Alainet/CEPRID
Ponencia presentada en la I Conferencia de Estudios Estratégicos: “Repensando un mundo en crisis y transformación”, del Centro de Investigaciones de Política Internacional, 16-18 de octubre de 2013, La Habana, Cuba.
En un ensayo publicado en 1993, el 
profesor Roberto González Gómez, del Instituto Superior de Relaciones 
Internacionales “Raúl Roa García”, expuso la necesidad de intentar la 
elaboración de un nuevo paradigma interpretativo de las relaciones 
internacionales que permitiera enfrentar el dominio casi absoluto 
ejercido en esta disciplina por las concepciones y escuelas de 
pensamiento provenientes de los principales centros de poder[1]. Para 
ello, sugería integrar los mejores aportes de los paradigmas realista, 
idealista e interdependentista, al tiempo que reivindicaba la vigencia 
del enfoque marxista y de la teoría de la dependencia en el estudio del 
fenómeno del imperialismo, cuya sola enunciación en el discurso político
 y la reflexión académica, en aquellos años de ensueño para el dogma 
neoliberal, solía ser considerado como un anacronismo.
Esta propuesta planteaba y sigue planteando un enorme 
desafío intelectual, en la medida en que los paradigmas teóricos, en 
cualquier disciplina, son presupuestos o postulados fundamentales con 
los que se pretende simplificar una realidad compleja, con el objetivo 
de explicarla, y al constituir conjuntos o sistemas de creencias 
armónicos y autosuficientes, resulta extremadamente difícil, por no 
decir imposible, separar o tomar elementos de cada uno de ellos para 
integrarlos en una especie de súper paradigma que permita superar las 
respectivas limitaciones o insuficiencias de sus distintas fuentes 
conceptuales.
Sin embargo, en el sentido de lo propuesto por el 
profesor Roberto González, es posible y conveniente trabajar en la 
identificación de puntos de contacto y de la posible complementariedad 
entre la teoría marxista del imperialismo, particularmente en su versión
 leninista, y la teoría realista de la política internacional, 
especialmente en su vertiente neorrealista, para avanzar en la 
investigación de la política exterior de los estados. Incluso 
eventualmente se podría aspirar, no sin antes superar importantes 
dificultades, a lograr una síntesis teórica entre ambas corrientes de 
pensamiento en el campo de la política internacional.
Un esfuerzo de ese tipo sería particularmente relevante para el tema que
 nos interesa: la política de Estados Unidos hacia América Latina y el 
Caribe. 
Se trata de un objeto de estudio tratado ampliamente y desde las más 
diversas latitudes y perspectivas. Sin embargo, en gran parte de estos 
trabajos no existe una referencia explícita por parte de sus autores a 
los modelos teóricos que guían sus respectivos acercamientos, 
descripciones o explicaciones sobre un fenómeno tan complejo aunque, en 
algunos casos, tales modelos pueden ser deducibles.
Considero que la teoría leninista del imperialismo sigue siendo la base 
indispensable para el estudio riguroso de la política exterior de 
cualquier estado imperialista. Por ejemplo, sus definiciones en torno a 
que el imperialismo “en el aspecto político es, en general, una 
tendencia a la violencia y a la reacción” y que le “es sustancial la 
rivalidad de varias grandes potencias en sus aspiraciones a la 
hegemonía”; así como sus nociones sobre la correlación internacional de 
fuerzas y su naturaleza cambiante, como resultado del desarrollo 
desigual entre los distintos países; mantienen, en lo esencial, plena 
validez[2].
Pero si bien la teoría del imperialismo establece el 
marco conceptual básico, no es suficiente para el estudio detallado de 
la política exterior de los estados, sobre todo para comprender o 
interpretar sus variaciones en el tiempo, entre otras razones, porque 
este fenómeno no era su centro de atención específico. En este sentido, 
considero que los especialistas con formación y perspectivas marxistas 
necesitamos saldar cuentas e incorporar en nuestros enfoques aquellos 
aportes valiosos provenientes de otras escuelas de pensamiento 
desarrolladas en los campos de la política internacional y de la 
política exterior, particularmente del realismo político y, en especial,
 de su corriente neorrealista.
