El partido de Abascal es más próximo al
neoliberalismo de los ultras latinoamericanos que al discurso obrerista
de Salvini o Le Pen
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A estas alturas
mucha gente sabe ya identificar los atributos esenciales de las extremas
derechas en todo el mundo. Repliegue nacional, orden y seguridad,
reacción punitiva, militarismo, xenofobia, aporofobia, homofobia,
misoginia… una restauración reaccionaria en toda regla que se adapta,
sin embargo, a la idiosincrasia de cada nación resurrecta.
En
España, Vox representa una propuesta de corte abiertamente neoliberal y
desregulatorio, y ha renunciado tanto a las dosis de aparente
proteccionismo económico como a la retórica de las clases trabajadoras,
que exhiben una buena parte de las derechas en Europa. Vox ha querido
acercarse más a los ultras latinoamericanos como Bolsonaro, que a
Salvini o a Le Pen.
Vox se alimenta de un círculo de “ricos” en el
que se dan encuentro los de rancio abolengo, los grandes herederos de
toda la vida, los nuevos ricos surgidos de la cultura del “pelotazo” y
el extractivismo, y los ricos aspiracionales tardochenteros que han
hecho del nuevorriquismo una auténtica profesión de fe. Todos ellos
reclaman menos impuestos y más recortes sociales, quieren expulsar del
mercado laboral a migrantes y mujeres, y se niegan a aceptar cualquier
cautela ambiental que ponga límite a su incontenible voracidad. O sea,
los ricos de Vox, como los de Bolsonaro, no son solo los grandes
propietarios que se benefician de la bonificación del Impuesto de
Sucesiones y Donaciones o de la bajada del tramo autonómico del impuesto
sobre el patrimonio, los terratenientes que se dedican al cultivo del
toro bravo o a la organización de monterías carísimas en sus enormes
fincas, sino también los ricos recién llegados que en Almería han hecho
dinero rápido con la producción intensiva bajo plástico y las canteras
de mármol, y los que, contra todo pronóstico, creen estar en disposición
de formar parte de este club tan distinguido. A estos últimos, es a los
que les debe traer muy buenos recuerdos la liberalización total del
suelo, la actividad especulativa y la burbuja inmobiliaria. De manera
que, a diferencia de esa extrema derecha europea, de retórica
izquierdista, que, como en Finlandia, se considera “socialista”, Vox ha
pergeñado un programa económico que está más en sintonía con las
derechas latinoamericanas, subalternas de la política depredadora de
EEUU y del Fondo Monetario Internacional.
Estas derechas
constituyen hoy un grave peligro para la supervivencia de los pobres,
los migrantes y las mujeres en cualquier lugar del planeta. En América
Latina han expulsado a la mitad de la población del acceso a la salud,
la educación, la vivienda, el agua o la luz, y han articulado, después,
sofisticadas técnicas de seguridad para controlar a esa población a la
intemperie. Como dice Zibechi, el tipo de Estado que se corresponde con
este sistema de acumulación por despojo es el Estado policial, con sus
correspondientes “campos de concentración” para los de abajo. Solo hay
que ver los entornos de la gran minería, de las megaobras de
infraestructura y de los monocultivos, en América Latina, donde este
sistema ya funciona; barriadas periféricas enteras sin agua potable ni
electricidad, pero abarrotadas de hombres armados1.
Vox
se apunta también a la política disuasoria que incluye la expulsión
masiva de inmigrantes y la ilegalización a las ONGs que les presten
ayuda. Su objetivo es fortalecer a las fuerzas policiales para que
garanticen una inmigración “ordenada”, “compatible con nuestra cultura
occidental” y vinculada al mercado laboral; un contingente de pobres que
sea útil a un crecimiento económico ilimitado y al servicio de las
grandes fortunas. La xenofobia es una de las versiones de la aporofobia y
se canaliza también a través de herramientas represivas.
