Entrevista a Atilio A. Borón sobre El hechicero de la tribu (I)
 Su último libro publicado (Ediciones Akal, Madrid, 2019) lleva por título El hechicero de la tribu. Mario Varas Llosa y el liberalismo en América Latina. En él centramos esta entrevista. 
Mi enhorabuena por su último libro. ¿El hechicero de la tribu es una deconstrucción del pensamiento político del Premio Nobel peruano, sin entrar en su obra literaria?  
Sí. He sido durante largos años profesor de Filosofía Política y en su libro, La Llamada de la Tribu,
 Vargas Llosa incursiona ampliamente en esa temática en donde se 
demuestra, de modo categórico, que no es precisamente allí conde se 
siente como “un pez en el agua”, parafraseando uno de los títulos de su 
extensa producción. No es un terreno en donde el novelista transite con 
familiaridad. Lo suyo, evidentemente, es la ficción y si bien es un 
agudo observador de la realidad las complejidades de la filosofía 
política requieren de una formación especial de la que obviamente 
carece. Pero la persuasión que ejerce una escritura bella y seductora 
disimula, para el aficionado, las profundas lagunas en que se empantana 
su pensamiento cuando comienza a discurrir sobre filosofía política. Por
 eso mi lectura sobre su libro se realiza desde esta perspectiva. No 
podría ser otra porque no soy un especialista en crítica literaria 
aunque sí un lector muy familiarizado con la obra de Vargas Llosa. He 
disfrutado de varias de sus novelas –no todas de igual calidad, como 
ocurre con cualquier escritor- y me han disgustado sus ensayos sobre la 
actualidad social o política, o cada vez que escucho sus diatribas 
contra los gobiernos de izquierda, progresistas, revolucionarios o 
populistas, todo los cuales logran sacar de él, según mi parecer, sus 
peores resentimientos y sus odios más viscerales.  
¿Cómo
 consigue este “hechicero de la tribu” hechizar a sus lectores? ¿Con la 
magia de sus palabras, con la belleza de su prosa, con la buena 
argumentación que acompaña a sus posiciones, análisis y propuestas?
Algo
 fue dicho más arriba. Sin duda que VLl es un escritor que cautiva a sus
 lectores y que maneja con maestría ese arte perverso de “decir mentiras
 que parezcan verdades”, según él lo ha dicho y escrito en reiteradas 
oportunidades. Y además que combina muy hábilmente la ficción con el 
ensayo, lo que muchas veces induce a sus lectoras y lectores a dar 
crédito como si fuera real lo que no es sino una ficcionalización o, si 
se quiere, una fantasía del escritor. En un ensayo académico eso es un 
error imperdonable, a la vez que fácilmente detectable, pero en un libro
 como La Llamada de la Tribu las tergiversaciones y mentiras que 
el escritor introduce mientras cita a un autor de la talla de Adam Smith
 o Karl Popper sólo pueden ser advertidas por un lector muy avisado. Uno
 de los tantísimos ejemplos que surgen cuando, en respuesta a esta 
entrevista, abro al azar su libro y encuentro en la página 147 que dice,
 textualmente que “el autor de El Capital fue un secreto defensor
 de la sociedad abierta.” Entonces: ¿Fue Marx un insólito predecesor de 
un reaccionario como Popper? No, de ninguna manera. Claro que Marx 
defendía una sociedad abierta, pero lo que VLl escamotea al lector es 
que ésta sólo sería posible en el comunismo, es decir, en una sociedad 
sin clases pero jamás en el capitalismo. Ese “pequeño detalle” 
desaparece en el sereno flujo narrativo del peruano, e introduce una 
gigantesca falsificación en el pensamiento de Marx.  
En 
el subtítulo -”Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina”- 
habla usted de liberalismo y no de neoliberalismo. ¿Alguna diferencia 
entre estas dos categorías? ¿Cómo deberíamos entender a lo largo de su 
libro el término “liberalismo”?
