Orlando Delgado Selley
Al tiempo que en América 
Latina se producen decisiones electorales y movilizaciones populares, 
que colocan de nuevo el tema de la reducción de la desigualdad en el 
centro de las preocupaciones de los gobiernos, de las organizaciones 
civiles y de vastos contingentes populares, la Comisión Económica para 
América Latina y el Caribe (Cepal) propone emprender un verdadero cambio
 civilizatorio. Ganaron las izquierdas en diversos países en la primera 
década del siglo y lograron atemperar la desigualdad y la pobreza, pero 
no modificaron el modelo de desarrollo de la región. En poco tiempo, el 
regreso de las derechas a los gobiernos reinstaló la gestión neoliberal y
 los países enfrentaron de nuevo la pérdida de dinamismo económico, se 
exacerbó la desigualdad y se profundizaron los problemas ambientales.
El desastre neoliberal provoca que la presión social aumente, lo que 
se expresa en el respaldo electoral a planteamientos heterodoxos. En 
este 2019 ganan de nuevo las izquierdas el gobierno en Argentina, 
Bolivia, y probablemente en Uruguay, mientras en México en diciembre 
pasado iniciaba por vez primera su gestión un gobierno de izquierdas. En
 Ecuador y Chile amplias movilizaciones populares detienen medidas 
típicas de la gestión neoliberal. El tema de fondo es modificar de raíz 
el modelo de desarrollo. Las izquierdas, que recibieron un mandato 
electoral claro, tienen que superar verdaderamente el neoliberalismo y 
no solamente ocuparse de administrarlo bien y honestamente.
El neoliberalismo es concentrador y excluyente en su matriz 
productiva y, en consecuencia, en términos distributivos. La Cepal tiene
 razón cuando señala que del mismo modo que medimos la pobreza para 
emprender acciones que la combatan, es necesario medir también la 
riqueza, introduciendo métricas específicas que permitan conocer la 
concentración patrimonial y no sólo del ingreso y, también, actuar en 
consecuencia.
Es posible plantear que los gobiernos que recién iniciarán, o se 
mantendrán, al frente de la gestión gubernamental puedan proponer nuevos
 pactos sociales en los que se restablezcan compromisos específicos para
 reducir la desigualdad. La propuesta que se aceptó en los Objetivos de 
Desarrollo Sustentable (ODS) de la ONU en materia de desigualdad, 
mantiene claramente su pertinencia.
El objetivo 10, la reducción de las desigualdades, propone una meta 
general: lograr que la tasa de crecimiento del ingreso del 40 por ciento
 más pobre de la población de cada país crezca más rápidamente que la 
media nacional. Para lograrlo es necesario instrumentar políticas 
públicas fiscales, salariales y de protección social. Esta meta de los 
ODS debieran concretarla en América Latina los diferentes gobiernos de 
izquierdas, comprometiendo metas específicas que permitan valorar los 
avances y las dificultades que se enfrentan.
Las metas se incorporarían en un pacto social incluyente en el que, 
como señala la Cepal, se ataque la cultura del privilegio que da 
prioridad el interés privado sobre el público, la acumulación privada de
 las ganancias sobre los propósitos redistributivos, el crecimiento 
sobre la conservación de la naturaleza y los derechos privados por 
encima de los derechos sociales, cuyo cumplimiento es una 
responsabilidad insoslayable de los estados.
Aprobar este pacto social permitiría llegar a esta hora de la 
igualdad. Sin embargo, para poder tener éxito será necesario superar 
principios ideológicos de la gestión neoliberal que se han impuesto como
 valores económicos generales. Un claro ejemplo es la autonomía y el 
mandato prioritario de los bancos centrales que, aunque forma parte del 
llamado consenso monetario neoliberal, se postula como principio 
económico de valor general. Pero, por supuesto, lo central de este pacto
 está en la urgente necesidad de elevar los ingresos presupuestales 
disponibles para impulsar el desarrollo, a partir de una reforma 
tributaria progresiva. En este punto hasta los neoliberales están de 
acuerdo, pero lo que ha mantenido los niveles tributarios 
escandalosamente reducidos es precisamente la noción aceptada por casi 
todas las formaciones partidarias que es más importante el interés 
privado que el público, que gravar con mayores tasas a los empresarios y
 a sus empresas va contra la dinámica de la inversión y, en 
consecuencia, atenta contra el crecimiento.
Hay una oportunidad para modificar el rumbo de la región que debe 
aprovecharse. La globalidad obliga a instrumentar acciones locales, 
coordinadas internacionalmente. Los nuevos aires que corren en América 
Latina abren la posibilidad de fortalecer las políticas que cada 
gobierno nacional se proponga, con acciones internacionalmente 
concertadas en torno a un pacto social para el desarrollo y el bienestar
 que tiene que ser muy incluyente y en el que pueden acordarse métricas 
conjuntas para medir resultados y proponerse nuevas metas. En el centro 
de este pacto debe estar una importante reducción de la desigualdad de 
la riqueza y del ingreso.
 

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