Jorge Elbaum 
La comunidad internacional vive una tensión velada mientras se 
desarrollan movimientos orientados a reconfigurar los diferentes bloques
 geopolíticos. Tres jugadores centrales de esa partida global continúan 
acomodando sus posiciones geoestratégicas, generando consecuencias 
directas sobre América Latina.
El último miércoles el canciller ruso Serguei Lavrov inició una gira 
por Cuba, México y Venezuela, tres de los países que mantienen mayor 
autonomía respecto de las políticas del Departamento de Estado en la 
región.

Los encuentros previstos por el ministro de Relaciones Exteriores de 
Vladimir Putin se llevan a cabo en el mismo periodo en el que Donald 
Trump abandona de forma progresiva el teatro de operaciones de Medio 
Oriente, dejando a Turquía, a Rusia, Irán e Israel como los árbitros 
centrales en el territorio.
La lógica de Trump está orientada a la recuperación de una 
grandiosidad perdida en las tres dimensiones en las que se observa un 
claro deterioro relativo de su superioridad: la económica, la productiva
 y la comercial. Esta evaluación queda de manifiesto ante la 
catalogación reiterada de China como su antagonista fundamental.
Sin embargo, luego de tres años de guerra comercial, el magnate 
neoyorquino apenas logró disminuir un punto porcentual de su déficit 
externo. Durante ese mismo trienio su gran competidor global, China, se 
consolidó como potencia hegemónica en el sudeste asiático y las 
corporaciones Xiaomi y Huawei continuaron su evolución como líderes de 
la futura revolución industrial, basada en la tecnología conocida como 
la internet de las cosas.
A fines de 2018 las corporaciones asiáticas contaban con la 
titularidad del 60 % de las patentes relacionadas con las futuras redes 
de 5G, lo que motivó la desesperación de Washington. De hecho, el último
 jueves Trump cuestionó públicamente a su socio europeo Boris Johnson, 
porque el Reino Unido decidió incorporar las soluciones ofrecidas por 
Huawei para las redes 5G de telefonía móvil, situación que dejará afuera
 a sus competidores del Silicon Valley.
 Los
 problemas de Trump se hacen más evidentes cuando se refieren a la Unión
 Europea. Por un lado, sus líderes continentales repudian abiertamente 
la instigación brindada por Estados Unidos para que el Reino Unido se 
avenga al Brexit.
Los
 problemas de Trump se hacen más evidentes cuando se refieren a la Unión
 Europea. Por un lado, sus líderes continentales repudian abiertamente 
la instigación brindada por Estados Unidos para que el Reino Unido se 
avenga al Brexit.
Por otro lado, varios de sus socios de la OTAN –como Francia, 
Alemania y Polonia– han decidido optar por la adquisición de gas ruso, 
desechando las reiteradas ofertas presentadas por Washington. En el caso
 de estos tres países europeos, más del 60 % de su consumo depende de la
 provisión de los oleoductos tendidos desde los Urales.
En el comercio de armas, sobre todo en el campo de las baterías 
misilísticas y los aviones tripulados, aparece el tercer quebranto no 
superado por las corporaciones lideradas por Lockheed Martin, la mayor 
empresa fabricante de aparatología bélica del mundo.
Turquía ha decido comprarle a Moscú el sistema de defensa antiaéreo 
S-400, a pesar de las amenazas de sanciones advertidas por la OTAN, 
luego de que el Departamento de Estado se negara a proveer a Ankara de 
misiles de similares características, que únicamente vende a gobiernos 
de su íntima confianza.
Intercambio comercial EU-China: la madre de todas las batallas
La suma de estas frustraciones revela parcialmente el renovado 
interés sobre América Latina planteado por  el esquema hegemónico de los
 Estados Unidos. Desde principios del siglo XXI se venía advirtiendo un 
claro desgaste del vínculo, luego de la primera andanada neoliberal que 
arrasó el subcontinente con dictaduras sangrientas.
El punto de inflexión se produjo en 1999, cuando Hugo Chávez accedió a
 la presidencia e inició un periodo de cuestionamiento al denominado 
Consenso de Washington. En forma paralela, durante estas dos últimas 
décadas se generalizó la innovación tecnológica del fracking 
(fracturación hidráulica para la extracción de gas o petróleo del 
subsuelo) posibilitando una menor dependencia –para Washington— del 
hidrocarburo venezolano.