Esta
reacción militarista/punitivista en favor de los ricos, la hemos visto
también en Bolsonaro apoyada, además, por el pentecostalismo y el
mismísimo poder judicial. BBB: Bala, Buey y Biblia. Una combinación
exitosa de militarización, agronegocio e Iglesia2. En Brasil,
la Iglesia Universal del Reino de Dios controla 70 emisoras de
televisión, más de 50 radios, un banco, varios diarios y tiene 3.500
templos3, y su poder mediático ha sido de enorme relevancia
en la subpolítica de los memes con la que la extrema derecha ha
vehiculado el odio y el resentimiento4.
En España,
también Vox se ha convertido en el brazo armado de la Iglesia católica.
Su política educativa, que vuelve al modelo único (con devastadores
efectos discriminatorios), se apoya en los colegios concertados (en su
mayor parte, religiosos) y tiene como fin evitar las injerencias
“ideológicas” del poder público, esto es, la educación en la diversidad
sexual y la “ideología de género”. Y se entiende, por supuesto, que,
entre tales injerencias, se cuenta también el intento de acabar con la
educación segregada en manos del Opus Dei. Estas derechas coinciden
también con sus respectivos líderes religiosos en la lucha contra las
mujeres. Abascal y Bolsonaro canalizan la catarsis del hooliganismo
machirulo; alimentan el imaginario de un macho alfa proveedor-cazador
que preside con mano dura tanto la vida familiar como las instituciones
estatales, y quieren aislar a las mujeres en el exclusivo rol de madre y
esposa.
Finalmente, en España, como en Brasil, la extrema derecha
es claramente antimemorialista y negacionista. Vox quiere convencernos
de que Franco no existió, no hubo golpe de Estado ni dictadura militar,
no hay víctimas del franquismo, ni fosas, ni nada que recordar, que no
hayamos recordado ya. Bolsonaro reivindicó también la dictadura en el impeachment
contra Dilma Rousseff y celebró la tortura de sus víctimas. La
dictadura brasileña, de hecho, cumple todavía, para muchos, un evidente
papel positivo, como referente económico y fuente de autoestima
nacional, porque en Brasil, como en España, no ha habido purgas
administrativas, sino que se ha dado una descarada continuidad
institucional entre la dictadura y la democracia. Por eso, no es extraño
que en ambos países se haya arbitrado una persecución ideológica desde
las instituciones ligada a la defensa de la unidad nacional y
protagonizada, muy especialmente, por esa parte del poder judicial que
nunca llegó a trabajar en una lógica democrática.
El uso que
Bolsonaro ha hecho de los jueces en Brasil y el que también las derechas
han empezado a hacer en España, se han traducido en continuos montajes
judiciales y guerras jurídicas contra cualquier adversario. Acusaciones
falsas o manipuladas, persecución policial, servilismo de la fiscalía,
abuso de la prisión preventiva (que ya no es una medida cautelar sino un
cumplimiento extralegal de la pena), supresión de los derechos de las
personas presas por según qué delitos, incremento desmesurado de las
sanciones…todo ello unido a un espectáculo mediático que busca destruir
la imagen pública y debilitar el apoyo popular de políticos,
periodistas, profesores universitarios o raperos.
En fin, no cabe
duda de que la cercanía de Vox a la extrema derecha latinoamericana
augura para nosotros un panorama mucho más desolador del que puede
predecirse para los países que en Europa ya conocen formaciones
parecidas.
Notas
1. Raúl Zibechi, “Decir fascismo confunde y despolitiza”, Rebelión, 10/11/2018 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248876
2. Ángel Calle, “La ultraderecha: el voto productivista contra el mundo”, eldiario.es,13/12/2018 https://www.eldiario.es/ultima-llamada/ultraderecha-voto-productivista-mundo_6_843125696.html
3. Raúl Zibechi, “Pentecostalismo y movimientos sociales”, Rebelión, 25/10/2018 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248169
4. Ángel Calle, “La ultraderecha: el voto productivista contra el mundo”, eldiario.es,13/12/2018 https://www.eldiario.es/ultima-llamada/ultraderecha-voto-productivista-mundo_6_843125696.html

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