Entrevista a María de Lourdes Santiago Negrón, vicepresidenta del Partido Independentista Puertorriqueño
"Revolucionar al país"
María de Lourdes Santiago Negrón, foto: Ernesto Robles.
Conversamos
 de manera franca con María de Lourdes Santiago Negrón, vicepresidenta 
del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), acerca de temas 
amplios que nos revelan su personalidad y las raíces profundas de su 
compromiso con la libertad de Puerto Rico. Exploramos su conexión con la
 cultura puertorriqueña; lo que la inspira; su visión del feminismo y 
las luchas de la mujer boricua; el impacto personal del huracán María; 
la temática étnica y racial de Puerto Rico; la necesaria unidad del 
independentismo y la importancia de las consignas.
Conexión con la cultura boricua: 
Eres
 oriunda de Adjuntas, un pueblo de mucha tradición agrícola, de una 
belleza natural cautivante y considerado por alguna gente como la cuna 
del modernismo literario puertorriqueño. ¿Cómo se refleja todo eso en tu
 personalidad?
 Es distinta la crianza de pueblo pequeño, y 
con la adultez va llegando una nostalgia de ese sentido de comunidad, 
tan ajeno al área metropolitana. Y te digo en la adultez porque de 
jóvenes todos —o casi todos— queríamos salir de lo que en la 
adolescencia a una le parece una pequeñez que asfixia. Hace poco murió 
mi mamá, que fue una maestra queridísima en el pueblo, y en esos días 
hablé con tanta gente a la que hacía tiempo no veía, me enteré de 
noticias buenas y malas, y, de verdad, aunque suene medio cursi, hay 
algo reconfortante en regresar a ese sentido de origen, de relación 
única con el lugar de donde se salió. Esa sensación de que en cada 
esquina hay un recuerdo, una conexión con algo. Qué sé yo, entrar a la 
farmacia que ahora pertenece a una amiga de la infancia, cuya familia 
queremos mucho en casa, y recordar que en esa farmacia, cuando era de 
los Figueroa —también amigos— era en la que me compraban los paquines 
(ya nadie les dice así, ahora son comics), no se sé si te acuerdas, que 
venían tamaño Avestruz, Águila y Colibrí. Los publicaba en México la 
editorial Novaro, Sociedad Anónima. De chiquita, yo me preguntaba cómo 
era eso de una sociedad en que no se sabía quién era quién, porque era 
anónima... Cosas así.
 ¿Podrías compartir algunas anécdotas poco conocidas de tu infancia o juventud en el pueblo de Adjuntas?
 Resulta que desde pequeña, yo declamaba. Me aprendía los poemas de 
aquellas publicaciones de Educación para la Comunidad y de los Cuadernos
 de Poesía del Instituto de Cultura, ilustrados tan maravillosamente por
 los grandes artistas gráficos de la época, y de los libros de la 
Editorial Salvat, que se compraban con ofertas de los Supermercados 
Grand Union. Y algunos libros que compraba mi papá, como La Juventud de 
Luis Muñoz Marín. Porque mis papás son populares, pero lo que se dice 
del corazón del rollo. Mami sufrió la muerte de Luis Muñoz Marín como 
quien pierde a un padre. Así que imagínate, ¿cómo no poner a la nena a 
recitar Panfleto de Muñoz Marín cuando Miguel Hernández Agosto está de 
visita en casa de la familia Panelli? Y ahí estaba yo, como con diez 
años: «He roto el arcoriris contra mi corazón / como se rompe una espada
 inútil contra una rodilla». ¡Y esa espada inútil que decía Muñoz es la 
causa por la independencia a la que he dedicado mi vida!
 ¿Cuándo te sentiste independentista por primera vez? ¿Cuál fue la reacción de tu familia?
 Creo que soy independentista desde que tengo algo de conciencia 
política, a principios de la adolescencia. Yo siempre he tenido mucha 
influencia de mi hermana Carmen, y estaba en octavo grado cuando ella 
fue a la UPR, justo para la huelga estudiantil del 1981. Una tarde, 
están mis papás viendo las noticias y ahí aparece mi hermana, corriendo 
por las calles de Río Piedras con sus compañeros y la policía detrás de 
ellos. ¡Aquello fue terrible en casa! Así que cuando poco tiempo 
después, a mí se me cae el bulto de la escuela y, casi en cámara lenta, 
como en las películas, cae en primer plano El Diario del Che en Bolivia,
 que yo escondía con tanto cuidado, para mis papás fue como si les 
dijera que dejaba la escuela para fugarme con el circo o algo así. 
