despejaba el camino 
para la implementación de las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico 
(ZEDE) o “ciudades modelo” (2), se entregaba a la British Gas Group 
miles de kilómetros cuadrados de plataforma continental para la 
exploración petrolera. También se impulsaron megaproyectos turísticos y 
se fomentó la expansión descontrolada de monocultivos a gran escala, en 
particular de caña de azúcar y palma africana. Hoy en día, 
organizaciones sociales y populares hondureñas aseguran que el 35% del 
territorio nacional ya está concesionado a empresas nacionales y 
transnacionales, y denuncian que en ningún momento se ha respetado el 
derecho de los pueblos al Consentimiento previo, libre e informado, como
 dispone el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo 
(OIT) sobre Pueblos Indígenas y Tribales.
“Honduras es un país 
totalmente militarizado y hundido por la corrupción institucionalizada. 
Lo que queda de sus instituciones sirve solamente a garantizar los 
intereses de los grupos oligárquicos nacionales y los grandes grupos 
transnacionales, es decir aquellos sectores que orquestaron el golpe en 
2009”, señalaba Cáceres durante la entrevista. Estados cómplices que no 
solamente implementan y profundizan el modelo neoliberal poniendo a la 
venta bosques, ríos, valles y territorios, sino que se encargan de 
criminalizar, perseguir y hasta asesinar a quienes se oponen a ese 
proyecto explotador. La aprobación de leyes en casi todas las naciones 
centroamericanas que limitan el derecho de reunión y movilización y que 
endurecen las políticas de control social es prueba de ello.
“No 
me cabe la menor duda que se trata de una política de Estado que 
criminaliza y reprime aquellas personas que están comprometidas con esta
 lucha y con la vida. Los pueblos indígenas, negros, campesinos que 
vivimos en carne propia la represión, sabemos que hay toda una 
estructura organizada, planificada y financiada para perseguir, reprimir
 y asesinar a luchadores y luchadoras ambientales“, denunciaba Cáceres 
pocos meses antes de su asesinato.
La denuncia constante y la 
lucha determinada contra el modelo extractivista y contra el proyecto 
hidroeléctrico Agua Zarca, promovido por la empresa de capital nacional 
Desarrollos Energéticos S.A. (DESA) con fondos de bancos europeos y 
organismos multilaterales, le costó la vida a ella y a cuatro miembros 
más del Copinh. En julio pasado, la activista defensora de los bienes 
comunes de la naturaleza Lesbia Yaneth Urquía, cercana al Copinh, 
también fue brutalmente asesinada.
Una estela de sangre y muerte que se extiende por toda la región centroamericana.
Centroamérica en la mira
 Un
 estudio reciente del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales 
(ICEFI) señalaba que en Guatemala había 107 concesiones mineras 
metálicas ya otorgadas y 359 nuevas solicitudes (3). Si a esos datos 
sumamos los proyectos no metálicos, tales como la extracción de cuarzo, 
mármol, arenas y gravas, yeso, entre otros, el total llega a la cantidad
 abrumadora de 973 proyectos. Los movimientos sociales y populares 
guatemaltecos alertaban que, en 2014, el área total concesionada a 
empresas mineras superaba los 32 mil km², es decir casi el 30% del 
territorio guatemalteco. A eso habría que agregar la enorme cantidad de 
territorio concesionado por otro tipo de megaproyectos y por la 
expansión de los monocultivos de agroexportación.
Similar es la 
situación de Nicaragua. En el informe “Estado actual del sector minero y
 sus impactos socio-ambientales en Nicaragua 2012-2013” (4), la 
organización ambientalista Centro Humboldt revelaba que la superficie 
total concesionada era de casi 18 mil km², es decir el 13,5% del 
territorio nacional, con un total de 446 proyectos mineros. El posible 
desarrollo del Gran Canal Interoceánico en Nicaragua, de 278 kilómetros 
de longitud -105 de los cuales bajo las aguas del Lago Cocibolca-, un 
ancho de entre 230 y 520 metros y 30 metros de profundidad, es decir 
tres veces más grande que el canal de Panamá, y de otros proyectos 
hidroeléctricos y mineros, así como la expansión de los monocultivos de 
caña de azúcar y palma africana en el occidente y el sur-oriente del 
país, han venido incrementando ese porcentaje.
