Entrevista a Ramón Torres Galarza, Embajador 
itinerante de Ecuador, creador del proyecto “Democracias en Revolución. 
Revoluciones en Democracia”
 Ramón Torres 
Galarza es Embajador itinerante para temas estratégicos de Ecuador. 
Desde ese cargo creó, junto a instituciones como CLACSO, FLACSO, CIESPAL
 y el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, el programa 
de investigación y docencia “Democracias en Revolución. Revoluciones en 
Democracia”, junto a docentes de Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina,
 Brasil y Uruguay. En esta entrevista comenta la finalidad del proyecto,
 da cuenta de las transformaciones generadas por los procesos 
posneoliberales en América Latina, y describe los peligros de 
desestabilización que afrontan, llegando a hablar de “nuevas tácticas 
golpistas” en la región. 
 - ¿Cuál es la finalidad del 
proyecto que dirigís, “Democracias en Revolución”, y cómo se enmarca en 
la situación que vive América Latina a diez años del “No al ALCA”?
 - El objetivo es intentar caracterizar las tendencias que en nuestros 
países determinan los procesos de transformación económica, política, 
social y cultural que existen. A esas transformaciones nosotros las 
debemos mirar con cabeza propia, para fundamentalmente enfrentar 
matrices ideológicas, políticas, académicas, mediáticas y culturales que
 intentar denigrar, denostar y criticas a nuestros procesos -como 
procesos que, según esas visiones, nada tienen que ver con la democracia
 o que no son revolucionarios-.
 En todos estos países la 
generación de una inversión pública en favor de los más pobres; la 
habilitación de sujetos históricamente excluidos del comercio y del 
mercado; las políticas sociales en educación, vivienda, salud e 
infraestructura; las condiciones soberanas para manejar deuda externa; 
la condición de que nosotros hayamos optado de verdad por los más 
pobres, y que hayamos generado factores de inclusión; son procesos 
revolucionarios sin lugar a dudas. Lo que no son es exclusivamente 
revoluciones pensadas en relación con el socialismo. Son revoluciones 
democráticas. Son procesos de transformación y de generación de nuevos 
sujetos en la historia. Son procesos policlasistas. Son procesos que 
también favorecen el interés empresarial. Es decir, son revoluciones 
contemporáneas. Son revoluciones de este siglo. Son revoluciones que 
recuperan el pensamiento más fecundo que existe en los orígenes de 
nuestra América Latina. 
 Y ven en la integración latinoamericana
 esas posibilidades de relacionarse con todo el mundo, a partir de que 
el mundo respete nuestras condiciones de soberanía y de respeto frente a
 las diferencias. En ese sentido “Democracias en Revolución” concibe esa
 mutua condicionalidad: las revoluciones contemporáneas deben cambiar la
 democracia, deben profundizarla, deben resignificarla. Esta revolución 
de la democracia permite generar factores de inclusión y condiciones en 
que también la democracia -aquella concebida como democracia formal, 
burguesa, liberal o occidental- reconozca que los procesos de 
transformación, los procesos de revolución democrática, son esenciales 
para que nuestra gente siga pensando que la democracia constituye una 
alternativa de fundamental importancia. Y allí, por eso, la eficacia, la
 eficiencia, la calidad de la democracia, en la gestión pública de 
nuestros gobiernos en la región, son de una excepcional importancia 
contemporánea para demostrar en cuanto sirve la democracia para nuestros
 pueblos.
 - ¿Cómo se logra la construcción de un “liderazgo colectivo” en América Latina, que parta de estas experiencias?
 - Los casos de Chávez, Kirchner, Lula, Correa, Evo, Cristina, Mujica y 
Tabaré, y Maduro, son liderazgos históricos y en algunos casos, por su 
ausencia, irrepetibles. Las características de su carisma, la 
representación de la cultura de nuestros pueblos: esos liderazgos se 
constituyeron porque pensaron, hicieron y dijeron tal como son nuestros 
pueblos. No hay una representación falsa, no hay calculo electoral 
simulado de lo nacional y popular. Pero evidentemente estamos en un 
momento y en un tiempo en que esos liderazgos históricos deben cobrar 
una forma de organización, representación y legitimación política: en 
organizaciones, en movimientos, que generen condiciones de liderazgos 
colectivos y continuidad de su significación en la historia.
 Son
 liderazgos cuya característica debe tener continuidad y permanencia en 
la historia a través de organizaciones sociales y políticas fuertes, 
ideológicas, politizadas, con capacidad de movilización; y que el 
liderazgo colectivo pueda dar continuidad y permanencia a esos 
liderazgos en la historia. Creo que son la condición fundamental, que no
 comienza ni termina en el hecho electoral solamente, pero que deben 
considerar al escenario electoral un escenario de fundamental 
importancia. Por eso somos “Democracias en Revolución”: porque nuestros 
procesos surgen del hecho electoral. Y el alcance y el límite que tienen
 nuestros mandatos tiene que ver con lo que nuestro pueblo exprese en 
las urnas. En este sentido, ganar las elecciones y organizar las 
condiciones de una hegemonía plural, de una correlación de fuerzas 
favorable para tener el poder, es de especialísima significación en el 
momento contemporáneo. 
 Si bien hemos ganado elecciones -y 
podemos y debemos seguir ganándolas- necesitamos una correlación de 
fuerzas; necesitamos una hegemonía plural que logre definitivamente 
transformar las condiciones del ejercicio del poder en América Latina. Y
 eso implica una mirada profunda, de hondo calado, de sentido histórico,
 donde comprendamos muy bien el papel de las clases, el papel de los 
empresarios, el papel de los nuevos sujetos y movimientos sociales 
emergentes, y el papel de jóvenes que surgen con mucha fuerza y con un 
discurso simbólico renovado y distinto a los viejos partidos, a los 
viejos discursos, a las viejas formas. La renovación de nuestra clase 
política, el recambio generacional en la historia contemporánea, aparece
 como una de las claves para interpretar como vamos a dar continuidad a 
esos liderazgos excepcionales que hemos tenido en la región. 
 