Cuando Carmen y yo fuimos por primera vez funcionarias de colegio del 
Partido Independentista, mami estuvo días sin hablarnos.
 Y no 
podía ser de otra manera. Mis papás fueron criados por sus madres —no 
existía pensión alimentaria ni nada de eso— en condiciones de gran 
pobreza. Mi abuela paterna, Fina, fue de las fundadoras en Adjuntas del 
Partido Popular. Ella era costurera en una de las fábricas de Fomento. 
Mi abuela materna, que nunca aprendió a leer, pero realizaba operaciones
 matemáticas a la perfección, tenía un colmadito. Papi y mami fueron los
 primeros de sus familias en ir a la Universidad. Para ellos, la salida 
de la pobreza fue gracias a Muñoz. Son populares porque sienten esa 
gratitud, esa deuda, y eso yo lo respeto. Y porque vivieron los tiempos 
de la gran persecución contra los independentistas. Mi mamá me contaba, 
como si lo hubiera visto, cómo se llevaron presos a todos los 
independentistas de Adjuntas cuando ocurrió la Revolución Nacionalista 
de 1950. Con el tiempo, me han apoyado enormemente, y sé que se sienten 
orgullosos… Y sigo hablando de ellos en plural y en presente, porque me 
cuesta lo que sería la admisión gramatical de que mi madre ya no está.
 Fuentes de inspiración: ¿Quisiste ser siempre abogada o contemplaste alguna vez otra profesión?
 ¡Para nada! Yo lo que siempre quise ser fue maestra, como mi mamá. Me 
gradué del Departamento de Drama de la UPR, con créditos en Educación. 
Entré a la Escuela de Derecho porque pensaba que era la única opción que
 tenía en ese momento. Para mí fue un gran choque. En Humanidades, donde
 había gente de todos lados, no era tan evidente la distinción de 
clases.
Aun así, ha sido el grado en Derecho el que en buena 
medida ha dirigido mi vida —para bien, creo. Por ejemplo, para mí fue 
determinante mi primer trabajo como oficial jurídico del juez Jorge 
Segarra. Era un hombre extraordinario, con un auténtico sentido de 
justicia; el único independentista nombrado por Hernández Colón al 
Tribunal Apelativo que, una vez llega Pedro Rosselló a la gobernación, 
fue convertido en una «Unidad Especial» que básicamente atendía los 
casos administrativos que sobrecargaban al Tribunal Superior. Pero eso 
nunca pesó en el ánimo del juez Segarra. Trabajábamos cada caso como si 
el balance cósmico dependiera de cada sentencia. Y ser abogada ha sido 
importantísimo en mi desarrollo político. Hay temas, como el de 
educación especial —que me toca de cerca como madre—, que he podido 
entender más cabalmente llevando o asistiendo en litigios. Cuando 
Vieques, podía visitar a nuestros desobedientes presos porque era una de
 sus abogadas. Pero me quedé con esa espinita de no haber sido maestra. 
Creo que por eso disfruto tanto el visitar escuelas y el recibir 
estudiantes.
 ¿Cómo compaginas tu vida personal, particularmente de madre, con tus numerosos compromisos políticos? 
