Nuestra realidad debe ser pensada histórica y dialécticamente.  
 Por un mundo mejor y radicalmente diferente; 
 no más a las poses reformistas que azotan en las tierras de México. 
 I. Transcurso revolucionario 
 En las décadas de 1960 y 1970 América Latina atravesó por un periodo de
 gran efervescencia revolucionaria, motivadas por la exigencia de las 
luchas sociales, políticas y culturales llevadas a cabo en el llamado 
Tercer Mundo, que incluyen no solo América Latina sino a otras partes 
del mundo. Por citar algunos ejemplos, las luchas de liberación y 
revoluciones en África y Asia, particularmente la Revolución de Argelia 
que influyó decididamente en la Revolución cubana, fueron motivo de una 
exigencia para los cambios sociales que demandaban algunos sectores 
sociales de la época. 
 Luego del triunfo de la Revolución cubana
 el pensamiento latinoamericano se actualizó o atravesó por un nuevo 
periodo, dirigido política e ideológicamente por los líderes de la 
Revolución, por ejemplo, revivieron los pensadores que en el pasado 
inmediato había quedado olvidados: José Carlos Mariátegui y Julio 
Antonio Mella, aunque de la misma manera se consideró a la revolución de
 El Salvador de 1932, que fueron retomados para el análisis político, 
social e ideológico en esa época. En el nuevo periodo, el pensamiento 
social latinoamericano se personificó en el líder y pensador 
revolucionario Ernesto “che” Guevara, pero también Fidel Castro. Se 
debió, por un lado, a su papel en la revolución, pero sobre todo por la 
influencia que ejercieron sus escritos y las actividades en la vida 
práctica revolucionaria de América Latina y otras partes del mundo (como
 el caso de Estados Unidos en el movimiento negro). La influencia se 
manifestó a través de una serie de temas interrelacionados que 
constituyeron el eje central del marxismo. Uno de esos fue la creación 
de una ética comunista en el proceso revolucionario, que desde antes y 
en esos años carecía de interés en los países del “socialismo real”. El 
“che” fue cada vez más analítico de esta situación, lo que le llevó, en 
parte, a ser cada vez más crítico del socialismo imperante y buscó un 
camino socialista alternativo o diferente al que predominaba en aquel 
entonces. Buscó un socialismo más democrático pero sobre todo solidario.
 Un asunto que era ajeno al “socialismo realmente existente” dominado 
por la Unión Soviética. Otro tema de gran relevancia era que el carácter
 socialista de la revolución en América Latina debía derrotar a los 
imperialistas y, al mismo tiempo, a los explotadores locales. Un tercer 
tema era la lucha armada como principal forma de combate de los 
gobiernos dictatoriales que en aquel entonces dominaban en América 
Latina. Según Ernesto “che” Guevara la guerrilla era la forma más segura
 para la lucha armada. [1] 
 Estas tres, aunque de forma quizá simplista, caracterizaban una parte 
de su obra. La influencia de este revolucionario, los discursos y 
análisis de Fidel Castro, la Primera y Segunda declaraciones de la 
Habana de 1960 y 1962 respectivamente y la propia Revolución cubana 
distinguió una nueva corriente de pensamiento revolucionario en América 
Latina; se alimentaba de un voluntarismo revolucionario, en tanto ético 
como político en la nueva interpretación del marxismo latinoamericano. 
“El deber de todo revolucionario es hacer la revolución” decía Ernesto 
“che” Guevara en aquellos años. 
