Puerto Rico: Lucha anticolonial
El carácter de las 
personas se revela, casi siempre, en los detalles. Uno de estos es la 
manera en que se quitan las “curitas”. Hay quienes, al sentir que ya no 
necesitan el vendaje adhesivo, se lo arrancan de sopetón. Tiran y ya, 
sin pena. Mas hay personas que, por miedosas, abordan la empresa por la 
vía opuesta, la del dolor prolongado. Primero hurgan, izan una esquinita
 y, si sienten que la piel se resiente, dejan todo para después. Cuando 
ya no se puede posponer más el asunto, retoman el proceso de remoción. 
Halan de nuevo una esquinita y, poquito a poco, van levantando la 
curita. Las situaciones más dolorosas ocurren con las tiras que están en
 una parte vellosa del cuerpo; en particular un antebrazo o la 
pantorrilla. Hay quienes, a velocidad de tortuga, van corroborando si, 
al ser removida, la curita trae pelitos, no pocas veces arrancados de 
raíz. Y hay extremistas que, a mitad de camino –y ya expuesta la herida 
en sanación– dejan una mitad de la curita pegada y la otra, guindando; o
 peor aún, se la ponen para atrás.
 ¿Cuál es el mejor método, el 
rápido o el del dolor a cuenta gotas? Nadie sabe a ciencia cierta. Pero 
yo, boricua, al fin, mezclo los dos métodos. Primero remuevo 
pacientemente una mitad de la curita; y luego, ya con la mente distraída
 en otros asuntos, arranco, sin pensarlo, la otra. Sí, es cierto; me 
digo un embuste a mí mismo. Ya pasado todo el trauma, me doy cuenta de 
que se trataba, en realidad, de una pendejada.
 La analogía no es 
perfecta ni mucho menos. El coloniaje es una enfermedad, y los vendajes 
sanan. Pero, aun así, últimamente me da dado con comparar la dinámica de
 nuestra lucha anticolonial con el asunto de la remoción de las curitas.
 Mi tesis es simple: no creo que sea tan alocado pensar que, en medio de
 un momento de intensa crisis y caos generalizado, los boricuas nos 
liberemos del coloniaje, como quien se quita una curita por la vía 
rápida: de sopetón y sin pensarlo mucho. Lo opuesto, o sea, la vía del 
poquito a poco, del dolor a cuenta gotas, es lo que venimos haciendo 
desde el cuatrienio 1950-1954; es decir, desde las grandes gestas del 
nacionalismo albizuista y del PIP de Concepción de Gracia. Es más, 
ampliando un poco la analogía de la curita, diría incluso que algo hemos
 avanzado en los últimos años. Estamos a medio camino, como quien tiene 
la mitad del vendaje guindando y la otra, como dije, ya removida. El 
huracán María, en particular, destrozó buena parte del soporte 
ideológico y social de la colonia. Y si bien hay gente que pospondrían 
el acto final de acabar con el coloniaje, lo que resta es lo más fácil.
 Así como el terrible invierno de fin de 1916 fue el agente catalizador 
de la desintegración final del régimen zarista en la Rusia 
prerrevolucionaria, el huracán María, con sus poderosos vientos y 
capacidad destructiva, vino a impulsar la descomposición ya en curso del
 régimen colonial. Para nuestro pueblo el trauma no fue solo el efecto 
del fenómeno atmosférico, sino también el tener ante sí una radiografía 
fiel de la colonia. Y ese es un cuadro que no cesa. El hecho de que el 
huracán ocurriera en medio de un recrudecimiento de la política 
neoliberal hacia la isla puso en evidencia, además, que la crisis local 
es un momento de una crisis mayor del capitalismo estadounidense. Y todo
 esto hay que mirarlo objetivamente, pues ninguna crisis madura sin 
trastocar los cimientos de todo, incluso de la izquierda. De hecho, es 
quizás ahí, al interior de nuestras fuerzas revolucionarias, que la 
crisis ha sido más irreverente con el pasado, en que nos ha presentado 
los mayores retos. Y no puede ser de otro modo. Las grandes revoluciones
 enseñan que en los momentos cruciales de cambio social es la izquierda,
 ante todo, la que debe de transformarse. Resulta infructuoso seguir 
machacando, una y otra vez, la obvia incapacidad de la corrupta 
burguesía criolla para sacarnos del atolladero. En realidad, ese es 
nuestro trabajo y no lo estamos haciendo, como amerita. Es al interior 
de la izquierda que debemos de asumir la crisis en toda su dimensión 
transformadora.