No
 se puede cumplir con todo. Siempre algo sufre. Me ha costado mucho 
admitirlo porque nuestra generación está programada para asumir todas 
las responsabilidades, para ser supermujeres. Pero no hay día en que no 
sienta el agobio, la angustia, de tener que escoger entre una u otra 
responsabilidad. Mi hijo nació en febrero de 2004, cuando me postulé por
 primera vez para el Senado. Estuve haciendo campaña por toda la isla 
hasta dos semanas antes de parir, y a las seis semanas, justo el día que
 me reintegraba, hubo que hospitalizar a mi hijo, y se trastocó todo el 
calendario de campaña. Una vez, antes de una caravana en Mayagüez, me 
eché a llorar en pleno comité porque José Julián, que tendría unos seis 
meses, estaba con un ataque de asma y yo no podía estar con él. Aún hoy,
 que ya tiene quince años, me pesa mucho no poder dedicarle tanto 
tiempo, como lo hacen otras madres, porque siempre hay alguna reunión, 
una actividad, un trabajo que terminar, algún lugar en el que hay que 
estar. Creo que es algo que sufren todas las madres trabajadoras en 
alguna medida, no solo las que estamos en política. Una trata de 
consolarse pensado en que lo que cuenta es el quality time o que las 
cosas que hacemos las hacemos por ellos. Pero el cálculo no es tan 
sencillo. Y claro, también pasa a la inversa. Si cancelo una reunión o 
no llego a una vista pública, o falto a una actividad porque necesito 
estar con mi hijo, quedo mal yo, queda mal el Partido. Así que esa 
compaginación, me parece que no es plenamente alcanzable. Todos los días
 se escoge. Todos los días se paga un precio de uno u otro lado.
Eso
 sí, estoy muy clara. Para mí la política es un imperativo moral. Creo 
que no podría no estar en política. Hay días grises, claro. Pero eso no 
dura. Lo que persiste es la convicción de que hay que hacer cosas para 
mejorar el reino de este mundo. Y para mí, eso es mi trabajo desde el 
Partido Independentista.
 De todos los problemas que se viven 
en Puerto Rico, ¿hay alguno que te mueva más que los demás, que sea, por
 alguna razón, tu mayor inspiración para luchar?
 La educación
 pública. Estudié toda la vida, desde kinder hasta Derecho, en el 
sistema público, que es —o debe ser— el gran democratizador de una 
sociedad. Y en particular, la educación especial. Una sociedad se mide 
por la forma en que trata a sus más vulnerables, y en Puerto Rico, esos 
son nuestras niñas y niños con diversidad funcional. Pero a la gente en 
el poder, sencillamente, no les importa. Lo que tienen de humanidad no 
les da para entender lo que significa diversidad, integración. La 
estrategia es tirar a los niños a pérdida. Y, claro, el sector de las 
familias con niños de educación especial es uno difícil de movilizar 
para reclamos políticos. Por el miedo, por lo abrumadoras que son sus 
vidas, por la falta de esperanza. Hace un tiempo, ayudamos a una niña 
que estaba en salón a tiempo completo, donde se segrega a los niños con 
diagnósticos más severos, solo porque era sorda. No tenía ninguna 
deficiencia intelectual, nada. Y allí estaba, contando del uno al diez 
porque es lo único que le enseñaban. En otra ocasión, conocí a una 
adolescente ubicada también en salón a tiempo completo porque no 
aprendía a leer. Llegó a una maestra que le enseñó a leer en par de 
meses, y ya la niña estaban tan adelantada que tomaba preálgebra con la 
corriente regular. Quería entrar a la vocacional para estudiar 
cosmetología, pero el Departamento no la dejaba porque en salón a tiempo
 completo no se dan notas y, claro, no tenía promedio para entrar. Son 
cosas absurdas. Crueles. No se necesita reinventar la rueda para que eso
 cambie. Pero se necesita sensibilidad, capacidad; y esos son bienes 
escasos en los altos niveles del Departamento de Educación.
 Feminismo: Perteneces
 a varias iniciativas que destacan el importante papel de la mujer en 
las luchas sociales y reivindicativas de Puerto Rico ¿te consideras 
feminista? A tu juicio, ¿qué podría significar el que se le exija ser 
“simpática” a una candidata política?
 Feministas debemos ser 
todas y todos. Y no deja de molestarme a un nivel muy visceral, muy 
instintivo, la necesidad de la etiqueta para definir la idea tan básica,
 tan humana, de la equidad. Todos los días, en todas las instancias, 
siguen vivas y fuertes costumbres amarradas a la desigualdad. Desde la 
distribución de las responsabilidades domésticas (lo más cercano a 
todas) hasta la paga en producciones hollywoodenses (en ese mundo lejano
 a la vida de la mayoría). Y pasan los años, las décadas, y el debate 
sobre la violencia hacia la mujer sigue dando vueltas, con avances 
lentos, muy lentos. Matan a una, matan a diez, y el tema de perspectiva 
de género en las escuelas sigue de balón político. Y entonces es malo si
 las mujeres detienen el tráfico en el expreso, si se plantan frente a 
la Fortaleza, si grafitean. Creo que si en un asunto se puede decir que 
las vías de la legalidad se han quedado cortas, es en el de la equidad 
de género. Y cuando añadimos —y creo que siempre hay que añadirlo— la 
institucionalización del discrimen, del odio, hacia las comunidades 
LGBTT; oye, si no da una rabia inmensa, es que no corre sangre por las 
venas.
