Reposicionamiento político y militar de Estados Unidos en América Latina y los gobiernos títeres
La ofensiva imperial 
contra Venezuela tiene como propósito acabar de una vez con un modelo 
basado en la solidaridad, la independencia y la autodeterminación de los
 pueblos, y que aspira a la unidad e integración latinoamericana y 
caribeña. Un modelo que, por su propia naturaleza, afecta los intereses 
de Estados Unidos, las oligarquías nacionales y el gran capital 
transnacional. 
“No hay por donde perderse”, asegura el historiador hondureño Edgar Soriano.
“La
 crisis que sufre Venezuela es producto de una injerencia totalmente 
descarada del gobierno de Estados Unidos, la derecha internacional y los
 poderes corporativos -inclusive los europeos-, que ven amenazados sus 
intereses por un proyecto político-institucional encaminado no sólo a 
redistribuir recursos, sino a defender los intereses de la colectividad 
social y generar mecanismos de participación y empoderamiento ciudadano.
Un
 proyecto ‘exportable y repetible’ que busca cambiar el orden 
establecido y construir nuevas formas de hacer política, limitando la 
capacidad de injerencia de Washington y las transnacionales en los 
intereses internos de las naciones.
Después de la caída del Muro 
de Berlín y las invasiones de Afganistán e Irak -continúa Soriano-, 
Estados Unidos se sentía el amo poderoso del mundo, pero los nuevos 
liderazgos que han surgido a nivel mundial están cambiando el escenario 
internacional, configurándolo como multipolar y con una fuerte 
proyección de la cooperación Sur-Sur.
Pese a eso, Washington
 se empecina en sostener relaciones de fuerte agresividad, y la ofensiva
 contra el gobierno de Venezuela y otros gobiernos progresistas es parte
 de esta lógica de ‘patio trasero’”. 
- Hay que acabar con el mal ejemplo. 
-
 La propuesta de Venezuela es un mal ejemplo tanto para el proyecto 
imperial norteamericano como para la derecha latinoamericana porque, 
como dije, empodera a los pueblos y les brinda herramientas y 
capacidades para que puedan construir modelos repetibles en todo el 
continente.
América Latina tiene grandes posibilidades y todo 
está dado para que haya más independencia (de los países) de las 
potencias imperiales y de las compañías transnacionales. Esto es lo que 
más les irrita. No soportan que exista una Venezuela que diga: ‘vamos a 
tener nuestra propia moneda y vamos a reconfigurar el escenario de 
relaciones políticas, sociales y comerciales’.
La reacción 
siempre es agresiva y vemos como a Venezuela se le ha venido imponiendo 
un proceso de bloqueo económico y financiero, acompañado por una 
arremetida a nivel mediático, político y hasta militar.
Estamos 
viendo como han vuelto a repotenciar a una OEA (Organización de Estados 
Americanos) totalmente desacreditada y al Grupo de Lima que sirve 
ciegamente los intereses de Washington, debilitando instancias 
regionales y subregionales de integración (UNASUR, CELAC, ALBA).
Tanto
 la OEA como el Grupo de Lima son punta de lanza en la construcción de 
un cerco político y económico en contra de los proyectos que se apartan 
de las líneas dictadas por Estados Unidos, y que pretenden reconfigurar 
las relaciones internacionales basándolas en los principios de 
reciprocidad, solidaridad, complementariedad y autodeterminación.
- Los medios masivos de comunicación están jugando un papel que no tiene precedentes. 
-
 Definitivamente. Los medios hegemónicos, a través de las mentiras, han 
venido asumiendo un papel importante en los procesos de legitimación de 
la política injerencista. Ya se ha vuelto viral que en Venezuela hay una
 tiranía, que por culpa del gobierno la gente se está muriendo de 
hambre, que no hay comida ni medicinas, que el país vive una crisis 
humanitaria y de derechos humanos.
Esta narrativa de los medios
 de comunicación corporativos nacionales e internacionales es parte de 
un diseño estratégico para que la gente asuma estas ‘verdades’, se 
conmocione adentro y afuera del país y reaccione. De esta manera resulta
 más fácil legitimar el injerencismo de la OEA, de los gobiernos 
cómplices y, hasta una eventual aventura bélica, aunque esta última no 
va a ser tan fácil para los agresores.
