Niños en la frontera: No es un cuento de hadas
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Últimamente he estado pensando en el cuento de hadas Hansel y Gretel de  los
 hermanos Grimm. Aterrados por las crueles condiciones en su hogar, el 
hermano y la hermana huyen, atravesando -hambrientos y asustados- 
bosques desconocidos. Allí se encuentran con una anciana que les atrae 
con promesas de seguridad. Pero lo que hace es encerrar al chico en una 
jaula y convertir a la niña en sirvienta mientras se prepara para 
devorar a ambos. 
Escrito en la Alemania del siglo XIX, debería resonar  de
 forma inquietante en la América de hoy. En lugar de Hansel y Gretel, 
tendríamos que centrarnos claramente en las niñas y niños que por 
cientos huyen de la crueldad y el hambre en Centroamérica creyendo que 
encontrarán una vida mejor en Estados Unidos, para acabar arrojados a 
las jaulas por fuerzas mucho más poderosas y agentes mucho más crueles 
que aquella perversa anciana. No hay política en la historia; solo cosas
 buenas y malas, correctas o incorrectas. Al igual que en ese cuento de 
hadas, en vez de registrar el sufrimiento involucrado en el cautiverio y
 el castigo de esos niños en la frontera entre Estados Unidos y México, 
la administración ha optado por la defensa absoluta de sus políticas y, 
por ello , ha dado un paso de gigante en una misión: redefinir (o más 
precisamente tratar de abolir) la idea misma de los derechos humanos 
como parte de la identidad del país. 
 Esta semana, el 
secretario de Estado Mike Pompeo no dejó ninguna duda: la realidad de 
esos niños encerrados en jaulas, privados de las necesidades más básicas
 y sufriendo abiertamente los abusos de la administración para la que 
trabaja, ha sido parte esencial de la determinación del equipo Trump de 
abandonar los derechos humanos en un sentido más general. Esa voluntad 
de dejar a los niños desprotegidos es parte de un mensaje mucho más 
amplio, no solo un desafortunado subproducto de acciones mal pensadas y 
torpes por parte de una desbordada fuerza policial fronteriza.     
Niños en campos de detención   
La
 historia de los niños en la frontera es realmente espantosa. Estados 
Unidos ha tenido migrantes durante mucho tiempo en su frontera sur, a 
menudo en mayor número que en la actualidad. De hecho, desde la década 
de 1980, los seres que cruzan esa frontera superaron el millón
 en diecinueve años diferentes. Mientras que la Oficina de Aduanas y 
Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) continúa estimando que las tasas de inmigración actuales van camino de superar el millón en septiembre, muchos otros expertos ni siquiera creen que eso se produzca este año. 
 Lo que es realmente nuevo en los cruces fronterizos actuales es el 
número de niños entre los migrantes. Según el aleccionador testimonio 
reciente del secretario de Seguridad Nacional, Kevin McAleenan, ante el 
Comité Judicial del Senado, el 72% de todas las acciones de aplicación 
de la ley en la frontera en mayo estuvieron relacionadas con niños no 
acompañados y unidades familiares. Y aunque el mes pasado el gobierno 
detuvo oficialmente su cruel política de separar a las familias dejando a muchos de esos niños (incluso niños pequeños y bebés ) bajo custodia,  Vox  informa
 que “en un determinado momento , durante las últimas semanas, más de 
2.000 niños han estado bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza de los
 Estados Unidos sin sus padres”.     
Las
 condiciones en los campamentos, diseminados a lo largo de las fronteras
 de Estados Unidos desde Arizona hasta Texas, son vergonzosas y afectan a
 esos niños en su forma más dura. Un informe
 reciente del Inspector General del Departamento de Seguridad Nacional, 
que se publicó censurado apenas unos días antes de la fiesta del 4 de 
julio, que celebra el nacimiento de este país como un faro de “vida, 
libertad y búsqueda de la felicidad”, describía la miseria impactante y 
los peligros en esas instalaciones de confinamiento. Allí, a menudo, los
 niños no podían cambiarse de ropa, ni disponían de cama, comida 
caliente, cepillos de dientes, jabón, duchas e incluso atención médica adecuada. 
