R. Aída Hernández y Juan Illicachi*
La Jornada
 Tras 12 días de movilizaciones
 sociales, el pasado 13 de octubre el gobierno del presidente de 
Ecuador, Lenín Moreno, derogó el decreto 883, conocido como el paquetazo,
 que eliminaba el subsidio a la gasolina y promovía una serie de 
reformas que afectaban a los sectores más desprotegidos de la sociedad 
ecuatoriana. Desde el pasado 2 de octubre, un movimiento ciudadano 
amplio encabezado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas de 
Ecuador (Conaie), el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y la 
Federación de Indígenas Evangélicos de Ecuador (Feine), llamaron a una 
huelga nacional, tomando las calles de las principales ciudades
 del Ecuador. Esta movilización ciudadana se dio en respuesta a las 
medidas de austeridad decretadas por el presidente Moreno Garcés, 
siguiendo los lineamientos impuestos por el Fondo Monetario 
Internacional (FMI) como condiciones para un nuevo préstamo por 4 mil 
200 millones de dólares. La derogación del decreto 883 fue un triunfo de
 la coalición de organizaciones indígenas y populares, que mostraron en 
las últimas semanas la capacidad de resistencia que puede tener el 
pueblo organizado.
Tras 12 días de movilizaciones
 sociales, el pasado 13 de octubre el gobierno del presidente de 
Ecuador, Lenín Moreno, derogó el decreto 883, conocido como el paquetazo,
 que eliminaba el subsidio a la gasolina y promovía una serie de 
reformas que afectaban a los sectores más desprotegidos de la sociedad 
ecuatoriana. Desde el pasado 2 de octubre, un movimiento ciudadano 
amplio encabezado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas de 
Ecuador (Conaie), el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y la 
Federación de Indígenas Evangélicos de Ecuador (Feine), llamaron a una 
huelga nacional, tomando las calles de las principales ciudades
 del Ecuador. Esta movilización ciudadana se dio en respuesta a las 
medidas de austeridad decretadas por el presidente Moreno Garcés, 
siguiendo los lineamientos impuestos por el Fondo Monetario 
Internacional (FMI) como condiciones para un nuevo préstamo por 4 mil 
200 millones de dólares. La derogación del decreto 883 fue un triunfo de
 la coalición de organizaciones indígenas y populares, que mostraron en 
las últimas semanas la capacidad de resistencia que puede tener el 
pueblo organizado.
Pero el alto al subsidio de las gasolinas era sólo la punta del 
iceberg de una serie de reformas estructurales que están en el tintero 
de Moreno, que incluyen varios puntos que afectan de manera directa a 
los sectores más empobrecidos del país, y en específico a los 
territorios indígenas. Entre las recomendaciones del FMI está una 
reforma tributaria para hacer más favorable la inversión extranjera 
directa, reduciendo los impuestos de las empresas extranjeras, a la vez 
que se promueve la minería y la extracción de petróleo por empresas 
trasnacionales. Esta reforma respondería a las acciones exitosas de 
resistencia del movimiento indígena contra el extractivismo. La 
primavera pasada los habitantes de Girón, provincia de Azuay, dijeron 
no a la minería, para proteger la reserva natural Quimsacocha, afectando la empresa canadiense INV Metals. Mientras, las organizaciones indígenas de la región de Intag, en el norte de la provincia de Imbabura, declararon esa zona libre de minería y exigieron la salida de las compañías extractivistas. Ante la defensa de la vida y el territorio, los intereses del gran capital tratan de imponerse con la fuerza de la ley, sustentada en la violencia legitimada.