En efecto, hablo sólo al 
pasar y en ocasiones muy puntuales del neoliberalismo porque creo que 
éste no es sino la re-encarnación de los principios fundamentales del 
liberalismo clásico, sólo que en clave mucho más reaccionaria. El 
liberalismo de John Locke y los Federalistas de Estados Unidos –estamos 
hablando de finales del siglo XVII y todo el XVIII- tenía ciertos 
componentes valiosos como la libertad de expresión, la defensa frente a 
la opresión política de las monarquías o las dictaduras, la libertad de 
asociación, etcétera, que en su versión contemporánea -luego de que las 
masas populares conquistaran la democracia doblegando la resistencia de 
la burguesía y sus aliados- fueron dejados de lado o redefinidos en un 
sentido retrógrado. Ahí está, y es sólo un ejemplo, toda la producción 
de los teóricos de la Comisión Trilateral (Samuel P. Huntington, Michel 
Crozier, Jojj Watanuki, etcétera) que en los años setenta del siglo 
pasado lanzaron un demoledor ataque en contra de los “excesos 
democráticos”, la participación popular y mismo contra la libertad de 
asociación al satanizar el poderío de los sindicatos y organizaciones de
 base. El liberalismo, como lo vengo afirmando durante más de cuarenta 
años, jamás propició ni defendió argumentalmente la democracia, y en su 
versión “neo” esta tendencia no ha hecho sino acentuarse porque si en su
 versión original aquél no tenía que enfrentarse a los desafíos de la 
democracia hoy asume una postura retrógrada, abiertamente contraria a 
ella, y que el prefijo “neo” no alcanza a disimular. Friedrich von Hayek
 y Milton Friedman elogiaron públicamente a un feroz dictador como 
Augusto Pinochet, para colmo un ladrón de siete suelas. Y permanecieron 
indiferentes ante la cancelación de las libertades exaltadas por Locke y
 sus seguidores en tierras americanas. Por otra parte es preciso 
reconocer que la “magia” del nuevo vocablo, “neoliberalismo”, ha obrado 
el milagro de transformar al arcaico y desprestigiado liberalismo que 
condujo a tantas inequidades, miserias y guerras desde su implantación 
en algo embellecido con el ropaje de lo fresco y novedoso; o con la 
insinuación de que estamos en presencia de una recreación positiva y 
juvenil de una filosofía económica y social como el liberalismo, 
plasmada en la segunda mitad del siglo XVIII y que consagraba la 
supervivencia de los más aptos y el imperio del egoísmo universal como 
criterio fundante de una buena sociedad. Es precisamente por este engaño
 del término “neoliberalismo” que aparto de mi mirada los fuegos 
artificiales de la propaganda burgues y concentro mi análisis en su 
matriz teórica fundamental, el liberalismo a secas.  
¿Observa
 usted alguna diferencia esencial entre el liberalismo en América Latina
 y el liberalismo en otros territorios o continentes? Por ejemplo, con 
el liberalismo norteamericano o con el liberalismo de algunas fuerzas 
políticas europeas, como Macron, Ciudadanos o el Partido Liberal alemán.
Sí,
 en el siguiente sentido: la aplicación de las políticas del liberalismo
 en América Latina y el Caribe ha sido más brutal, totalmente 
desprovisto de algunas salvaguardas de derechos individuales e inclusive
 sociales que en Europa se heredaron del “cuarto de siglo de oro” del 
Keynesianismo (1948-1973) y que aún con dificultades han sobrevivido al 
ataque sufrido desde los ochentas en contra del Estado de Bienestar, 
teniendo en cuenta que éste tuyo una presencia poco más que embrionaria 
en Estados Unidos. En el Sur global, y especialmente en Nuestra América,
 el liberalismo mata sin piedad, produce un holocausto social de enormes
 proporciones ante la indiferencia de sus agentes históricos, de los 
estados burgueses de la región, de la prensa canalla que envilece y 
embrutece a la población y también de los gobiernos de EEUU y Europa, 
que abandonaron por completo la tradición de la Ilustración y que apelan
 a los derechos humanos sólo para hostigar a gobiernos indóciles ante 
las órdenes del Calígula que habita la Casa Blanca. En Europa, y mucho 
menos en EEUU, el liberalismo tiene que conservar una cierta fachada 
democrática que en Latinoamérica es desechada sin la menor 
contemplación. La expansión democrática de la posguerra y la conquista 
de importantes derechos sociales y laborales, concedidos, claro está, 
ante la amenazante presencia de la Unión Soviética, no pudo ser 
revertida en Europa como sí lo fue en Latinoamérica porque en estas 
latitudes aquellos procesos fueron más débiles y siempre acosados, 
cuando no combatidos abiertamente, por la intervención norteamericana. 