Otros
 relatos de testigos presenciales han proporcionado detalles gráficos 
sobre la naturaleza y la escala de esas privaciones, mostrándonos a 
niños con pañales sucios, teniendo que vivir en medio del hedor  a  orina , durmiendo sobre un suelo de hormigón
 y llorando muchos de ellos. En una sesión del quizá algo más civilizado
 Senado, se les dijo a sus miembros que había niños durmiendo a la intemperie, expuestos a los elementos y que los alimentos estaban en mal estado en los campamentos. 
Añadan a esto el coste emocional que las separaciones familiares han causado a miles de niños y niñas, como revela un nuevo informe
 publicado por el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, 
que otros también han documentado. Un abogado de inmigrantes de El Paso 
que visitó una instalación describió , por ejemplo, haber visto cómo un niño se rascaba la cara hasta sangrar. Hay relatos
 de primera mano de los visitantes a los campamentos de niños que 
intentan asfixiarse con los cordones de sus propias tarjetas de 
identificación y otros que soñaban con escapar saltando al suelo desde 
ventanas elevadas. No es de extrañar que hayan muerto al menos siete niños en esas circunstancias y muchos más sufran de piojos
 , sarna, varicela y otras dolencias. Sin embargo, cuando los médicos de
 la Asociación Americana de Pediatras viajaron a los campos para ofrecer
 su ayuda, se rechazaron sus servicios. Michelle Bachelet, la Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, pediatra, ha calificado
 la situación de los migrantes de “espantosa” y señaló que “varios 
organismos de derechos humanos de la ONU han descubierto que la 
detención de niños migrantes puede constituir un trato cruel, inhumano o
 degradante prohibido por el derecho internacional”. Otros han sido menos circunspectos, comparando explícitamente el trato a los niños con la tortura. 
Es
 difícil no suponer que, por muy desbordada que esté la guardia 
fronteriza, al menos parte de este trato es intencionado. ¿Por qué otro 
motivo rehúsan la ayuda que ofrecen los médicos o rechazan los suministros de la ayuda donada enviados por preocupados ciudadanos? ¿Por qué arrestan a un voluntario
 de la ayuda humanitaria que dio comida y agua a dos desesperados 
migrantes centroamericanos indocumentados y trató de conseguirles ayuda 
médica? La administración reconoce que la situación general es grave, 
pero sus funcionarios sobre el terreno se limitan a levantar las manos y
 a quejarse de que se vieron "desbordados”
 por la situación que ellos mismos crearon, que “no están entrenados 
para separar a los niños” y que no tienen poder para abordar el problema
 de los escasos recursos.
Mientras  que  
quienes se encuentran sobre  el terreno se  declaran  impotentes ante el
 desafío, el resto de la administración se niega incluso a admitir las 
terribles condiciones. (“Funcionan  a la perfección”, dijo
 el presidente Trump de las instalaciones fronterizas, culpando a los 
demócratas  de  cualquier problema que  allí  haya).  Y aún más  , altos
 funcionarios han  definido  en repetidas ocasiones  como  aceptable  lo
 vergonzosamente inaceptable.  La  exsecretaria  del Departamento de 
Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen,  que es la responsable de  gran parte del desorden, aseguró  en el  Congreso que los niños estaban “ bien cuidados”, afirmando que “tenemos los estándares más altos”. El exfiscal general Jeff Sessions se hizo eco
 de sus palabras . “Los niños, insistió, “están bien cuidados. De hecho,
 reciben mejor atención que muchos niños estadounidenses”. 
En el tribunal, la abogada del Departamento de Justicia, Sarah Fabian, se negó a admitir
 que la  carencia de jabón, cepillos  de dientes, camas  y sueño 
constituyeran  condiciones inseguras e insalubres,  los estándares  
legales que se aplican a la detención de niños migrantes. El jefe de la 
Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos para la región de El Paso comentó
 cruelmente: “Hace veinte años, teníamo  s suerte si  disponíamos  de 
zumos  y galletas para los detenidos. Ahora, nuestras  comisarías  se 
parecen más a Walmarts, con pañales y  leche maternizada  para bebés y 
todo tipo de cosas, como comida y bocadillos”. 