Si bien fuera y 
dentro de sus fronteras a Costa Rica se le conoce como “el país más 
verde y feliz del mundo”, los conflictos ambientales y por la tierra han
 dejado un saldo de terror y muerte. En su artículo “De Jairo Mora y el 
terrorismo en Costa Rica”, Mauricio Álvarez, presidente de la Federación
 Costarricense para la Conservación del Ambiente (Fecon) señala que son 
varios los defensores y defensoras del ambiente asesinados en las 
últimas décadas (5). “En este pequeño país, el Estado ha cometido 
terrorismo una y otra vez. Sembrar el miedo y usar la represión por 
medio de la fuerza ha terminado en el asesinato de personas. Esta 
realidad clara y concreta no tiene nada que ver con la imagen idílica de
 postales turísticas. Decirlo no es cómodo, es incluso peligroso”, 
advierte.
En su otro artículo “Berta Cáceres y 50 asesinatos más”,
 el catedrático y ecologista costarricense se pregunta si acaso puede 
ser “limpia” una energía como la hidroeléctrica, cuya generación tiene 
como “daño colateral” la criminalización, persecución y hasta la muerte 
de activistas y defensores medioambientales y la represión contra 
pueblos originarios y comunidades campesinas en todo Centroamérica (6). 
De acuerdo con su investigación, 17 activistas guatemaltecos y 15 
hondureños habrían sido asesinados en los últimos años, todos 
comprometidos con la lucha contra la explotación hidroeléctrica y la 
privatización de la energía. Otros asesinatos se dieron en El Salvador y
 Panamá por la explotación minera e hidroeléctrica.
“No es 
coincidencia que los actores sociales más afectados por estas formas de 
terrorismo sean ecologistas, campesinos e indígenas. El problema es 
estructural. Conflictos por tierras, por tenerlas o defenderlas, y 
conflictos ambientales, han sido parte de un círculo de violencia que 
nos aleja de cualquier mito de paz y respeto a los derechos humanos”, 
profundiza en su análisis Álvarez.
Uno de los casos más 
emblemáticos de represión contra aquellos sectores que se organizan para
 contrarrestar el avance del modelo extractivista y agroindustrial es el
 del Valle del Aguán, al noreste de Honduras. Según las organizaciones 
nacionales e internacionales que, entre 2010 y 2013, realizaron un 
minucioso monitoreo sobre la situación de los derechos humanos en esta 
zona, no menos de 60 campesinos habrían sido asesinados por el conflicto
 agrario generado por la expansión del monocultivo de la palma africana y
 la falta de acceso a la tierra para miles de familias campesinas (7).
“Estas
 muertes son sólo la ‘punta del iceberg’ de una dinámica de impunidad y 
terror que envuelve a cada una de las comunidades detrás de estos 
nombres que viven en violenta represión. Se han instaurado las prácticas
 de estigmatización, judicialización, acoso, torturas, desapariciones y 
otros instrumentos para evitar que las comunidades hagan valer sus 
derechos de acceso y decisión sobre los recursos naturales y sobre todo,
 de llevar adelante su resistencia y oposición”, señala con fuerza 
Álvarez. “Estos son los costos reales de la imposición de lógicas 
brutales de muerte bajo la consigna del ‘desarrollo’, sobre los pueblos 
indígenas y campesinos de la región. ¿Puede ser limpia la energía de 
estos proyectos con tanta sangre derramada?”, es la pregunta retórica 
que el presidente de la Fecon dirige al lector.