 Entonces vamos a tu otra pregunta, la de la simpatía. Creo
 que alguna gente y algunos medios equiparan lo de simpatía a bailar y 
cantar por ahí o a compartir cosas muy íntimas de la familia. No es que 
esté mal quien lo haga; es que esa no soy yo. Si el precio para lucir 
«simpática» es crear un personaje, no me apunto para esa.
 Además,
 creo que todavía sigue la idea de que las mujeres tienen que ser dulces
 y tiernas. Mi discurso político no es dulce y tierno. Yo hablo desde la
 perspectiva de quien ve y denuncia la injusticia, la incompetencia, la 
insensibilidad, la sinrazón.
 Si pudieras cambiar de un tirón un aspecto del machismo boricua, que atrase la lucha independentista, ¿cuál sería?
 Creo que en el independentismo existe una conciencia mayor del tema de 
género que en otros sectores, pero no sería realista decir que estamos 
exentas del machismo. Un ejemplo muy puntual: es más frecuente que una 
compañera invoque sus responsabilidades familiares como razón para, 
digamos, no aceptar una candidatura o un puesto de liderato, que el que 
lo haga un varón.
Estamos en el punto en el que muchas de las 
reivindicaciones que nos quedan por alcanzar a las mujeres están más 
allá de lo legislable o reglamentable. Para mí, es fundamental avanzar 
en la igualdad en el entorno familiar y doméstico; ahí falta mucho aún, 
por no hablar fuera del independentismo, en la política de las mayorías,
 donde tantas mujeres se prestan a ser gatilleras de la desigualdad.
El huracán María y la lucha por la independencia:  ¿Cómo
 te afectó a ti y a tu familia el huracán? ¿Cuál fue la reacción de tu 
comunidad cercana a la escasez de agua, comida y energía eléctrica? 
¿Tienes alguna anécdota que quieras compartir?
 Justo después 
de Irma, antes de que anunciaran María, salí de viaje y no pude regresar
 hasta que reabrieron el aeropuerto, así que quedé con algo de 
sentimiento de culpa por no estar esos primeros días. Yo no sufrí 
pérdidas importantes en mi apartamento. Estuvimos sin luz, hasta finales
 de noviembre, y en el edificio en que vivimos no hay planta; pero eso 
es poca cosa. Mi hermana la pasó muy mal; el huracán le destrozó el 
apartamento y como tanta gente, pasó horas guarecida en un clóset. Mis 
papás no sufrieron grandes daños, pero la precariedad de la falta de 
agua y luz, la interrupción de la normalidad, aceleró el desarrollo del 
alzhéimer en mi mamá. Tuvo las últimas conversaciones coherentes para 
esas fechas.
 Cuando con compañeros del partido comenzamos a 
llevar ayuda a distintos pueblos, lo más chocante fue la incapacidad del
 Estado para atender comunidades que no eran nada remotas. Estuvimos con
 una familia en Caguas, a 15 minutos de la autopista, hacinados en una 
casita de dos habitaciones con ventanas de tablas que se amarraban con 
soga, no por el huracán, sino de siempre. En Maricao, la policía trató 
de disuadirnos de que llegáramos a Indiera Alta porque «era una 
carretera de muchas curvas». En Vieques, llevamos casa a casa, en la 
comunidad Lucila Franco, comida, agua embotellada, filtros de agua, 
pañales para bebés y adultos, repelentes de mosquitos, antes de que el 
alcalde los visitara.
