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jueves, 19 de marzo de 2020

Confinamiento



En tiempos ordinarios, si los hay, la operación quirúrgica a causa de una fractura de la cabeza del fémur no presenta graves riesgos. La secuela inmediata es la dificultad motriz. No queda sino hacer prueba de paciencia. A pesar de los progresos científicos, los huesos tardan en solidificarse y las heridas en cicatrizar. El paciente debe, pues, resignarse al hospital y a la reducación en un centro especializado. Es decir, dos encierros. Algunas visitas y un pedazo de cielo cuando se tiene la suerte de estar junto a una ventana. Por dicha, con el paso de los días, aumenta el espacio accesible: se va más lejos a cada caminata con la ayuda de bastones ingleses o algún aparato. Eran los tiempos anteriores al coronavirus.
Ahora, en este periodo de duración indefinida, ni los adivinos pueden predecir la extinción de este virus coronado, el espacio se va reduciendo para todos y, desde luego, con más rapidez para quienes estamos encerrados en nuestra inmovilidad.
En Francia, las medidas para combatir el Covid-19 se recrudecieron de pronto. La gravedad ya no podía ocultarse. En la clínica donde estoy, quedaron prohibidas las visitas desde el sábado.
El lunes, el presidente francés dispuso las drásticas medidas de la tercera etapa de esta ‘‘guerra” contra el virus, sin mencionar nunca la palabra ‘‘confinamiento”. Sin embargo, todas las disposiciones van en ese sentido: quedarse encerrado en casa, no salir sino para comprar alimentos o medicinas, procurar el trabajo a domicilio por Internet, ninguna reunión con amigos y menos aún en grupos, nada de picnics en jardines… so pena de multa. Desde luego, quienes se ocupan de labores estratégicas quedan libres de su transporte.
La palabra ‘‘confines” me evoca siempre los del universo. Lugar tan vago como el limbo, entre luz y penumbra, poblado de fantasmas. Confines donde el universo se expande sin cesar y extiende el hechizo misterioso de ser. ¿Estaremos llegando a los confines del planeta, confinados en él?
Aparte de las medidas sanitarias, Macron anunció el fin de las reformas, en especial la de jubilaciones, contra la cual se multiplicaron huelgas y manifestaciones. Todo esfuerzo debe centrarse en la guerra contra el Covid-19, prioridad absoluta. Sin duda, el coronavirus le dio la oportunidad de suspender la reforma sin perder la cara. Macron aprovechó para anunciar las medidas económicas de ayuda a empresas en peligro por la crisis, así como a trabajadores en riesgo de desempleo. Cierre de fronteras del espacio Schengen para evitar la circulación de un virus que ‘‘no tiene fronteras, ni pasaporte’’. Algunos países europeos decidieron cerrar también las propias fronteras. Polémica inmediata, el debate es grave: la tan buscada mundialización, que beneficia a unos cuantos, es puesta en duda.
Mientras trasnacionales y finanzas mundiales buscan soluciones para remediar los accidentes que descomponen el orden del neoliberalismo, urbes italianas, españolas, francesas parecen ciudades fantasmas de un paisaje surrealista a la Magritte o a la Dalí, donde la angustia roe el tictac del tiempo.
Otra consecuencia de esta pandemia, el asalto de almacenes para aprovisionarse contra fantasiosas hambrunas y escaseces. Hasta aquí las cosas podrían guardar unas briznas de lógica. Lo extraño es el desvalijamiento de rollos de papel del baño. Qué significa esta obsesión por el papel higiénico. Los sicoanalistas no perdieron la ocasión para exponer la teoría de Freud. ¿El coronavirus provocaría la regresión de una parte de la población adulta a la famosa fase infantil sádico-anal?
Eventos históricos imprevistos lanzan tal desafío a la razón que vuelve necesaria una salida de socorro. Surgen entonces explicaciones más asombrosas que los enigmáticos sucesos. Acaso el choque de un evento histórico hace vacilar la llamada razón. Sin comprender ni poder explicar lo que sucede, brotan los delirios de la sinrazón. Shakespeare lo muestra al tocar los confines del drama humano.

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