 La Revolución cubana influyó en
 el ámbito de la vida social latinoamericana. En primer lugar, el 
surgimiento de organizaciones guerrilleras. El periodo que va de 1960 y 
fines de la misma década, las organizaciones guerrilleras florecieron en
 casi toda América Latina. Muchas de estas se dieron en el espacio 
rural, entre las que se encontraban, en Venezuela, las Fuerzas de 
Liberación Nacional (FALN) bajo la dirección de Douglas Bravo, y el 
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) bajo la dirección de 
Américo Martin. En Guatemala las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) 
con Turcios Lima en la dirección y el Movimiento Revolucionario 13 de 
Noviembre (MR13) conducido por Yon Sosa. En Perú el Ejército de 
Liberación Nacional (ELN) liderado por Héctor Béjar y el Movimiento de 
Izquierda Revolucionaria (MIR) dirigido por Luis de la Puente Uceda. En 
Nicaragua el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) conducido 
por Víctor Fonseca, en República Dominicana el Movimiento 14 de junio y 
en Bolivia el Ejército de Liberación Nacional (ELN) conducido por el 
propio “che” Guevara. [2] 
 Los límites de estas organizaciones llevaron casi a su desaparición a 
fines de la década de 1960. Aunque volvió a resurgir un nuevo conjunto 
de movimientos guerrilleros a partir de 1968, dejando el ámbito rural 
para internarse en lo urbano, iniciado prácticamente por el Movimiento 
de Liberación-Tupamaros en Uruguay, no dejaron de expresar lo que se 
vivía en el contexto latinoamericano y que fue la preocupación para los 
grupos de poder conservadores locales y externos. 
 En segundo 
lugar, el avance de nuevas corrientes revolucionarias estimuló el 
desarrollo de las autodenominadas ciencias sociales desde el terreno del
 marxismo. La fuerza que generó el nuevo contexto impactó en el contexto
 intelectual y el marxismo penetró en las universidades de América 
Latina, que de alguna forma enriquecieron los estudios de la economía 
política, la sociología, la historia, la así llamada ciencia política y 
en menor medida la antropología. En el momento en que apareció este 
ambiente renovado, las denominadas ciencias sociales estadounidenses y 
sus discípulos latinoamericanos, así como las teorías del desarrollo de 
la CEPAL, las teorías de la izquierda tradicional, dominadas por el 
estalinismo, caen en descredito y entran una crisis profunda. La 
antropología y los antropólogos indigenistas dominados y controlados por
 el Estado mexicano (mismos que luego corrieron a deslindarse), que 
ahora revive en el supuesto gobierno de “izquierda” de Andrés Manuel 
López Obrador, es duramente cuestionada. [3] 
 Vemos un ambiente criticó a partir de una cantidad de obras de 
investigación teórico-empírico. El punto de partida lo inició el 
sociólogo mexicano Rodolfo Stavenhagen, con su libro “Siete ideas 
erróneas sobre América Latina” publicado en 1965, luego el 
argentino-chileno, quien fuera fundador y militante del MIR chileno, 
Luis Vitale, publicó un artículo en 1966 con el título “América Latina: 
¿feudal o capitalista?”, pero quien dio un mayor aporte teórico-empírico
 en estos años fue el economista y sociólogo alemán, André Gunder Frank,
 también militante del MIR, quien por cierto fue muy poco recordado en 
el día de su muerte acaecido el 23 de abril de 2005, que escribió en 
1967 “Capitalismo y subdesarrollo en América Latina”. [4]  
 Un conjunto de investigadores marxistas innovaron temas para estudiar 
la realidad social latinoamericana a partir de la década de 1960, que 
después de una labor interpretativa más acabada se conoció como teoría 
de la dependencia. Trataron temas como dependencia y subdesarrollo, 
movimientos obreros, movimientos campesinos, populismo, sindicatos, 
marginalidad, etcétera. Cada investigador dio una contribución rica e 
incluso polémica dentro de la interpretación marxista latinoamericana; 
autores como Arturo Aguilar, Arturo Anguiano, Octavio Rodríguez Araujo, 
José Aricó, Roger Bartra, Fernando Henrique Cardoso, Carlo Blanco, Pablo
 González Casanova, Osvaldo Fernández Díaz, Bolívar Echeverría, Roberto 
Fernández Retamar, Florestán Fernández, Martha Harnecker, Octavio Ianni,
 Marcos Kaplan, Ernesto Laclau, Rigoberto Lanz, José Nun, Aníbal 
Quijano, Eder Sader, Enrique Semo, entre otros muchos, fueron portadores
 del estudio del sur de América. 