 Creo que a todos nos impactó cómo en la 
desgracia, el país buscó refugio en la nacionalidad; tanto así que en 
WAPA Radio me entrevistaron varias veces preocupados por que el 
despliegue de banderas de Puerto Rico llevara a los Estados Unidos un 
mensaje de ingratitud. El cinismo de la respuesta estadounidense ha 
provocado un fortalecimiento en el sentido de identidad nacional; pero 
falta transformar ese instinto en un ejercicio de reivindicaciones 
políticas. Esa es la tarea por hacer del independentismo, con la 
gravísima dificultad de que demasiadas cosas dependen de circunstancias 
fuera de nuestro control. Sobre las que sí podemos controlar, me parece 
que hay que hacer un trabajo mucho más eficiente en Estados Unidos ahora
 que se ha despertado el interés por Puerto Rico. Hay que llegar a los 
sectores progresistas encandilados con la idea de la anexión y hay que 
establecer relaciones más firmes con la diáspora.
 ¿Afectó el huracán María la visión general que se tenía del lugar de la mujer en la sociedad puertorriqueña?  ¿Qué retos ha traído para la lucha independentista el huracán María y sus secuelas?
 El huracán y sus secuelas nos han traído recordatorios importantes 
sobre las muchas manifestaciones de la forma desigual en que se percibe a
 la mujer. Muchas de las iniciativas de reconstrucción en las 
comunidades han surgido y se han mantenido por mujeres. Pero, mientras 
por un lado se reconoce ese trabajo, por otro se ataca de forma 
virulenta a las mujeres del documental After María y a lo que ellas 
representan. Se da una solidaridad selectiva, anclada en el 
echapalantismo cultivado por la publicidad corporativa. Porque no solo 
es el tema del género; es el tema de clases, que es el más duro.
 Visión del sureste: Es
 común verte en las manifestaciones y luchas de las comunidades pobres y
 negras del sureste de Puerto Rico, ¿crees que es correcta la visión de 
muchos habitantes del sureste de que se trata de una región victimizada 
por sus fuertes raíces negras?
 Mi compañero Orlando Flores es
 de Arroyo y está muy involucrado en la lucha contra las cenizas. En 
estos días me comentaba que él sentía que el tema de la negritud en 
Puerto Rico se ha querido confinar, que mucha gente no percibe a las 
comunidades de Arroyo, de Guayama, como comunidades negras, en la forma 
en que se perciben otros sitios, como Loíza. Las razones para eso son 
complejas, pero, volvemos: igual que con el género, no se puede 
desvincular la raza del tema de clase. En todas las barbaridades 
ambientales, ves cómo la gente pobre es la que sufre. Peñuelas es el 
mejor ejemplo: la planta de ácido, la CORCO, la quema de neumáticos, el 
asbestos, el depósito de cenizas. Todo alrededor de las comunidades 
pobres como Tallaboa y Encarnación.
 En Puerto Rico nos cuesta 
asumir el racismo, aceptar que existe. La idea es, por un lado, que si 
no hay linchamientos en las calles, la cosa no está tan mal y, por otro,
 que, como al fin y al cabo aquí blanco, blanco, no es nadie, pues 
entonces no podemos ser capaces de ser racistas. Ambas nociones están 
mal.
 Si es así, ¿qué espacio debería de crearse en la república para este tipo de reivindicaciones culturales y étnicas?
 Como en tantas cosas, hay que empezar por nuestra historia: quién y 
cómo la cuenta, qué está y qué se ha dejado fuera de los libros de texto
 de las escuelas. El diseño de cómo eso se debe materializar debe ser 
producto de un ejercicio amplio; pero sí me atrevo a decir que, como 
mínimo, se impone una revisión de las políticas de promoción cultural, 
de cómo han servido para la negación de parte de nuestra identidad.
 Diáspora: 
 ¿Tienes lazos familiares con la diáspora? Háblanos de tus experiencias 
con grupos boricuas en lugares como el Bronx y los barrios de Chicago. ¿Qué particularidades culturales, si alguna, has aprendido de las luchas boricuas en Estados Unidos?
 Varios hermanos de mi mamá emigraron hace mucho a Estados Unidos. En 
los últimos tiempos, se han ido amigos y, sobre todo, hijas e hijos de 
amigos. El PIP tiene un comité en Nueva York, que ha sido importantísimo
 en la formación del Frente Independentista Boricua; pero nos hace falta
 consolidar nuestro vínculo con la diáspora, sobre todo en lugares como 
Florida, Chicago, Filadelfia. La primera vez que estuve en Nueva York 
para trabajo político, me impresionó la solidez de la identidad nacional
 boricua en jóvenes que nunca habían vivido en Puerto Rico. Creo que es 
importante también entender las diferentes circunstancias de las 
diferentes generaciones de la diáspora. Por ejemplo, los jóvenes que se 
han ido como parte del exilio económico de la última década tienen su 
historia particular.
