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    30/04/2020  

Imagen: https://www.memri.org/Casi al finalizar el año pasado escribí un 
artículo que titulé: “2019: primer año de la confrontación estratégica 
entre Estados Unidos y China”. Algunos lo catalogaron de alarmista y me 
escribieron (incluso un colega chino), para decirme que era exagerado. 
Eso fue el 19 de diciembre, solo unos días después, el último del año, 
China notificó a la OMS y al mundo el surgimiento del brote de un virus 
desconocido hasta ese momento.
El alba del año 2020 no presagiaba 
el alcance que habría de tener este hecho para la humanidad, su 
posterior irradiación a todo el planeta llevó a que el 11 de marzo, la 
OMS decretara al ya conocido como coronavirus COVID-19 como pandemia. 
Las implicaciones subsecuentes aún están en curso. Variadas conjeturas 
–desde las más apocalípticas hasta las más optimistas- están emergiendo 
como visiones de futuro del mundo que habrá de sobrevenir.
Por mi 
parte, por muchos esfuerzos que hago, todavía no alcanzo a visualizar el
 curso de los acontecimientos en toda su dimensión. Cuando arribo a 
ciertas conclusiones, nuevas variables se cruzan en el razonamiento, 
haciendo interminable el análisis de la perspectiva y las consecuencias 
que se podrían avizorar.
Por supuesto, el contexto de las 
relaciones internacionales no está ajeno a este raciocinio. En el ámbito
 estratégico de la disciplina quedará por ver como evolucionan las 
relaciones entre China y Estados Unidos, que a mi juicio es el factor 
determinante para concluir alguna hipótesis respecto del mundo del 
futuro.
En el artículo antes mencionado –repito- sin que 
apareciera aún el COVID-19 en el horizonte, aseveraba que el conflicto 
entre los dos mayores potencias mundiales era mucho más que una “guerra 
comercial” como profusamente se aseguraba en espacios académicos, 
mediáticos, políticos y diplomáticos. Afirmaba también, que este trance 
“…se enfoca en discrepancias de tipo político e ideológico de carácter 
antagónico y estructural que no tienen solución…”. Así mismo, alertaba 
en el sentido de que había que tener cuidado porque “…en política la no 
comprensión y la confusión entre las dimensiones estratégica y táctica 
suelen conducir a errores de extrema gravedad, y consecuencias que dejan
 improbables secuelas” y que los acuerdos alcanzados en la disputa 
comercial entre los dos países eran “…solo una pausa que [debía] ser 
entendida en esa dimensión…”.
Ya en octubre del año pasado, el 
presidente Trump creó la Corporación Financiera de Desarrollo 
Internacional de Estados Unidos con un presupuesto de 60.000 millones de
 dólares (tres veces mayor que en de la agencia antecesora) a fin de 
conceder préstamos, garantías de préstamos y seguros a empresas 
dispuestas a hacer negocios en naciones en vías de desarrollo Con el 
claro objetivo de contrarrestar la influencia geopolítica de China, el 
presidente estadounidense se propuso confrontar la iniciativa de “Un 
cinturón y una ruta”, incluso contraviniendo su propuesta de campaña que
 apuntaba a reducir y eliminar en algunos casos, la ayuda internacional.
Este
 vuelco de política exterior -contrario a lo que se pudiera suponer- no 
obedece a un repentino cambio de opinión del atribulado Trump, sino a su
 desesperada necesidad de intentar bloquear los efectos de la expansión 
de la cooperación internacional de China que se expresa en el 
financiamiento de grandes proyectos en Asia, Europa del Este, América 
Latina y el Caribe y África.
Lamentablemente, la pausa acordada en
 enero fue rota antes de tiempo, el COVID-19 fue su causante. Cuando el 
ambiente negociador y de distensión que llevó a tal tregua a mediados 
del primer mes del año, podría haber sido un buen preludio para 
desarrollar la cooperación en medio de la pandemia, pudo más la 
confrontación estratégica de carácter ideológico que el interés de 
atreverse a actuar de forma articulada para dar respuesta al peor 
peligro que ha desafiado a la humanidad durante este siglo y desde el 
fin de la segunda guerra mundial.