 Y es que, al hablar sobre la viabilidad de un 
proceso de cambio social en Puerto Rico, se incurre a menudo en dos 
malentendidos. El primero es la afirmación falsa de que nuestra 
psicología no es cónsona con los cambios radicales. Tal visión nos ubica
 al margen de las leyes de la historia, como una especie de “aldea 
vanidosa” incurable. Lo contrario, sin embargo, es la verdad. Somos un 
pueblo abierto a las ideas e incluso al lenguaje internacional. De 
hecho, esto se puede concluir hasta indagando en el origen de la palabra
 “curita”, en referencia a las tiras adhesivas para heridas pequeñas. 
Esa palabra, tan de uso en la isla, no tiene mucho que ver ni con el 
inglés ni con el español. Su origen es medio alemán. Fue en Hamburgo, 
Alemania, en 1882 donde el farmacéutico Paul Beiersdorf desarrolló el 
primer parche adhesivo para heridas menores. Este inventor y su compañía
 dominaron el mercado de vendajes adhesivos (curitas) en Europa y 
América Latina hasta 1922, año en que la corporación estadounidense 
Johnson & Johnson copió la idea y creó la marca Band-Aid. La 
compañía Beiersdorf respondió legalizando la marca “Curitas” para 
defender sus mercados internacionales. (Sobre el origen de la palabra 
curita, nos dice la RAE: “marca registrada para la tira adhesiva por una
 cara, en cuyo centro tiene un apósito esterilizado que se coloca sobre 
heridas pequeñas para protegerlas”.) Por razones que nadie conoce o ha 
explicado, en Puerto Rico a las “Band-Aid” de Johnson & Johnson las 
llamamos curitas. Es decir, los estadounidenses rebautizaron las curitas
 como “Band-Aids”; mas, en esta su colonia, porque sí, a la gente le dio
 con seguir llamándolas con su nombre internacional. Eso, aunque la 
Johnson & Johnson lleva rato invirtiendo en la isla, tanto en la 
producción como distribución de sus productos. Nuestra terquedad es, 
bastante a menudo, muy positiva. Y, a veces, viene hasta con conrte 
internacionalista.
 El segundo malentendido tiene que ver con la 
subestimación de la dialéctica en la idiosincrasia antillana. Tenemos 
sangre caribeña, antillana. Políticamente nos comportamos en consonancia
 con lo que el genial revolucionario cubano Julio Antonio Mella llamó la
 “efervescencia tropical de los pueblos de las Antillas”. Aquí, como en 
el resto del Caribe, las olas de rebeldía suben tan rápido como bajan, 
aunque, a decir verdad, nuestra islita lleva ya décadas de 
movilizaciones sociales periódicas. Todos los días hay alguien aquí 
protestando; aunque también, fiesteando. Es el Caribe, ¿no?
 ¿Bajo
 qué circunstancias esa “efervescencia tropical” podría trastrocarse en 
una respuesta revolucionaria ante el imperio, en un derrocamiento del 
coloniaje? No hay fórmulas mágicas para responder esta pregunta, solo 
aproximaciones. Pero ello no nos deja completamente al desvarío. Ninguna
 revolución, absolutamente ninguna, se da sobre el trasfondo estrecho de
 lo inevitable. Es más, la idea misma de una revolución es un reto a la 
imposibilidad. Nuestra tarea es, en no poca medida, alterar la visión 
que tenemos de lo que parece inalcanzable, dándole así posibilidad de 
convertirse en realidad.