 Octavio Ianni, por ejemplo, publica su libro en 1975 con el título La formación del Estado populista en América Latina por
 la editorial ERA en México, su preocupación era analizar el populismo. 
Según el autor, representa un fenómeno que expresa antagonismo de clase,
 pero que en el periodo en que domina el llamado Estado populista, las 
relaciones antagónicas aparecen apagadas o neutralizadas. Este estado de
 cosas, de un Estado populista ampliado y desarrollado, es que se da una
 manifestación real de avance de las clases que componen la alianza 
populista. Para el autor, el interés por analizar dicho tema se debe al 
contexto en que se han dado algunas experiencias que se distinguen como 
populismo: 
 “En las últimas décadas, el populismo ha sido una 
experiencia política importante para la mayoría de los países de América
 Latina. En algunos países, ese fenómeno representa la experiencia 
política más notable de los últimos cuarenta años. En la mayor parte de 
los casos, ha sido un experimento político malogrado, o cuyo éxito 
parece ser bastante reducido. A pesar de ello, sigue siendo un aspecto 
básico de la vida política de cada país. El peronismo sigue siendo una 
forma de política decisiva en Argentina. En México algunos observadores 
consideran que el cardenismo ha sido resucitado por algunos gobiernos 
posteriores al de Cárdenas, cada vez que parecen agudizarse los 
antagonismos sociales. En Ecuador, el derrocamiento de Velasco Ibarra, 
en 1972, no significaba que el velasquismo haya muerto. En Bolivia, el 
MNR, Paz Estenssoro y otros supervivientes de los años de la revolución 
de 1952-64 continúan desempeñando papeles decisivos en los 
acontecimientos políticos del país”. [5]  
 Con el tiempo, algunos de estos intelectuales (militantes) que he 
enunciado, renunciaron a su pasado marxista o renegaron de él para 
refugiarse en posturas conservadoras y reaccionarias e incluso se 
convirtieron en ideólogos del neoliberalismo y del posmodernismo como 
Fernando Henrique Cardoso (aunque resulta ser un personaje alineado 
desde el principio con las élites brasileñas dominantes como describí en
 un artículo publicado por Rebelión) [6]  y Ernesto Laclau respectivamente. O como reformista, “socialdemócrata” neoliberal y “marxista” como el caso de Enrique Semo [7] , ideólogo de Morena, que hoy tiene la presidencia de México; o como Octavio Ianni [8] 
 que en los últimos años defendió la ideología de la globalización, 
quien luego de que dicho pensamiento se pusiera de moda, corrió a 
insertarse para no quedarse fuera. Otro asunto particular en el caso 
mexicano es Roger Bartra, quien reniega de su pasado marxista, de hecho 
en su curriculum público no menciona las obras que escribió durante su 
periodo marxista, solo exalta su obra posmoderna y conservadora que 
ahora propugna, y que sigue siendo bien recibida por las editoriales 
conservadoras como en el pasado era bien recibida su obra marxista por 
las editoriales de izquierda, si es que lo eran. 
 Este conjunto 
de investigadores marxistas no se desarrollaron solamente en la academia
 sino que algunos, y muy pocos por cierto, se involucraron en fuertes 
debates políticos e ideológicos; eran militantes de organizaciones 
políticas como el MIR. Tales como Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank y
 Luis Vitale, quienes desde una postura radical, y bajo el análisis de 
la teoría de la dependencia, desarrollaron investigaciones económicas y 
sociales que no se separaron de la cuestión política. Según Michael 
Löwy, la problemática común de estos autores tenía algunos ajes 
particulares: 
 1. “El rechazo de la teoría del feudalismo 
latinoamericano y la caracterización de la estructura colonial histórica
 y de la estructura agraria presente como esencialmente capitalistas. 