Hay un dato indiscutido: no existe otra región en el mundo que haya 
generado tantos -y tan buenos- liderazgos políticos como América Latina 
en esta última década. Esa producción de liderazgos en la historia, por 
las características de la región, nos puede hacer pensar y afirmar que 
América Latina, con sus pueblos, con sus liderazgos históricos, con 
estas “Democracias en Revolución”, es el continente del Buen Vivir y sin
 duda, es una alternativa para el capital y el capitalismo -que intenta 
transmutarse en formas que no representan a nuestros pueblos, y que sin 
dudas no tienen que ver con nuestra realidad, no tienen que ver con 
nuestra cultura-. América Latina, su potencia y su poderío, constituye 
un fuego que prende procesos en la historia contemporánea, procesos que 
son absolutamente una novedad.
 - Durante inicios de 2015 se 
comenzaron a ver indicios de desestabilización en Argentina, Brasil y 
Venezuela. ¿Hay una situación de mayor injerencia contra los gobiernos 
posneoliberales en América Latina?
 - Si, efectivamente. Yo 
creo que hay una vieja, reiterada, trágica situación que tiene que ver 
con intentos de desestabilización, de caotización, de intentos -fallidos
 o efectivos- de golpes de Estado, de injerencia respecto a una 
psicología social adversa a nuestros gobiernos en relación con sus 
limites, matrices mediáticas y de opinión que van especializándose en 
identificar nuestros errores -y no promueven ni difunden nuestros 
logros-; y en ese sentido la matriz ideológica, política, psicológica y 
mediática es una matriz que se activa de manera permanente, de manera 
constante, en nuestra historia contemporánea, y también en la memoria 
larga de América Latina. Allí hemos tenido testimonios de una permanente
 injerencia respecto de lo que han significado nuestros intentos de 
crecer, de desarrollarnos, de optar políticamente en paz y en 
democracia.
 No olvidemos el gobierno de Allende, que constituye 
la primera experiencia de estas “Democracias en Revolución” en América 
Latina. Y sin lugar a dudas, esos permanentes afanes de injerencia, de 
desestabilización, de caotización, adquieren un momento de impacto mayor
 cuando a través de la política económica global se controlan los 
precios -políticamente- del petróleo, y se busca generar condiciones de 
impacto en nuestras economías. Se acusa de actos de corrupción a 
nuestros gobiernos, y se establecen criterios de control de mecanismos 
de distribución de bienes y servicios. Es decir: hay una nueva modalidad
 de golpe, económico, comercial. Estas guerras de cuarta generación, 
esas nuevas tácticas golpistas, no son ajenas a una permanente 
estrategia de desestabilización de nuestros gobiernos, y a la 
reconstitución de proyectos conservadores que sin lugar a dudas son 
serviles a las condiciones que el capital y el capitalismo requieren en 
la contemporaneidad de América Latina para volver a reproducirse, volver
 a distribuirse, volver a ganar legitimidad. 
 En ese sentido, 
debemos estar alertas respecto de lo que significan permanentes y nuevos
 afanes de injerencia, permanentes y nuevos afanes de desestabilización,
 que no se expresan sólo en un país. Miremos lo que sucede en Venezuela,
 lo que sucede en Ecuador, lo que sucede en Bolivia, lo que sucede en 
Argentina, lo que sucede en Brasil. No es casual que se repitan las 
mismas matrices, las mismas condiciones, el mismo discurso, y se 
pretenda incidir psicológicamente sobre nuestros pueblos, y sobre 
nuestros electores, respecto de los límites que nuestros procesos de 
administración del Estado tienen.
Juan Manuel Karg. Politólogo UBA / Analista Internacional
 

 
 
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