El presidente de seudoizquierda Lenín Moreno, quien había sido 
vicepresidente durante las dos gestiones de Rafael Correa (2007-09 y 
2009-13), subestimó la capacidad de resistencia de los pueblos, al 
traicionar todas sus promesas de campaña e imponer el programa 
neoliberal, que el FMI ha querido establecer en el continente. Al estado
 de excepción declarado el 3 de octubre por el gobierno, que amplió los 
poderes militares y policiales para la represión, la Conaie respondió, 
declarando su propio estado de excepción, exigió el retiro de las 
fuerzas gubernamentales de sus comunidades y advirtió que serían 
sometidas a la justicia indígena en caso de violar sus jurisdicciones. 
Paralelamente, la articulación de fuerzas políticas, urbanas y rurales, 
aun la población evangélica, mostró el poder de convocatoria del 
movimiento indígena en Ecuador y obligó al gobierno a sentarse a 
negociar. Junto con la derogación del decreto 833, se acordó instalar 
una comisión formada por el gobierno y sectores sociales para hacer una 
propuesta que permita equilibrar la economía.
Sin embargo, está pendiente el balance de las violaciones a los 
derechos humanos cometidas durante estos 12 días de movilizaciones. El 
gobierno respondió con toda la fuerza de su aparato represivo contra las
 manifestaciones pacíficas, pues según las cifras oficiales, sólo entre 
el 3 y 6 de octubre se detuvo a 485 manifestantes, y se reportó la 
muerte de cinco más, entre ellos un líder de la Conaie, de la provincia 
de Cotapaxi.
La crónica de los hechos del 11 de octubre, en los que estuvo 
presente uno de los autores de este texto, da muestra de la violencia 
que usó el gobierno contra el pueblo organizado, cuyas consecuencias aún
 se tienen que evaluar. En el noveno día de movilización: indígenas y 
mestizos, estudiantes y obreros, mujeres y hombres, viejos y jóvenes, 
del campo y la ciudad, marcharon pacíficamente hacia la Asamblea 
Nacional, y fueron atacados con bombas lacrimógenas por más de cuatro 
horas. Luego se hizo uso de las estrategias más deleznables para 
emboscar a los manifestantes y después de un rato de suspender los 
ataques, en medio de ríos de personas, que clamaban justicia, 
aparecieron tres vehículos con alimentos. Los presentes, hacían fila 
para tomar agua, pan, arroz y refrescos, y un descanso, después de horas
 de marchar y recibir agresiones. Nadie sabía de dónde habían llegado 
los alimentos, pero cerca de las 16:20, se escucharon los disparos de 
las bombas lacrimógenas, que tomaron por sorpresa a los manifestantes. 
La gente gritaba: 
¡Nos traicionaron!,
¡Hicieron pausa hasta reabastecerse de municiones!,
¡No estamos armados, no nos ataquen!Surgen varias preguntas: ¿el espacio, se constituyó en el campo de ataque? ¿Se puede decir, un campo de concentración de ataque a la protesta? Lo que sí está claro, es que la policía y las fuerzas armadas ecuatorianas fueron usadas de manera infame y desmedida contra el pueblo, generando violencia y muerte. No se sabe la cifra exacta de heridos y detenidos, pero la misma oficina de la Defensoría del Pueblo informó que los hechos de esta semana han sido los más violentos de los últimos años.
Es lamentable que sean los gobiernos que llegan al poder con una 
supuesta agenda de izquierda, que se supone priorizaría las políticas de
 bienestar social, quienes impongan los megaproyectos extractivistas y 
de despojo a los pueblos indígenas, así como las reformas estructurales 
que afectan a los más pobres. El triunfo del movimiento popular 
ecuatoriano es ejemplo de lo que se puede lograr articulando alianzas y 
usando la resistencia civil pacífica. El gobierno mexicano haría bien en
 aprender de la realidad ecuatoriana, las consecuencias que puede tener 
el querer imponer sobre los pueblos, los proyectos extractivistas, que 
atentan contra la vida y el territorio.
* Investigadora de Ciesas y ex rector de la Universidad 
Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtay Wasi y 
dirigente kichwa de una organización de base de la Conaie.
 
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