 2. La crítica al concepto de una “burguesía nacional progresista” y de 
la perspectiva de un posible desarrollo capitalista independiente en los
 países latinoamericanos. 
 3. Un análisis de la derrota de las 
experiencias populistas como resultado de la propia naturaleza política y
 social de las burguesías locales. 
 4. El descubrimiento del 
origen del atraso económico no en el feudalismo ni en obstáculos 
pre-capitalistas al desarrollo económico, sino el carácter del propio 
desarrollo capitalista dependiente. 
 5. Finalmente, la 
imposición de un camino “nacional-democrático” para el desarrollo social
 en América Latina y la necesidad de una revolución socialista como 
única respuesta realista y coherente al subdesarrollo y a la 
dependencia”. [9]  
 II. Contención conservadora 
 El surgimiento de una práctica y pensamiento político radical y 
militante trajo también reacción de los grupos dominantes que provenían 
de la región y Estados Unidos. La reacción se dio desde muchos ámbitos, 
en primer lugar, se profundizó una guerra psicológica que no era más que
 una continuidad de la campaña de miedo aludiendo a la amenaza comunista
 iniciada desde tiempo atrás. En segundo lugar, la desestabilización 
política, el estrangulamiento económico, evasión de capitales, la 
promoción y movilización de grupos de choque fascistas para generar caos
 y atacando espacios de organizaciones obreras, campesinas, saboteando 
puentes, entre otras cosas. [10] 
 En tercer lugar, lo cultural que ya tenía un poco menos de una década 
de presenciarse en la región, como fue el caso del Congreso para la 
Libertad de la Cultura en Argentina, Chile y otros países de América 
Latina que tenía la intención de cooptar y neutralizar todo intelectual 
“subversivo” latinoamericano. Era parte de lo que al finalizar la 
Segunda Guerra Mundial comenzó a presenciarse lo que ahora llamamos 
Guerra Fría Ideológica y Cultural. Un periodo de recrudecimiento y 
permanente tensión, que en América Latina se profundizó en la década de 
los sesenta y hubo una cantidad importante de intelectuales que 
participaron de lado de Estados Unidos así como de la Unión Soviética, 
pero también, por otro lado, de simpatizantes y militantes de la 
Revolución Cubana. 
 Un ejemplo por parte de Occidente fue el 
Congreso por la Libertad de la Cultura, que se organizó en 1950 en 
Berlín Alemania, cuyo propósito era la integrar a la intelectualidad 
europea y estadounidense bajo el baluarte del anticomunismo y la 
libertad de expresión. Uno de los conceptos que más se utilizaron en el 
periodo de Guerra Fría Cultural fue precisamente "cultura", una forma de
 disputa en lo ideológico que inició primero bajo el contexto del 
fascismo. Los liberales, socialistas y comunistas lo utilizaron contra 
la amenaza fascista. Sin embargo, al final de la segunda guerra, la 
utilización del concepto cambió y se asoció a otros conceptos como 
"defensa", "libertad" y "democracia". Publicaron entonces textos que 
hacían alusión a la defensa de la cultura. Los soviéticos se referían en
 sus publicaciones en ese sentido. Los estadounidenses, a principios de 
la década de 1940, impulsaron y financiaron intelectuales 
antiestalinistas que se agrupaban en el Comité para la Libertad de la 
Cultura (CLC) como respuesta a los soviéticos que habían fundado la Liga
 para la Libertad Cultural y el Socialismo. Fue adquiriendo gran 
importancia esta forma de confrontación y luego se organizaron 
seminarios, congresos y publicaciones. Occidente, como se dijo, organizó
 a través de la CIA y con el apoyo de la Fundación Ford, el Congreso 
para la Libertad de la Cultura en 1950 y fundó la revista Cuadernos (una
