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miércoles, 25 de mayo de 2016

Lo de Dilma como encubrimiento



Claudio Lomnitz
Hasta donde alcanzo a entender, el impeachment de Dilma Rousseff fue legal. Es decir, que existe, en el marco de la ley brasileña, tanto una tipificación de un delito fiscal que corresponde a las llamada pedaladas como la posibilidad de que el Congreso destituya al presidente de la república, con un margen de discreción amplio del Congreso. En ese sentido, aparentemente no ha habido golpe de Estado. Lo que sí ha habido, indiscutiblemente, es un abuso flagrante de la facultad discrecional del Congreso, y es un abuso arbitrario que tendrá repercusiones duraderas en Brasil.
Y el lunes saltó el escándalo que confirma lo que muchos habían conjeturado: que el impeachment fue, al menos para un sector importante de la clase política brasileña, un recurso para frenar la marcha de la justicia en la operación Lava Jato. Está sonando a que el impeachment fue en primer lugar una estrategia de encubrimiento, y en segundo una estrategia de negociación. Se trata de una estrategema conocida en México como cajitas chinas, en que se levanta un escándalo mediático que distrae la atención respecto de otro escándalo, mucho más serio y más profundo. En México ha habido varios escándalos que tuvieron esta función: el de la niña Paulette y el de Mamá Rosa son quizá los más sonados. Usualmente se usa escoger escándalos muy coloridos y emotivos para distraer de problemas políticos trascententes.
Bueno, pero ¿cajita china usando nada menos que la destitución de la presidenta como distracción? No es un poco exagerado llamar la destitución de la presidenta una distracción. En parte sí, desde luego. Es decir, existieron también otros motivos para destituir a Dilma, que van desde la ambición de cambiar el rumbo de la economía a la disolución de la coalición que le permitió gobernar al PT desde tiempos de Lula. Con todo, impera la sospecha de que en el fondo se trató de una maniobra para proteger a una clase política de ladrones.
La Folha de Sao Paulo del lunes publicó una grabación telefónica filtrada del flamante y recién asumido (ahora ex) ministro de Planificación, Romero Jucá, con un interlocutor no identificado, donde Jucá habla de la necesidad de crear un pacto nacional para frenar las investigaciones del juez Moro sobre la corrupción en Petrobras. Hay que cambiar este gobierno para parar esta sangría, le señala Jucá a su interlocutor. Detener la investigación. Delimitarla donde está y punto. Era el objetivo de Jucá.
Como en la novela del gran escritor brasileño Machado de Assis, El alienista, todo el mundo se vuelve loco, se muda al manicomio, y saca a la calle a la única persona cuerda. Asimismo, en Brasil la clase política entera ha sido corrompida. Desde el escándalo del mensalao, de hace algunos años, se sabe que todos los políticos recibían o reciben dinero, frecuentemente en efectivo. Ahora la clase política se defiende de las investigaciones judiciales, y lo hace sacando de su seno a la única política honrada (aunque no demasiado hábil, quizá): Dilma Rousseff.
Afortunadamente, se ha descubierto la sopa con esta nueva filtración, escándalo y renuncia del ministro Romero Jucá, y ahora será más difícil para el gobierno de Temer conseguir lo que una mayoría del Congreso brasileño y de la clase política de ese país quiere, que es detener, como sea y a costa de la unidad nacional y de todas las instituciones del país, que los políticos terminen donde deben estar, que es, siento decirlo, ya sea en la calle o en la cárcel.

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