El Salvador
El Faro
Un candidato
“outsaiders” triunfó en las presidenciales en El Salvador. El Farabundo
Martí de Liberación Nacional, después de diez años de gobierno, quedó en
una lejana tercera posición.
Nayib Bukele es el presidente
electo de El Salvador, luego de arrasar en las urnas con una cantidad de
votos muy superior a los obtenidos por el resto de contendientes
juntos. El hombre de 37 años que dice no tener ideología, cuyo
partido -con el que no pudo competir- existe desde agosto de 2018, el
hombre rodeado mayoritariamente de gente de su misma edad y escasa
experiencia política, arrebató la presidencia a los partidos que la
ostentaban desde hacía 30 años.
El candidato del partido Gana ha
roto con el predominio histórico de las dos fuerzas políticas que han
ocupado el Ejecutivo desde 1989, tres años antes de que terminara la
guerra civil salvadoreña.
El derechista Arena quedó en un
distante segundo lugar, con poco más de la mitad de los votos obtenidos
por Bukele. Pese a sumar las marcas de otros tres partidos con los que
competía en coalición, obtuvo solo el 31 por ciento de los votos. Pero
el gran perdedor de estos comicios fue el FMLN (Farabundo Martí de
Liberación Nacional) que, luego de una década en el poder, obtuvo la
menor cantidad de respaldos de toda su historia como partido político:
menos de un 14 por ciento.
Bukele no solo ganó, su triunfo
fue una aplanadora incontestable: no hubo un solo departamento en el que
perdiera; en ocho de los 14 departamentos del país ganó por más del 50
por ciento, y en el resto ganó por márgenes mayores al 40 por ciento.
Arena
y el FMLN han sido los protagonistas de la vida política de El Salvador
desde la guerra civil. Estos resultados electorales marcan un cambio
profundo en la manera de entender la política salvadoreña, luego de
hacer añicos a un sistema de partidos muy sólido y capaz de mantener
vigencia por casi tres décadas.
Para alzarse con la victoria, el
presidente electo hizo una campaña basada en un mensaje repetido hasta
la saciedad: en resumen, todas las taras del país, dijo, se explican con
el hecho de haber estado gobernados durante 27 años “por los mismos de
siempre”. Bukele se valió del descontento generalizado hacia los dos
partidos mayoritarios y lo exacerbó en una estrategia que usó las redes
sociales como su principal plataforma.
Durante la contienda,
Bukele prefirió no definirse a sí mismo a través de una ideología, y su
identidad como político estuvo –está- más bien delimitada por
presentarse como lo opuesto al sistema político tradicional. Durante la
campaña presidencial se hizo rodear del más variopinto equipo de
colaboradores, que formaba un conjunto de piezas en apariencia difíciles
de combinar: su compañero de fórmula y actual vicepresidente electo es
Félix Ulloa, abogado, ex miembro del FMLN; o Walter Araujo, que ocupó el
máximo cargo de liderazgo en ARENA, partido en el que militó por 33
años y al que renunció en 2013; o Carlos Cañas, quien fuera firmante de
los acuerdos de paz por el FMLN; o Federico Anliker, actual presidente
del partido Nuevas Ideas, sin ningún pasado político rastreable.
Bukele,
el político que derrotó al sistema tradicional de partidos, tiene
apenas seis años de haber aparecido en la vida política del país, cuando
ganó -como candidato del FMLN- la Alcaldía de Nuevo Cuscatlán,
donde se las arregló para cobrar notoriedad pese a tratarse de un
municipio sin mayor relevancia simbólica en el ejercicio público.
Posteriormente fue promovido como candidato de la capital, en una
contienda que ganó por menos de 6.000 votos. Mientras ocupaba el cargo
de alcalde de San Salvador fue expulsado del FMLN debido a las
constantes discrepancias públicas que sostuvo con su partido.
Casi
de inmediato, anunció que aspiraría a la presidencia de la República y
se lanzó a la construcción de su propio partido, al que bautizó como
Nuevas Ideas. Sin embargo, Nuevas Ideas llegó tarde al calendario
electoral para las presidenciales y aunque logró convertirse en partido,
los tiempos no le dieron para entrar a la contienda. Entonces Bukele
anunció que competiría bajo la bandera de Cambio Democrático, un
minúsculo partido de centro izquierda. Pero esa estrategia también
sufrió un revés, cuando el TSE (Tribunal Superior Electoral), controlado
por magistrados propuestos por los principales partidos políticos,
decidió cancelar a Cambio Democrático, argumentando que hacía dos
elecciones había obtenido menos votos de lo que la ley establece para
seguir inscrito. Entonces, al límite del plazo legal, Bukele hizo
público que se inscribiría en Gana para aspirar a la presidencia.
Gana
es un partido de derecha, conformado por disidentes de Arena y
vinculado desde su formación al ex presidente Antonio Saca, que
actualmente paga una condena de una década de cárcel por corrupción.
De hecho, la única vez que Gana había presentado a un candidato a
presidente fue en 2014, y su propuesta fue precisamente, Saca, que
buscaba volver a ocupar el cargo; y lo hizo en coalición con otros dos
partidos de derecha: el PCN (Partido de Concertación Nacional) y el PDC
(Partido Demócrata Cristiano), que en esta elección compitieron como
aliados de Arena.