El vicepresidente Mike Pence  se  destacó  recientemente por su  negativa a reconocer la realidad al llamar
 a los dos campamentos que visitó  viviendas familiares y no campos  de 
concentración  para niños,  un  ejemplo de “cuidados compasivos  ...  
unos cuidados de los  que todos los estadounidenses estarían 
orgullosos”. 
¿De  verdad? ¿En qué  clase 
de  mundo son aceptables la inmundicia, la enfermedad y la  persistente 
 crueldad emocional? ¿En qué Estados Unidos el encarcelamiento brutal de
 niños  no representa una violación de los principios fundadores  ? ¿En 
qué Estados Unidos  se  están  rechazando los avances en protecciones 
que han sido un sello distintivo del país y de  la política 
internacional desde el procedimiento operativo estándar de la  II  
Guerra Mundial? ¿Desde cuándo los funcionarios estadounidenses  se 
limitan  simplemente  a  levantar las  manos y declarar  su  derrota 
(como una especie de victoria de la crueldad) en lugar de reunir sus 
mejores talentos, energías y recursos para enfrentar este problema? La 
respuesta, por supuesto, está en  los Estados Unidos  de Donald Trump. Y
  no piensen ni  por un momento  que solo se trata de una acumulación de
  consecuencias no deseadas. No  lo  es.
Una declaración de derechos inhumanos 
Recientemente, el secretario de Estado Mike Pompeo ofreció  algunos
 puntos de vista  sobre la mentalidad de  su  administración  respecto a
 la idea misma  de los derechos humanos en el país. Poco después del 4 
de julio, anunció la creación de una nueva Comisión de Derechos inalienables en el Departamento de Estado. Afirmó que su propósito era reflexionar
 sobre  la  ampliación  de las protecciones de los derechos humanos como
 parte de la política exterior estadounidense. La idea misma de los 
derechos, insistió Pompeo, se había  salido de madre. “La defensa de los
 derechos humanos ha perdido su rumbo y se ha convertido más en una 
industria que en una brújula moral”, dijo,  señalando amenazadoramente  
setenta  años de historia  con su dedo índice  . “La  charla  sobre los 
derechos se ha convertido en un elemento constante de nuestro discurso 
político interno, sin ningún esfuerzo serio  que distinga  qué 
significan los derechos y de dónde provienen. 
En
  vez  de ampliar derechos, explicó, el país haría bien en volver (según
  su idea) al  contexto de los padres fundadores y explorar qué 
significaban realmente  esos derechos  en sus escritos clásicos.  
Esencial para  este  objetivo, sugerían
 los  expertos, era  reducir  los derechos  relativos al  aborto. De 
hecho, gran número de miembros de la comisión eran conocidos por sus  
posturas antiaborto, y esto no debería haber sorprendido a nadie,  
porque  el Departamento de Estado había retirado  ya  toda la asistencia  sanitaria 
 de las organizaciones internacionales que ofrecen asesoramiento y 
atención sobre el aborto. Al hacerlo  así  ,  se  ampliaba  lo que, en  
anteriores  administraciones de la República, eran restricciones más 
modestas en la atención relacionada con el aborto. Sin embargo,  por muy
 sorprendente que pudiera ser  esta posición global contra  el derecho 
al  aborto,  las ansias  de Pompeo parecen ir mucho más lejos.  Resulta 
evidente que  su objetivo es rechazar unilateralmente la evolución de 
los derechos humanos que ha definido  de forma destacada  al país desde 
la era posterior a la  II  Guerra Mundial, que ha sido una pieza 
esencial de la retórica democrática estadounidense desde su  fundación. 
