Para
 poner punto y final a cualquier ciclo histórico de transformaciones se 
precisa enterrar definitivamente el sentido del cambio preeminente en 
dicho proceso. No se puede pasar la página de cualquier época si no es 
cavando la tumba de los factores esperanzadores de la misma. Así es. 
Cualquier deseo de nuevo tiempo ha de construirse sobre las ruinas del 
pasado. Esto es lo que actualmente se atisba en el fondo del tablero 
geopolítico en América Latina: el intento desesperado de algunos 
sectores de acabar con aquello que se iniciara con el siglo XXI a lo 
largo y ancho de la región. Algunos le llaman (intento de) restauración 
conservadora; otros reflujo de los proceso de cambio; los más osados 
optan por el “fin de ciclo”.
A esta fiesta se suman en 
primer lugar aquellos que sueñan con acabar definitivamente con este 
cambio de época que les arrebató el monopolio del poder decisor. Con 
gran voluntad, estos actores se empeñan en ir reduciendo paulatinamente 
el universo de las esperanzas e ilusiones fraguadas precisamente en este
 cambio de época. La estrategia no está en discutir hacia atrás. Lo 
hecho, hecho está, y por mucho que no les guste es incuestionable el 
resultado objetivo y subjetivo a favor de las mayorías. Más bien, de lo 
que se trata es de acabar con la idea de que todavía resta mucho por 
lograr, por mejorar. Alrededor de este propósito, reside hoy en día el 
verdadero tira y afloja de la geopolítica latinoamericana. La nueva 
derecha regional, aquella que ya es mayor de edad, ha aprendido que no 
se puede ganar con titulares de prensa alejados de la realidad que vive 
actualmente la mayoría latinoamericana, mucho más incluida, con más 
derechos sociales, con niveles de consumo más democratizados. Esto no 
significa que los medios de comunicación dominantes, así como las 
fuerzas partidistas más tradicionales, insistan con su vieja destreza de
 asustar, alarmar e inquietar afirmando tal u otro cataclismo. Pero lo 
realmente novedoso y seguramente cada vez más troncal en la estrategia 
opositora a los procesos de cambio en América latina es finiquitar el 
mito de “todavía podemos avanzar mucho más”. El fin de ciclo se sustenta
 en una etapa embrionaria en hacernos creer que ya se hizo todo lo que 
se podía hacer, esto es, ya no hay más conquistas por alcanzar en el 
horizonte.
Esta tesis procura ser propagada ayudándose de 
la actual restricción externa que acecha muchas economías 
latinoamericanas debido a la contracción económica mundial. La caída de 
los precios del petróleo y de otros commodities pone en aprieto a 
algunos países que lograron poner en práctica una verdadera política 
económica soberana a favor de la reapropiación de los recursos 
naturales. Lo que antes se vendía a 100, hoy se vende a menos de 50. 
Esto significa que entra la mitad de lo que entraba. Lo que antes los 
críticos llamaron “viento de cola a favor” ahora deberían llamarlo 
“freno de cola en contra”. Aunque no lo hacen. Ahora prefieren 
directamente usar el término (mal)agorero de “fin de ciclo” a modo de 
profecía autocumplida a ver si con tanto ir el cántaro a la fuente, un 
día acaba rompiéndose.
A este convite también se suman 
otros sectores (sociales, políticos, ciudadanos) con gran predilección 
por la crítica precoz y siempre destructiva sin casi nada propositivo. 
En este espacio conviven: 1) aquellos que desde casi el inicio se 
opusieron a casi todo pensando que el cambio es un camino de rosas sin 
obstáculos, y 2) otros que comienzan a flaquear en fuerzas y entusiasmo 
en estos tiempos en que las batallas son cada vez más difíciles. Si algo
 hay que valorar del enemigo histórico es precisamente su perseverancia y
 optimismo; hay opciones políticas que a pesar de haber perdido por 
ejemplo en 18 de 19 ocasiones, en apenas 15 años, aún creen que su 
propuesta política es la más respaldada por la mayoría social. Esta 
virtud habría que tenerla en cuenta a la hora de luchar contra este 
oponente que jamás se cansa, ni tira la toalla, y que lo sigue 
intentando por cualquier vía, sea legal o no.
El pesimismo
 reinante en algunas filas autodenominadas “progresistas o de 
izquierdas” allana el camino para aquellos que realmente sí desean la 
restauración conservadora. Los momentos de vacas flacas son siempre 
propicios para aquellos que se apean en la siguiente parada. El 
desencanto creciente en nuestras filas abona el terreno para el retorno 
de las carabelas en versión siglo XXI. Esto sería conceder demasiada 
ventaja al enemigo en estos tiempos de disputa. La crítica es bienvenida
 siempre y cuando venga acompañada de búsqueda de soluciones, de motores
 generadores de nuevas esperanzas, sin terminar cediendo al chantaje del
 desencanto.
En este punto radica el verdadero desafío de 
la disputa geopolítica actual: asumir que tal vez es necesario un 
periodo de “espera” pero con un sentido común lleno de esperanzas. 
Espera no quiere decir estar de brazos cruzados ni tirando piedras 
contra todo lo que acontece. Se trata más bien de entender que estamos 
ante una nueva etapa de la lucha política en esta intrigante contienda 
geoeconómica. Ni reflujos ni fines de ciclo; a lo sumo intentos de 
restauración conservadora que todavía no han logrado quebrantar esta 
hegemonía insurgente aún en construcción en Venezuela, Bolivia, Ecuador,
 Argentina. En esta nueva etapa, cada proceso de cambio tiene su tempo 
político, su forma de afrontar adversidades, de superar diferentes 
tensiones y contradicciones sean al interior del bloque o derivadas de 
la confrontación con el exterior. Es una nueva etapa caracterizada por 
la necesidad de nuevos movimientos para que las posiciones logradas sean
 irreversibles.
Lo que ayer fue una victoria, hoy 
afortunadamente se naturaliza como un derecho. El cambio de época 
requiere atender a las nuevas preguntas para evitar caer en el error de 
dar viejas respuestas. Los próximos meses/años son para buscar nuevas 
categorías discursivas, nuevos relatos, nuevos significantes-maestros, 
nuevos factores movilizadores y próximas banderas a izar. En definitiva,
 la disputa es la de casi siempre, entre los que apelan a la 
restauración del desencanto con un “no hay alternativa” y aquellos que 
sí seguirán engendrando un universo infinito de esperanzas siempre 
buscando incansablemente nuevas alternativas.
- Alfredo Serrano Mancilla, Director CELAG, Doctor en Economía, @alfreserramanci
    http://www.alainet.org/es/articulo/172421  
 

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