Jorge Eduardo Navarrete / II
La imagen muy difundida de 
puntual regularidad, que linda con el hastío de la repetición, se 
fortaleció, una vez más, con la jornada electoral del 21 de octubre en 
Canadá. Realizada sin contratiempo alguno, resultó un ejemplo de libro 
de texto del funcionamiento de una democracia electoral: tras una 
campaña breve (cinco semanas), se recibieron los votos, se realizó el 
cómputo y se informó de los resultados, aceptados por todos. Fin del 
asunto. Elections Canada/Élections Canada debe ser una de las 
autoridades electorales más envidiadas del planeta. Su portal es 
compacto e informativo, en los dos idiomas (www.elections.ca).
Tras haber examinado la situación política y las expectativas 
prevalecientes hacia el inicio de la campaña –en un primer artículo 
publicado el 19 de septiembre–, aludo ahora a algunos de los elementos 
que difirieron, en cierta medida, de lo esperado, para apreciar su 
significado para el futuro político de Canadá.
El primero y más importante: se dejó sentir la mayor deficiencia del 
sistema electoral canadiense, de mayoría relativa por distrito ( first past the post).
 Aunque el Partido Conservador recibió el mayor número de votos (6.2 
millones / 34.4 por ciento) sólo alcanzó la victoria en 121 distritos, 
mientras que el Liberal, con 5.9 millones (33.1 por ciento), triunfó en 
157. La diferencia refleja la mayor concentración territorial del voto 
conservador. Son cada vez más anómalos los sistemas de votación que 
permiten alzarse con la victoria a un partido diferente del que recibe 
el mayor número de votos. No hay en Canadá, empero, presión ciudadana 
apreciable en favor de la reforma hacia un sistema proporcional. Por 
otro lado, el resultado apenas difirió de las encuestas de inicio de 
campaña: los conservadores obtuvieron 1.25 puntos porcentuales más y los
 liberales 1.9 puntos menos de lo previsto. Se confirmó otra vez el 
predominio de los dos partidos mayores: juntos reunieron más de dos 
tercios (67.5 por ciento) de los sufragios. La abstención, alta, fue de 
36 por ciento.
Justin Trudeau enfrentó una campaña personalizada muy negativa, 
encabezada por el nuevo líder conservador, Andrew Scherr, que dio más 
importancia a denostar a su rival que a explicar o defender sus 
propuestas. Una deplorable falta juvenil de sensibilidad étnica se 
magnificó al extremo y se explotó una presunta interferencia indebida en
 un proceso judicial. Ambas situaciones provocaron lo que Le Monde llamó 
un voto de castigo para Trudeau, cuya deslumbrante armadura quedó un tanto abollada. El número de curules alcanzado fue muy inferior (en 27) al obtenido hace cinco años, quedando 13 por debajo de la mayoría y forzado, como su padre en los años 70, a encabezar un gobierno de minoría –los de coalición no son usuales en Canadá.
Las alianzas ad hoc estarán al orden del día. Para asuntos 
de cuidado ambiental y combate a la desigualdad podrá negociarse el 
apoyo del Nuevo Partido Democrático, que obtuvo 24 asientos. Su líder, 
Jagmeet Singh, puede ser un aliado formidable, pero en modo alguno 
incondicional. En otros temas, los 32 parlamentarios de un Bloc Québécois muy
 recuperado podrían prestar un gran apoyo. Quizá Trudeau consiga 
mantenerse en el poder más allá de la supervivencia media de los 
gobiernos minoritarios: 18 a 24 meses.
La oposición de los 121 diputados conservadores –el mayor bloque en 
el nuevo Parlamento– será despiadada y sin cuartel. Estará inspirada en 
buena medida en las actitudes y posiciones de Trump, que algunos 
conservadores quisieran emular. The New Yorker (22/10/19) reseñó algunas 
manifestaciones incipientes de trumpismo en la campaña conservadora. Sin embargo, la inevitable pugna interna en el partido, donde muchos querrán cobrarle a Scheer el paradójico resultado obtenido, puede desarticular a la oposición por algunos meses.
En una perspectiva más amplia y de mayor alcance global, quizá la 
mejor noticia que produjo la jornada electoral de 21 de octubre sea el 
rechazo abierto, total y sin paliativos de los electores canadienses a 
la propuesta chauvinista, ultranacionalista del Partido Popular de 
Canadá (PPC), liderado por Maxime Bernier. Con apenas 1.6 por ciento de 
los votos emitidos no alcanzó ninguna curul, ni siquiera para su líder. 
Canadá demostró estar vacunada contra los extremismos xenofóbicos, con 
tintes claramente racistas. Bernier podrá emular ahora el peregrinar 
europeo de Banon, en busca de patrocinios en los círculos de los Orban 
en Hungría, los Salvini en Italia y los Le Pen en Francia, entre otros.
El segundo gobierno de Trudeau podría representar una oportunidad 
para potenciar las relaciones políticas y de cooperación con México, en 
el contexto del T-MEC y más allá. Seamos capaces de imaginar una 
relación con Canadá que deje de ser concebida como apéndice o 
complemento de la relación con Estados Unidos, que valga y se sostenga 
por sí misma en interés de dos países que tienen un problema entre 
ellos, como alguna vez dijo Pierre Elliot Trudeau.
 

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