Usualmente desde posiciones de izquierda existe una 
visión negativa sobre el realismo político, lo que, en mi opinión, en el
 mejor de los casos es el resultado de una lectura muy parcial o sesgada
 de sus principales obras[3]. Obviamente, todo investigador de la 
escuela realista tiene como centro de atención la política exterior del 
estado al que sirve, y busca orientarla según lo que considera como sus 
mejores intereses y de acuerdo a los valores políticos e ideológicos que
 representa. Pero, conscientes de esto, es necesario también reconocer 
que el realismo ha desarrollado todo un cuerpo teórico especializado en 
los campos de la política internacional y de la política exterior que 
todavía no tiene una alternativa a su misma altura, y que puede ser 
apropiado por nosotros, en función de los intereses y proyectos de 
nuestros países latinoamericanos y caribeños. Creo que la superación del
 realismo es por la vía de su integración dentro de un marco meta 
teórico general marxista, pues lo que le falta al realismo es 
precisamente el marxismo.
Los puntos de contacto entre la teoría leninista del imperialismo y el 
realismo son notables. Ambas perspectivas, al analizar la política 
internacional, son estado-céntricas[4] y le conceden la debida 
importancia a la correlación internacional de fuerzas (o distribución 
relativa del poder) entre las principales potencias, así como a los 
condicionamientos, presiones y restricciones que esto impone a la 
política exterior de los estados.
Pienso que la convergencia entre ambas perspectivas 
tendría implicaciones prácticas de gran importancia para el estudio de 
la política estadounidense hacia nuestra región. Podría ser muy útil, 
por ejemplo, para resistir la tentación de atribuir un carácter 
especialmente perverso a la clase dirigente estadounidense y a sus 
motivaciones de política exterior, y a personificar esto en sus 
presidentes, sea un W. Bush o un Obama. Cumpliríamos así lo planteado 
por Martí en su artículo “La verdad sobre los Estados Unidos”:
Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de 
los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el 
prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o 
pregonarlas como virtudes.[5]
Sin dudas la política de los Estados Unidos hacia 
nuestra región ha estado cargada de una gran perversidad que ha causado 
cientos de miles de víctimas directas y posiblemente millones de 
víctimas indirectas.[6] En definitiva, a nivel mundial, se trata del 
único estado que ha utilizado la bomba atómica premeditadamente contra 
grandes centros urbanos. Pero si en lugar de los Estados Unidos los 
latinoamericanos hubiéramos tenido en el norte otra nación con un enorme
 poder igualmente desproporcionado, probablemente su política hacia 
nuestra región no hubiera sido muy diferente. Se trata obviamente de una
 conjetura hipotética imposible de demostrar empíricamente de manera 
directa, pero la historia es de gran apoyo aquí. No debe olvidarse, por 
ejemplo, el origen francés de los métodos de represión y tortura 
aplicados de manera tan profusa en nuestra región, así como el amplio 
expediente histórico de crímenes y crueldades cometidos por el 
imperialismo inglés, el francés, el alemán y el japonés, entre otros.[7]
 En nuestros días, la similitud entre las respectivas políticas 
exteriores de las potencias imperialistas se observa de manera notable 
en la alianza tácita entre los Estados Unidos y los principales estados 
europeos con respecto a los asuntos estratégicos que tienen que ver con 
América Latina y el Caribe.