 vía para difundir su ideología) que poco después fundó sus filiales en 
América Latina. [11]  No 
obstante, debido a las condiciones históricas por la que atravesó cada 
uno de los países de América Latina, Occidente, dominado por Estados 
Unidos, decidió fundar finalmente una en Chile en 1953 y luego en 
Argentina en 1955. La filial en Chile se le denominó Comité Chileno del 
Congreso por la Libertad de la Cultura (CCCLC). En la Argentina: 
Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura (AALC). Su periodo de
 vida fue corta: en Chile diez años y el argentino ocho. Durante esos 
años la Guerra Fría Ideológica y Cultural a través del CLC impulsó y 
financió una de las revistas más conocidas: Cuadernos. Fundada en 1953, 
en el mismo año en que el Congreso inicia sus actividades en América 
Latina. La revista cambió poco después a Mundo Nuevo. Primero elaborada y
 distribuida en París y luego en Argentina. En ese contexto, la versión 
soviética influyó en América Latina después del triunfo de la Revolución
 Cubana y ésta fundó su revista llamada Casa de las Américas. Los 
directores, editores y articulistas de esta revista entablarán poco 
después una polémica con la revista Mundo Nuevo que era continuadora de 
la revista Cuadernos dirigida por el Congreso por la Libertad de la 
Cultura en América Latina. 
 Las revistas Casa de las Américas y 
Mundo Nuevo se construyen a partir de modelos y posturas políticas que 
fueron retomadas o negadas durante la década de 1960, pues “ambas 
revistas trazan sus líneas discursivas amparadas en conceptos de cultura
 diferentes, por tanto sus ideas de intelectual se enfrentan en lo 
ideológico.”  [12]  
 El uso del concepto de cultura no era o no había sido específicamente 
de los antropólogos, también era una arma de guerra política y económica
 que traspasaba los límites del ámbito universitario e intelectual 
académico especializado. Para la Casa de las Américas la concepción de 
cultura en América Latina estaba basada en la idea del agente 
transformador de la vida social, que representó, entre otras muchas 
manifestaciones, el arte como la expresión de la realidad concreta. En 
tanto que para Mundo Nuevo defendía una concepción liberal de cultura, 
que ampara bajo la idea universal de la producción cultural en tanto 
expresión individual. Cada una de estas revistas, en el contexto de la 
década de 1960, reformularon una idea de intelectual. La Casa de las 
Américas difundió una tradición ensayística de raíz sociohistórica, 
representada por Ángel Rama y Ezequiel Martínez Estrada, en tanto que 
Mundo Nuevo defendió el asunto de la modernidad apoyándose de los 
postulados del estructuralismo,  [13]  
 poco antes de que entrara en un periodo de crisis de legitimidad 
académica y política en el contexto latinoamericano. Sin entrar en 
detalles para ver en qué medida lo hicieron y cuál era la novedad, basta
 decir que eran dos concepciones de la realidad en pugna. 
 Sin 
embargo el Congreso por la Libertad de la Cultura no solo se limitó a 
las revistas, también financió conciertos de músicos de jazz en América 
Latina desde la década anterior para contrarrestar la supuesta 
propaganda soviética sobre la segregación y la injusticia racial. En 
Argentina se dieron varias presentaciones: Dizzy Guillespie (1956), 
Louis Armstrong (1957), Ella Fitzgerald (1961) y Duke Ellington (1968). [14] 
 En México, Louis Armstrong se presentó en 1956, 1957 y 1958 en el Club 
Social Ritz en el centro de la Ciudad de México, junto a Cuco Valtierra 
(saxofonista), Víctor Ruiz Pasos (contrabajista), Tomas Rodríguez 
(saxofonista) y Mario Patrón (pianista). No se sabe si estos músicos 
sabían que eran financiados por el gobierno estadounidense a través del 
congreso. 
