La Jornada
La Confederación General del 
Trabajo (CGT), principal central obrera de Argentina, y otros 70 
sindicatos, realizaron ayer un paro general de 24 horas, el quinto 
contra las políticas del presidente Mauricio Macri en menos de cuatro 
años de gobierno. Debido a la adhesión de los sindicatos de 
transportistas y camioneros, la jornada de protestas conllevó una 
parálisis completa de las actividades: suspensión de vuelos, trenes, 
autobuses y el Metro de Buenos Aires, así como cierre de bancos, 
escuelas, tribunales, comercios y la reducción al mínimo de la atención 
hospitalaria.
La contundente participación gremial y social en el paro responde a 
la catastrófica situación económica por la que atraviesan los hogares 
argentinos por las medidas de choque adoptadas por Macri: tarifazos en
 energía eléctrica, gas doméstico y gasolinas; despidos masivos en los 
sectores público y privado; cierre masivo de empresas de todos los 
tamaños y, como resultado de todo ello, una precarización galopante que 
ya tiene a 40 por ciento de los argentinos por debajo de la pobreza o la
 miseria, además de una severa devaluación de su moneda y una inflación 
de 56 por ciento. Para colmo, ante la debacle causada por sus propias 
políticas, el macrismo ha recurrido a un endeudamiento que no sólo pone 
en entredicho la viabilidad financiera del Estado, sino que debilita 
severamente la soberanía de la nación y lo devuelve a los tiempos 
oscuros en que se encontró bajo los dictados del Fondo Monetario 
Internacional y otras instancias injerencistas.
La respuesta del mandatario a la manifestación de hartazgo social fue
 sintomática de los reflejos de un gobierno identificado con la 
dictadura militar que se apoderó del país entre 1976 y 1983. Lejos de 
dirigirse a los ciudadanos o anunciar una rectificación urgente del 
rumbo, el empresario realizó una visita a la sede de las fuerzas 
armadas, en lo que se interpretó como una poco velada amenaza de echar 
mano de la represión para sostener un proyecto que se encuentra 
inocultablemente desfondado. Allí Mauricio Macri se hizo acompañar por 
el fiscal Carlos Stornelli, un aliado cercano que ha sido clave en la 
estrategia del gobierno de derecha para deshacerse de opositores 
políticos mediante la fabricación de procesos judiciales. Stornelli se 
encuentra en desacato a la justicia y se ha negado a comparecer en la 
causa que se le sigue por su involucramiento en una red de extorsión, 
espionaje ilegal y uso del poder para la persecución política, por lo 
que la exhibición de cercanía con el mandatario transmite un mensaje de 
impunidad para los fiscales y jueces que han sido cómplices de la 
cacería la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de integrantes 
de su familia y de varios de sus simpatizantes.
Más allá de esta peligrosa tendencia autoritaria, la bancarrota que 
vive Argentina constituye la más clara demostración de la inviabilidad 
del modelo económico neoliberal que llevó la nación austral a la mayor 
crisis de su historia a principios de este siglo y cuyos saldos fueron 
enmendados con grandes dificultades entre 2003 y 2015.
En vista del altísimo costo social que tienen los intentos de 
perpetuar o reditar el neoliberalismo, cabe esperar que en el mediano 
plazo las derechas neoliberales de Sudamérica pierdan toda posibilidad 
electoral y que el espacio político ocupado por los adalides de la 
libertad de mercado en la región sea recuperado por grupos y proyectos 
que retomen lo mucho positivo y enmienden los yerros de los gobiernos 
progresistas que estuvieron en el poder hasta hace unos años.
 

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