Un drama de resistencia e indignación regional
Un
 modelo, entonces, que saquea la naturaleza, arrincona y expulsa a 
poblaciones y pueblos enteros de sus tierras, que criminaliza y reprime 
la protesta, que asesina gozando de total impunidad.
El informe 
“¿Cuántos más?" de la organización Global Witness, documenta que en 2014
 fueron asesinados por el mundo 116 defensores y defensoras ambientales y
 de la tierra, un promedio de dos a la semana (8). Tres cuartas partes 
de estos asesinatos tuvieron lugar en Centroamérica y Sudamérica. 
Honduras resultó ser el país más peligroso per cápita para los 
activistas ambientales y de la tierra con 101 asesinatos entre 2010 y 
2014. Un 40% de estas víctimas era indígena y las principales causas de 
su muerte fueron la industria hidroeléctrica, la minería y la 
agroindustria. “Las disputas por la propiedad, el control y el uso de la
 tierra fueron el trasfondo de casi todas estos asesinatos... Los 
verdaderos artífices de estos crímenes generalmente se libran de las 
investigaciones, pero la información de la que se dispone indica que, 
detrás de la violencia, generalmente se esconden grandes propietarios de
 tierras, intereses comerciales, actores políticos y agentes del crimen 
organizado”, señala Global Witness.
En 2015 fue peor. El nuevo 
informe “En terreno peligroso” señala que el total de defensoras y 
defensores del ambiente y la tierra asesinados fueron 185, el 66% de los
 cuales en América Latina (9). Más de tres personas a la semana murieron
 asesinadas por defender su tierra, sus bosques y sus ríos frente a 
industrias destructivas. Se trata de la cifra más alta registrada hasta 
el momento, con un aumento de casi el 60% respecto a 2014.
Global 
Witness advierte que debido al acaparamiento de tierras, los pueblos 
originarios y comunidades campesinas son desplazados, y esto provoca 
graves enfrentamientos. “El medio ambiente empieza a convertirse en un 
nuevo campo de batalla para los derechos humanos. Con la continua 
demanda de productos como madera, minerales y aceite de palma, 
gobiernos, empresas y bandas de delincuentes explotan la tierra 
desdeñando a la gente que en ella vive”, advierte el último informe.
Pese
 a la represión, la resistencia crece y clama al mundo solidaridad. “La 
conflictividad social y política y la indignación están creciendo, 
producto también de una renovada capacidad de diálogo y articulación 
entre sectores de la sociedad hondureña y centroamericana. Lo que se 
está generando es una bomba de tiempo. Es importante que, desde Europa y
 otras regiones del mundo, las organizaciones solidarias se articulen 
con esta lucha, la respalden y presionen a su gobierno y empresas 
involucradas en estos procesos explotadores”, concluía Berta Cáceres.
 Notas
(1) Revista Presente, Iniciativa Cristiana Romero, páginas 10-11, http://www.ci-romero.de/de/presente_3_2015/
(2)
 Un mecanismo con el cual se cede parte del territorio nacional a 
inversionistas extranjeros, que implantan actividades productivas en 
zonas que gozan de un elevado nivel de autonomía política, económica, 
administrativa, judicial y de seguridad.(3) http://icefi.org/sites/default/files/la_mineria_en_guatemala_-_2da_edicion.pdf(4)http://www.movimientom4.org/2014/04/estudio-estado-actual-del-sector-minero-y-sus-impactos-socio-ambientales-en-nicaragua/(5) http://informa-tico.com/7-06-2016/jairo-mora-terrorismo-costa-rica(6) http://www.feconcr.org/index.php?option=com_content&task=view&id=2565&Itemid=73(7) http://www6.rel-uita.org/agricultura/palma_africana/index.htm(8) https://www.globalwitness.org/documents/17895/Cuantos_mas_informe_mFxhXD1.pdf(9) https://www.globalwitness.org/documents/18483/En_Terreno_Peligroso.pdf
Fuente: Boletín 226 WRM
 

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