En el orden táctico, ningún 
análisis puede obviar que los dos partidos del sistema político de 
Estados Unidos están incapacitados para desprenderse de la campaña 
electoral de cara a los comicios de noviembre, lo cual los motivó a usar
 la pandemia como instrumento de propaganda. En este sentido, la hasta 
febrero, segura victoria de Trump ha comenzado a ponerse en entredicho 
tras su deplorable manejo de la pandemia durante los últimos dos meses.
En
 el lado demócrata, como era de esperarse Bernie Sanders se rindió 
temprano ante la avalancha de recursos financieros de sus oponentes con 
los que no pudo competir por lo que tristemente llamó a apoyar a Joe 
Biden firmando de esa manera su acta de defunción política. Aunque Biden
 no se diferencia mucho de Trump, el mayor problema es que está entrando
 en una natural etapa de demencia senil como informa ABC Internacional, 
lo que hace que no se acuerde de sus dichos, llegando incluso a olvidar 
lo que tiene que exponer en sus discursos, muchas veces desvariando 
sobre hechos, cifras y nombres. Así, en noviembre, Estados Unidos se 
debatirá entre un sicópata y un demente, complicando aun más el porvenir
 de la humanidad.
En este sentido, la cancillería china expresó el
 pasado 27 de abril “su enérgica oposición a ser involucrada en la 
política electoral de Estados Unidos”, en respuesta a un memorándum de 
57 páginas exhibido por el medio periodístico político  en el que se 
exhorta a los candidatos republicanos a resolver la crisis de la 
COVID-19 atacando agresivamente a China a través de tres enfoques 
principales que deben ser acometidos: 1. “China causó el virus al 
´ocultarlo, 2. Los demócratas son ´suaves con China, y 3. Los 
republicanos ´impulsarán sanciones contra China por su papel en la 
propagación de esta pandemia`.
En este contexto, Trump ha optado 
por el ataque contra China para desatar un nacionalismo populista que en
 el corto plazo lo lleve a ganar las elecciones y más tarde, continuar 
el esfuerzo iniciado hace dos años para apartar a China de su línea de 
desarrollo que –si bien limitada por la pandemia- ha cobrado nuevos 
ímpetus tras enfrentarla exitosamente para, con posterioridad, colaborar
 con la OMS y más de 80 países del mundo con el mismo objetivo.
La
 opción de Estados Unidos por la confrontación ha tenido un repunte 
sobre todo en este último mes cuando pareciera que el COVID-19 se ha 
salido de las manos de Trump y su gobierno. Ya el primer día de abril, 
funcionarios estadounidenses y de otros países occidentales trataron de 
de culpar a China por la pandemia, acusándola de encubrir la cifra real 
de infectados y desinformar sobre el COVID-19. También afirmaron que le 
reclamarán a China después que la pandemia pase.
En particular, en
 la campaña anti china ha destacado Peter Navarro,  asesor comercial del
 presidente, quien se ha transformado en uno de los más insaciables 
enemigos de China en la Casa Blanca, acusando al país asiático de “un 
encubrimiento que retrasó seis semanas la respuesta mundial”. En una 
entrevista, Navarro llegó a decir que “China sabía desde mediados de 
diciembre, que tenía casos de transmisión de coronavirus de persona a 
persona”.
La respuesta de Beijing fue contundente, Hua Chunying 
vocera de la cancillería expresó que: “Las mentiras contadas por este 
político estadounidense no valen la pena refutarlas. Me di cuenta de 
que, durante esa entrevista, incluso el periodista lo interrumpió varias
 veces y señaló que estaba [haciendo perder] el tiempo de todos”, 
calificando además sus comentarios como “desvergonzados” al culpar sin 
pruebas a China por el coronavirus, asegurando de la misma manera que 
Estados Unidos “debería dejar de politizar un problema de salud y 
centrarse en la seguridad de su pueblo”.
Por su parte, en otra 
entrevista, el día 16 el Secretario de Defensa de Estados Unidos, Mark 
Esper, continuó la línea de ataque al afirmar que China fue “engañosa” y
 “no transparente” al informar sobre la epidemia. China respondió 
diciendo que esta falacia es exactamente la misma que la de algunos 
otros políticos de Estados Unidos y que esta excusa de culpar a otro no 
era nada nuevo.
