David Brooks

▲ Durante una protesta de la ultraderecha que se llevó a cabo el fin de 
semana en un parque de Portland, Oregon, los asistentes hacen una señal 
de Ok, gesto que al parecer tiene connotaciones con la supremacía blanca.Foto Afp 
ste mes marca el aniversario 
400 del inicio de la migración forzada a Estados Unidos, cuando en 
agosto de 1619 un buque apareció frente las costas de Virginia con más 
de 20 esclavos africanos originarios de Angola. Estos primeros esclavos 
fueron aparentemente robados por piratas de un barco español que iba 
rumbo a México y que los había recibido, a su vez, de los portugueses, 
imperios que lucraron no sólo con los recursos naturales de otros 
países, sino también con el gran negocio de secuestros y compraventa de 
seres humanos.
Eran los primeros de los 400 mil a 600 mil esclavos transportados de 
África a Estados Unidos, alrededor de 5 por ciento del total de 
aproximadamente 12 millones de esclavos originarios de África que fueron
 comercializados por los europeos en la migración masiva forzada más 
grande de la historia hasta la Segunda Guerra Mundial.
Para 1860, justo al estallar la Guerra Civil (que entre otras cosas 
llevó a la abolición de la esclavitud después de casi 250 años), la 
población esclava estadunidense era de casi 4 millones, 13 por ciento de
 la población total. Esta historia, esta migración forzada, en cadenas, 
fue parte integral de la creación de este país que desde sus inicios se 
ha proclamado como el faro mundial de la libertad.
Sí, todos nuestros ancestros llegaron en barco a este país, pero algunos arribaron por su propia voluntad en las cubiertas de los barcos; otros, involuntariamente, encadenados en las bodegas de carga debajo, solía recordar el reverendo Jesse Jackson sobre los orígenes de Estados Unidos.
Fue la mano de obra esclava la que generó gran parte de la riqueza de
 las 13 colonias y que sentó las bases económicas del país que surgió 
oficialmente con la Declaración de Independencia de 1776. Por ello, 
algunos historiadores afirman que la fecha de nacimiento real de este 
país es 1619, cuando apareció ese barco con los primeros esclavos que 
fueron vendidos a los colonialistas ingleses.
Los orígenes de este país se construyen sobre el robo y genocidio 
contra los indígenas de estas tierras, y por la mano de obra de esclavos
 africanos. Por lo tanto, algunos historiadores recuerdan una y otra vez
 que el cuento de un país basado en los conceptos nobles escritos en su 
Declaración de Independencia (redactada por Thomas Jefferson, dueño de 
esclavos) y poco después en su Constitución, proclamando una nación 
basada en la libertad, la igualdad ante la ley, y la libre determinación
 de sus habitantes es en parte mentira. Ocho de los primeros 12 
presidentes de esta república eran dueños de esclavos.
Hoy día, 400 años después, los afroestadunidenses (en gran parte 
descendientes de los esclavos) son 13 por ciento de la población, y por 
múltiples indicadores socioeconómicos, aún los más oprimidos de estas 
tierras. Los hogares afroestadunidenses tienen 10 centavos en riqueza 
por cada dólar en hogares blancos; el ingreso medio de los blancos es 10
 veces más que el de los negros (Pew Research). Hoy día hay más 
afroestadunidenses encarcelados o bajo algún tipo de supervisión 
judicial en Estados Unidos, que esclavos en 1850 (Prof. Michelle 
Alexander, autora de The New Jim Crow). Los hombres 
afroestadunidenses corren mucho mayor riesgo de ser asesinados por la 
policía que los varones blancos (Academias Nacionales de Ciencias).
Son las luchas de resistencia y liberación que iniciaron tambien hace
 cuatro siglos –las de los indígenas, los afroestadunidenses, las 
mujeres y subsecuentes olas de inmigrantes– las que han exigido que este
 país, el cual han construido, cumpla con sus promesas de libertad y 
democracia. Por eso mismo, no se puede reducir a Estados Unidos a un 
país de 
gringos; no todos comparten el mismo origen, la misma experiencia y ni la misma cultura.
Toni Morrison, la gran escritora afroestadunidense premio Nobel, quien falleció el 5 de agosto, escribió en The New Yorker poco despues de las elección de 2016 que parte del voto por Trump fue 
no tanto por ira, sino por estar aterrorizadosde que están perdiendo su
privilegio blanco.
No hay manera de entender el presente estadunidense sin tomar en 
cuenta este conflicto histórico y las luchas por romper cadenas, algo 
tan antiguo como este país.
 
 
 
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