 En cuarto lugar, lo político militar. La imposición 
político-militar afectó casi de manera inmediata a los teóricos de la 
dependencia. Algunos se autoexiliaron o fueron obligados a hacerlo, como
 fueron los casos de Ruy Mauro Marini y Theotonio Dos Santos. Esta 
política reaccionaria se manifestó, entre otras cuestiones, a través de 
golpes de Estado que instaló a las dictaduras así denominadas de 
Seguridad Nacional durante dos décadas; política dominada y dirigida por
 Estados Unidos. En marzo de 1962 fue inaugurada en Argentina, en Perú 
en julio de 1962, en Guatemala en marzo de 1963, en Ecuador en 
septiembre de 1963, en la República Dominicana en septiembre de 1963 y 
en Brasil en 1964 es derrocado el presidente João Goulart. [15]  De aquí en adelante se concibe lo que el sociólogo chileno Marcos Roitman Rosemann llama tiempos de oscuridad. 
 El gobierno dictatorial de Brasil, por ejemplo, coherente con su 
servilismo a los sectores conservadores y castrenses latinoamericanos y 
estadounidenses, rompió relaciones con Cuba, acuerda un programa militar
 con Estados Unidos, ilegaliza los partidos políticos, elimina las ligas
 campesinas, interviene los llamados sindicatos y reprime y desmoviliza a
 las organizaciones estudiantiles. Es cierto que la dictadura no se 
impuso en el gobierno de manera que todo lo encontró fácilmente, pues 
halló resistencia, sobre todo por las decisiones había tomado. Una serie
 de organizaciones antidictatoriales se había formado, conformado por 
estudiantes, intelectuales y obreros. La dictadura reacciona y clausura 
algunas universidades y reprime a dichas organizaciones. 
 El 
caso de Brasil fue el modelo que luego se presentaría en otros países 
latinoamericanos, las cuales asumieron como eje central derrotar a 
sangre y fuego a los “enemigos internos”. El fantasma del “enemigo 
interno” fue una de las creencias religiosas de los grupos reaccionarios
 comandados por la dictadura que llevaron hasta sus últimas 
consecuencias, asesinado sin piedad y sin prueba a todo lo que 
consideraban comunista. El comunista o simpatizante de éste, fue 
reprimido, encarcelado, asesinado y/o desaparecido. La guerra 
psicológica a través del inexistente “enemigo interno” profundizada por 
las dictaduras, llevo a que hasta los propios compañeros militantes los 
traicionaran, convirtiéndose en sus propios verdugos. Es decir, los 
“comunistas” que habían sido torturados en los campos de concentración 
dictatoriales fueron neutralizados y convertidos en fieles servidores de
 la dictadura para atacar a sus compañeros de lucha. La concepción del 
“enemigo interno”, ideología política conservadora, experimentado por 
primera vez por la franceses en la guerra de Argelia, había sido eficaz 
para las dictaduras para aplicarlo en sus respectivos países y en gran 
parte de América Latina. 
 Las dictaduras de “seguridad nacional”
 también buscaban garantizar el supuesto “orden interno” de sus 
correspondientes países. ¿A qué orden interno se refieren? ¿Al orden de 
acuerdo a su concepción e intereses? Ya los sociólogos y sociología 
conservadores lo habían hecho en el pasado, pero eran los años en que 
habían quedado rebasados y en descrédito, ahora las dictaduras tenían 
esa responsabilidad. Aunque no quiere decir que hayan dejado esa 
práctica, los ejemplos sobran: el Proyecto Camelot en Chile, Simpático 
en Colombia, Marginalidad en Argentina, etc. ¿Qué tanto se había 
analizado en aquella época esta tarea que la sociología había tenido en 
el pasado? Otras de las responsabilidades de las dictaduras era fomentar
 el supuesto “desarrollo social y la democracia”, en una región que 
aspiraba supuestamente a construirla. Las dos son ideas son bastante 
manipulables debido a su concepción débil e inestable para definir los 
objetivos que persiguen. La mentira entonces es algo que está inmerso no
 solo en el discurso de los poderes militares, sino incluso en los 
sectores autodenominados progresistas y de izquierda que buscaban la 
justicia social. 