En este marco, un grupo de abogados 
estadounidenses lanzó una acción legal histórica para demandar a China 
por billones de dólares, acusando a sus líderes de negligencia por 
permitir que estallara el brote de coronavirus, y luego encubrirlo. La 
demanda colectiva que involucra a miles de demandantes de 40 países, se 
presentó en Florida el mes pasado. El estratega jefe de la acusación, 
Jeremy Alters, aseguró que "los líderes de China deben rendir cuentas 
por sus acciones".
Todo esto fue echado por la borda por el propio
 doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y 
Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos quien en rueda de prensa el 
17 de abril desde la propia Casa Blanca rechazó la teoría conspirativa 
de que el nuevo coronavirus fue creado y escapó de un laboratorio chino,
 según informó Business Insider.
En la continuación de la ofensiva
 anti china el 22 de abril, un grupo de 16 senadores republicanos pidió 
al presidente Donald Trump que obligue a los países solicitantes de 
reestructuración de deuda o ayuda económica a dar cuenta a Washington de
 sus compromisos con Beijing. Asimismo, Mac Thornberry, jefe del Comité 
de Servicios Armados de la Cámara de Representantes presentó un proyecto
 de ley en el Congreso con el apoyo de republicanos y demócratas con 
miras a crear un fondo de 6.000 millones de dólares para reforzar el 
potencial disuasorio contra China.
Ante similares acusaciones por 
parte del secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, China se 
vio obligada a dar una respuesta al margen de su tradicional práctica 
diplomática. En un artículo publicado en el Diario del Pueblo, órgano 
del partido comunista de China, escrito por Zhu Feng, decano del 
prestigioso Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de
 Nanjing se esboza una muy dura réplica a Estados Unidos en la figura de
 Pompeo que es expresión de un nuevo lenguaje para las relaciones 
internacionales de China.
Después de catalogar al ex jefe de la 
CIA y actual secretario de Estado como “el oficial más arrogante de la 
administración de Donald Trump a la hora de atacar a China”, Zhu expone 
que: “La identidad política de la derecha republicana, la arrogancia de 
la élite estadounidense y las ambiciones políticas personales 
constituyen el ´gen político` anti-chino del secretario de Estado” .
Agregó
 que “…el ataque de Pompeo contra China es típico de la postura 
hegemónica de los políticos de derecha estadounidenses que se 
caracteriza porque primero, “Estados Unidos siempre tiene la razón y es 
el ´dueño de la verdad`, lo que permite la distorsión y la manipulación 
de los hechos. Segundo, Estados Unidos es el poder más grande del mundo y
 puede obligar a las organizaciones y al derecho internacional a 
someterse a las cogniciones e interpretaciones estadounidenses. […] 
tiene derecho a abandonar las convenciones, pero otros países ´tienen` 
que respetar el derecho internacional y permitir que Estados Unidos 
anule las organizaciones internacionales y otros países soberanos”.
 La
 caracterización que se hace de Pompeo y de otros políticos por su 
condición política de “derecha”, hace referencia a un aspecto ideológico
 no habitual en las relaciones internacionales de China, ni siquiera en 
el ámbito académico, que toma nota de contradicciones que van mucho más 
allá de lo estrictamente comercial o incluso -en este caso- de la 
contradictoria visión en el manejo de la pandemia. Así, se incursiona en
 un plano que ha sido concientemente obviado desde Beijing incluso ante 
el ostensible involucramiento de Estados Unidos en el apoyo a la 
desestabilización de Hong Kong y en su intervención como soporte de la 
administración de Taiwán en clara violación de los propios acuerdos 
bilaterales en materia de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y
 China.
No se sabe aún cuál será el devenir del mundo tras el fin 
de la pandemia, tampoco se puede prever con certeza el rumbo que tomará 
una inminente restructuración de las relaciones internacionales, pero lo
 que sí parece seguro es que, en su desesperación por la pérdida de la 
hegemonía global, Estados Unidos escalará sus ataques contra China. A 
diferencia del pasado, pareciera que esta vez, Beijing no se quedará de 
brazos cruzados.
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