Tanto la teoría leninista del imperialismo como el 
neorrealismo enfatizan el carácter sistémicamente condicionado de la 
política exterior de los Estados, aunque esto a veces parece olvidarse 
en los análisis sobre el fenómeno que nos ocupa. Tal olvido se evidencia
 con particular claridad en vísperas de las elecciones presidenciales 
estadounidenses, en la generalizada ansiedad con la que en todo el mundo
 y en América Latina, en particular, dirigentes políticos, funcionarios 
gubernamentales, analistas políticos y el público en general aguardan 
los resultados de dichas elecciones, con una esperanza mayoritaria de 
que triunfe la figura que supuestamente, en lo internacional, será más 
dialogante, cooperativo y multilateralista, condiciones usualmente 
asociadas al candidato demócrata. Se parte de la premisa de que es 
posible un cambio esencial o fundamental, en un sentido positivo, de la 
política exterior hacia América Latina y el Caribe, aunque no cambien 
las condiciones sistémicas esenciales del imperialismo estadounidense ni
 la correlación internacional de fuerzas. De hecho, esta ha sido la 
promesa de muchos presidentes estadounidenses a lo largo de la historia,
 jamás cumplida. La última versión fue Obama en la Cumbre de las 
Américas en Puerto España, Trinidad y Tobago.[8]
En suma, considero que con la posible síntesis 
conceptual entre la teoría del imperialismo y el neorrealismo, tanto los
 estudios sobre la política de los Estados Unidos hacia América Latina y
 el Caribe, como los proyectos políticos en el orden práctico para 
enfrentar la hegemonía norteamericana, se dotarían de mayor rigor 
teórico y científico.También sería más nítida la comprensión de que la 
política exterior de los Estados Unidos es la política propia de un 
estado imperialista y de una gran potencia, en este caso una 
superpotencia, y que siempre debemos esperar que sea esa y no otra. Por 
tanto, solo es previsible que se manifieste de manera cooperativa o 
moderada frente a dos tipos de estados: aquellos que se le someten o 
aquellos que logran desarrollar un poder disuasorio suficiente para 
preservar su soberanía, ya sea de manera individual o mediante 
coaliciones.
Notas: 
[1] Roberto González Gómez, "La recomposición de las 
relaciones internacionales en la posguerra fría. La búsqueda de un nuevo
 paradigma interpretativo desde América Latina", en: Iberoamérica hacia 
el Tercer Milenio, Instituto Matías Romero, México, D.F, 1993, pp.15-25.
[2] Vladímir Ilich, Lenin. “El imperialismo, fase 
superior del capitalismo”, en: Obras escogidas en tres tomos, Ediciones 
en Lenguas Extranjeras, Moscú (sin año). Tomo 1, pp. 719-834.
[3] Aunque en la trayectoria del realismo hay otros 
textos de gran importancia, la “Política entre las naciones” de 
Morgenthau es considerada la obra cumbre de esta escuela de pensamiento 
(Hans J. Morgenthau. Politics Among Nations, The Struggle for Power and 
Peace, Alfred Knopf, Nueva York, 1948). Por su parte, para el texto 
fundador del neorrealismo,ver: Kenneth N Waltz. Theory of International 
Politics, Addison-Weslely, Reading, Mass., 1979.
[4] Con todo lo que pueda decirse, y aunque es un tema 
de mucha discusión, la política internacional contemporánea sigue 
constituyendo, en lo esencial, un sistema anárquico y estado-céntrico.
[5] José Martí. "La verdad sobre los Estados Unidos”, 
en: Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894, Obras Completas. Editorial 
de Ciencias Sociales, La Habana 1975. Tomo 28. Páginas 290-294.
[6]Sobre este saldo trágico puede verse: Luis Suárez 
Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), 
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
[7]Ver un buen compendio en: El libro negro del capitalismo, Editorial Txalaparta, Tafalla, 2001.
[8] Con esto no quiero decir que no existan diferencias 
significativas entre las personalidades dirigentes, las fuerzas 
políticas y los grupos de poder que prevalecen en la conducción de la 
política exterior de los Estados Unidos en cada momento histórico, ni 
que esas diferencias no tengan importancia. Dentro del marco del general
 de una política imperialista común, para América Latina y el Caribe no 
fue lo mismo la política desarrollada durante el gobierno de Woodrow 
Wilson que la desarrollada durante el gobierno de Franklin Delano 
Roosevelt, ambos demócratas, así como no fue tampoco lo mismo la 
política del gobierno demócrata de Carter que la del gobierno 
republicano de Reagan. Las decisiones tomadas o dejadas de tomar por los
 presidentes y otras autoridades estadounidenses pueden determinar el 
curso de los acontecimientos de manera decisiva, con implicaciones 
prácticas que se pueden medir incluso en términos de vidas humanas. 
Estas decisiones, a su vez, están influidas por los respectivos sistemas
 de creencias, valores y visiones del mundo y del papel de los Estados 
Unidos en el mismo de los que son portadores estos funcionarios.
Roberto Miguel Yepe Papastamatin es 
Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl 
Roa García”de La Habana (Cuba)
  
 
 
 
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