Desde un principio, Bukele dejó claro que Gana
no le parecía un aliado al que valía la pena lucir, y lo escondió al
punto de pedir que el nombre del partido no apareciera en la papeleta
electoral. El presidente electo siempre ha creído que su nombre, como
marca a posicionar, es más poderoso que el de los partidos que lo han
acuerpado: cuando compitió por la Alcaldía de San Salvador apenas se
dejó ver con los distintivos del FMLN. En el caso de Gana fue más
radical. Convenció a su nuevo partido de cambiar su tradicional color
naranja y su logo, para sustituirlos por el color cian y la golondrina
que distinguen a Nuevas Ideas.
La votación más alta de Gana,
cuando ha competido en solitario por diputados, es de menos de la quinta
parte de la votación obtenida por Bukele en esta elección.
Una selfie presidencial
Este
3 de febrero, Bukele montó su base de monitoreo electoral en el hotel
Sheraton Presidente. Después de las cinco de la tarde, hora en que
cerraron los centros de votación, se comenzó a congregar una festiva
multitud, se detonaron fuegos artificiales, se bailó al ritmo de una
batucada, se ondearon banderas con el logo de la golondrina y comenzaron
a aparecer algunas de las figuras públicas que respaldaron a Bukele
durante la campaña.
Apareció, por ejemplo, Giovanni Galeas,
biógrafo del presidente electo y tertuliano frecuente en los espacios
televisivos dedicados a alabar al entonces candidato; Mónica Taher y
Silvio Aquino, fervientes seguidores de Bukele y sus puntas de lanza en
el trabajo con los salvadoreños en el exterior. Llegó también
Alejandro Muyshondt, aplaudidor del candidato en redes sociales, que
cobró notoriedad el día en que decidió ir por su cuenta al Centro
Histórico, en 2013, armado con un AK-47, una pistola 9 milímetros y una
máscara de paintball, para intentar capturar a unos ladrones a los que
no encontró; o también Bertha María Deleón, abogada del ahora
presidente electo, reconocida por defender diversos casos que implican
abusos contra la mujer; o Ernesto Sanabria, mejor conocido como Brozo
-su alias en redes sociales-, un comunicador que se inició en política
de la mano del ex presidente Saca, además de cientos de simpatizantes y
periodistas y guardaespaldas. Pero ningún dirigente de Gana, el partido
más votado del país.
Unos minutos después de las nueve de la
noche, frente a un salón colmado de cámaras de prensa y de seguidores
entusiastas, Bukele apareció para proclamarse como el ganador de la
contienda. Pero antes de decir una palabra, y ante la ovación de su
público se sacó del bolsillo su teléfono y se tomó una selfie con la
gente de fondo. Ese fue su primer acto como presidente electo de El
Salvador.
Su discurso duró apenas seis minutos: dijo que
había ganado; que había sacado muchos más votos que Arena y que todos
sus contendientes juntos, y que había superado a los demás partidos en
todos los departamentos del país. Para dimensionar su triunfo, para
conseguir explicar el contenido de su victoria, dijo que ese hecho le
permitía al país “pasar la página de la posguerra”.
“Fuimos
gobernados por los dos partidos de la posguerra, el de la derecha y al
de la ex guerrilla. Este día el país ha pasado la página de la posguerra
y ahora podemos comenzar a ver al futuro”, dijo y, para cerrar, invitó a
sus seguidores a celebrar la victoria en la plaza Morazán, en el Centro
Histórico. Y se despidió.
Entonces alguien le hizo notar que había
olvidado algunos detalles: por ejemplo, dedicarle unas palabras a su
esposa, a la que subió de inmediato a la tarima y presentó como la
futura “primera dama” de la República. También había olvidado otro
detalle: permitirle subir a la tarima a su compañero de fórmula, Ulloa, a
quien mencionó brevemente, pero no permitió usar el micrófono. Si los
demás partidos colocaron la marca de sus fórmulas -Calleja y Carmen
Aída, Hugo y Karina- Bukele ni lo intentó. Bukele y Ulloa no fue
consigna en esta campaña.
Su partido, Gana, ni siquiera fue mencionado en el discurso, y ningún dirigente de ese partido estuvo presente en el salón.
Más
tarde, en medio de unas 8.000 personas que abarrotaron cada rincón de
la plaza Morazán, Bukele recordó al partido que le permitió competir por
la presidencia y pidió un aplauso para Gana.
El presidente
electo tendrá que gobernar el país durante sus primeros dos años con una
Asamblea Legislativa llena de adversarios a los que ha etiquetado como
“los mismos de siempre” y a los que ha acusado de todos los males del
país. Las únicas referencias que Bukele hizo al resto de fuerzas
políticas fue para recordarles cuán profundamente los había derrotado,
para regodearse en el hecho de que ni todos sumados alcanzan su nivel de
votación, y para lanzarles una advertencia: “A los mismos de siempre
les digo que el dinero del pueblo se devuelve. No se perdona lo robado.
Empiecen a ahorrar”.
Hoy por hoy, sus aliados son diez diputados
de Gana, el partido con el que alcanzó la presidencia, a los que no se
les vio en su gran fiesta de celebración.

No hay comentarios:
Publicar un comentario