- ¿Le sorprendió la actitud de la Unión Europea? 
-
 La Unión Europea está dividida sobre Venezuela, aunque de parte de 
antiguas potencias imperiales la actitud ha sido muy agresiva. El 
comportamiento del Reino Unido ha sido vergonzoso. Se trata de un robo 
descarado del oro venezolano. Entre Reino Unido y Estados Unidos se 
están robando 30 mil millones de dólares. Es un abuso desde su condición
 de potencias hegemónicas. 
Hay muchos países europeos 
que, en el siglo pasado, han apoyado a regímenes violentos y 
autoritarios y hasta a dictaduras feroces. Ahora que se están volviendo 
cómplices de esta nueva estética estratégica que tiene la derecha, no 
pueden venir a dictar cátedra de democracia a los países 
latinoamericanos. 
-¿Washington 
quiere solamente borrar del mapa al mal ejemplo venezolano o también a 
sus aliados? Pienso a Bolivia, Cuba, Nicaragua… 
-
 Va con todo y lo hace junto a las derechas locales (nacionales) y al 
poder corporativo. No hay duda de que vendrá una escalada contra los 
países que siguen apoyando y solidarizándose con el gobierno venezolano.
 Ya vemos como en estos países se están promoviendo conspiraciones 
internas y el uso de las redes sociales para construir falsas 
percepciones de la realidad.
La que viene va a ser una 
arremetida, tanto en el plano político, como en el ideológico, económico
 y social, contra estos proyectos de autonomía y autodeterminación de 
los pueblos, tratando de imponer ‘gobiernos títeres’ que salvaguarden 
los intereses estratégicos, geopolíticos y económicos de Washington, 
para que sus compañías sigan alimentándose de los recursos de América 
Latina. 
- Honduras se ha sumado al plan intervencionista. 
-
 Honduras tiene instalado un régimen totalmente plegado a los intereses 
de Washington. La cúpula gobernante está vinculada a una serie de 
escándalos de corrupción y al crimen organizado, y esto hace que Estados
 Unidos tenga más capacidad de influenciar la política exterior 
hondureña, y que el presidente (Juan Orlando Hernández) esté anuente a 
todo lo que le pida Washington.
Lo hemos visto con la decisión,
 claramente impuesta, de trasladar la embajada de Honduras en Israel a 
Jerusalén. El gobierno necesita quedar bien con Estados Unidos, por eso 
va a seguir atacando a Venezuela y a cualquier otro país en la medida 
que Washington se lo pida.
También queda expuesta la hipocresía 
del gobierno estadounidense: por un lado exige respeto de los derechos 
humanos y elecciones libres y transparentes para democratizar Venezuela 
(y Nicaragua), por el otro legitima y respalda al gobierno de Honduras 
que es el resultado del fraude y es responsable de la represión post 
electoral (2017).
En aquella ocasión, el papel de la OEA y de su 
secretario general (Luis Almagro) fue vergonzoso, llamando al silencio 
ante el fraude, la represión, las detenciones y los muertos. 
- En la izquierda latinoamericana y mundial hay mucha confusión sobre Venezuela. 
-
 Algo que la derecha sabe hacer con mucha eficiencia es cerrar filas en 
determinados momentos coyunturales. Esto es algo que le falta a la 
izquierda política, a los sectores progresistas, a los movimientos, que 
terminan ahogándose en sus propias contradicciones. 
Nos 
encontramos en una coyuntura muy complicada, donde la derecha 
latinoamericana y mundial está dispuesta a hacer todo lo que sea 
necesario para derrocar al gobierno de Venezuela y avanzar contra los 
gobiernos que lo apoyan.
La izquierda política y los movimientos 
deberían reflexionar con mayor profundidad sobre la historia de nuestra 
región, de cómo se ha generado el proceso político contemporáneo durante
 la implementación del modelo neoliberal y valorar a qué gobiernos les 
apostamos. 
Tal vez el de Venezuela no sea el gobierno ideal con 
el cual soñamos, pero en este momento hay que cerrar filas y salvar 
proyectos. No podemos volvernos parte del complot que apunta a que 
nuestras naciones sigan viviendo bajo el yugo de regímenes que juegan a 
la democracia, pero plegados a los intereses transnacionales y de la 
clase dominante.    
 
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