 Las dictaduras de “seguridad nacional” 
impulsaron masivamente todos los métodos de contrainsurgencia, se 
expresó, entre muchas otras formas, en la tortura y desaparición de 
personas, que siguió tan vigente como lo demuestra actualmente el caso 
colombiano bajo el gobierno ultraconservador de Iván Duque. Algunos 
métodos se experimentaron fuera del territorio latinoamericano, como el 
caso de la tortura en Argelia por los franceses, pero muchas otras en 
Estados Unidos. En América Latina una parte de la doctrina y práctica 
contrainsurgente fue impulsada y alimentada por la Escuela Superior de 
Guerra de Brasil, la así denominada Escuela de las Américas, el 
Pentágono y muchos otros servicios especiales de los grupos de poder 
político y económico de Estados Unidos. Así como a través del United 
States Military (MAP) y Public Safety Program construyeron una compleja 
institucionalidad contrainsurgente nacional e interamericana.  [16]  
 En esta maquinaria represiva montada se articularon una parte de las 
fuerzas armadas latinoamericanas a partir del 9 de noviembre de 1964 con
 el derrocamiento del presidente de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro, y 
luego del golpe de Estado en Argentina de 1966 que derrocó al gobierno 
de Arturo Illia, posibilitaron las condiciones para la aplicación de la 
doctrina de manera abierta y encubierta. Así, después de la instalación 
de estas dictaduras, la represión se recrudeció en muchos niveles. En el
 caso de Bolivia, la fractura sociopolítica que se había generado desde 
la revolución de 1952, vino a consolidar una fuerte oposición popular 
que fue salvajemente reprimida por las autoridades castrenses instaladas
 por el golpe. Las movilizaciones y protestas estudiantiles, campesinos y
 obreros vivirían la misma experiencia luego de que entre 1965 y 1966 se
 habían organizado en respuesta de la contrarreforma agraria, la 
desnacionalización y privatización de los recursos energéticos. En el 
caso de la Argentina, la dictadura de Juan Carlos Onganía disolvió el 
congreso, las legislaturas provinciales y los partidos políticos; 
clausuró la prensa opositora al régimen, intervino en una cantidad 
considerable de universidades públicas, anuló la autonomía universitaria
 y la supuesta “libertad” académica que se daba en dichas universidades,
 con el fin de combatir y erradicar la llamada “subversión comunista” 
que, según el credo religioso de la dictadura, estaba muy instituido en 
las universidades. Además se prohibió la actividad política de los 
estudiantes y el derecho a participar en la administración. 
 Lo 
que pasaba en América Latina era el empeño del gobierno estadounidense, 
como Lyndon B. Johnson y otros que le sucedieron, de derrotar, con todos
 los medios que poseía, toda la movilización social y popular 
latinoamericana, el creciente antiimperialismo que desde la década de 
1960 empezó a tomar una postura cada vez más radical y el socialismo que
 empezó a cobrar un nuevo auge en los llamados países subdesarrollados. 
El ejemplo paradigmático se dio en Vietnam, en el que los 
estadounidenses facilitaron una masiva y brutal intervención por medio 
de la invasión. Aquí también fueron muy útiles los mercenarios 
sociólogos o sociólogos mercenarios, que por medio de proyectos de 
carácter sociológico y antropológico, buscaban derrotar a los 
insurgentes vietnamitas. 
