David Brooks
La Jornada

Qué? ¿18 mil en el sur del Bronx? Estoy empezando a pensar por primera vez que es posible, tal vez no probable, pero sí posible que Bernie lo logre, me cuenta un estratega sindical nacional en Washington, veterano de incontables luchas y de muchas derrotas contra una cúpula política y económica bipartidista que le dejaron a él, y millones más, un profundo escepticismo de que algo de verdad pueda cambiar en este país.
Bernie Sanders vino al sur del Bronx, uno de los rincones más pobres del país, a ofrecer su invitación a lo que llama una
revolución política, a declarar que
ya basta(
enough is enough) y a enviar el mensaje de que la
clase multimillonaria no debe, y no puede tenerlo todo.
Ahí lo presentaron la actriz Rosario Dawson, el cineasta Spike Lee y
Residente, de Calle 13; cada uno ofreció razones por las cuales él es el
único político que representa un cambio real tanto dentro como fuera de
Estados Unidos. Residente subrayó que votar por él es votar por un
cambio de la relación estadunidense con Puerto Rico y con toda América
Latina, para poner fin a las intervenciones, el apoyo a las dictaduras, y
a nombre de los que luchan y lucharon por un cambio, y destacó que
votar por Clinton y
su amigo Kissingeres insultar la memoria de los miles de muertos, desaparecidos y torturados en toda América Latina por las políticas impulsadas por ese señor.
Con marcado acento de Brooklyn, donde nació de un padre inmigrante
polaco judío que llegó sin un centavo a este país a los 17 años, Sanders
condena la avaricia de Wall Street, la corrupción del sistema electoral
y político, y el robo del futuro de los jóvenes y los trabajadores de
este país. Para tener una idea del contenido y el sabor de este acto, consultar.
En gran medida, lo que ofrece Sanders es poner fin a lo que han sido
casi cuatro décadas de políticas neoliberales aplicadas por ambos
partidos dentro del país más poderoso del mundo.
Y su mensaje ha hecho temblar a la aristocracia estadunidense,
incluida su contrincante Hillary Clinton, la reina del Partido
Demócrata, y ha resucitado el eco de largas luchas por la igualdad, por
los derechos civiles, por los derechos de los trabajadores y los
inmigrantes.
Tal vez lo más notable es que un político veterano de 74 años –el más
viejo de todos los precandidatos– se ha vuelto la voz de los jóvenes en
esta elección. Muchos señalan que el mensaje de Clinton es que ella es
la de mayor experiencia para lograr los cambios dentro del sistema
político, pero que ellos desean un cambio del sistema político y por eso
están con Sanders.
Ha sido descartado –por los medios, por los expertos, por las
cúpulas– como opción real desde que lanzó su campaña el año pasado. Eso
persiste, y cada semana la narrativa oficial es que no podrá superar la
ventaja en delegados, apoyo institucional y dinero de la que goza
Hillary Clinton. Pero una y otra vez sorprende a su contrincante, a la
cúpula del partido, a los grandes medios y a los que se proclaman
expertos.
Orgullosamente ha rechazado establecer los Comités de Acción
Política (PAC) mediante los cuales todos los candidatos canalizan
donaciones de sectores de las cúpulas para sus campañas, y sin ningún
respaldo de multimillonarios y empresas o de fortunas personales,
Sanders optó por invitar sólo contribuciones de la gente. Con ello, el
mes pasado recaudó 44 millones de dólares. Desde que arrancó su campaña
ha recibido más de 6 millones en contribuciones individuales directas a
la campaña, de más de 2 millones de personas, cada una de un promedio de
27 dólares en contribuciones directas. Es un récord histórico.
El margen de ventaja de Clinton aún es muy amplio, pero los expertos
han tenido que admitir que la campaña de Sanders está lejos de ser
derrotada y tiene suficientes fondos para mantenerse hasta la convención
nacional del partido en julio.
Después del desencanto con Obama (quien había despertado algunas de
las mismas expectativas que Sanders), después de la anulación de
millones de futuros por la crisis económica más salvaje y brutal desde
la gran depresión, después de años de vivir con las políticas del temor y
la guerra posterior al 11-S, surgieron nuevas expresiones sociales que
condenaban la extrema desigualdad económica, la devastación ecológica y
las políticas de control y represión. Fueron los primeros llamados de
algo nuevo que se salió de los canales establecidos para gritar un gran
ya basta contra el establishment político, entre ellos Ocupa
Wall Street en 2011, y Black Lives Matter en 2013. Una parte de ambos
desemboca en la campaña de Sanders.
Mientras tanto, sigue sorprendiendo, y mucho, que no sólo millones ya no le temen a la palabra
socialistaen este país que se distinguió como enemigo de todo lo rojo, sino que se identifican de alguna manera con ese concepto.
Tal vez lo más curioso es cuando uno se topa con aquellos que se
consideran progresistas tanto dentro como fuera de este país y reconocen
con agrado, pero a la vez descartan, el fenómeno Sanders. Mientras sus
opositores en el poder se preocupan, y mucho, partes de lo que deberían
ser sus aliados sospechan de sí mismos, como que, ya cansados y hartos
de desilusiones, no se atreven a creer que se pueda romper el monopolio
político, económico y hasta social de las cúpulas. Más fácil fascinarse
con la derecha, con el enemigo, en este caso tan exquisitamente
representado por alguien como Donald Trump. Tanto aquí como en México y
otros países se sabe, se opina, se comenta mucho más sobre Trump que de
alguien que se atreve a proclamarse
socialista democrático, y que tiene mucho más apoyo real, en números absolutos, que Trump en este país.
Lo más sorprendente de esta elección no es Trump, ni la derecha, sino
la inesperada fuerza de una izquierda que se atreve a enfrentar al uno
por ciento y sus títeres en Estados Unidos.
Que alguien, que algunos, que millones de repente se pregunten ¿será posible? ya es un milagro en este país
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