Producto de aquello es que ni Macron, ni Ciudadanos ni los liberales 
alemanes pueden decir lo que les gustaría porque aún en una Europa 
dominada por un talante conservador, y hasta reaccionario en algunos 
sectores sociales, expresiones tales como que “los pobres no quieren 
trabajar” o “son adictos al clientelismo populista”, corrientes en la 
derecha latinoamericana, generarían un repudio de buena parte de la 
ciudadanía en Europa. Aparte de lo anterior hay otra diferencia muy 
significativa, que no podemos pasar por alto: las políticas del 
neoliberalismo se ensayaron primero entre nosotros, en Chile desde 1973 y
 en Argentina a partir de 1976, a cargo de dos tenebrosas dictaduras. Es
 decir, agotado el ciclo keynesiano había que “testear” las nuevas 
políticas pregonadas por décadas por el FMI y el Banco Mundial. Y hemos 
sido las y los latinoamericanos el banco de pruebas o los cobayos de 
laboratorio de las políticas del neoliberalismo salvaje que, poco 
después y conocidos ya sus deplorables resultados, aplicarían Margaret 
Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos. 
¿Ha
 sido y es esencial la figura del marqués Vargas Llosa en el desarrollo 
del liberalismo en América Latina? ¿Por sus ensayos, por sus artículos, 
por sus intervenciones políticas?
Sí, y es lo que explico
 sobre todo en los dos primeros capítulos de mi libro. Primero porque es
 uno de los latinoamericanos más conocidos a nivel internacional, una 
especie de “rock star” de las letras cuyos escritos y cuyas 
palabras se escuchan con incondicional devoción y se reproducen a escala
 masiva por casi todos los medios de comunicación, fuertemente 
concentrados y que dominan la formación de la conciencia colectiva no 
sólo en toda Latinoamérica sino en el mundo del Caribe y también en 
Brasil y, no olvidemos, en buena parte del mundo angloparlante. Segundo,
 porque VLl es una referencia obligada dado que es uno de los poquísimos
 divulgadores de alta escuela que tiene el liberalismo. No se trata de 
un propagandista inculto como la inmensa mayoría de los que repiten las 
letanías de ese credo sino de un hombre muy educado, que transmite con 
éxito la idea de que lo que dice es absolutamente cierto e indiscutible.
 Tercero, porque tiene un ingrediente adicional: es un converso, un 
hombre que proviene del marxismo más dogmático y cerril y que “vio la 
luz de la libertad” brillando, según confiesa en La Llamada, en 
los ojos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. No olvidar que la opinión
 de un apóstata o un renegado vale más que la de quien siempre se 
mantuvo fiel al dogma porque es la de alguien que estuvo cegado y 
hundido en el error y tuvo la capacidad de romper esas cadenas y pasarse
 de bando y defender lo que antes había execrado. Cuarto, tal vez por 
todo lo anterior el peruano tiene acceso directo a las elites políticas,
 gubernamentales, empresariales y culturales (o de quienes manejan la 
industria cultural) lo que le permite amplificar extraordinariamente la 
llegada de sus opiniones y puntos de vista a una enorme audiencia. 