La historia reciente de Puerto Rico nos 
habla de dos tendencias objetivas que dan más que vida a un posible 
cambio radical en la isla. La primera es el resquebrajamiento cada vez 
mayor del dominio colonial. Resulta interesante que, en el Puerto Rico 
de hoy, cualquier noticia, por insignificante que sea, lleva a una 
discusión en la calle sobre la situación “sin salida” en que vivimos. La
 misma prensa comercial, para tener algo de credibilidad (y ventas), les
 da esa connotación a los eventos, sean políticos económicos o sociales.
 Los escándalos ligados a la corrupción hacen pensar en la Cuba de 1958,
 durante la hegemonía del capital mafioso aliado con el imperialismo. 
Todo esto es indicativo de que el desarrollo de una situación casi 
prerrevolucionaria o de caos general, si bien no es absolutamente 
segura, al menos es bastante probable. De hecho, en Puerto Rico el más 
mínimo suceso lleva a un enjuiciamiento inmediato de la ideología 
dominante, develando la multiplicidad de dificultades que confronta la 
burguesía local en su intento de justificar su dominio y hasta su papel 
subordinado al imperio. Cuando los hechos fortuitos pasan de esa manera a
 un primer plano en la conciencia de la gente es porque las 
contradicciones sociales que actúan a largo plazo están internamente 
amarradas en un nudo indisoluble; pues la dialéctica nos dice que es 
entonces, y solo entonces, que lo fortuito o accidental adquiere 
preeminencia. Una tormenta, un error político de la derecha, o lo que 
sea, puede decidirlo todo. 
También en esa esfera de lo 
probable está la reacción potencialmente emancipadora de nuestro pueblo,
 algo en que los reformistas no confían. Nos referimos a una posible 
repetición ampliada de la multiplicidad de “gestos emancipadores” que 
germinaron entre las masas trabajadoras y pobres de la isla en respuesta
 al caos provocado por el huracán María. La mejor manera de predecir el 
comportamiento futuro de un pueblo es mirando a su conducta en el 
pasado. Yo pienso que, en una nueva situación de caos general, sea 
provocada por la naturaleza o la sociedad, nuestro pueblo volverá a 
reaccionar como en el otoño de 2017: con una multiplicidad de gestos 
emancipatorios y formas de autogestión.
 El modo en que las dos 
tendencias objetivas mencionadas en la esfera de lo probable (el caos y 
la autogestión) puedan combinarse en un momento determinado está fuera 
de nuestro control. Pero lo que no está fuera de control es la manera en
 que las fuerzas revolucionarias efectúen su intervención en un contexto
 de crisis de mayor de la colonia. ¿Qué hacer si surge una situación de 
caos análoga a la del huracán María? ¿Se atreverá alguien a lanzarse, no
 con los recursos ideales, sino con los que haya, a la toma de los 
servicios básicos del estado? ¿O se va a permitir que las fuerzas 
reaccionarias retomen el control, como pasó después del huracán María? 
Las insurrecciones, decía Trotsky, no dependen solamente de que haya 
condiciones favorables. Hay que pensarlas teniendo lo imposible como 
trasfondo. La verdadera medida del carácter revolucionario de una 
persona o movimiento es su persistencia en contra de los obstáculos más 
gigantescos.
 Nadie en Puerto Rico, absolutamente nadie, ni la 
izquierda ni la derecha, sabe a ciencia cierta de qué podría ser capaz 
el pueblo puertorriqueño si la izquierda se mostrara dispuesta (y lista)
 para la toma del poder en medio de una situación de caos mayor. Y eso 
es parte de lo que nos toca: preparamos para luchar por el poder, ahora y
 en los contextos probables. Habrá quienes, siguiendo la imagen del 
vendaje, se esforzarán entonces en dejar la curita a “medio guindar” o, 
incluso, en ponerla para atrás. Nos corresponderá a nosotros y nosotras,
 hijos e hijas de las clases humildes de este país, arrancarla de una 
vez. Con arrojo, sin dilación y radicalmente, en “cuando llegue el 
tiempo”. Tonta es la persona que desperdicia una oportunidad, y luego le
 echa la culpa al destino. 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario