Uruguay
Zur
Duermen amontonados en 
un colchón o en la misma habitación, lamentable promiscuidad que 
favorece la violencia y la aberración. Usan esa variedad increíble de 
cosas que se venden en las periferias. Se trasladan en carros, 
bicicletas y motos armadas con restos… algunos, demasiados, comen de la 
basura. Cuentan con servicios públicos muy precarios. Los robadores de 
los pozos negros desaguan en las cunetas. No tienen otro remedio que 
colgarse a la corriente eléctrica y al agua ¿Dónde van a parar sus 
derechos humanos en una noche de pampero sin calefacción ni abrigo?
Sus
 hijos van a escuelas “de contexto”. Reciben una educación muy 
elemental, cuya finalidad parece ser enseñar a obedecer, más que 
desarrollar el intelecto para escapar a la pobreza de espíritu. Los que 
terminan la escuela no logran hacerlo con la enseñanza media. En casos 
excepcionales acceden a la universidad.  Es casi nula su atención de la 
salud. Nacen cargando sobre sus espaldas cinco o seis generaciones de 
desnutrición y raquitismo, trastornos de aprendizaje, hiperactividad, 
absorción de plomo y dióxido de carbono. La acumulación de déficits 
congénitos los discapacita para la competencia por escalar la pirámide: 
¿qué significa “igualdad de oportunidades” ¿Dónde van a parar sus 
derechos humanos en una noche de pampero sin calefacción ni abrigo? para
 el que nace en la marginación? 
La fractura social divide en dos
 la ciudad: al este del Miguelete y al sur de bulevar Batlle y Ordóñez 
queda el país de los amortiguadores, el Uruguay batllista de la 
protección social y económica, el del consumismo y la fibra óptica. Al 
otro lado de la frontera está el territorio de la pobreza y la 
exclusión. ¿Cuánto tiempo falta para separarlos con muros al estilo 
Trump?
¿Qué significa democracia liberal allá al norte y al 
oeste? ¿las libertades de reunión y de expresión que son? ¿qué es la 
separación de poderes? ¿qué sentido tiene el Estado de Derecho? ¿dónde 
quedan sus garantías constitucionales? De la república liberal sólo 
conocen comisarías, garrote y rejas carcelarias. Cada cinco años 
recuperan su condición de ciudadanos, convertidos en receptores de 
promesas y de demagogia. La democracia liberal es burguesa, es el 
instrumento político de una clase social para someter pacíficamente los 
pueblos.
En la oscuridad del túnel sin salida, los condenados 
encuentran en el consumo y el tráfico de drogas el modo más inmediato de
 responder a la agresión que sufren desde que nacen. La policía cierra 
las “bocas” de venta al menudeo, los capilares más pequeños del tráfico,
 pero se mantienen intactas las condiciones que permiten restablecer en 
el brevísimo plazo la circulación de la pasta base, otro residuo de la 
sociedad que consume cocaína. 
La discusión sobre la inseguridad y
 el narcotráfico se convierte en la búsqueda de estrategias para 
disciplinar y controlar esa población. El problema de la educación se 
transforma, en última instancia, en el problema de cómo educar esa 
infancia nacida en la pobreza. La población marginada se cuela en los 
debates de la campaña electoral. El individualismo feroz en que están 
encerrados, no les permite organizarse colectivamente para reclamar y 
reivindicar, algo que, de algún modo, sería el primer paso para 
transformarse en sepultureros del sistema, su rol posible histórico. 
La sociedad alambrada
El
 año pasado (2018), el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) posible 
definió que una persona era pobre siempre y cuando su ingreso no 
superara los 12.500 pesos. Para el caso de los hogares compuestos por 
dos personas, la línea de pobreza se ubica en 22.500 pesos y, cuando los
 integrantes son tres, el monto asciende a 31.900 pesos. A cualquiera 
que dependa de un ingreso fijo, esos montos les parecen irrisorios, una 
falsificación ideológica avalada por la academia y aceptada por la 
“clase” política y los medios de comunicación. 
El INE 
contabilizaba 280.000 pobres o personas que están por debajo de esa 
frontera imaginaria. En 2018 vivían en la indigencia las 4.000 personas 
cuyo ingreso individual era menor de 3.500 pesos. Sin embargo, cualquier
 luchador social con ojo de buen cubero, sabe que los pobres en Uruguay 
alcanzan al millón de personas, el 30% de la población. 
Las 
actuales “líneas de indigencia y de pobreza” las definió el INE en el 
2006, según una canasta de necesidades básicas alimentarias y no 
alimentarias que se actualizan por IPC. Fijaron las canastas en función 
de los hábitos de consumo de una población de referencia tomada de las 
Encuestas Continuas de Hogares del 2005/2006. Aunque puede parecer 
arbitraria e insuficiente, la metodología está recomendada por la CEPAL y
 la FAO. La definición del 2006 significó un cambio de criterio en la 
cuantificación de la canasta, pero la concepción metodológica continuó 
siendo la misma: una “línea de ingresos monetarios” separa los pobres de
 los ricos. Un peso por arriba de la “línea” está en el paraíso y uno 
por debajo, espera el infierno. Su función social y política es inducir 
la creencia de que es posible que los pobres atraviesen la brecha social
 empujados con inyecciones monetarias del gobierno. 
La pobreza 
no se mide con la cantidad de cosas que se consumen, sino por la calidad
 de la vida: el pobre carece de elementos para pensar críticamente, para
 sentir amor y solidaridad hacia los demás, para asumir la 
responsabilidad personal en lo social y político. No tiene nada que ver 
con el ingreso monetario personal. Se puede estar por debajo de la 
“línea” y ser un Frey Betto como ha ocurrido y sigue ocurriendo en la 
lucha social. 
La pobreza es una consecuencia inevitable de 
acumulación de capital, su existencia no es un fenómeno cuantitativo 
sino cualitativo. El capital necesita pagar salarios bajísimos por el 
desempeño de servicios que sería muy costoso cubrir con asalariados 
protegidos por la seguridad social y por los sindicatos. Su bandera es 
la desregularización y expulsa millones de personas fuera del sistema de
 protección y los amontona en los campos para refugiados de la periferia
 urbana. La pobreza es la irremediable consecuencia social del 
capitalismo, nada ni nadie puede detener ese impulso fatal de la 
acumulación de capital. Para erradicar la pobreza hay que terminar con 
el capitalismo. La “línea de pobreza” es la máscara liberal del horror 
de la realidad social.
Llegó la autoridad
Implacable,
 la pala mecánica derriba la vivienda que oficiaba de “boca”. El 
vecindario siente que le quitan un peso de encima y aplaude 
entusiasmado. La prensa festeja la desmesura. Por fin el Estado 
restablece su autoridad y penetrando una de las impenetrables “zonas 
rojas” que, según la leyenda urbana, están dominadas por bandas de 
narcotraficantes. La mano dura mecanizada goza de consentimiento popular
 y, además, desvirtúa el reclamo de los 380.000 firmantes que quieren 
sacar los milicos a la calle.
Si bien la “reforma no es la 
forma”, ¿lo es la operación Mirador, sus censos uniformados y sus 
topadoras? ¿Ésa es la respuesta al miedo? Las cosas suelen ser mucho más
 de lo que aparentan y el público no es del todo consciente del mensaje 
subliminal del exceso de poder. La costumbre anestesia las 
sensibilidades, hoy vinieron por los “pastabaseros”, después les tocará a
 los que luchan y… mañana podrán venir por todas y todos. Una vez que se
 desató el vendaval de furia, no habrá sociólogo capaz de timonearlo.
 Luego de concentrados físicamente en un territorio, se los 
responsabiliza del aumento de los delitos y del crecimiento del gran 
negocio con las drogas. Ese hecho sugiere que el consumo de drogas y el 
narcotráfico cumplen un rol en el control social y que estimulan la 
división. En lugar de considerar al adicto como un enfermo, se lo 
convierte en objeto del odio y el desprecio. En lugar de atender su 
problema de salud, se lo segrega y se lo reprime. El narcotráfico 
desempeña una función en el control de la sociedad. 
 
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