¿No
 es muy extraño que alguien que dice haber militado en su juventud en el
 Partido Comunista de Perú (con el nombre clandestino de “camarada 
Alberto”) se acerque a partir de su madurez a figuras tan relevantes en 
la derecha extrema europea como el ex presidente de gobierno español 
José María Aznar, por no hablar de figuras de la realeza como el ex Juan
 Carlos I? ¿No recuerda, en cierta medida, el caso del filósofo italiano
 Lucio Colletti o el del gran poeta mexicano Octavio Paz? 
Sí,
 en mi libro me extiendo sobre lo de Colletti y el mismo Octavio Paz, 
pero creo que dada la gran cantidad de casos registrados a nivel 
mundial, desde el triunfo de la Revolución Rusa pero sobre todo a partir
 de los juicios de Moscú y en una escala impresionante desde los inicios
 de la Guerra Fría carece por completo de sentido hablar de “extrañeza” o
 “rareza” para describir al gran número de renegados que no sólo 
abandonan sus viejas creencias políticas sino que se convierten en 
furiosos propagandistas de las contrarias. Llamémoslos como queramos: 
“renegados”, “apóstatas” , “desilusionados” o con la expresión más 
fuerte de “traidores”, a la que apelaría en casos extremos, lo cierto es
 que ellos constituyen una legión. El más repugnante de estos casos, un 
traidor infame, fue el salvadoreño Joaquín Villalobos, ex comandante de 
la guerrilla Farabundo Martí, que en el año 1975 ordenó que ejecutaran 
al gran poeta Roque Dalton, activo miembro de la guerrilla, acusado de 
ser agente de la CIA. Al tiempo Villalobos desertó y terminó su inmundo 
recorrido convirtiéndose en asesor de Álvaro Uribe, paradigma 
insuperable de la narcopolítica y el militarismo. Tratar de comprender 
estas tragedias es la apelación que formulara en mi Imperio & Imperialismo
 para construir una sociología de los intelectuales revolucionarios en 
tiempos de derrota. El caso de VLl es uno de los más interesantes por la
 amplitud de su recorrido desde la extrema izquierda a la derecha 
radical y sobre todo por el ardor con que arremete contra el 
nacionalismo (en Venezuela, Cataluña, Euskadi, donde sea) y por la 
incontrolable atracción que sobre él ejercen los poderosos, incluyendo 
un monarca tan desprestigiado como Juan Carlos. Hay otros más mesurados o
 vergonzantes, sobre los que apenas hablo en mi libro. Pero, para 
resumir: de rarezas o extrañezas, nada. Cito en mi libro la obra del 
brillante marxista inglés Terry Eagleton que también se ha preocupado 
por el tema con su habitual rigurosidad así como a la clásica obra de 
Isaac Deutscher sobre el tema, pero no es éste el lugar para reproducir 
sus argumentaciones al respecto. Nomás recordar que Deutscher comienza 
uno de sus artículos citando a Ignazio Silone, revolucionario comunista 
italiano que terminó sus días como agente de la CIA, quien le habría 
dicho a Palmiro Togliatti, líder del PCI, que “la lucha final será entre
 los comunistas y los excomunistas.” No creo que sea así, pero hay un 
grano de verdad en ese comentario de Silone. 
Las posiciones políticas del autor de La ciudad y los perros o La fiesta del chivo,
 ¿enturbian la calidad o el valor poético de su obra literaria? Para un 
lector de izquierdas, ¿sería mejor no transitar por su obra literaria? 
De
 ninguna manera. VLl sigue siendo un gran escritor, y en la medida en 
que la poiesis es creación, capacidad de crear e imaginar, las 
posiciones políticas de nuestro autor no han menoscabado la calidad de 
su obra literaria. He disfrutado y también aprendido mucho de algunas de
 sus mejores novelas. A mi juicio las mejores son La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, El Sueño del Celta, La Fiesta del Chivo, La Guerra del Fin del Mundo e Historia de Mayta. Pero otra es la opinión que nos merecen sus ensayos u opiniones políticas volcadas en la prensa o en los medios de comunicación.