 En el pasado, existió un vínculo muy fuerte 
entre el independentismo en la diáspora y otras luchas de reivindicación
 en Estados Unidos, como las de los negros. A mí me emocionó muchísimo 
el episodio que filmó en Puerto Rico Spike Lee para su serie de Netflix 
"She's gotta have it". La escena de los niños en bicicleta, el himno 
revolucionario, el final con el mensaje de don Pedro... Hay espacio para
 muchas cosas, y los tiempos llaman a crear nuevos lazos.
 Unidad:  En
 todas las marchas y protestas de los últimos meses, es visible un aire 
de unidad, en particular entre la juventud. ¿Eres optimista respecto a 
la unidad de este pueblo frente al coloniaje?  ¿Cuán importante es, en tu opinión, la unidad del independentismo en la coyuntura actual?
 Los medios se han ocupado de generar una impresión falsa, 
desproporcionada, de la relación entre los movimientos independentistas.
 Claro que tenemos diferencias entre nosotros, pero ni de lejos llegamos
 a ese odio envenenado que públicamente se expresan las facciones del 
Partido Popular o a las intrigas e insultos dentro del PNP. En este 
momento, en el PIP participamos de varias iniciativas unitarias. El año 
pasado, por ejemplo, convoqué a un grupo de mujeres, de distintas 
organizaciones o no afiliadas, para conmemorar el centenario de Lolita 
Lebrón, y así nació Las Lolitas en su Centenario, que ha sido un gran 
experiencia para todas.
 Como en todo proyecto político, hay que 
partir de iniciativas concretas. Entonces, en la medida en que no 
contamos con una ruta de escape absolutamente clara, para salir del 
encierro colonial, es más difícil señalar un camino único. Pero sí tengo
 esperanzas. Hablamos de “organizaciones”, pero de lo que se trata es de
 gente. Con muchas personas que no militan en el PIP, yo tengo una 
relación de genuino afecto y respeto. Y creo que con los cambios de 
circunstancias que se pueden atisbar ya, esos vínculos entre nosotros 
tendrán efectos importantes.
Consignas:  Una de las 
consignas más efectivas de tu campaña para gobernadora en 2016 fue la de
 «A la junta, ni un vaso de agua». Recientemente se te escuchó otra 
consigna: «A este país hay que revolucionarlo». ¿Puedes hablar un 
poquito de esto? ¿Se trata de una evolución de tu pensamiento?
 Pues ese sería un buen lema: «La evolución es la revolución». Todo el 
mundo habla y celebra revoluciones: la revolución tecnológica, la 
sexual, la musical. Es con la idea de revolución política que tienen 
problemas, por la asociación con la violencia, con la lucha armada. Pero
 la revolución no es sólo George Washington destripando gente en nombre 
de la independencia de Estados Unidos. El carácter de revolucionario no 
lo determina el medio, sino el fin, y nuestra única salvación es la 
transformación absoluta de un sistema de inferioridad política, de 
injusticia económica, de opresión, de inequidad. Eso tiene un nombre: 
revolucionar al país. Si algo ha quedado claro en estos últimos años es 
que no basta con el reformismo que proponen por ahí; el reformismo es 
parte del libreto colonial. No es «buscar un gobierno limpio», «llevar 
ayuda a los necesitados»; es sacar del medio al sistema que vive de esa 
corrupción y esa pobreza.
 Nuestra patria ha sobrevivido a la 
invasión del país más poderoso que ha conocido la humanidad. Tras 122 
años de coloniaje, nuestra identidad persiste. Ese es un auténtico 
milagro político. No es teoría, no es elucubración sociológica. Es gente
 de verdad a la que se le acelera el pulso gritando «Yo soy boricua, pa'
 que tú lo sepas». Hay que ser muy cínico o estar muy cansado para no 
ver señales de esperanza. Está en la gente vieja que no se quita y en 
los jóvenes que se levantan. Está ahí, la posibilidad real, el 
imperativo moral, la urgencia, de revolucionar al país.
 
 
 
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