Luis Linares Zapata
Uno de los núcleos de
poder en Estados Unidos (EU), posiblemente el central, se alineó, desde
un principio, con la candidatura de Hillary Clinton para nominarla por
el Partido Demócrata. El senador Sanders fue aceptado en la contienda a
regañadientes y sólo como un aspirante de relleno. La maquinaria
burocrática completa del partido cargó su peso manipulador de
audiencias, en especial de la gente de color, en favor de la fogueada
candidata. Todo parecía ocurrir de acuerdo con lo pronosticado: una
carrera sin contratiempos hacia la Casa Blanca. Pero el imprevisto
asaltó de pronto al lineal proyecto. Lo que parecía un diseño de ruta
tranquilo para la señora Clinton se ha tornado en un quebradero de
cabeza e intereses. El senador por Vermont fue creciendo hasta
representar un serio reto y, el inicialmente despreciado multimillonario
Donald Trump, permanece de pie y la ataca sin recato. Al terminar su
cruenta lucha interna, los republicanos, con Trump a la cabeza, enfocan
ahora sus baterías sobre el dúo Clinton.
Aquí se dijo, hace varias semanas, que la figura de Clinton ofrecía
serias dificultades para prevalecer en el combate ante el belicoso
empresario. Muchos años de visceral propaganda anti-Hillary por los
republicanos han, finalmente, abierto heridas profundas en su aceptación
por los futuros votantes. Hillary es hoy en día, la figura menos
confiable en el panorama de la campaña. Los rechazos que acarrea son de
indudable peso y lastran sus posibilidades de triunfo en la etapa final.
Trump también no las tiene todas consigo. Ha ido, a duras penas,
restañando las heridas que el combate dentro de su partido le ocasionó.
De esta poco feliz manera, ambos rivales aparecen enfilados a un
enfrentamiento de impredecibles resultados. Las encuestas, inicialmente
muy favorables a Clinton, han ido cambiando en el transcurso de las
últimas semanas. Trump se acercó lo suficiente en sus posibilidades de
triunfo hasta llegar a superarla, aunque con escaso margen.
Hillary Diane Rodham parece, hasta este momento, todavía enfilada a
la nominación. El apellido de su esposo, el ex presidente Bill Clinton,
le proyecta una doble sombra. Por un lado le hereda un nombre bien
acreditado entre la ciudadanía, sobre todo masculina y de raza blanca.
Apoyos de los que ella carece. Le suma presencia ante múltiples
auditorios y la atractiva imagen de un político de indudable estatura y
reconocimiento, incluso mundial. Pero, como todo en la vida, le acarrea
también ángulos negativos que están siendo explotados con saña por los
republicanos y sus difusores. Todo esto era y es ciertamente conocido y
los estrategas de Clinton con seguridad lo han procesado. Lo inesperado
le viene del reto que ha levantado el senador Bernie Sanders.
El crecimiento de este aguerrido luchador político-social no
estaba considerado por los asesores de Clinton, tampoco por la élite
burocrática de los demócratas y, menos aún, por los medios de
comunicación de ese país. Estos últimos, por completo, volcados sobre el
atractivo irresistible de Trump, una figura de su cariñosa creación. En
un muy segundo término, la atención de los medios se dirige hacia
Clinton sólo para darle tremenda garrotiza de palabras. Y allá, muy
lejos, a veces se ven forzados a mencionar al irredento socialista
Sanders. Sin embargo, éste no sólo se fortalece, sino que crece en la
lucha por la candidatura. Sabe que los números no están de su lado.
Igualar a Hillary en delegados es empinada cuesta, superarla es
imposible. Su necia permanencia como contendiente agranda las dudas que
ya alberga buena parte del electorado demócrata, en especial ese núcleo
de poderosos llamados superdelegados. La ruta hacia una fácil y ordenada
proclamación de Hillary se complica con el advenimiento de las
primarias restantes, muchas de ellas pronosticadas en favor de Sanders.
Acumular triunfos en las restantes primarias y mostrar, de manera
abierta, el músculo popular que proyecta su campaña es el objetivo del
senador. El movimiento de masas que lo empuja ha puesto nerviosos a
todos sus oponentes. El contenido de su discurso lo ven en extremo
peligroso para el sistema establecido pero no lo combaten de manera
abierta. Clinton requiere, con urgencia, el respaldo de esos juveniles
batallones. El arma del ninguneo para bajarle los arrestos ya no
funciona. Sanders se presenta, por ahora, como la mejor garantía para
derrotar a Trump. Cuenta, para ello, con el entusiasmo de su ejército de
jóvenes impulsores, atraídos por sus propuestas.
Sanders pretende llegar a la convención con la fuerza necesaria para
condicionar la plataforma demócrata con su oferta de campaña. Sin duda
conseguirá este cometido. Asunto distinto será que Clinton lo adopte
como propio, como parte sustantiva de su futuro gobierno. Hillary es un
acabado producto del sistema imperante y sus reflejos internos están más
que condicionados por el mismo.
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