Esa realidad motivó, además, la reducción de los precios 
internacionales del petróleo, el relanzamiento del liderazgo de las 
corporaciones texanas y una mayor autonomía respecto a Oriente Medio, 
atravesado por guerras provocadas o profundizadas por la presencia del 
Pentágono.
Sin embargo, a pesar de que Washington concentró sus esfuerzos en las
 guerras del petróleo en el norte de África, en Irak, Yemen y Siria 
(también denominados conflictos antiterroristas), no se observó un 
cambio en la metodología operada por las embajadas de Estados Unidos en 
la región: en 2002 se incentivó un golpe contra Hugo Chávez que se vio 
malogrado por las contradicciones internas dentro de las Fuerzas 
Armadas.
En 2009 se quebró el orden constitucional de Manuel Zelaya en 
Honduras. Ese mismo año Evo Morales sufrió la primera tentativa de golpe
 y, como resultado, fueron asesinados 13 campesinos durante un episodio 
que se conoce como la Matanza de Pando. En 2010 le tocó el turno a 
Rafael Correa, pero la asonada fue abortada. En 2012 se destituyó a 
Fernando Lugo en Paraguay, mediante un procedimiento legislativo 
express, repetido en Brasil en 2016 cuando se destituyó a Dilma 
Rousseff.
El bloqueo contra Venezuela, la prisión a Lula y la persecución 
judicial como mecanismo institucionalizado de proscripción política 
aparecen como los  nuevos formatos operados por el área del Departamento
 de Estado conocido como Hemisferio Occidental.
 En
 este marco, el anunciado apoyo del Presidente de los Estados Unidos al 
gobierno de Alberto Fernández (sumado a los buenos augurios divulgados 
por las autoridades del FMI) pretende constituirse en la garantía de un 
anclaje geopolítico de la Argentina distante de los competidores 
globales, Rusia y/o China y –por elevación— respecto a los socios 
regionales Venezuela y Cuba, visitados esta semana por Lavrov.
En
 este marco, el anunciado apoyo del Presidente de los Estados Unidos al 
gobierno de Alberto Fernández (sumado a los buenos augurios divulgados 
por las autoridades del FMI) pretende constituirse en la garantía de un 
anclaje geopolítico de la Argentina distante de los competidores 
globales, Rusia y/o China y –por elevación— respecto a los socios 
regionales Venezuela y Cuba, visitados esta semana por Lavrov.
La jugada, disfrazada de amabilidad diplomática por parte de Trump, 
busca –además– incidir (con nulas probabilidades) en una potencial 
división al interior del Frente de Todxs, con el objetivo prioritario de
 aislar a Cristina Fernández de Kirchner.
Los autodenominados sectores republicanos de la Argentina —los mismos
 que persiguen a CFK y que se ven seducidos por las cortesías 
diplomáticas— suelen regodearse frente a los civilizados intercambios 
institucionalizados en los países centrales. Esos mismos colectivos 
suelen calificar como grieta el intenso debate político que atraviesa la
 realidad local y definen a algunos de sus protagonistas como paradigmas
 de la barbarie o el autoritarismo.

Nada mal les vendría observar la actitud de la presidenta de la 
Cámara Baja de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, cuando Trump finalizó 
su discurso anual frente a los congresistas. Quizás comprendan que no 
siempre lo importante son las formas. La civilización –con sus ropajes y
 su amabilidad— nunca suele ser lo que parece. La honestidad brutal, 
incluso a costa de ser poco diplomática, puede ser más liberadora.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). Publicado en el cohetealaluna.com
 
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