 Como creo haberlo dicho más arriba esto no equivale a afirmar que todas
 sus obras son de igual calidad literaria, como tampoco lo fueron las de
 Cervantes Saavedra o las de García Márquez, Cortázar o Fuentes para 
hablar de los escritores del boom latinoamericano. Pero yo estoy 
convencido de que para escribir bien uno debe leer a autores que 
escriban bien, y el peruano es uno de los que mejor lo hace. Creo, así 
todo, que está un peldaño más abajo de Octavio Paz o Jorge Luis Borges 
que según mi modesto entender ilustran paradigmáticamente lo que debe 
ser el castellano del siglo veintiuno. Una prosa límpida pero profunda, 
cargada de significados. Pero escrita de forma sencilla, contundente, 
sin afectaciones, exenta de superfluos barroquismos y alejada de los 
vicios del culteranismo que abren una zanja entre el pueblo y el 
escritor. De joven me impresionó para siempre esta reflexión de Bertolt 
Brecht: “Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad 
no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas 
por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición
 a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las 
cosas prácticas, reales, tangibles." No por casualidad Lenin decía que 
el marxismo es el análisis concreto de la realidad concreta, y Brecht es
 un leninista del lenguaje. Y yo pretendo ser un modesto discípulo de 
Brecht a la hora de ponerme a escribir, procurando que mis lecturas de 
los maestros de la lengua castellana me ayuden a transmitir mis ideas de
 forma “clara y distinta”, como exigía Descartes, y susceptibles de ser 
asimiladas por las mujeres y el hombres comunes y corrientes de nuestras
 sociedades.
Dedica usted su libro a Fidel Castro: “A 
Fidel, por sus enseñanzas, por sus luchas, por su fe martiana en la 
necesidad de la batalla de ideas...” ¿Qué ha significado, qué significa 
Fidel, en su opinión, para los pueblos de América Latina y del mundo?
 Fidel
 es una figura extraordinaria, alguien que siguió el camino trazado por 
el gran manco de Lepanto cuando puso en boca del Quijote que su misión 
era “ Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo imposible, 
correr donde valientes no se atrevieron, alcanzar la estrella 
inalcanzable.” Eso que orientaba al hidalgo en su lucha por “deshacer 
entuertos y castigar agravios” marca a fuego la personalidad de Fidel. 
Soñar con la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América, 
luchar contra un “enemigo imposible” como Estados Unidos, tener la 
valentía de hacerlo en increíbles condiciones de inferioridad al iniciar
 la lucha contra la tiranía de Batista y su ejército armado y entrenado 
por Estados Unidos expresa con rotundidad la identidad de Fidel. Por ese
 el diálogo del reencuentro en la Sierra Maestra con su hermano Raúl, al
 anochecer del 18 de Diciembre, manifiesta de manera insuperable la 
fecunda mezcla de voluntarismo e idealismo que caracterizaba a ese 
personaje inigualable. Después del tumultuoso desembarco del Granma –un 
naufragio, diría el Che, más que un desembarco- transcurrieron más de 
dos semanas hasta que Fidel se re-encontrara con Raúl, y he aquí el 
diálogo: “¿Cuántos fusiles traes? —le pregunta a su hermano. –Cinco, 
responde Raúl. -¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la 
guerra!” ¿Quieren alguna reinvención más fiel al espíritu del Quijote en
 la época actual? Pero a ese utopismo creativo y eficaz hay que sumarle 
una integridad ética y política a prueba de balas, una inteligencia 
excepcional, una memoria prodigiosa, un sinfín de lecturas de todo tipo,
 un activismo incansable, una curiosidad insaciable, y todo eso nos 
permite entender quien era Fidel y por qué su figura marcó con 
caracteres indelebles la historia de la segunda mitad del siglo veinte y
 se extendió hasta su muerte . Y por qué alguien como yo, que tuvo la 
inmensa fortuna de poder conversar con él en varias oportunidades, no 
podía sino reconocer la influencia que ejerció sobre mí en un libro como
 este. 
Tomemos un pequeño descanso si le parece. Volvemos en un momento.
De acuerdo, como quieras. 
 
 
 
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