Para
  iniciar el proceso, Pompeo  tergiversó de inmediato  el lenguaje de la
 Declaración de Independencia para promover una agenda que exija 
explícitamente la eliminación de derechos. “Mi esperanza", anunció
 , “es que la Comisión  sobre  Derechos  Inalienables  fundamente 
nuestro entendimiento  de los derechos humanos de  forma que informe y 
proteja  mejor las libertades esenciales, y subraye que estas ideas no 
solo son  importantes  para los estadounidenses,  sino para  toda la 
humanidad”. Como demostró el resto de sus comentarios, invocaba  la 
libertad de privar a otros,  de  excluir a otros y  de  causar 
dificultades a otros.  Todo esto,  colocado  junto a las realidades 
fronterizas, fue un testimonio de la determinación de la administración 
de  eliminar  los derechos de la identidad de la nación.  Dando  el 
toque final a  sus objetivos, Pompeo agregó que, en su opinión, los 
derechos humanos y la democracia estaban claramente en oposición entre 
sí. Como expresó de forma sarcástica:  “  La charlatanería sobre los  
‘derechos’ nos  aleja  de los principios de la democracia liberal”. 
El
 intento de Pompeo de  remodelar  la intención de los fundadores en el 
contexto de la crueldad  actual  puede ser la articulación más completa 
hasta la fecha de lo que esta administración ha estado haciendo. El 
maltrato continuo de los niños en la frontera, una historia que  dura  
más de un año, sugiere que el espíritu de la Declaración de los Derechos
 Inhumanos de Pompeo lleva mucho tiempo en la agenda. Sin embargo, tenía
  razón en una cosa: esos campos fronterizos parecen pertenecer a otro 
tiempo  y lugar,  a un tiempo y lugar que precedieron  a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 de la  ONU, otro documento que invocó con la intención de reformular la adhesión estadounidense. 
El nuevo   statu quo 
Esta
 no es la primera vez que la administración de Trump revela su cinismo 
respecto a la democracia. La redefinición del propósito mismo de 
“democracia liberal”, como escribí
 hace más de un año, ha sido parte de su misión desde el principio. En 
sus primeros 18 meses, la administración eliminó el lenguaje de la 
democracia de las declaraciones de objetivos de muchos de sus 
departamentos, incluida la frase “nación de inmigrantes” de las de los 
Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos. No obstante, 
después de dos años y medio de reorientar la rama ejecutiva del gobierno
  para alejarla del principio de  igual protección ante la ley, igual 
derecho de voto y respeto ante la idea misma de recibir a los 
inmigrantes, la “comisión” de Pompeo puede constituir el acto conceptual
 más descarado en cuanto a  eliminar  el lenguaje de los derechos 
humanos de la identidad del país. 
Es en 
este contexto aún en desarrollo en el que debería entenderse  la crisis 
de los niños migrantes. Debería verse como una versión gráfica de la 
insistencia de esta administración en cambiar el significado mismo de 
“la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” en la era moderna. 
Para Pompeo (así como para su presidente), la evolución del país hacia 
más derechos para más personas no es más que  un estigma vergonzoso. 
¿Hasta dónde  nos llevaría? ¿Hasta antes de la Guerra Civil? 
No
 es de extrañar que,  al enterarnos  de las noticias  que llegan cada 
día desde  la frontera,  sintamos  que hemos entrado en un  lúgubre  
cuento de hadas de una época de ogros y brujas, donde las fuerzas del 
mal y  la maldad   están al mando de todo  y la perspectiva de salvar a 
niños indefensos parece tan irremediablemente lejana  como esas migajas 
comidas por los pájaros  que siguen  a Hansel y Gretel en su  horrible  
viaje  hasta  la guarida de la bruja. Atacar a los más vulnerables  de  
entre nosotros,  a  bebés, niños pequeños, adolescentes, deja poco 
espacio para la duda. Esta administración está decidida a deshacer el 
compromiso del país con los derechos humanos y, por lo tanto, a cambiar 
su identidad de una manera que debería preocuparnos a todos. 
Karen J. Greenberg, colaboradora habitual de  TomDispatch ,   dirige el  Center on National Security  de  Fordham Law, y es editora-jefe del   CNS Soufan Group Morning Brief. Es autora y editora   de muchos libros, entre los que figuran  Rogue Justice: The Making of the Security State  y The Least Worst Place: Guantánamo’s First 100 Days .   Julia Tedesco, Jonathan Ellison y Andrew Steffan colaboraron con sus investigaciones en la redacción de este artículo.
 

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