 En fin, los ejemplos son múltiples, se
 observa a sectores sociales en pugna en las décadas de 1960 y 1970, 
periodo que corresponde a la lucha revolucionaria, pero también a la 
reacción conservadora. Este contexto es el que posibilitó o impuso 
ciertas reglas que se van a manifestar en las décadas siguientes, sobre 
todo en la década de 1990, en la que el neoconservadurismo se impone sin
 más obstáculos. Si bien su tranquilidad no persiste durante mucho 
tiempo, pues esos pueblos sometidos pronto estallarían y se organizarían
 porque su condición de vida no era soportable. No obstante el 
Movimiento Sin Tierra mantenía una lucha constante desde la década de 
1970, y protagonizó duras luchas contra los neoconservadores brasileños 
en la década de 1990. A mediados de esa década en México el 
levantamiento zapatista (EZLN) viene a cuestionar seriamente el modelo 
que hoy los izquierdistas y no izquierdistas llaman neoliberalismo. De 
la misma manera el ascenso de nuevos gobiernos en América Latina 
inaugura un nuevo panorama político en la región latinoamericana, como 
el caso de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela. 
 Referencias 
 - Corti, Berenice, Jazz argentino. La música “negra” del país “blanco”, Buenos Aires, Gourmet musical, 2015. 
 - Guevara, Ernesto Che, La guerra de Guerrillas, Bogotá, Ocean Sur, 2007. 
 - Ianni, Octavio, La formación del Estado populista en América Latina, México, ERA, 1975. 
 - Jannello, Karina C. “El Congreso por la Libertad de la Cultura: el 
caso chileno y la disputa por las ideas fuerza de la Guerra Fría”, en 
Revista www.izquierda.cl., No. 14, diciembre de 2012. 
 - Löwy, Michael, El marxismo en América Latina, Antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile, Lom ediciones, 2015. 
 - Morejón Arniaz, Idalia, Política y polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo, México, Cultura y Educación, 2010. 
- Roitman Rosenmann, Marcos, Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina, Madrid, Akal, 2013. 
 - Luis Suarez Salazar, Un siglo de terror en América Latina. Crónicas de crímenes de Estados Unidos contra la humanidad, Ocean Sur, 2006. 
Notas:
[1]  Ernesto Che Guevara, La guerra de Guerrillas, Bogotá, Ocean Sur, 2007, p. 13.
 [2]  Michael Löwy, El marxismo en América Latina, Antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile, Lom ediciones, 2015, p. 48.
 [3]  Véase De eso que llaman antropología, publicado por la ENAH.
 [4]  Michael Löwy, op. cit. p. 51. 
 [5]  Octavio Ianni, La formación del Estado populista en América Latina, México, ERA, 1975, p. 9. 
 [6]  Ramiro Hernández Romero, “La teoría de la dependencia. Una distinción de sus militantes” en http://www.rebelion.org/
 [7] 
 Está inscrito como profesor-investigador en la Facultad de Filosofía y 
Letras de la UNAM. En ocasiones es sumamente intolerante con sus alumnos
 que divergen con él. Además, como su estudiante que fui, nos obligaba a
 comprar sus libros que publicaba o publica, y nos prometía, 
supuestamente, un punto en la calificación final. 
 [8] 
 En el contexto actual que se vive en México, el populismo que analizó 
Octavio Ianni cobra actualidad, aunque es probable que ya no tenga 
importancia para el autor. 
 [9]  Michael Löwy, ob. cit., p. 52.
 [10]  Marcos Roitman Rosenmann, Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina, Madrid, Akal, 2013, p. 19. 
 [11] 
 Karina C. Jannello, “El Congreso por la Libertad de la Cultura: el caso
 chileno y la disputa por las ideas fuerza de la Guerra Fría, en Revista
 www.izquierda.cl., No. 14, diciembre de 2012, p. 19. 
 [12]  Idalia Morejón Arniaz, Politica y polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas y Mundo Nuevo, México, Cultura y Educación, 2010, p. 14. 
 [13]  Ibíd., p. 16. 
 [14]  Berenice Corti, Jazz argentino. La música “negra” del país “blanco”, Buenos Aires, Gourmet musical, 2015, p. 84. 
 [15]  Luis Suarez Salazar, Un siglo de terror en América Latina. Crónicas de crímenes de Estados Unidos contra la humanidad, Ocean Sur, 2006, p. 280.
 [16]  Ibíd., p. 282. 
 
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